domingo, 2 de agosto de 2020

Muerte de mi padre por Coronavirus.

         
                           Hace varios meses escribí sobre el Coronavirus, hoy lamento con dolor la muerte de mi padre por dicha enfermedad.  Mi padre pensó que la enfermedad era algo inventado, que no era algo real, sin embargo, se contagió. Estuvo por unas semanas sin grandes síntomas de la enfermedad, un pequeño dolor de garganta y una sensación de un pequeño resfriado. El penúltimo día antes de concurrir de gravedad a la clínica se quiso levantar, supuestamente experimentó un cierto alivio. Al día siguiente sufrió de diarrea y vómitos, se empezó a complicar su función respiratoria, eso hizo que lo intubaran.
                    Después de 18 días finalmente fallece por una trombosis intestinal, dentro de muchas otras fallas de sus órganos internos. Su médico tratante me dijo que el bicho atacó primero el hígado y luego los riñones, dos órganos que no producen síntomas, finalmente atacó los pulmones, ahí sí que hay síntomas. El gran problema fue el cuadro inflamatorio, algo que nunca se pudo controlar. Impactado traté de indagar más acerca de la enfermedad, le pregunté una y otra vez al médico sobre algunas otras características de la enfermedad y sus síntomas. Pacientemente lo escuché, según él, de los pacientes por Coronavirus tratados, muchos de ellos tenían una o varias enfermedades basales no detectadas por otros médicos. Esa respuesta me dejó perplejo, ya que muchos de nosotros podemos tener enfermedades basales no detectadas.
                       Después del dolor de la muerte de mi padre y los intentos de tratar de salvarlo, finalmente comprendí que ese momento, era el momento que Dios escogió para su partida, la muerte le llegó como un ladrón, cuando nadie la esperó, pero que está rodeándonos hasta que Dios disponga nuestra partida.
                    La muerte no tiene la última palabra, lo que viene es el comienzo de una vida dichosa o una eternidad desastrosa. Con esto aprendí, después de dias de reflexiones personales, que nuestro esfuerzo en la vida debe apuntar a tratar de morir de la manera más digna y más amistosa con Dios. Sin esa visión, todo lo que logremos en esta vida no tendrá sentido en vista de la eternidad.
                    En el entierro recordé unas palabras de mi padre que me calaron hondo, él una vez me dijo que lo natural era enterrar al padre y no a un hijo. Felizmente, fuimos todos sus hijos a enterrarlo, algo que él esperaba, si hubiera sido lo contrario, su dolor en vida hubiera sido inmenso. Me despido deseándole lo mejor a mi papá, tuvo la gracia de recibir la extremaunción.