jueves, 9 de enero de 2014

Cada vez que el hombre ofende a Dios. Viene el castigo empezando con el clima.

El cambio climático en el Señor del Mundo de R.H.Benson

Es increíble cómo después de leer tantas veces un mismo libro, siempre hay cosas que pasamos por alto o que no reparamos en profundizarlas mayormente. Buscando un párrafo para la traducción de Ross sobre Benson, tomé El Señor del Mundo y me puse a hojearlo por enésima vez. Y he aquí que descubrí algunos textos que antes no me habían llamado mayormente la atención.  Ambos son sorprendentemente proféticos. Uno es relativo a la liturgia y el peligro de la pérdida  de la adoración a Dios por la adoración del hombre como se ve actualmente en muchas liturgias del novus ordo.

"Por último, contaba con que el humanitarismo llegara a revestirse con la vestimenta de la liturgia y el sacrificio, y una vez hecho esto la causa de la Iglesia, si no mediase una intervención de Dios, habría concluido para siempre." ( Libro 2, Capítulo 2, n° 4)
 
El otro párrafo hace alusión al cambio climático que el mundo sufrirá al acercarse la Parusía. Tal como lo he señalado antes, la naturaleza sufre con dolores de parto el desorden desatado a causa de la Caída.  Será porque vivo en el campo y tengo menos contaminación de modo que el cielo se aprecia muy bien, pero lo que escribe Benson en este texto es exactamente como se pone el cielo algunos días en este lado del mundo. Le digo a mis hijos que cuando yo era chica el cielo se veía con un azul potente, nítido; ahora parece estar desteñido, medio violeta, quizás por la falta de ozono o valga a saber qué cosa. El punto es que estas cosas dan para pensar que, aunque no sabemos ni el día ni la hora, debemos estar siempre en vela. Se los dejo para que lo piensen mientras sufrimos estos agobiantes días de calor.
 
(...) "En cambio, lo que le sorprendió fue la densidad del aire, que parecía la misma que se describía en los libros de antaño, en los tiempos del humo. No había ni el menor amago de frescor, ni traslucidez en el ambiente matinal. Era imposibles señalar en ninguna dirección para dar con la fuente de aquel velo de penumbra, pues por los cuatro puntos cardinales era igual. El propio cielo carecía de su azul característico; parecía pintado con un pincel sucio, y el sol derramaba el mismo tinte de un rojo tenue y apagado. Sí, así era, se dijo con cansancio; parecía una acuarela de muy dudosa calidad. No se apreciaba el menor misterio en una ciudad velada, sino más bien una cierta irrealidad. Las sombras carecían de definición, los perfiles y las agrupaciones de coherencia. Era preciso que se desatara una tormenta, u otro temblor de tierra en la otra cara del mundo, que a modo de magnífica ilustración de la unidad del globo diera alivio a la presión que se sufría de este lado. En fin: el viaje valdría la pena aunque sólo fuera para observar los cambios climáticos, aunque el calor sería sofocante, musitó, cuando llegaran al sur de Francia." (Libro 3, Capítulo 5, n° 3)

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