EL BAUTISMO DE DESEO
Un
antiguo adagio establece que todos los que se apartan del romano pontífice,
tarde o temprano, caen en la herejía. Se refiere a los cismáticos,
evidentemente; los herejes, en cambio, comenzaron perdiendo la ortodoxia y, como
consecuencia de su extravío, se separaron de Roma.
Ha
nacido un nuevo cisma: los sedevacantistas. Era cosa de esperar ver crecer la
herejía entre ellos para confirmar definitivamente que su movimiento es
realmente cismático. Quisiera destacar una que se ha ido esparciendo, como la
cizaña evangélica, entre los que han caído en esta actitud. En efecto, se ha
puesto de moda entre ellos negar el Bautismo de deseo.
El
magisterio supremo de la Iglesia se pronunció hace ya mucho tiempo. Citemos a
Pío IX:
Notoria cosa
es a Nos y a vosotros que aquellos que sufren ignorancia invencible acerca de
la santísima religión, que cuidadosamente guardan la ley natural y sus
preceptos (…) pueden conseguir la vida eterna (…) pues Dios, no consiente en
modo alguno (…) que nadie sea castigado con eternos suplicios, si no es reo de
culpa voluntaria.[1]
Ahora
bien, como nadie puede salvarse fuera de la Iglesia, los que cumplen la
exigencia señaladas por el Pontífice, pertenecen a la Iglesia. ¿Acaso no enseñó
Jesucristo que tenía ovejas que no pertenecían a este redil?[2]
Jesús usa el presente de indicativo al referirse a ellas, lo que implica que,
en ese momento, eran suyas. Pero el futuro al referirse a su incorporación a su
Iglesia; lo que será tarea de los Apóstoles, ya que Jesús se limitó a Israel.
Retrocediendo en el tiempo, nos
encontramos con la carta que Inocencio III dirigió al obispo de Cremona a
mediados del siglo doce:
Respondemos
así a tu pregunta: El presbítero que (…) concluyó su último día sin el agua del
bautismo, puesto que perseveró en la fe de la santa madre Iglesia y en la
confesión del nombre de Cristo, afirmamos sin duda ninguna (por la autoridad de
los santos padres Agustín y Ambrosio), que quedó libre del pecado original y
alcanzó el gozo de la vida eterna.[3]
San
Agustín trata acerca del bautismo de sangre en La Ciudad de Dios[4]
y san Ambrosio, del bautismo de deseo en su libro dedicado a la muerte de
Valentiniano. En ambos casos, el bautizado no recibió el bautismo del agua y,
sin embargo, estos padres de la Iglesia lo consideran bautizado.
Santo Tomás de Aquino puede
iluminarnos con su sabiduría. Al tratar de la virtud de la fe, sin la cual
nadie puede agradar a Dios, examina el pecado que se le opone: la infidelidad[5].
Lo primero que hace es preguntarse si la infidelidad es un pecado. Responde
afirmativamente, por supuesto, ya que se opone a una virtud absolutamente
necesaria para salvarse: la fe. Sin embargo, explica que hay dos tipos de
infidelidad. Puede ser meramente negativa, es decir, señalar el mero hecho de
que una persona carece de fe católica. O bien ser positiva, la del que se opone
o desprecia la fe católica. Ahora bien, en su primer sentido no es pecado, es
mera consecuencia de la ignorancia que nos aflige a todos desde el pecado
original. En consecuencia, los afectados por esta ignorancia no se condenan por
ella, sino por los pecados que hayan cometido en otros ámbitos y no le fueron
perdonados.
Más
adelante, se pregunta el sabio monje si todos los actos de un infiel son
pecaminosos. Responde que no, porque los Hechos de los Apóstoles afirman que
las limosnas del infiel Cornelio, oficial del ejército romano, eran aceptadas
por Dios[6].
San Juan[7],
por su parte, afirma: Si Yo hubiera
venido sin hacerles oír mi palabra, no tendrían pecado, pero ahora no tienen
excusa por su pecado.
De
modo que está revelado por Jesús mismo que el infiel negativo, para usar el
lenguaje del santo Tomás, carece de culpa por su ignorancia; o, si prefieren,
padece de esa ignorancia invencible que excusa el pecado.
Que
esto fue entendido por los apóstoles resulta evidente si leemos a san Pablo.
Abramos la epístola que dirigió a los romanos el año 58, según creen los
historiadores. En su capítulo segundo les enseña que la salvación no viene por
el mero hecho de haber oído, sino por haber cumplido la ley. Y a los orgullosos
judíos que despreciaban a los paganos les dice:
Cuando los
gentiles, que no tienen Ley, hacen por razón natural las cosas de la Ley,
ellos, sin tener Ley, son Ley para sí mismos, pues muestran que la obra de la
Ley está escrita en sus corazones, por cuanto les da testimonio su conciencia y
sus razonamientos, acusándolos o excusándolos recíprocamente[8].
Y para remachar el clavo, agrega:
Porque no es
judío el que lo es exteriormente, ni es circuncisión la que se hace por fuera
en la carne; antes bien es judío el que lo es en su interior, y es circuncisión
la del corazón según el espíritu y no según la letra[9].
Para
comprender mejor lo que el Apóstol nos está enseñando, cambiemos la palabra judío por católico y circuncisión por bautismo
en las citas que acabamos de leer. Como antes san Pablo había acusado a los
judíos de cometer robos, adulterios, etc., les enseña que los que tales cosas
hacen no son verdaderos judíos. Por tanto, los católicos que viven en el delito
y se dejan llevar por los vicios no son verdaderos católicos. En otras
palabras, a pesar de serlo jurídicamente, se van a condenar por sus vicios.
Recordemos que hoy llamamos judíos a los que se apartaron de su fe al no
reconocer al Mesías, por lo que se llaman pérfidos; siendo los católicos los
judíos que lo reconocieron, a los que se les unieron muchos gentiles. Por otra
parte, el Apóstol nos enseña que la verdadera circuncisión, bautismo, es
espiritual. Porque la letra mata y el espíritu vivifica.
En
el capítulo tercero, el Apóstol señala los privilegios de los judíos
(católicos); es decir, de los que han sido circuncidados (bautizados)
legalmente. Sin detenernos en ello, recordemos que afirma que es necesario
llevarles la fe a todos los incrédulos, sean gentiles sean judíos (cristianos
heréticos o cismáticos), porque tanto los
judíos como los griegos, todos, están bajo el pecado[10].
Por lo tanto, su destino eterno es la condenación. Gracias a los
sacramentos, en especial el de la confesión, nosotros logramos que nuestros
delitos sean perdonados. Los que
carecen de ellos, ¿Cómo conseguirán el perdón? Tendrían que llegar a un grado
de virtud que tan pocos alcanzan, por lo que es absolutamente excepcional que
un no católico se salve. Pero, para Dios, nada es imposible. El que logra ese grado de virtud,
es católico in voto, de deseo, como
se dice ahora.
En
consecuencia, queda claro que la verdad expresada en el título de este
brevísimo estudio es una verdad revelada en las SS.EE., al menos
implícitamente. No aparece la expresión que usamos hoy, pero la doctrina estaba
clara; como también lo estaba la que enseña que fuera de la Iglesia no hay
salvación, a pesar de que la expresión que hoy usamos tampoco la encontramos en
las SS.EE.
Juan Carlos Ossandón Valdés
[1] Quanto Conficiamur Moerore. Encíclica dirigida a los obispos de Italia el
10 de Agosto de 1863. (Denz. 1677).
[2] Tengo otras ovejas que no son de este aprisco.
A ésas también tengo que traer; ellas oirán mi voz, y habrá un solo rebaño y un
solo pastor.( Jn. 10,16)
[3] Apostolicam Sedem (Denz. 388)
[4] L. 13, c. 7
[5]
S. TH. II-II. Q. 10, a.1.
[6] He. 10. Cornelio y toda su familia recibieron al
Espíritu Santo antes de ser bautizados.
[7]
15,22. Trad. de Mons.
Straubinger.
[8]
Vv. 14-15.
[9]
Vv. 28,29.
[10] V. 9.
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