martes, 21 de julio de 2015

EL BAUTISMO DE DESEO


EL BAUTISMO DE DESEO

 

Un antiguo adagio establece que todos los que se apartan del romano pontífice, tarde o temprano, caen en la herejía. Se refiere a los cismáticos, evidentemente; los herejes, en cambio, comenzaron perdiendo la ortodoxia y, como consecuencia de su extravío, se separaron de Roma.

Ha nacido un nuevo cisma: los sedevacantistas. Era cosa de esperar ver crecer la herejía entre ellos para confirmar definitivamente que su movimiento es realmente cismático. Quisiera destacar una que se ha ido esparciendo, como la cizaña evangélica, entre los que han caído en esta actitud. En efecto, se ha puesto de moda entre ellos negar el Bautismo de deseo.

El magisterio supremo de la Iglesia se pronunció hace ya mucho tiempo. Citemos a Pío IX:

Notoria cosa es a Nos y a vosotros que aquellos que sufren ignorancia invencible acerca de la santísima religión, que cuidadosamente guardan la ley natural y sus preceptos (…) pueden conseguir la vida eterna (…) pues Dios, no consiente en modo alguno (…) que nadie sea castigado con eternos suplicios, si no es reo de culpa voluntaria.[1]

Ahora bien, como nadie puede salvarse fuera de la Iglesia, los que cumplen la exigencia señaladas por el Pontífice, pertenecen a la Iglesia. ¿Acaso no enseñó Jesucristo que tenía ovejas que no pertenecían a este redil?[2] Jesús usa el presente de indicativo al referirse a ellas, lo que implica que, en ese momento, eran suyas. Pero el futuro al referirse a su incorporación a su Iglesia; lo que será tarea de los Apóstoles, ya que Jesús se limitó a Israel.

            Retrocediendo en el tiempo, nos encontramos con la carta que Inocencio III dirigió al obispo de Cremona a mediados del siglo doce:

Respondemos así a tu pregunta: El presbítero que (…) concluyó su último día sin el agua del bautismo, puesto que perseveró en la fe de la santa madre Iglesia y en la confesión del nombre de Cristo, afirmamos sin duda ninguna (por la autoridad de los santos padres Agustín y Ambrosio), que quedó libre del pecado original y alcanzó el gozo de la vida eterna.[3]

San Agustín trata acerca del bautismo de sangre en La Ciudad de Dios[4] y san Ambrosio, del bautismo de deseo en su libro dedicado a la muerte de Valentiniano. En ambos casos, el bautizado no recibió el bautismo del agua y, sin embargo, estos padres de la Iglesia lo consideran bautizado.

            Santo Tomás de Aquino puede iluminarnos con su sabiduría. Al tratar de la virtud de la fe, sin la cual nadie puede agradar a Dios, examina el pecado que se le opone: la infidelidad[5]. Lo primero que hace es preguntarse si la infidelidad es un pecado. Responde afirmativamente, por supuesto, ya que se opone a una virtud absolutamente necesaria para salvarse: la fe. Sin embargo, explica que hay dos tipos de infidelidad. Puede ser meramente negativa, es decir, señalar el mero hecho de que una persona carece de fe católica. O bien ser positiva, la del que se opone o desprecia la fe católica. Ahora bien, en su primer sentido no es pecado, es mera consecuencia de la ignorancia que nos aflige a todos desde el pecado original. En consecuencia, los afectados por esta ignorancia no se condenan por ella, sino por los pecados que hayan cometido en otros ámbitos y no le fueron perdonados.

Más adelante, se pregunta el sabio monje si todos los actos de un infiel son pecaminosos. Responde que no, porque los Hechos de los Apóstoles afirman que las limosnas del infiel Cornelio, oficial del ejército romano, eran aceptadas por Dios[6]. San Juan[7], por su parte, afirma: Si Yo hubiera venido sin hacerles oír mi palabra, no tendrían pecado, pero ahora no tienen excusa por su pecado.

De modo que está revelado por Jesús mismo que el infiel negativo, para usar el lenguaje del santo Tomás, carece de culpa por su ignorancia; o, si prefieren, padece de esa ignorancia invencible que excusa el pecado.

Que esto fue entendido por los apóstoles resulta evidente si leemos a san Pablo. Abramos la epístola que dirigió a los romanos el año 58, según creen los historiadores. En su capítulo segundo les enseña que la salvación no viene por el mero hecho de haber oído, sino por haber cumplido la ley. Y a los orgullosos judíos que despreciaban a los paganos les dice:

Cuando los gentiles, que no tienen Ley, hacen por razón natural las cosas de la Ley, ellos, sin tener Ley, son Ley para sí mismos, pues muestran que la obra de la Ley está escrita en sus corazones, por cuanto les da testimonio su conciencia y sus razonamientos, acusándolos o excusándolos recíprocamente[8].

Y para remachar el clavo, agrega:

Porque no es judío el que lo es exteriormente, ni es circuncisión la que se hace por fuera en la carne; antes bien es judío el que lo es en su interior, y es circuncisión la del corazón según el espíritu y no según la letra[9].

Para comprender mejor lo que el Apóstol nos está enseñando, cambiemos la palabra judío por católico y circuncisión por bautismo en las citas que acabamos de leer. Como antes san Pablo había acusado a los judíos de cometer robos, adulterios, etc., les enseña que los que tales cosas hacen no son verdaderos judíos. Por tanto, los católicos que viven en el delito y se dejan llevar por los vicios no son verdaderos católicos. En otras palabras, a pesar de serlo jurídicamente, se van a condenar por sus vicios. Recordemos que hoy llamamos judíos a los que se apartaron de su fe al no reconocer al Mesías, por lo que se llaman pérfidos; siendo los católicos los judíos que lo reconocieron, a los que se les unieron muchos gentiles. Por otra parte, el Apóstol nos enseña que la verdadera circuncisión, bautismo, es espiritual. Porque la letra mata y el espíritu vivifica.

En el capítulo tercero, el Apóstol señala los privilegios de los judíos (católicos); es decir, de los que han sido circuncidados (bautizados) legalmente. Sin detenernos en ello, recordemos que afirma que es necesario llevarles la fe a todos los incrédulos, sean gentiles sean judíos (cristianos heréticos o cismáticos), porque tanto los judíos como los griegos, todos, están bajo el pecado[10]. Por lo tanto, su destino eterno es la condenación. Gracias a los sacramentos, en especial el de la confesión, nosotros logramos que nuestros delitos sean perdonados. Los que carecen de ellos, ¿Cómo conseguirán el perdón? Tendrían que llegar a un grado de virtud que tan pocos alcanzan, por lo que es absolutamente excepcional que un no católico se salve. Pero, para Dios, nada es  imposible. El que logra ese grado de virtud, es católico in voto, de deseo, como se dice ahora.

En consecuencia, queda claro que la verdad expresada en el título de este brevísimo estudio es una verdad revelada en las SS.EE., al menos implícitamente. No aparece la expresión que usamos hoy, pero la doctrina estaba clara; como también lo estaba la que enseña que fuera de la Iglesia no hay salvación, a pesar de que la expresión que hoy usamos tampoco la encontramos en las SS.EE.

Juan Carlos Ossandón Valdés



[1] Quanto Conficiamur Moerore. Encíclica dirigida a los obispos de Italia el 10 de Agosto de 1863. (Denz. 1677).
[2] Tengo otras ovejas que no son de este aprisco. A ésas también tengo que traer; ellas oirán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo pastor.( Jn. 10,16)
[3]  Apostolicam Sedem (Denz. 388)
[4] L. 13, c. 7
[5]  S. TH. II-II. Q. 10, a.1.
[6] He. 10. Cornelio y toda su familia recibieron al Espíritu Santo antes de ser bautizados.
[7]  15,22. Trad. de Mons.  Straubinger.
[8]  Vv. 14-15.
[9]  Vv. 28,29.
[10] V. 9.

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