Muchas son las lecciones que nos puede
dejar esta elección presidencial del día 15 de Diciembre. Partamos con las más
sencillas y representativas.
La altísima abstención tiene
necesariamente una causa y una intención determinada. Las personas no dejan de
ir a votar porque sí, o, porque les da flojera. Pueden existir casos
particulares y aislados que se deban a estos últimos motivos, pero serán sólo
eso, la excepción de la regla.
La verdadera razón se encuentra
en el descontento popular en el modo como se ejerce la política. La crítica va directamente en contra de un
sistema político organizado por las denominadas burbujas políticas. En buen
chileno, en contra del Club de Tobi, de aquellos que gobiernan entre cuatro
paredes.
En los próximos meses se dará la
discusión si son legítimas o ilegítimas las nuevas autoridades. Para dar una
respuesta fidedigna a dichas preguntas, es necesario consignar una serie de
distinciones para poder establecer con mayor certeza una respuesta más
atingente y congruente con la verdad y los hechos circunstanciales a ella.
Si nos atenemos a la ley vigente
en materia electoral, ésta en ningún caso tiene contemplado la ilegitimidad de
la elección por una ausencia importante de votos. El que saca la mayoría de los
votos gana. Eso dice la ley, el cincuenta por ciento más uno. Pero la ley la
hacen los políticos, los cuales, se supone, actúan por mandato y representación
ciudadana. Si seguimos el derrotero de la argumentación, al carecer de respaldo
popular la clase política esta misma empieza a perder legitimidad.
Por consiguiente, en el plano de los
hechos y no del derecho, las nuevas autoridades no representan verdaderamente
lo que el país quiere. Al no hacerlo, por
carecer del respaldo de la mayoría, va ocurrir en el orden del ejercicio
práctico de su autoridad que sus decisiones van a ser altamente cuestionadas
por la mayoría silenciosa que no concurrió a sufragar dentro de un sistema
político que no aprueba.
La gravedad del problema va a
estar en que frente al movimiento de las grandes masas populares que salgan a
la calle por oponerse a determinadas decisiones, la autoridad no representativa
va a intentar frenarlas con fuerzas
represivas para tratar de imponer el orden. Su respuesta va seguir siendo
unidireccional desde el sistema que la ciudadanía no aprueba, llevando al país
a situaciones que pueden derivar en la violencia extrema.
Para evitar esto último, si es que de
verdad se quiere al país, estas mismas autoridades tendrán que hacer un mea
culpa y enmendar el rumbo con cambios profundos en el modo como se ejerce la
política y la autoridad. Hay que
corregir las bases de la sociedad, restablecer el orden público, con energía y
paternidad. Hay que fijar cuáles son las
prioridades del país para desarrollarse a largo plazo y apoyarlas con una serie
de medidas tanto de recursos económicos como de apoyo logístico.
Tiene que desaparecer la práctica de
gobernar para determinados grupos. No se pueden establecer leyes que atente
contra de los mismos chilenos. Se deben buscar mecanismos que velen por los
intereses de todos los habitantes del país. La política de los ciudadanos de
primera y segunda categoría no puede perdurar en el tiempo sin que se produzcan
heridos en el camino.
Las nuevas autoridades deben ser
especialistas en cada una de sus materias, hombres que conozcan muy bien las
fortalezas y debilidades de las distintas actividades que les toca gobernar. Se
deben planificar modelos y sistemas paras las distintas áreas premiando a los
hombres eficientes y sancionando a los negligentes. No se puede defender lo
indefendible, la meritocracia debe instaurarse en el nuevo modelo
rectificatorio de sociedad.
En el caso de la delincuencia, la
puerta giratoria debe desaparecer. Hay que dar garantías reales al país de
seguridad y estabilidad social. Para ello, hay que ser tajantes con los que
cometen delitos y a la vez previsores respecto a los mecanismos de prevención
del delito por vía de capacitación, con el fin de que se inserte a la mayoría
de la población en oficios que les permitan vivir lo más dignamente posible.
La tarea es larga y exige acuciosidad. No
está hecha para los mediocres, ni para los que vienen simplemente a calentar los
asientos. El que desee ser autoridad no debe excusarse en la burocracia. Como
dice el refrán popular, “la excusa agrava la falta”.No hay motivo para excusarse,
cuando existen suficientes recursos para ejecutar las medidas correctivas.
Por último, el país debe invertir a lo
menos un siete por ciento de su Producto Interno Bruto, en investigación y
ciencia para poder crecer y alcanzar el verdadero desarrollo que sea
beneficioso para todos. Esas son a mi
juicio las metas a desarrollar por parte de las nuevas autoridades si es que no
se quiere llegar al conflicto social que está cada día más latente.
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