LAS LEYES DE LA NATURALEZA
I.- STATUS
QUAESTIONIS
Con sorpresa leí en el De Trinitate de
san Agustín:
"Y no sólo los
ángeles malos, sino incluso los hombres perversos, como vimos en el ejemplo
tomado de la agricultura, pueden aplicar al exterior causas accidentales, las
que, aunque se digan naturales, se utilizan siempre conforme a las leyes de la
naturaleza ..."[1]
En verdad, tenía entendido que el
concepto "leyes de la naturaleza" había nacido con la revolución
científica moderna, por lo que me resultó asaz extraño encontrarlo en un autor
del siglo V. Me bastó consultar el texto latino para solucionar la duda. Donde
el traductor lee: "se utilizan siempre conforme a las leyes de la
naturaleza", el santo de Hipona
escribió: "tamen secundum naturam adhibentur". No hay, pues, alusión
alguna a "leyes" las que entraron subrepticiamente en la traducción.
Según parece, el concepto moderno se ha
incorporado totalmente a nuestra cultura filosófica e, incluso, teológica, con
total independencia de su origen histórico. Así, por ejemplo, con casi la misma sorpresa leí en una obra de
Philippe Delhaye:
"Diremos que, de
acuerdo a las leyes de la naturaleza, un cuerpo no puede atravesar una puerta
de madera"[2].
Respecto de este segundo texto, solo
diré que el autor está tratando de explicar la diferencia entre un hecho
natural y otro sobrenatural - ejemplificada por la aparición de Jesús
resucitado en el Cenáculo - la que se descubre porque el segundo no se somete a
las "leyes de la naturaleza". No está demás recordar que la teología
tradicional explicaba este hecho en virtud de la propiedad de
"sutileza" propia de los cuerpos resucitados. En todo caso, el libro
está dedicado a la ley natural o moral y nada tiene que ver con la cosmología.
Mayor asombro me produjo hallar la
misma expresión en el Magisterio Pontificio:
"Sin embargo, Dios
provee a los hombres de manera diversa respecto a los demás seres que no son
personas: no "desde fuera", mediante las leyes inmutables de la
naturaleza física, sino "desde dentro", mediante la razón que,
conociendo con la luz natural la ley eterna de Dios, es por esto mismo capaz de
indicar al hombre la justa dirección de su libre actuación"[3].
La encíclica agrega una nota que envía
a la Summa Theologiae I-II, q. 90, a 4. ad 1m.
Pienso que se trata de un párrafo no
bien meditado que se escapó en virtud del contagio que producen las ideas
generalmente admitidas. La encíclica está dedicada a la moral y es eso lo que
quiere enseñar. Aquí estamos ante una mera acotación marginal, a vía de
ejemplo, por desgracia, inadecuado. Permítasenos agregar un par de reflexiones
para que veamos el defecto incluido en la aparentemente anodina expresión.
Comencemos con la cita de santo Tomás.
Este no se refiere para nada a las supuestas "leyes", se limita a
asegurar que la ley moral es conocida internamente por el ser humano; mucho
menos establece que los cuerpos sean movidos "desde fuera", expresión
que contradice toda su cosmología. Además, el declararlas
"inmutables" contradice la radical contingencia de todo este mundo.
Hay, por supuesto, necesidad formal; pero, en la existencia, todo queda
afectado por la contingencia. En verdad, la afirmación en cuestión es
plenamente cartesiana, muy alejada del pensamiento tomista. Allí los cuerpos
son "inertes", movidos desde el exterior y no en virtud de sus
formas, y estos movimientos obedecen a leyes matemáticas, es decir, puramente
formales, que, por lo mismo, son inmutables. ¿Pretende, pues, esta encíclica
que nos convirtamos al cartesianismo? De ninguna manera. Como dijimos, su
enseñanza es moral y nada tiene que ver con la cosmología. Pienso que se trata
de una observación circunstancial no bien meditada de la que solo cabe lamentar
el que haya sido escrita tan desaprensivamente.
Fue justamente la lectura de este
último ejemplo el que me motivó a iniciar la brevísima investigación que paso a
poner en manos de mis colegas a fin de que sea criticada y perfeccionada.
II.- LAS
LEYES DE LA NATURALEZA EN SANTO TOMAS
Es extremadamente difícil demostrar que
algo no existe. Si bien jamás he hallado en el Angélico tal expresión, no por
eso puedo negar que al menos el concepto podría hallarse en su obra. A pesar de
lo cual me atrevo a sostener que nada parecido hay en su pensamiento; porque,
si bien acepta extender la palabra "lex" a los irracionales, lo
tolera sólo "per similitudinem", ya que este concepto implica una
naturaleza racional la que no se da en las demás creaturas[4].
Como escolio de lo dicho puedo ofrecer
el capítulo 78 del libro tercero de la Contra Gentes que se refiere al gobierno
de las creaturas irracionales encomendado por Dios a las intelectuales. Ya
antes, en el capítulo setenta del libro segundo, había recordado nuestro
teólogo que, según Aristóteles, el cielo tenía alma[5]. A pesar de no aceptar tal
teoría, santo Tomás considera que los cuerpos inferiores son regidos por los
superiores y éstos por las inteligencias angélicas.
De los seis argumentos expuestos - en
este capítulo 78 - sólo me referiré a tres. En el primero de ellos aparece un
importante "oportet" que nos indica que no se trata de demostraciones
apodícticas sino meramente probables. En el segundo señala que los seres
carentes de conocimiento se limitan a ejecutar el orden que desconocen, por lo
que son regidos por los que lo conocen, los que, por ello mismo, participan
mejor de la fuerza (virtus) del agente principal al conocer la disposición del
orden creado. El cuarto señala que aquéllos actúan movidos únicamente por la
fuerza operativa que emana de la propia forma del operante[6], la que, por carecer de
universalidad conviene (oportet) que sea regida por la del ángel que posee
formas universales gracias al conocimiento.
Establecida esta doctrina
"cosmológica", santo Tomás, siguiendo al Pseudo-Dionisio, nos aclara
que se trata de las "virtudes", cuarto coro angélico, que tienen a su
cargo regir el movimiento de los cuerpos celestes. Estas mismas
"virtudes" están encargadas de los milagros, es decir, de aquellas operaciones
que se realizan "praeter ordinem naturae"[7].
Toda esta argumentación ha sido
abandonada desde que Newton logra explicar el orden astral por el cumplimiento
de las inmutables "leyes de la naturaleza". Me parece, pues, obvio
que, dado que santo Tomás considera que la operación de los astros brota de su
propia forma individual interior y que, por ello mismo, es incapaz de
justificar su inserción en un orden universal, podemos asegurar que carece de
dicha noción: por ello, en vez de atribuirlo a las "leyes", lo
encomienda a los ángeles.
III. LAS
LEYES DE LA NATURALEZA EN LA CIENCIA MODERNA.
Investigando el origen de este concepto
me he visto obligado a retroceder hasta ¡el siglo XIII!
A.C. Crombie muestra cómo el
neo-platonismo, al cambiar la noción de sustancia aristotélica, llevó a la
matematización de la realidad corporal. Sabido es que, para el Estagirita, la
materia es pura potencialidad y es lo que hace posible el cambio sustancial. A
través de san Agustín y de Escoto Eriúgena, los medievales van a recibir esta
noción ligeramente cambiada. Para los neo-platónicos lo que permanece en un
cambio es la extensión actual; es decir, la pura potencialidad artistotélica ha
quedado enriquecida con las tres dimensiones espaciales que los árabes pasarán
a denominar "corporeidad común"[8]. Tal vez el primero en
sufrir su influencia fue Grosseteste, quien identificó la corporeidad con
la luz y llegó a sostener que la creación consistió en producir un único punto
de luz que se difundió en todas direcciones y dio así origen a la extensión.
De este modo las leyes geométricas de la óptica son el fundamento de la
realidad y las matemáticas pasan a ser esenciales para la comprensión de la
naturaleza[9]. Además, la única ciencia
que prueba lo que sostiene es la matemática[10], mientras en las demás
nos hallamos ante una "minor certitudo", porque, dado que diferentes
causas pueden producir el mismo efecto, nunca habrá certeza[11]. Con todo, y a diferencia
de Descartes, sostuvo que si bien la matemática es necesaria, es insuficiente
en física.
Con Roger Bacon se da un paso más pues
intentó matematizar todo lo posible la ciencia física y, por lo mismo, reemplazó
la forma por las "leyes de la naturaleza" como fuente explicativa
de los fenómenos[12]. Sin
embargo, está consciente de que la física no es la última de las ciencias y que
debe someterse a la metafísica; por lo que aún falta mucho para llegar a la
concepción moderna.
El siglo XIV se caracterizó por ensayar
todas las hipótesis, no contentarse con ninguna y sembrar el escepticismo. El
renacimiento vuelca los mejores espíritus en otra dirección y habrá que esperar
al XVIº para que, junto con la reedición de libros de ciencia de los siglos
XIII y XIV, recomience el estudio de la naturaleza. Durante esa época la
ciencia no dejó de avanzar, lentamente, por cierto, hacia el matematicismo y
mecanicismo, es decir, hacia la consideración de la materia como mera extensión
sometida a las "leyes de la naturaleza"[13].
La razón por la que Aristóteles había
alejado a las matemáticas de la física radicaba en que ésta era incapaz de
conocer la naturaleza esencial de las cosas. Pero a partir del éxito alcanzado
por el "artista-ingeniero" Leonardo da Vinci (1452-1519) al
aplicarlas a la mecánica, dicha postura será abandonada. Con Galileo
(1564-1642) tenemos ya la consciente renuncia a buscar esas esencias
inencontrables para limitarse a lo único posible de conocer: ciertas
regularidades y sus causas próximas[14]. Además, insiste en la
necesidad de efectuar mediciones que hagan posible expresar tales
regularidades matemáticamente. De este modo procura reducir la experiencia a
sus relaciones cuantitativas las que podrán ser expresadas mediante conceptos
abstractos no observables pero de los que se puede deducir el fenómeno
estudiado. Llega al convencimiento de que la naturaleza es matemática, a pesar
de que ello contradiga el testimonio de los sentidos[15]. La naturaleza es, pues,
geométrica y su comportamiento depende de esa estructura geométrica: lo que
no es matematizable es subjetivo:
"(el libro de la
naturaleza) está escrito en lenguaje matemático y las letras son triángulos,
círculos y otras figuras geométricas"[16].
Con él, la
hipótesis comprobada expresa el orden natural y el fenómeno observado es
considerado consecuencia de una "ley de la naturaleza" que es el fin
de toda la investigación científica.
Muy parecida es la contribución de su
contemporáneo Francis Bacon (1561-1626) en el tema que nos ocupa. Bacon aún
habla de forma, mas está entendiendo con esta palabra lo que Galileo llamaba
"ley" y también incorpora la concepción geométrica de la realidad,
heredada del neo-platonismo, y que Descartes impondrá a la modernidad. Con
otras palabras, pues su lenguaje es más tradicional que el de Galileo, expresa
mejor el mecanicismo.
Sus discípulos geometrizarán
completamente la realidad. Pierre Gassendi (1592-1655), continuador de Galileo,
identificará el espacio real con el de Euclides abandonando por completo la
concepción aristotélica y Robert Boyle (1627-1691), el continuador de Bacon
que impregnará con estas ideas la Royal Society y tendrá notable influencia en
Newton, se sintió forzado a alzar el empirismo baconiano frente al racionalismo
de Descartes por lo que fue calificado, en su misma época, de "restaurador
de la filosofía mecanicista en Inglaterra"[17], y se convenció de que la
doctrina aristotélica sobre las "naturalezas" era inútil, por lo que
intentó explicar todas las propiedades de los cuerpos por la materia y el
movimiento: por el tamaño, forma y movimiento de las partículas que lo
componen. Ciertamente, abrazó el mecanicismo tan dogmáticamente que jamás
discutió su veracidad.
En este sentido Descartes (1596-1650)
no aporta nada nuevo. Su mérito radica en establecer al mecanicismo como única
filosofía posible en un mundo completamente geometrizado y sometido a las
"leyes de la naturaleza", del cual han desaparecido las formas, las
causas eficientes, las esencias, las cualidades secundarias: es decir, todo lo
que los sentidos corpóreos y el "sentido común" muestran como real.
Si bien es verdad que su física será reemplazada por la de Newton, su
filosofía se mantendrá incólume.
IV.-
CONSECUENCIAS INESPERADAS
Como todos sabemos, Descartes creía que
su método alejaría para siempre al escepticismo de la filosofía y, además,
afirmaría la verdad de la religión católica ante los "libertinos".
Cornelio Fabro ha demostrado fehacientemente el origen cartesiano del ateísmo
contemporáneo[18].
Gilson y Crombie demuestran que el materialismo proviene íntegramente del método
inventado por el "soñador" - como lo llamaría Lokhe - francés[19].
Conviene que nos detengamos un momento
en este punto dado que fue este pensador uno de los que impuso al mundo el
determinismo basado en esta concepción y, tal vez, su influjo, al menos en el
aspecto filosófico, fue el preponderante.
Uno de los que mejor y más brevemente
ha estudiado este aspecto es E. Gilson. Este crítico nos llama la atención
sobre el primer propósito del famoso autor moderno: la "matemática universal".
Se trataba de un saber universal, o mejor aún, un método universal que abriría
las puertas de la ciencia a la humanidad. La metafísica, considerada hasta
entonces como la reina, pasaría a ser un mero capítulo de aquélla. La primera
consecuencia de tan original punto de partida parece intrascendente: así como
la matemática trabaja con ideas y nada más que con ideas, así también lo ha de
hacer la filosofía y toda la ciencia. Por eso, la definición es la cosa misma;
afirmación obvia en matemáticas, peligrosísima en filosofía y fundadora de esa
actitud que hoy llamamos idealismo. Advertamos, para comprender mejor el
peligro, que las ideas son exclusivas y excluyentes.
El primer fruto de su método será el
"cogito". Así descubro que soy una cosa que piensa; es decir, que duda,
entiende, concibe, afirma, niega, quiere, rehúsa, imagina, siente.
Permítasenos sorprendernos ante la mescolanza de actos - espirituales unos,
sensibles otros; intelectuales unos, volitivos otros - incluidos en este
concepto que, además, se pretende "claro y distinto". Justamente esta
última nota nos recuerda que debemos excluir del cogito todo lo que no le
pertenece: cuerpo, nutrición, movimiento, sensación, etc.. Llegamos a la
conclusión de que el alma es puro pensamiento, mientras el cuerpo es pura extensión.
De este modo la metafísica se convierte en una suerte de espiritualismo puro,
mientras que la física sería puro mecanicismo.
Entendida así la realidad y la
filosofía y la física, algo queda claro y Descartes tuvo la suerte de convencer
de ello a los más ilustres de sus contemporáneos: la visión escolástica era
falsa. Porque los escolásticos partían de la experiencia hasta para tratar las
cuestiones propias de la metafísica; entendían al alma como forma de un cuerpo;
y hasta en la física buscaban dichas formas. Cometían la locura increíble de
querer alzarse hasta Dios partiendo de las creaturas conocidas gracias a la
experiencia sensible. Eso, de ninguna manera; Descartes enseña que sólo por
ideas innatas se prueba la existencia de Dios.
El desastre comienza cuando J. Locke
demuestra que no existen ideas innatas; de aquí su calificativo de
"soñador" con que bautiza al ilustre pensador francés.
Estamos ya en condiciones de comprender
por qué Gilson acusa a Descartes de ser padre del materialismo. Su demostración
podríamos reducirla a cuatro puntos:
1.- En vez
de alma prefiere hablar de mente, ya que no dice relación a cuerpo alguno, al
menos en su concepto. Por ello sólo puede ser demostrada matemáticamente. El
alma o mente es espíritu a lo cual se llega exclusivamente en base a las ideas
innatas.
2.- Con lo
cual el alma, al menos en su concepto, queda "desincorporada"; es
decir, ya no es la forma del cuerpo tal como la entendían los escolásticos. Es
verdad que Descartes reconocerá que se une al cuerpo sustancialmente, pero tal
afirmación parece más un resto de su primera formación escolástica que una
consecuencia de sus principios.
3.-
Consecuencia de todo lo anterior, el cuerpo es tan sólo una máquina, cuyo
funcionamiento no requiere de forma alguna como suponían falsamente los
escolásticos.
4.- De
este modo el hombre queda separado en dos, al menos en su concepción
intelectual: mente y cuerpo. Recordemos que las ideas claras y distintas son
exclusivas y excluyentes por lo cual lo que pertenece al alma no puede hallarse
en el cuerpo y viceversa. Concluye
Gilson: al caer las ideas innatas bajo la acertada crítica de Locke, cae la
"mente", justamente porque ya no es alma. Y si nos parece que esta
conclusión es forzada ¿por qué no consultar el testimonio de los primeros
materialistas?
"Es verdad que
este filósofo (Descartes) se equivocó mucho y nadie dice lo contrario. Pero
comprendió, al fin, la naturaleza animal y fue el primero que demostró que los
animales eran meras máquinas. Ahora bien, después de un descubrimiento de tal
importancia y que supone tanta sagacidad, ¿cómo no disculpar, sin ser ingratos,
todos sus errores? Todos ellos quedan reparados, a mi parecer, por aquella
gran declaración. Pues, al fin, diga lo que dijere sobre la distinción de las
dos substancias, es evidente que no se trata sino de una estratagema, de una
argucia del lenguaje para hacer tragar a los teólogos un veneno escondido a la
sombra de una analogía que llama la atención de todo el mundo y que sólo aquéllos
no ven"[20].
Así se expresa De La Mettrie en su
famoso "El hombre máquina". No compartimos, obviamente, la malévola
insinuación con que termina la cita, mas es importante señalar que este juicio
es compartido por otros materialistas, incluido el mismo C. Marx.
Mas es hora ya de que cerremos este
paréntesis y volvamos al tema central.
Aunque
no se ha hecho una historia de la concepción de las "leyes de la
naturaleza", me atrevo a conjeturar que son responsables - en no escasa
medida - del desprestigio total del cristianismo entre los filósofos del s.
XVIII. Uno de los primeros deístas y gran defensor de la tolerancia religiosa
si bien su actitud personal era probablemente la de una total indiferencia,
Lord Shaftesbury (1671-1713), lo expresó con claridad. A su juicio, los
cristianos no deberían insistir en los milagros, porque más bien conducen al
ateísmo, pues suponen que Dios corrige su obra[21]. ¿De dónde brota
semejante juicio? Recordemos que Descartes ha aceptado únicamente lo que emana
necesariamente del cogito: como de la noción de triángulo el que tenga tres
ángulos. ¿Puede Dios hacer que tenga cuatro? Obviamente no. Así, pues, en un
universo matemático, provisto de necesidad geométrica, el milagro no tiene
cabida, pues contradice "las leyes de la naturaleza". De aquí surge
espontánea la calificación liberal del cristianismo: "superstición".
Un buen testimonio del concepto
racionalista de ley lo tenemos en una autor completamente alejado de la ciencia
como lo era el barón de Montesquieu (1689-1755). De todas sus obras la que le
granjeó mayor fama fue "L'Esprit des lois" que, aunque dedicada a la
política y, si se quiere, a la sociología mezclada con la historia, nos da una
perfecta idea de qué se entendía por ley en aquella época. Su exposición
comienza con una disertación muy amplia sobre qué deba entenderse por ley. Se
trata, simplemente, de relaciones necesarias que se derivan de la naturaleza
de las cosas. Ciertamente su alusión a la naturaleza no era del gusto de los
naturalistas, pero el calificarlas de "relaciones necesarias" nos da
la clave del concepto que el racionalismo había impuesto en toda Europa. Por
esto todos los seres, incluido Dios, están sometidos a leyes y, por lo mismo,
no existe el azar.[22]
Pero las leyes pronto demostraron dar
lugar a muchas excepciones. Entonces, un hombre inteligente, de esos que creen
que todos los demás son tontos, inventó una frase sublime: "la excepción
confirma la regla". Pero como no todos lo son - al menos no tanto -
algunos advirtieron que, en un mundo provisto de necesidad geométrica, la
excepción la destruye en vez de confirmarla. En el siglo XIX parece que un
notable número de científicos se dedicó a poner en duda el determinismo
científico. Y así ya Emile Boutroux, en 1876, escribía su famosa tesis
"Sobre la contingencia de las leyes de la naturaleza", al que siguió
toda la obra de Bergson consagrada a destruir el determinismo de Spencer. Para
no eternizar la lista de los que siguieron esta senda, terminemos este
brevísimo recuento con la figura de uno de los mejores matemáticos de comienzos
de nuestro siglo: H. Poincaré quien llegará a la conclusión de que las leyes
tienen tan sólo un carácter convencional. Desde entonces la ciencia no ha
dejado de abandonar la concepción racionalista que las justificaba. Imagino la
incredulidad de Descartes si pudiera leer, como nosotros, los (des-)propósitos
de Bertrand Russell:
"las matemáticas
pueden ser definidas como aquel tema en el cual ni sabemos nunca lo que decimos
ni si lo que decimos es verdadero"[23].
Reacción a
todas luces excesiva ante la exagerada geometrización que dio origen al
concepto "leyes de la naturaleza". El golpe de gracia a la visión
moderna de la ciencia parece que lo está proporcionando la teoría cuántica y
el indeterminismo de Heisemberg.
Tanto preocupa la nueva orientación que
parece estar tomando la ciencia que se multiplican los simposios y los libros
dedicados a temas relacionados con lo que venimos exponiendo. El azar ha sido
objeto de nuevos estudios, ya sea en sí mismo, ya en relación con una
determinada teoría científica[24], así como el valor del
determinismo en la ciencia. No hay duda, estamos ante una crisis provocada por
la caída de la metafísica racionalista y su concepto determinista de las leyes
de la naturaleza.
V.-
CONCLUSION
Para los que gustamos leer los textos
tradicionales de la filosofía, especialmente los de Aristóteles y de santo
Tomás de Aquino, el desmoronamiento del racionalismo determinista no nos
conmueve. Lo que nos importa es la pérdida de la confianza en la ciencia que le
ha seguido y, peor aun, en la filosofía; en una palabra, en la cultura
occidental. El escepticismo es siempre una enfermedad que paraliza la razón
y, por lo mismo, jamás produce buenos frutos. Como tan bien lo demostrara Gilson,
cada vez que los hombres comprenden que han entrado en un camino equivocado,
caen en él hasta que un nuevo pensador hace renacer la confianza en la
inteligencia e inicia un nuevo ciclo filosófico[25].
La convicción de que no hay tales
"leyes de la naturaleza" o de que éstas son poquísimas y, a lo más,
tienen un mero carácter negativo[26], no ha de afectar a las
convicciones metafísicas que nada tienen que ver con ellas. En particular no
hay que confundir la noción de causa y el principio de causalidad, cuya verdad
es evidente por sí misma, con esas concepciones producto del racionalismo
matematizante del siglo XVII.
Porque es bastante común escuchar ahora
que el determinismo puede definirse con una proposición como la siguiente:
"iguales causas producen iguales efectos"[27]. Dicha caracterización
podría convenir al determinismo antiguo - aristotélico o, mejor aún, estoico
-, pero no al actual. Los antiguos
griegos creían que la serie de las causas - "rationes necessariae" en
el lenguaje estoico - producía las constantes que fácilmente observaban,
como las estaciones anuales, e, incluso, el gran año. Este determinismo es
reproducido en la edad media por un Averroes, por ejemplo. En Aristóteles, a
pesar de lo dicho, queda un lugar, aunque mínimo, a la contingencia.
A partir de Bacon, Galileo y Descartes
asistimos al obscurecimiento y posterior desaparición de la noción de causa con
lo que no podemos definir de tal manera al determinismo moderno. Ya no estamos
ante causas necesarias sino ante leyes provistas de necesidad meramente formal
como ya hemos explicado. Newton tuvo clara conciencia de este hecho y, por
ello, distinguió rigurosamente ley de causa[28].
Los científicos actuales están
conscientes de que, en todo ello, la ciencia ha hecho trampa. Galileo, por
ejemplo, no considera lo que individualiza - y hace real - su experimento para
conservar tan sólo lo que es expresable matemáticamente: es decir, el
movimiento y la extensión; lo que lo llevó a la distinción de cualidades
primarias y secundarias con la consiguiente negación de la realidad objetiva de
estas últimas. En otras palabras: sus experimentos son sencillos y aislados;
lo que los hace irreales, pues tales condiciones no se hallan en la naturaleza.
La más consciente de las ciencias
actuales - si se puede hablar así - de la equivocación primordial de la ciencia
moderna es la biología donde el individuo es tan notorio. Como lo es por ser
distinto, no es posible hallar las famosas "causas iguales", ni
tampoco las "leyes" de los modernos. De hecho, en el mismo siglo
XVII, fueron los biólogos los que resistieron al mecanicismo y al determinismo
triunfantes.
Recordemos que hay cuatro tipos de
causas, pero que sólo existen los individuos. Por lo que, si bien cada causa
actúa específicamente de la misma manera, su individualización real implica
diferencias notorias en la realidad. Por ello santo Tomás suele usar la
expresión "in pluribus" que podríamos traducir (lo que ocurre)
"la mayoría de las veces". Porque, en la realidad, la causa individual
puede fallar y obtener un resultado completamente opuesto a lo que pretendía o
no obtener resultado alguno. Por aquí es fácil comprender que todo, en la
realidad, es contingente. Lo que no niega la existencia de las causas sino que
alude a las diferencias y fallas individuales necesariamente presentes en
ellas. De modo que el sueño de Laplace no es comprensible en la filosofía
tomista. La contingencia que afecta a las causas reales impide que, conocido un
instante del universo baste para conocerlo desde su origen hasta su fin. Este
pensamiento es comprensible en el determinismo moderno, pero no en la filosofía
tradicional porque está enteramente apoyado en la concepción de las
"inmutables leyes de la naturaleza", las que no son afectadas por los
seres reales.
La caída del determinismo y de la
concepción basada en las leyes, que parece estar a punto de consumarse en la
ciencia actual, no debe sorprendernos ni convertirnos en los últimos defensores
de tal sistema olvidando el grave daño que hizo a la metafísica y al
cristianismo. Es perfectamente claro que no debe afectar a la metafísica
tradicional y, sobre todo, a la doctrina de la causalidad. Tampoco tiene
relación alguna con la libertad humana. Esperamos, pues, tranquilos la nueva
visión del mundo -que pronto dejará su lugar a otra - y mantenemos nuestra
metafísica independiente de toda hipótesis científica. Lo que, por cierto no
significa que no nos interesen las ciencias de la naturaleza. Muy por el
contrario, nuestra atención debe dirigirse a ellas pero debe procurar
distinguir cuidadosamente el hecho demostrado de la mera hipótesis. Sobre el
primero es legítimo fundar una metafísica, sobre la segunda, no. Justamente, la
concepción que hoy parece estar siendo abandonada, no se basaba tanto en los
hechos cuanto en una interpretación de los mismos, fundada, a su vez, en
conceptos filosóficos, o mejor aún, en tesis metafísicas falsas. De su
desaparición la verdadera metafísica, la tradicional, no puede recibir daño
alguno sino, más bien, saldrá fortalecida y depurada.
JUAN CARLOS OSSANDON VALDES
LAS LEYES DE LA
NATURALEZA
Parece aceptado por todos los tomistas
el concepto moderno de leyes de la naturaleza. Mas la expresión no se halla en
los textos del Aquinate ni tampoco el concepto. De hecho, las leyes que hoy
explican el orden planetario solar reemplazan a las Virtudes angélicas, que
según santo Tomás, tenían esa función.
Por desgracia este concepto responde a
la concepción mecanicista y matematizante de la física, heredada de los neoplatónicos
e impuesta en los tiempos modernos por Descartes y Newton. Consecuencias de
esta concepción han sido el materialismo, el ateísmo y el desprestigio del
cristianismo.
La ciencia moderna inició, en el pasado
siglo un movimiento emancipador. Ya casi nadie cree en ellas a nivel de física
y, en el mejor de los casos, se les reconoce un valor de promedio estadístico.
A los tomistas tal "revolución" científica no debe sorprendernos, y,
lo peor que podríamos hacer es, siguiendo el ejemplo de nuestros antepasados
del s. XVII aferrarnos a una formulación científica obsoleta.
CURRICULUM
VITAE
Profesor de Filosofía, Universidad
Católica de Chile. Licenciado y Doctor en Filosofía y Letras, Universidad
Complutense de Madrid. Se ha desempeñado como profesor en la Catholic University
of Puerto Rico (1967-72), en la Universidad Católica de Chile y en la
Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, Santiago, Chile.
Actualmente trabaja en la Universidad Católica de Valparaíso, en la Universidad
Adolfo Ibáñez, ambas en Valparaíso y en la Universidad Gabriela Mistral,
Santiago, Chile.
Ha publicado: "Aprendiendo a
pensar" (U.M.C.E. 1987) y
varios
libros en colaboración con otros autores. Colabora habitualmente en revistas
de Filosofía y de cultura general.
[5] "Hoc
autem quod dictum est de animatione caeli, non diximus quasi asserendo secundum
fidei doctrinam, ad quam nihil pertinet sive sic
sive aliter dicatur. Unde Augustinus, in libro Enchiridion dicit: nec
illum quidem certo habeo, utrum ad eandem societatem, scil. angelorum, pertineant
sol et luna et cuncta sidera: quamvis nonnullis lucide esse corpora, non cum
sensu vel intelligentia videantur". Si la frase en negrita (destacada por
mí) hubiese sido mejor comprendida, no habría habido juicio a Galileo.
[11] Basado en esta
importante tesis lógica, san Roberto Cardenal Bellarmino procuró, en vano,
convencer a Galileo de que debía presentar sus ideas heliocéntricas como meras
hipótesis. Si bien la ciencia daría, mucho después, razón, en parte, a Galileo,
desde el punto de vista lógico, Belarmino ganó la discusión. El pobre Galileo
intentó demostrar su tesis en base a ... ¡las mareas! Naturalmente, no logró
convencer a nadie. Cfr. Crombie o.c. vol. 2, págs. 188-192.
[18] Génesis del
ateísmo contemporáneo. en "El ateísmo contemporáneo" VV.AA. Ed.
Cristiandad. Madrid. En particular, pág. 41.; si bien todo el artículo debe ser
leído. Cfr. así mismo, el fracaso del cogito, pág. 64. Garrigou Lagrange O.P.
es del mismo parecer: "La filosofía moderna y la sociedad moderna, en su
escuela, han perdido la noción de Dios". "El sentido común".
Trad. O. N. Derisi. Ed. Palabra. Madrid. 1980 págs. 183-4.
[24] Así el premio
Nobel Jacques Monod ha creído poder justificar la teoría de la evolución
biológica en base al azar ("el azar y la necesidad") siendo refutado
por G. Salet ("Azar y certeza"). También se ha pronunciado, entre
otros, F. Hoyle ("El universo inteligente") negando toda posibilidad
de originar la vida en virtud del azar. La fundación Dalí reunió a notables
científicos europeos para hacer un verdadero "Proceso al azar"
(Tusquets ed. Barcelona 1986).
Comentario sobre la cuestión:
ResponderEliminarRespecto al análisis del profesor Ossandón en cuanto a su negación sobre el concepto de Ley de La Naturaleza debo decir lo siguiente, a saber :
Es importante precisar más en detalle qué se entiende por ley, concepto utilizado desde la antigüedad en el ámbito de la moral y el derecho.
Si entendemos por ley una norma que rige o gobierna los cuerpos, tal como nos lo presenta la física por ejemplo, tendremos que analizar si es posible que dicha norma se aplique de modo universal a los cuerpos.
¿Existe la universalidad de la norma que regula los cuerpos?, vayamos a la realidad a fin de constatar tal situación. Situémonos en el peso de los cuerpos, veamos el caso del elefante, supuestamente por lo que conocemos por los datos que nos llegan de los astronautas y las imágenes televisivas del espacio un elefante que estuviera en la superficie de la luna podría flotar o dar saltos sin un mayor esfuerzo.
En la tierra dicho elefante apenas se movería. ¿Cuál es la explicación desde el punto de vista de la filosofía escolástica ?. Si la esencia del ente elefante es la misma, qué hace que cambie su peso en el espacio. Respuesta, el cambio de los accidentes, las propiedades accidentales del elefantes cambiaron de la tierra hacia el espacio. Pero si eso es así. ¿Qué hizo que esas propiedades cambiaran?. Respuesta, otras causas accidentales que interactuaron con el ente elefante otorgándole liviandad y no pesadez como ocurre en el caso de la tierra.
Por consiguiente, desde este punto de vista existe una cadena causal que opera de un modo en la tierra y de otro modo en el espacio, sin que por ello, puedan haber normas generales que gobiernen universalmente los cuerpos, de allí, su diferencia empírica en el espacio exterior respecto a la atmósfera terrestre.
Que diría la ciencia moderna, a saber :
La ley de gravedad que ejerce la tierra sobre los objetos incluyendo la atmósfera terrestre hace que los objetos de mayor masa sean arrastrados con mayor fuerza hacia la superficie que aquellos con menor masa como sería el caso de una pluma.
Todo esto en virtud del campo magnético de la tierra que es producido por la fusión del núcleo que permanece al interior en el centro de la misma más allá del magma y que genera un calor superior a los 10.000 grados celcius según piensan algunos, en esto , no hay concenso.
¿Cuál será la verdad del problema?. ¿Existen las leyes universales de los cuerpos físicos? o ¿existen relaciones causales, causas, efectos, accidentes y sustancias?.
¿El universo es isotrópico o no lo es ?. Si no lo es, desaparece la física teórica. Si lo es , es posible medir con instrumentos todos los fenómenos que se puedan visualizar por medio de telescópicos ultra sofisticados.
¿Nos encontramos en una aporía entre esencias y leyes universales?. Ya que ambas no podrían dar cuenta de la totalidad de la realidad física y de los fenómenos que ocurren en el espacio sideral.
En mi opinión, al menos , en los fenómenos terrestres- de los espaciales paso- existen patrones de conductas de los objetos. Entendiendo que cada objeto tiene una realidad entitativa distinta, no absolutamente distinta, lo que hace que comparta ciertas similitudes con los demás objetos o entes, para lo cual se pueden aplicar causas o efectos generales encontrándose efectos generales no absolutamente iguales pero sí relativamente.
Si no existiera esa relativa similitud el mundo no podría ser conocido ni dominado por el hombre. A sabiendas, que es muchísimo más lo que no conocemos de la realidad, que aquello que conocemos de la misma.