ESTERILIDAD FILOSÓFICA
DEL CRISTIANISMO
STATUS QUAESTIONIS
Hace ya casi un siglo, Emile Bréhier lanzó una grave
acusación:
“Esperamos, pues, mostrar, en
este capítulo y los siguientes, que el desarrollo del pensamiento filosófico no
ha sido profundamente influido por el advenimiento del cristianismo, y, para
resumir nuestro pensamiento en una palabra, que no hay filosofía cristiana”[1].
En otro lugar insistió en la misma idea, pero añadía un
nuevo juicio que precisó enormemente su pensamiento: la contribución del
cristianismo a la filosofía era tan escasa como lo había sido en física o
matemáticas. Una manera elegante de sostener que había sido nula.
Queda claro, pues, que el famoso historiador de la
filosofía griega clásica sostenía dos tesis muy diferentes:
·
Negaba la existencia de una
filosofía que pudiese llamarse cristiana
·
Afirmaba la esterilidad filosófica
de la Revelación.
Los escolásticos solían afirmar: in distintione salus. Por desgracia, en este caso, tendríamos que
hacer tantas que no acabaríamos nunca. Consignemos, tan sólo, que estas
afirmaciones dieron origen a una polémica que duró muchos años en torno a la posible
existencia de una filosofía que mereciera tal nombre. Mas hoy no nos ocuparemos
de este aspecto de la cuestión, sino de la segunda tesis que, nos parece, es algo
previo y mucho más radical. ¿Ha influido realmente la Revelación bíblica en la
filosofía? Tan sólo después de responder afirmativamente a esta pregunta se
puede pasar a la siguiente: si hay o no una filosofía que pueda llamarse
cristiana.
Es notable que el historiador francés haya comparado la
posible influencia de la Revelación en la filosofía con la que habría tenido en
física o en matemáticas. La razón de nuestro asombro es fácil de comprender.
Porque, si bien es cierto, tanto la primera como estas últimas son ciencias
naturales, por lo que son totalmente ajenas a la Revelación, lo que hace
irrelevante la acusación; sin embargo, es muy diferente la relación que guardan
unas y otras con ésta.
El cristianismo no es una ciencia, que duda cabe; tampoco
es una religión. Esta segunda afirmación merece una explicación.
El corazón de la Revelación radica en una noticia
sorprendente: Dios quiere adoptar el hombre como hijo suyo y hacerlo participar
de su felicidad, de su “vida familiar”. Lo hizo con nuestros primeros padres,
los que rechazaron la invitación y prefirieron desarrollar su propia naturaleza
con independencia de su Creador. Este rechazo es llamado hoy “pecado original”.
Pero Dios nos da una segunda oportunidad. Para lo cual forjó una alianza con
Israel, para que éste recibiera al “Ungido” que lo liberaría de sus opresores.
Por desgracia, Israel entendió de modo político temporal
esta liberación. El Ungido nos aclaró que, por el contrario, se trataba de una
liberación espiritual, de una Redención en sentido estricto. Porque, a pesar de
haber quedado reducidos a la condición de esclavos de Satanás, nos abría las
puertas para recuperar la adopción ofrecida a Adán y Eva.
Como puede verse, todo esto nada tiene que ver con ciencia
alguna de las que el hombre, en su sed de saber, puede desarrollar. Se trata de
una nueva vida, de carácter sobrenatural, que eleva nuestra esencia a una
categoría óntica que la sobrepasa completamente. Debemos, pues, cambiar nuestra
definición. De ser meros animales racionales, como lo éramos antes de la Redención,
pasamos a ser animales racionales hijos de Dios, o, si se prefiere,
“cristificados”. Sí, porque así lo dijo el Ungido, el Mesías o Cristo, como se
dice en hebreo y en griego, y nos lo explica abundantemente san Pablo.
Todo el mundo, sin embargo, habla de la religión cristiana
y así se la enumera entre las religiones del mundo. Esto se debe a que la
invitación es hecha a las inteligencias y, como todo pacto, implica una serie
de obligaciones. Es obvio que los hijos de Dios no pueden vivir como los demás
mortales. Entre estas obligaciones, la primera de todas consiste en tributar al
Padre el culto que Él quiere que se le tribute. De ahí que, todo el que acepte
la invitación ha de rendir este culto a Dios, con lo que se establece una nueva
religión creada directamente por Dios mismo. Ya no se trata del esfuerzo que
hace el hombre por comunicarse con Dios, sino del de Dios por comunicarse con
los hombres.
En consecuencia, no se ve qué influencia pueda tener esta
nueva creación en las ciencias de la naturaleza; siempre y cuando pensemos en
una influencia formal. Porque, como muy bien han notado diversos historiadores,
la civilización formada por los que aceptaron la invitación ha creado un clima
que ha hecho posible un desenvolvimiento de las diversas ciencias como no se había
visto en ninguna otra civilización[2].
En efecto, desde que la Revelación nos enseña que Dios al
crear a nuestros primeros Padres los constituyó reyes de la creación y les
ordenó que ejercieran su condición de tales, los cristianos no han cesado de
investigar este mundo y someterlo a su arbitrio. Tal actitud no es posible en
civilizaciones que divinizan las fuerzas naturales, a los animales y las
plantas. Buen ejemplo tenemos en la India donde los animales sagrados han conformado
plagas permanentes, destruyendo sembrados y cultivos.
Cerremos este paréntesis y volvamos a nuestro tema.
Decíamos que es muy diferente la relación que podría darse
entre las matemáticas y la física con la Revelación de la que cabe esperar de
la filosofía con ésta. La razón de nuestro aserto radica en la coincidencia
material entre estas últimas. Ciertamente, ni las matemáticas y ni la física,
ni ciencia alguna particular, tiene por objeto el estudio de la causa primera
de la realidad. En cambio, sí lo tiene la filosofía. Dado que la Revelación la
realiza esa Causa Primera, resulta sorprendente que no haya influencia alguna
entre ésta y la filosofía. Con esta palabra me refiero al objeto material de
una y otra, por cierto. Algo parecido podemos decir a propósito de la moral que
nada tiene que ver con las ciencias naturales y que está tan ligada a la
filosofía. Muchas religiones se limitan casi exclusivamente a lo cultual,
prescindiendo de lo moral. La Revelación, en cambio, concede una importancia
enorme a este aspecto. En su corazón está la revelación del destino eterno del
hombre que puede ser trágico como feliz. De nuestra libertad depende, con lo
que la Revelación lleva una carga moral inmensa que, como veremos, la
transforma completamente.
Como el material a exponer es amplísimo[3],
y Bréhier se digna citar a san Agustín y a santo Tomás, para negar que sus
síntesis hayan agregado algo relevante al acerbo filosófico tradicional, me
limitaré preferentemente a estos pensadores. Por otra parte, concentraré mi
atención en una sola noción: la de creación; una de las que mejor desarrollaron
los teólogos mencionados. Porque es admitido por todos, en la actualidad, que
en ningún pueblo conocido por nosotros aparece tal concepto. La Revelación, en
cambio, se inicia con estas palabras: “Al
principio creó Dios el cielo y la tierra”.
Los exegetas piensan que el concepto técnico, “creación”,
es muy posterior a lo que podía comprender el autor de este relato, el que
proviene, según parece, de la prehistoria. Sin embargo, podemos sostener que tal
noción está implícita. Porque afirma abiertamente que hay un autor, Dios, que
va a hacer todo cuanto existe en el universo. Luego, antes de este acto, nada
había fuera de Dios. Era cosa de reflexionar sobre el texto para que el
concepto, implícito en la antiquísima Revelación, saliera a luz. Así sucedió,
en efecto. La noción explícitamente desarrollada la hallamos en boca de una
campesina:
“Ruegote, hijo mío, que mires
al cielo y a la tierra, y a todas las cosas que en ellos se contienen; y que
entiendas bien que Dios las ha creado todas de la nada, como igualmente al
linaje humano” (2 Mac. 7,28).
Parece, pues, que las enseñanzas catequéticas en Israel la habían
explicado hacía ya mucho tiempo. Otro tanto harán los cristianos desde el
primer siglo. Mas ahora nos interesa cómo este concepto ha significado un
vuelco espectacular en la filosofía primera, fuente de toda la filosofía,
gracias, sobretodo, a los pensadores a los que aludía el historiador francés.
Antes de entrar en materia, observemos que la ceguera de
Brehier es sorprendente. Porque la religión revelada trae una novedad: le es
inseparable una moral muy desarrollada. Todos conocemos los esfuerzos que
dedicaron al tema moral los mayores filósofos de la antigüedad, hasta el
extremo de que algunas escuelas han sobresalido por ello y las llamamos
escuelas morales. Buen ejemplo nos dan Epicuro y Zenón. Ahora bien, es claro
que el mundo moral cambia completamente con el advenimiento de la Revelación.
Aparece la noción de pecado, como ofensa personal hecha al mismo Dios, en vez
de ser un mero error, ignorancia o algo por el estilo. Esta noción cambió para
siempre el ámbito de la moralidad. Otro tanto podría decirse de la noción de
deber que se enriquece enormemente al presentarse como nuestra respuesta a
nuestro Padre eterno. Se establece, pues, una relación personal entre creatura
y Creador, desconocida fuera del ámbito de la Revelación. No es necesario
entrar en detalles; pero es bueno recordar que aparecen virtudes desconocidas
fuera de ella, como la de humildad, la supremacía de la virginidad sobre el
matrimonio, la necesidad de perdonar las ofensas, de amar a nuestros enemigos y
tantas otras.
El sentido mismo de la vida, su fin último, su soberano
bien, se comprende gracias a la Revelación de un modo insospechado antes de
ella. Bajo su luz, la moral adquiere una dimensión nueva y logra un
esclarecimiento que estaba fuera del alcance de los antiguos. Al fin y al cabo,
la moralidad aparecía entre los griegos como un lujo de pocos, del que estaban
excluidos los bárbaros, esclavos y mujeres. Gracias a la Revelación, se aprende
que la moralidad es la misma para todos y culmina en una vida bienaventurada
eterna.
Tan grande es el fracaso de las morales anteriores, que
suelen terminar aconsejando el suicidio cuando los tormentos de esta vida son
insufribles. ¿Cuán grande es la
felicidad del sabio que termina suicidándose? Es tan común que este consejo sea
llevado a la práctica, que el suicidio solía ser llamado “muerte filosófica” en
aquellos lejanos tiempos[4].
San Agustín muestra cuán ridícula viene a ser la supuesta sabiduría pagana al
llegar a este extremo[5];
el cristiano, en cambio, en medio de las peores tribulaciones, es feliz en la
esperanza, como enseña san Pablo[6].
Obviamente, esta nueva visión moral debía traducirse en una
nueva civilización. Ésta se inicia en el s. IV con la aparición de emperadores
católicos. En este siglo, toda una legislación novedosa cambia el modo de vivir
en Roma. Se prohíbe a los amos torturar a los esclavos y se facilita
enormemente su emancipación; se prohíbe marcar con hierro la frente de los
condenados a trabajos en las minas; los prisioneros son puestos bajo la
protección de sacerdotes y se elimina la tortura; desaparecen los combates
entre gladiadores, finaliza la exposición de los infantes y un largo etc., pues
sería difícil terminar con la enumeración[7].
¿Para qué hablar sobre todas las manifestaciones artísticas
que se han originado en la fe? Mas cerremos este nuevo paréntesis y regresemos
a la filosofía propiamente dicha.
Si nos ponemos muy estrictos, podemos decir que, después de
la filosofía griega clásica, ninguna nueva filosofía ha aparecido en el mundo.
Lo cual la declararía cerrada a partir del siglo cuarto anterior a nuestra era.
Creo, empero, que es difícil que alguien acepte tal juicio. Si bien puede
decirse que todos los pensadores pueden ser considerados discípulos de Platón o
de Aristóteles, no es posible negar que son muchas las aportaciones, correcciones
y desarrollos que aquéllos hubiesen sido incapaces de sospechar. Nadie puede
sostener que las escuelas morales del siglo siguiente se han limitado a repetir
a los grandes clásicos. Si bien les deben mucho, hay aportaciones que
enriquecen notablemente el bagaje heredado.
Volvemos a manifestar nuestra sorpresa al recordar que
Brehier es uno de los que reintroduce la figura de Plotino, olvidada por
siglos. Digo esto porque este pensador platónico enriquece de manera sorprende
la filosofía del maestro. Su humildad le jugó una mala pasada. Hoy se lo llama
neo-platónico y nadie habla de una filosofía plotiniana, lo que, a mi juicio,
sería mucho más exacto. En efecto, nada hay en el antiguo ateniense semejante a
la emanación de las hipóstasis plotinianas, doctrina que cambia absolutamente
la visión del universo.
Si se me acepta esta tesis, cabe preguntarse. ¿De dónde
sacó Plotino un esquema tan novedoso? La respuesta puede resultarnos
desconcertante: De Moisés. No estoy sugiriendo que Plotino haya leído al
legislador de Israel. No. Me limito a recordar que este autor pagano del siglo
tercero de nuestra era nació en Alejandría, ciudad en la que ejerció la
docencia el judío Filón, un contemporáneo de Jesús de Nazaret. Éste sí que
había leído a Moisés. Hasta es posible que haya sido el autor de la peregrina
hipótesis del “robo de los filósofos”[8],
que llega, al menos hasta san Agustín, quien no la acepta. Él fue quien
incorporó el mundo de las ideas platónicas a la sabiduría divina (Lógos),
considerada como un ente inferior a Yahvé, verdadero Creador del mundo. Aquí
está la inspiración de Plotino, a menos que se demuestre lo contrario[9].
La síntesis de todo el saber antiguo, al que se incorporaba
esta visión inspirada por Filón de Alejandría, fue tan convincente, que logró la
adhesión de todo el Imperio. Ya casi no quedarán otras filosofías, como bien
atestigua san Agustín[10];
todos se han convertido en platónicos. En consecuencia, el autor que tanto
admira E. Brehier, depende, como todos, por lo demás, a partir al menos del
judío alejandrino, de la Revelación bíblica. Es muy probable que esta
dependencia de Filón no sea directa, a pesar de la cercanía histórica, sino a
través de ese platonismo medio y del neopitagorismo, como los llamamos ahora,
cuyo principal centro de cultivo fue Alejandría. Son numerosos los autores de
los siglos primero y segundo de nuestra era que preparan el advenimiento del
neoplatonismo. Habría que conocer mejor a Gayo, Albino, Apuleyo, Plutarco, Ático,
y al maestro directo de Plotino, Ammonio Sakkas el iniciador de la escuela en
la que estudió aquél. Es importante agregar que muchos historiadores creen que
Ammonio Sakkas era un cristiano apóstata[11].
De ser exacta esta apreciación, la dependencia de Plotino del cristianismo deja
de ser una mera hipótesis. Por lo demás, hoy está claro que varias de sus
famosas Ennéadas las escribió para combatir al cristianismo gnóstico, el único,
al parecer, que conoció[12].
Mas, sea de esto lo que fuere, conviene que entremos ya en
materia.
LA NOCIÓN DE CREACIÓN
Lo que realmente nos interesa no es estudiar esta noción
con detención, sino, tan solo, esbozar el concepto, tal como lo han
desarrollado san Agustín y santo Tomás, para mostrar cómo ha cambiado por
completo la filosofía, afectando prácticamente a la totalidad de lo que
estudia. Tesis tan drástica merece, por supuesto, un tratamiento mucho más
detallado del que podemos exponer aquí. A pesar de lo cual, espero que sea tan
evidente su verdad, que basten algunas reflexiones para que advirtamos su peso.
Como es obvio, la palabra creación es usada en muchos
sentidos, algunos bastante impropios, como cuando se aplica a los nombramientos
de personas elevadas a eminentes dignidades: fue creado cardenal. Nos
limitaremos, pues, al concepto metafísico.
Como ya vimos en la cita del libro de los Macabeos, la
noción está ya elaborada, en lo sustancial, e incorporada a la sabiduría
popular, al menos un par de siglos antes de nuestra era. Hablamos de un Creador
del mundo que lo ha sacado de la nada. Agreguemos que lo hace con una facilidad
inaudita, le basta con su palabra para que el universo aparezca: Y dijo Dios: “Haya luz”, y hubo luz”[13].
Estamos ante una acción productiva, una causa eficiente,
que produce algo a partir de nada; por lo tanto, lo produce enteramente, sin
ayuda de ningún tipo. No hay, pues, una causa material implicada, como en el
caso de la creación humana. Y lo más propio de esta producción total, es el
hecho de otorgar la existencia. Por eso Dios crea entes concretos, reales. Ni
la materia ni la forma se dice que son propiamente creadas, sino co-creadas
junto al sujeto que las implica en su entidad. Por lo mismo, en la creación no
hay movimiento alguno, ya que no hay sujeto que pase de la potencia al acto, sino
simple mutación metafísica. Ni hay esfuerzo alguno, ya que nada puede ofrecer
resistencia al Creador. Tampoco hay tiempo, por la misma razón. La creación es
instantánea, si bien sus efectos se prolongan en el tiempo; pero, en este
sentido, se habla de conservación. Aunque la palabra ha variado, la realidad ha
permanecido. Por lo cual, lo creado se mantiene siempre en total dependencia
del Creador, pues si cesara su influyo causal, desaparecería por completo.
Esta sencilla enumeración basta, creo yo, para pasar a lo
que realmente nos interesa: semejante noción ha cambiado por completo a la
filosofía. Veámoslo en algunos ejemplos.
GNOSEOLOGÍA
El escepticismo es incompatible con el cristianismo. También
lo son el racionalismo y su hijo natural el idealismo. Es verdad que todos los
filósofos idealistas son cristianos, incluso hasta hay un obispo entre ellos.
¿En qué nos basamos para sostener tan radical tesis? En que
la noción de creación los excluye.
El mismo hecho de la Revelación entra en pugna con el
escepticismo. A quien no conoce la realidad, nada se le puede revelar. Porque
la Revelación se sirve de seres humanos, de su voz y de sus libros, en cuanto
se inventa la escritura, y de su capacidad de conocer. Todo lo cual implica que
el conocimiento es posible. Además exige que aceptemos un cierto número de
verdades. Algunas de ellas son simples hechos reales que pueden ser conservados
por la memoria histórica de la humanidad, como la huída de Egipto y la muerte
en la cruz del Redentor. Otras son verdades metafísicas, como la existencia de
un único Dios Creador y la inmortalidad del alma humana. Otras en fin,
profundos misterios que la razón no alcanza a comprender, como el de la Sma.
Trinidad o el de la encarnación de su Verbo. Todas estas verdades han de ser
aceptadas como tales por los seres humanos. Para la cual tienen que estar
provistos de una inteligencia capaz de alcanzar verdades. Peor aún, su eterna
salvación depende, en primer lugar, de esa aceptación intelectual. Por lo
tanto, todo hombre es capaz de conocer verdades y someter su inteligencia a
ellas. En consecuencia, debe evitar el error. A estas actitudes, las Escrituras
las simbolizan con la oposición entre la luz y las tinieblas: quien las acepta,
vive en la luz; el que no, en las tinieblas. Todo lo cual es incompatible con
la actitud escéptica que se niega, por principio, a aceptar verdad alguna, y,
mucho menos, a que su tesis sea un vivir en la tinieblas. Esta sencilla
reflexión deja fuera, además, al relativismo, tan de modo en la actualidad, que
no es más que una forma edulcorada de escepticismo.
Sabemos demás que el racionalismo es el padre del idealismo
absoluto. Esos polvos nos trajeron estos lodos, reza al adagio. En la actitud
racionalista, el filósofo desconfía de la experiencia sensible de tal modo que
limita todo conocimiento seguro al racional, a las ideas. Pero los sentidos son
co-creados por Dios mismo y con una misión bien precisa: darnos a conocer el
mundo real. Despreciarlos implica una injuria al Creador. Es más, la Revelación
misma nos llega por su intermedio. Hemos de oír al predicador y confiar
absolutamente a lo que los oídos nos transmiten[14];
hemos de leer el libro y confiar absolutamente en lo que los ojos nos dan a
conocer. Los mismos milagros con los que Jesús testifica la veracidad de su
doctrina, porque nadie puede hacer lo que
tú haces si no está Dios con Él[15],
son conocidos por el trabajo de nuestros sentidos. Suponer, como finge
Descartes, la existencia de un geniecillo maligno, haría imposible recibir la
Revelación.
Para los idealistas, que llevan al racionalismo a su última
consecuencia, el ser depende del conocer. Si referimos ese conocer al divino
exclusivamente, nada habría que objetar. La noción de creación implica que Dios
es un ente personal, libre, que crea porque quiere crear. No olvidemos que la
primera expresión de la doctrina afirma que Dios hace uso de la palabra al crear.
Pero una palabra se limita a proferir lo que ha sido pensado y se quiere
expresar. Está implícita, pues, la presencia de la inteligencia divina en el
acto Creador.
Mas los idealistas han divinizado al hombre, aunque no se
hayan enterado de su osadía. El hombre no es Creador, es creatura. Cada uno ha
sido nombrado por Dios y ha comenzado a existir. Observemos que lo mismo ha
hecho Dios con todo el resto de las creaturas; incluso, éstas fueron creadas
antes que él. Reducir el ser de las creaturas a que sean pensadas por el hombre
entra en conflicto con la Revelación bíblica.
Además, la inteligencia se presenta a sí misma como
conocedora del mundo, el que se le impone de modo necesario. Quien no lo tenga
en cuenta suficientemente pagará las consecuencias. Pero la inteligencia es tan
solo una facultad del hombre. En consecuencia, es obra de Dios: el Creador nos
ha hecho inteligentes. ¿Una inteligencia de mentirijillas nos ha dado Dios, incapaz
de darnos a conocer al mundo? Quien tal cosa sostenga, se mofa de Dios. Rebajar
la capacidad de la inteligencia, como lo hacen los idealistas, insulta al Creador.
La acción Creadora es una acción transeúnte, que termina en el ente creado; no
una acción inmanente que terminaría en el mismo Creador[16].
En ese caso, no habría creación.
Por otra parte, el texto bíblico narra que Dios entregó a
Adán todas las creaturas para que le sirvieran de alimento y él las dominara[17].
Para ello es preciso que éstas existan con independencia del hombre. Por
supuesto que estos textos no enseñan filosofía; suponen, sin embargo, esa
actitud que hoy denominamos realismo. Si el hombre se limitara, como quieren
los racionalistas, a conocer ideas, ¿qué sentido tendría semejante relato?
LA METAFÍSICA
La ciencia del ser en cuanto ser, fundada por el
Estagirita, será completamente modificada por la noción de creación.
En efecto, el ser se dice de muchas maneras y la mayoría de
los metafísicos subraya su aspecto esencial. Pero la creación consiste, como ya
vimos, en otorgar la existencia. De este modo, este misterioso acto pasa a
tener la primacía en esa antigua ciencia. Lo más profundo de todo ente, en
consecuencia, es su acto existencial, desplazando a la forma que, de ser considerada
el acto del ente, queda reducida a ser potencia ante el acto existencial. Lo
que existe propiamente es el sujeto sustancial, un ente, único del que puede
decirse con toda propiedad que existe, que es. Todo lo demás existe por la
existencia que aquél le da. De este modo, todo ente es concebido de una manera
radicalmente diferente: ya no es una esencia que existe, sino que es un acto de
existir parcial, una existencia limitada. ¿Limitada por qué? Por una potencia,
la esencia. Esta nueva visión proviene de la comprensión más profunda del
concepto de creación debida a los santos que estamos estudiando. Al comprender
así la realidad, surge un nuevo concepto, el de contingencia, que iluminará
muchísimos problemas perfectamente oscuros, si es que llegaban a ser planteados,
de la filosofía clásica.
La misma noción de causa eficiente queda enriquecida en
esta nueva concepción. Porque, si bien la experiencia tan solo nos muestra
nuevas ordenaciones, “sacadas de la potencia de la materia”, como sostenía Aristóteles,
comprendemos ahora que la verdadera causa eficiente es la que concede el acto
existencial al nuevo ente. Es obvio que tal donación escapa a la experiencia
sensorial, pero es exigida por la nueva concepción del ser. De aquí surgirá un
concepto enteramente nuevo: el de causa
primera. Distinguirla de la segunda es una novedad propia de la filosofía
cristiana y se lo debe a la reflexión realizada sobre la Revelación. De este
modo, cosa que habría sorprendido sobremanera a los filósofos de la antigüedad,
Dios es la causa primera de todo cuanto existe, incluso de la última cosa hecha
en este día. De ahí que los que nos dedicamos a esta disciplina jamás
aceptaremos que los nuevos catecismos enseñen a los niños que el carpintero
hizo la mesa y Dios hizo el sol. Craso error. La causa primera, tanto de la
mesa como de sol es el mismo Dios, único ente capaz de dar el acto existencial.
Conocemos la causa segunda de la mesa e ignoramos la del sol que, esperamos,
algún día sea conocida. Pero, por favor, ¡no enseñemos a los niños errores metafísicos
en nombre de la teología!
De este modo el
universo entero se transforma, se convierte en un vestigio de Dios. En todo lo
creado se ha de ver una huella del Creador, sin importar que haya sido hecho
recientemente, porque en todo se da ese acto existencial que está brotando
ininterrumpidamente del Creador. Todos los cambios físicos, químicos,
biológicos, se dan en la superficie; en el fondo, brilla la presencia del
Creador.
La noción de divinidad cambia por completo. En la antigüedad
es bastante vaga. Dada la multiplicidad de seres divinos no hace falta más para
comprender nuestra tesis. Tal vez el mejor testigo de lo que afirmamos sea el
mismo Aristóteles que sostiene que todos entienden por dios una cierta causa de
todas las cosas, un cierto principio[18].
El concepto no puede ser más vago desde el momento que este mismo autor nos
llama a distinguir cuatro tipos de causa. En la filosofía cristiana, Dios es la
causa eficiente del existir de todas las cosas. Por lo mismo se lo concibe como
el ipsum esse subsistens, noción a la
que no llegó ningún filósofo anterior a la Revelación. Y no podía llegar por
carecer del concepto de creación. Por lo mismo, todo cristiano ha de pensar a
Dios como el existente por antonomasia; concepción que inspira el famosísimo
argumento ontológico de san Anselmo, argumento que tendrá un éxito inusitado en
la historia del pensamiento moderno, y que, independientemente de si lo
aceptemos o no, nos muestra claramente la fecundidad filosófica de la
Revelación.
Por ser el origen de todo existente, Dios es uno y único;
concepto que se ha impuesto absolutamente en la civilización occidental como si
fuese evidente de suyo. Lo es tan solo en la concepción que brota de la
Revelación. Sin embargo, le costó al pueblo judío comprenderlo. Tal vez quien
primero lo proclama con fuerza sea Isaías, profeta de fines del siglo octavo
anterior a nuestra era, anterior, por lo tanto, a los primeros balbuceos
filosóficos de los griegos. Este profeta sostiene, de parte de Yahvé, pues fuera de Mí no hay otro Dios. Dios justo
y salvador, no hay sino Yo[19].
Semejante certeza tarda mucho en ser reconocida en el Imperio Romano, el
que se mantuvo politeísta hasta su conversión. Por lo mismo, los cristianos
fueron condenados a muerte por desconocer y no dar el verdadero culto a los
numerosos dioses que ellos veneraban. Por eso eran considerados impíos.
En este ámbito, se podrían escribir muchos libros sobre lo
que la metafísica le debe a esta noción; mas con lo poco que hemos dicho basta
para comprender la profundidad de la transformación de esta ciencia gracias a
este nuevo concepto.
ANTROPOLOGÍA
La Revelación de que el hombre ha sido creado a imagen y
semejanza de Dios[20]
ha sido fuente constante de inspiración para sus estudiosos. Ya aludimos a
algunas consecuencias prácticas de tal noción. De ahí la supresión de la
exposición de los niños, de los combates de gladiadores, de la esclavitud, la
estimación de la mujer que deja de ser esclava del varón y un largo etc. Mas
ahora nos abocaremos al aspecto teórico de la cuestión.
¿En qué radicará esa semejanza?
El concepto de espíritu, si bien estaba casi completamente
elaborado en los clásicos, sin embargo, faltaba la palabra. No hay un término
para designar a lo incorpóreo que lo distinga suficientemente de lo corpóreo. Los
sicólogos suelen decir que, cuando falta la palabra, el concepto no ha sido
completamente elaborado. Ni siquiera Aristóteles logra expresar adecuadamente la
noción[21].
Sus múltiples motores inmóviles radican en las esferas celestes, las que, al
parecer, les sirven de cuerpo. Si bien su intelecto agente, en algunos textos,
parece absolutamente espiritual y eterno, el paciente es corruptible y mortal.
Toda su exposición es tan oscura que los comentaristas están lejos de llegar a
un acuerdo. Plotino, finalmente, sostendrá abiertamente que las ideas, como son
definiciones, contienen materia, al menos una materia inteligible; de otro
modo, ¿cómo definirían a los entes corpóreos? Hasta existen ideas de las cosas
particulares[22]. Con todo hay que reconocer que, como la materia es
origen del mal, en el Uno no la hay; tampoco en la inteligencia. Pero hay que
recordar que este autor es contemporáneo de Orígenes No vale la pena referirse
a estoicos y epicúreos, cuyo materialismo es ampliamente reconocido.
El primero que nos explica claramente qué es un espíritu es
un teólogo, naturalmente. Orígenes distingue el espíritu estoico, es decir, el aire, del espíritu bíblico.
Por
no haber comprendido Celso la doctrina sobre el espíritu (…) piensa que (…) en
nada nos diferenciamos de los estoicos. (…)Mas, según nosotros, que nos
esforzamos en demostrar que el alma racional es superior a toda naturaleza
corpórea y substancia invisible e incorpórea, el Dios logos no puede ser cuerpo[23].
Este espíritu es inmortal, por cierto, como claramente lo
atestigua la Revelación. En Platón era eterno, tal como el mundo, y vivía en
compañía de los dioses en el mundo de las ideas. Mas tal mito carecía de toda
prueba por lo que el mismo filósofo las multiplica en un inútil esfuerzo por
convencerse racionalmente de lo que aceptaba poéticamente[24].
Como la Revelación no contiene filosofía, tan solo afirma la inmortalidad; nos
deja a nosotros, filósofos, la tarea de hallar esa esquiva prueba. Hay que
reconocer que, hasta santo Tomás, nadie lo logró. Es que, como lo dice este
eximio pensador, si hay un tema difícil de investigar, es éste[25].
Si hay algo que nos sorprende en la actualidad es la falta
de una doctrina de la libertad personal en toda la literatura clásica. El tema
queda encerrado, las más de las veces, en el aspecto jurídico social de los
hombres libres ante los esclavos. Realidad tanto más sorprendente cuanto no
podemos hoy concebir la ética sin la libertad. Es obvio que hay reflexión ética
en el mundo antiguo, y muy avanzada, especialmente entre los estoicos. Mas, por
su materialismo, su metafísica no deja lugar a la libertad. El problema no deja
de inquietar a los mejores pensadores de la época, especialmente, en la
helenística.
Tal como lo dijimos respecto del espíritu, la noción estaba
prácticamente concebida, faltaba hallar la palabra para afirmarla. Los que
sobresalieron en esta búsqueda fueron los estoicos, escuela dominante entre los
siglos segundo antes de Cristo y tercero de nuestra era. Hasta que fueron reemplazados
por el neo-platonismo. En efecto, hallamos en Crisipo la palabra eclecticón que suele traducirse por selección. El hombre está capacitado
para hacer una selección natural,
pero, tal como ocurre en Platón y Aristóteles, no se designa a una facultad diferente
de la razón para realizarla. J.M. Rist supone que ello se debe a que las
palabras nous y dianoia incluyen el aspecto apetitivo además del racional[26].
Según Cicerón, Epicuro habría introducido el clinamen, esa tenue desviación de los
átomos en su caída, para salvar la libertad[27].
Otro tanto hace Crisipo, nos enseña el gran orador romano, al distinguir las causae principales de las adiuvantes[28].
Estas últimas pueden alterar el resultado final.
A pesar de lo dicho, la voluntad libre, como facultad diferente
de la razón, es un hallazgo romano, posterior a la difusión del cristianismo
por el Imperio. En la base del hallazgo está, ciertamente, la revelación del
pecado original y sus desastrosas consecuencias. Solo en la Biblia encontramos
ese He pecado contra Ti, contra Ti solo
he obrado lo que es desagradable a tus ojos, de modo que se manifieste la
justicia de tu juicio[29].
No se trata ya de una falla sino de una decisión tomada contra la majestad
del Creador de la que se es siempre responsable. Semejante concepto lleva a
plantear un problema absolutamente nuevo del que no hay traza alguna en la
filosofía anterior: ¿cómo conciliar la libertad humana con la presciencia
divina?
Es verdad que en la antigüedad los estoicos se habían
enfrentado a un problema parecido: cómo entender la selección humana en un mundo regido por una necesidad absoluta, por
el encadenamiento riguroso de las causas. Falta, claro está, el Dios personal
cristiano en este planteamiento.
La pregunta que nos hicimos solo puede hacérsela quien
entienda a Dios como creador y providente. Mas no sólo creador, sino creador
inteligente a partir de nada, por lo que todo lo que es y hace el pecador brota
del Creador. Será el teólogo Orígenes quien inicie el análisis de tan
misteriosa cuestión. En una antología conocida como Filocalia, compuesta por san Basilio y san Gregorio Nacianceno,
hallamos la solución que aporta el Alejandrino: la presciencia no es causa de los acontecimientos. Nos explica su
pensamiento con un ejemplo sencillo: no porque un hombre sepa a qué hora ha de
salir el sol, causa su salida.
Es curioso observar que entre los pensadores cristianos se
multiplican los tratados acerca del libre albedrío con preguntas tan novedosas
como las que se hace san Agustín. ¿Por qué Dios nos otorgó el libre albedrío
que sería la causa de nuestra perdición? O esta otra ¿Cuál es la causa del
libre albedrío?[30]
Finalmente, santo Tomás de Aquino hará cuidadosos análisis del acto voluntario
en el que separa claramente los actos de la inteligencia de los de la voluntad
y el orden que se da entre ellos. En suma, es todo un inmenso campo que se abre
a la curiosidad del investigador a partir de la Revelación. Campo que afecta
desde la metafísica hasta la ética, pasado por la antropología.
La expresión libre
albedrío comienza a ser usada por Tito Livio, pero no en el sentido que le
darán los cristianos. Porque la voz arbitrium
tiene el sentido de capricho, gusto, cuando no se refiere al juicio
establecido por el juez en el tribunal. La
expresión voluntad comenzará a ser
usada por Séneca, pero no para designar una nueva facultad sino el carácter
moral, bueno o malo, de una persona[31],
lo que le permitirá, o no, liberarse de la servidumbre a que lo somete el
universo corpóreo. Entre los cristianos, en cambio, el libre albedrío es la
característica más propia de la voluntad, por la que el hombre decide sus acciones,
por la que se hace responsable de ellas y deberá dar cuenta ante Dios. Podrá
decirse que este nuevo sentido estaba implícito en el antiguo. Es una
observación muy justa; pero mucho va de lo implícito a lo explícito. Tan
importante es el cambio, que un cristiano comprende desde el comienzo que Dios
no castigará a Edipo por sus crímenes, ya que no podía saber que los cometía.
Por lo tanto era inocente. Como muy bien explica san Agustín, aquellas vírgenes
violadas en cautiverio, no quedaron manchadas, porque no consintieron en su
voluntad[32].
He dejado para lo último lo que tal vez sea la mayor contribución
filosófica de la Revelación en este ámbito: la noción de persona. Personare significa resonar y persona designaba a la máscara que
usaban los actores en el teatro. De allí pasó a significar personaje y,
finalmente, la función que cada cual desempeña en la sociedad. La Revelación,
por su parte, nos habla de la Trinidad divina. ¿Cómo entender que el Único sea
triple? Las discusiones a que dio lugar el esfuerzo de los cristianos por
entender el misterio nos llevó al actual concepto. Pero eso no es todo. También
sirvió para crear otro concepto, esta vez metafísico, totalmente nuevo: subsistencia. De este modo se pudo
expresar que Jesús, el Mesías, siendo perfectamente humano, no era persona
humana sino exclusivamente divina. En él se da la subsistencia divina y no la
humana, por lo que carece de lo que cierra, por decirlo así, al ser humano y lo
presenta como un individuo único e irrepetible. Que es eso lo que llamamos
cabalmente persona. Toda esta meditación sobre el misterio sirvió también para
crear el término suppositum,
supuesto, para distinguir la substancia individual, real, existente en acto, de
la substancia segunda, que también puede ser llamada substancia, a secas.
ÉTICA
Tal vez en el plano de la moral haya menos discusiones por
ser tan evidente la aportación de la Revelación. El catálogo de virtudes
morales estudiado por los pensadores cristianos es enorme. En la sola Suma de Teología,
santo Tomás estudia más de un centenar, entre virtudes y vicios morales, a los
que habría que agregar las virtudes intelectuales, teológicas y los dones del
Espíritu Santo. Más aún, coronando todo este saber, los autores hablan de una teología de la perfección cristiana que
supera ampliamente lo que puede enseñarse en moral alzándose hasta la mística, en la que abandonamos lo que el
hombre puede comprender.
Ante un tan vasto panorama prefiero fijar mi vista en lo
que le da sentido a toda la vida moral, a la clave de bóveda de la ética que se
mantuvo siempre en una suerte de limbo para el pensamiento clásico. Por este motivo,
la ética no pasaba de ser una serena reflexión sobre la vida que sólo podían
darse los varones libres y adinerados, de la que estaban excluidos las mujeres,
los niños y los esclavos. Por lo mismo, toda esta ingente meditación fracasó
miserablemente como lo muestra san Agustín en el libro XIX de la Ciudad de Dios.
En el capítulo cuarto de este libro, trata del soberano bien y compara la
visión de los cristianos a la de los paganos. En él nos muestra que la
felicidad, la tranquilidad del ánimo, tan buscada por las escuelas morales
helenísticas, no se da en esta tierra. Por ello, todas ellas terminan por
aconsejarnos el suicidio, cuando los males nos sobrepasan, ya que carecen por
completo de las nociones que permiten comprender el sentido de esta condición
de la humanidad. Con una cita de Varrón[33],
uno de los primeros filósofos romanos, nos muestra el Santo una suerte de
reconocimiento del fracaso de las éticas paganas:
Los tormentos y los
dolores del cuerpo son males y tanto peores cuanto más pueden aumentarse. Por
eso, para verte libre de ellos, debes huir de esta vida[34].
Con razón se pregunta san Agustín: ¿acaso la virtud no nos
prometía la felicidad? ¿Cómo es que se ordena al sabio abandonar esta vida?
Recordemos que al suicido se lo denominó, en aquella época, muerte filosófica. Aunque parezca
paradójico, son muchos los sabios estoicos que optaron por ese camino. Por el
contrario, la moral cristiana lo prohíbe terminantemente, y enseña que nunca
puede ser achacado a grandeza de ánimo[35].
La clave de bóveda de toda la moral radica en la concepción
del soberano bien. Ya Aristóteles advirtió claramente que tal era el caso y nos
dejó páginas luminosas al respecto. Pero por carecer del concepto de la
inmortalidad del alma, solo pudo constatar que el hombre desea cosas imposibles[36].
Al final, todo su trabajo, tan benemérito desde tantos puntos de vista, termina
en la resignación. Las escuelas morales helenísticas parten de ésta y se
limitan a buscar la tranquilidad del ánimo, como ya dijimos. Por desgracia,
tampoco la encuentran. Caso aparte merece Plotino quien aspira al éxtasis; mas
ya vimos que conoció al cristianismo en Alejandría y su profesor fue Ammonio
Sakkas, quien, al parecer, era un cristiano apóstata. Según Porfirio, Plotino
logró en cuatro ocasiones gozar del éxtasis. Lamentablemente el testimonio de
Porfirio no es de fiar. Por lo demás, es doctrina común entre los teólogos la que
asegura la existencia de místicos
naturales; es decir, personas tan puras que Dios las premia
introduciéndolas en su intimidad. ¿Fue Plotino uno de ellos?
La meditación del soberano bien, fin último del hombre,
queda iluminada por la noción de creación. Según ella, Dios es la causa
eficiente, ejemplar y final de todo lo creado. En consecuencia, el soberano
bien es Él mismo. Bajo esta luz, los penetrantes análisis de Aristóteles cobran
un sentido que él no pudo ni siquiera soñar. Esa felicidad que atribuyó al
Motor Inmóvil[37] será
participada por todos los hombres que acepten la Revelación, se incorporen a la
nueva Alianza y pongan en práctica la nueva ley de amor. En esta nueva visión
surge un nuevo concepto, el de que hay un deber
absoluto de obediencia a Dios, Creador y Revelador, del cual nadie puede
darse por excusado. Por ello, la nueva alianza debe ser dada a conocer al mundo
entero y quien creyere y fuere bautizado
será salvo; mas, quien no creyere será condenado”[38].
Este esfuerzo de la Iglesia por llevar la salvación a todos
los seres humanos provoca un odio extremo sobre su labor, lo que explica la
ceguera de un hombre, por otros capítulos, tan memorable, como el autor de la
acusación-reproche con el que comenzamos nuestra exposición.
COSMOLOGÍA
Lo dicho basta para comprender que la cosmogénesis y la cosmovisón
han de variar necesariamente en toda filosofía inspirada, de alguna manera, por
esta noción.
No se puede sostener que el mundo sea eterno, tampoco que
la materia sea mala; mucho menos que sea absurdo, como pretendió un tal Sartre.
¿Qué pensar del eterno retorno, tan popular entre los griegos y que quiso
resucitar un Nietzsche? Todas estas ideas y muchas más entran en conflicto inmediato
con la Revelación bíblica.
Pero hay mucho más que esto. Por ser obra de la sabiduría
infinita, el universo creado pasa a ser bueno,
hermoso y transido de racionalidad. Pasa a ser un libro abierto para el
que sepa leerlo. ¿Y de qué nos habla este libro? Del amor de Dios. Porque, como
ya lo estableció con firmeza san Agustín, Dios crea por amor, por su excelsa
benevolencia, porque quiere hacer partícipes de su felicidad a otros seres
inteligentes[39].
De aquí proviene lo que se ha dado en llamar optimismo cristiano. Nada malo ha sido
creado por Dios; todo lo que ha salido de sus manos es bueno y bello, aunque
nosotros, muchas veces, no podamos comprender ni lo uno ni lo otro. El mismo
san Agustín confiesa no comprender por qué Dios ha creado al escorpión tan
temido. Pero en sí, es un animal maravilloso.
Por lo mismo, la filosofía enfrentará una objeción muy
seria. Si esto es así, ¿De dónde proviene el mal? Los autores cristianos
enfrentarán el problema desde los inicios de su investigación. Este esfuerzo nos
ha valido los mejores intentos de comprensión de esa realidad tan misteriosa
que llamamos el mal. Se distinguirá un mal físico de un mal moral, siendo este
último el que más duele a los teólogos. El primero será entendido como una
simple privación, necesaria, en cierto modo, dada la contingencia del mundo.
Este mundo no es Dios y sería audacia sacrílega hacerlo igual a su Hacedor[40].
El segundo es iluminado por el pecado original. Es el hombre su creador, al
rebelarse contra el orden establecido por Dios. Pudo hacerlo porque era libre.
¿Por qué Dios le otorgó semejante don, si es que puede llamarse así, a la causa
de nuestra perdición? San Agustín le dedicó tres libros, como ya vimos. El
misterioso problema se mantendrá hasta el día de hoy y es una de las razones
que alegan los que no quieren aceptar la existencia de Dios. Del cristiano, por
supuesto. A lo que santo Tomás responde que la objeción sería válida si Dios no
pudiese sacar bien del mal[41].
Dios lo tolera por un mayor bien. Porque todo lo hizo bien y para bien de sus
creaturas, hasta permitir la presencia del mal.
Por lo mismo, basta mirar la creación para comprender que
hay un Creador. Ella lo proclama con fuerza desde la profundidad de su
contingencia. Esta misma idea metafísica, desconocida absolutamente por la
filosofía anterior, es clave en la cosmovisión filosófica cristiana. Ella rompe
el necesitarismo estoico que hace imposible la libertad; ella admite la
presencia del mal en el universo creado por la Bondad infinita, y tantas otras
consecuencias que enumerarlas todas sería de nunca acabar..
CONCLUSIÓN
Parece estar demás concluir lo que, espero, ya todos
comprendemos perfectamente. Por lo que terminaremos esta brevísima exposición
invitándolos a leer el libro del R.P Sertillanges O.P., quien, después de
considerar muy brevemente la fecundad filosófica de la Revelación, nos explica
cómo el cristianismo usó en su provecho todo lo que la filosofía greco-romana
había elaborado e inspiró todo lo que las filosofías desarrollaron
posteriormente, hasta el presente. Escuchemos su conclusión:
Era de tal naturaleza el
fermento evangélico que permitió a la Iglesia cristiana construirse su propia
filosofía, resucitar todas las filosofías del pasado reformándolas y
perfilándolas, e influir en todas las del provenir (…) Sin el cristianismo no
existiría ninguna filosofía aceptable[42].
JUAN CARLOS OSSANDÓN VALDÉS
ABSTRACT
Emile Bréhier, al comenzar el siglo pasado, acusó al
cristianismo de ser filosóficamente estéril. El R.P. A.D. Sertillanges O.P. le
respondió con un voluminoso trabajo titulado El cristianismo y las filosofías. En él muestra cuán rica,
filosóficamente hablando, es la revelación cristiana y, pasando revista a toda
la historia de la filosofía, concluye que, por una parte, el cristianismo rescató
todo lo valioso del antiguo saber greco-romano y engendró toda la filosofía
posterior. En este trabajo, el autor se limita a reflexionar sobre el concepto
de creación y muestra cómo este concepto tiene la virtud de transformar toda la
filosofía. Nadie discute que este concepto está ausente de la filosofía
anterior. Es un concepto exclusivamente bíblico. Brevemente muestra el autor hasta
qué punto determina la gnoseología, la metafísica, la antropología, la ética y
la cosmología. No se trata, por cierto, de que la Revelación tenga carácter
filosófico, sino de que, en su empeño por comprenderla, los cristianos
necesariamente van a crear nuevas visiones filosóficas. Porque la Revelación
está hecha para las inteligencias y las fuerza a aceptar un cierto número de
verdades. Algunas de ellas, por lo demás, al menos materialmente, pertenecen a
la filosofía e invitan al creyente a desarrollar todo su contenido implícito.
Termina el autor reconociendo la enorme influencia que esta Revelación ha
tenido en los pensadores europeos hasta el día de hoy.
[1] Histoire de la Philosophie, vol. 1. cit. Por Fraile. Historia de la Filosofía vol. 2. BAC. Madrid. 1960. pág.
33.
[2] Cfr. Th. E. Woods Jr. Como la Iglesia Construyó la Civilización Cristiana c. I, págs. 22 y ss.
[3] El R.P. A.D. Sertillanges dedicó un extenso trabajo, en 2 volúmenes,
al tema: “El Cristianismo y las filosofías” (Biblioteca Hispánica de Filosofía.
Gredós. Madrid. 1966). En esta obra, después de pasar revista a las diversas
disciplinas filosóficas en las que se ha dejado sentir la influencia de la
Revelación, llama al banquillo a toda la historia de la filosofía, tanto a la
anterior, que los cristianos usarán en su provecho, como a la que seguirá al
primer encuentro entre la filosofía antigua y la Revelación.
[4] El mismo Plotino le dedica un libro: I, 9.
[5] De Civ. Dei, XIX, 4
[6] Spe enim salvi Facti sumus. Rom. 8,24.
San Agustín
comenta: “…que la vida humana constreñida
a ser miserable en medio de tantos y tan grandes males en este siglo, es feliz
por su esperanza del siglo futuro, como también salva”. Ibíd.
[7] Cfr. Pierre Fernessole: “De la
civilisation chrétienne” . Beauchesne, Paris, 1945.
[8] Parece más
probable que la haya inventado Aristóbulo, también alejandrino, pero del siglo
anterior.
[9] Cfr.
Fraile O.P.: “Historia de la Filosofía” I. Grecia y Roma. Págs. 688-698.
Además, este autor sostiene que su
intento (de Filón) de conciliar la filosofía griega con la revelación de la
Biblia es la verdadera fuente de donde procederá el neoplatonismo (pág. 687).
[10]
Itaque nunc philosophos non fere
videmus, nisi aut cynicos aut peripateticos aut platonicos (...) sed tamen
eliquata est, ut opinor, una verissimae philosophiae disciplina. (así,
pues, ahora apenas vemos más que a los cínicos, a los peripatéticos y a
los platónicos (neo-platónicos) (…) sin embargo, opino que ha sido depurada una
sola escuela de filosofía completamente verdadera). Esta filosofía
completamente verdadera es la de Plotino que ha visto la concordancia entre
Platón y Aristóteles, a juicio de san Agustín, que no hace sino repetir el
sentir común de su época.
[11] Cfr. J.
Mehlis. Plotino. Trad. J.
Gaos.Revista de Occidente. Madrid. 1931. Págs. 35-36
[12] Cfr. F.
García Bazán. Plotino y la Gnosis. Buenos
Aires. 1981.
[13] Gen. 1,3.
En las citas bíblicas, uso la traducción de Mons. Straubinger.
[14] Fides ex audito, como enseña san Pablo en Rom. 10,17
[15] Jn. 3,2
[16] En este
difícil problema habría que hacer varias distinciones: creación activa y
pasiva; formaliter et virtualiter; etc. Estos y otros problemas están abundantemente
tratados por los textos de Theologia Dogmatica en uso en los seminarios y
universidades católicos.
[17] Gen.
1,26-29.
[18] Metaf.
983a8
[19] Is. 45,21.
[20] Gen. 1,26.
[21] Posiblemente lo que mejor ha
escrito en este sentido se halla en el capítulo séptimo del libro décimo de su
ética.
[22] Enn. V,
7,1
[23] Contra
Celso VI,71.
[24] En el
Fedón, donde aborda directamente el problema, establece al menos 4: por el
ciclo de las generaciones: muerte – vida; por la reminiscencia; por la afinidad
del alma con las ideas y porque participa de la idea de vida y no de la muerte.
Cfr. Además, el República, el Fedro y el Timeo.
[25] Obtener una firme convicción
sobre el alma es una de las cosas más difíciles. In de Anima, 402a. Trad.
M. Donadío. Arché. Buenos Aires, 1959.
[26] Cfr. “La
Filosofía Estoica” c. 12, págs. 228-241.
[27] De Fin. I,6,18. Cit. por
Fraile. Historia de la Filosofía I, 33, pág. 613
[28] De Fato 18. Cit. por Fraile,
ibid.
[29] Salmo 50,6
[30] Al tema dedica su famoso De Libero Arbitrio. Compuesto por tres
libros.
[31] Cfr. Ritz,
o.c. págs. 232-236.
[32] Civitas
Dei, I, 16. En el c. 19, aplica su doctrina a Lucrecia, quien desesperada, se
suicida.
[33] Vivió entre 116 y 27, contemporáneo de Cicerón y también discípulo de
Posidonio. De él dice san Agustín: “había leído tanto que no se sabe de dónde
sacó tiempo para escribir, y escribió tanto, que es casi imposible leer todas
sus obras”. Por desgracia, muy poco ha llegado hasta nosotros.
[34] Mala sunt
tormentea atque cruciatas corporis; et tanto sunt peiora quanto potuerint esse
maiora; quipus, ut careas, ex hac vita fugiendum est
[35] Cfr. Civ.
Dei, I,22,1.
[36] Ethic. Nic. L.3; 2, 1111b23; Metaph. L. 12 (L), 3, 1070a25.
[37] Metafísica,
L. 12 (L), 1072b15.
[38] Mc. 16,16
[39] Cfr. De
Genesi ad Litteram, I, especiealmente los capítulos 5 y 8.
[40] De Natura
Boni, c. 10.
[41] Summa Theologiae, I,q.2,a.3, ad 1m. Santo Tomás
cita a san Agustín: Enchiridium, 11.
[42] L.C. pág.
7.
Que lástima que el profesor ya no este en los postgrados de la PUCV ......
ResponderEliminar