viernes, 15 de abril de 2016

ESTERILIDAD FILOSÓFICA DEL CRISTIANISMO


ESTERILIDAD FILOSÓFICA DEL CRISTIANISMO


 

 

STATUS QUAESTIONIS

 

Hace ya casi un siglo, Emile Bréhier lanzó una grave acusación:

“Esperamos, pues, mostrar, en este capítulo y los siguientes, que el desarrollo del pensamiento filosófico no ha sido profundamente influido por el advenimiento del cristianismo, y, para resumir nuestro pensamiento en una palabra, que no hay filosofía cristiana”[1].

En otro lugar insistió en la misma idea, pero añadía un nuevo juicio que precisó enormemente su pensamiento: la contribución del cristianismo a la filosofía era tan escasa como lo había sido en física o matemáticas. Una manera elegante de sostener que había sido nula.

Queda claro, pues, que el famoso historiador de la filosofía griega clásica sostenía dos tesis muy diferentes:

·         Negaba la existencia de una filosofía que pudiese llamarse cristiana

·         Afirmaba la esterilidad filosófica de la Revelación.

Los escolásticos solían afirmar: in distintione salus. Por desgracia, en este caso, tendríamos que hacer tantas que no acabaríamos nunca. Consignemos, tan sólo, que estas afirmaciones dieron origen a una polémica que duró muchos años en torno a la posible existencia de una filosofía que mereciera tal nombre. Mas hoy no nos ocuparemos de este aspecto de la cuestión, sino de la segunda tesis que, nos parece, es algo previo y mucho más radical. ¿Ha influido realmente la Revelación bíblica en la filosofía? Tan sólo después de responder afirmativamente a esta pregunta se puede pasar a la siguiente: si hay o no una filosofía que pueda llamarse cristiana.

Es notable que el historiador francés haya comparado la posible influencia de la Revelación en la filosofía con la que habría tenido en física o en matemáticas. La razón de nuestro asombro es fácil de comprender. Porque, si bien es cierto, tanto la primera como estas últimas son ciencias naturales, por lo que son totalmente ajenas a la Revelación, lo que hace irrelevante la acusación; sin embargo, es muy diferente la relación que guardan unas y otras con ésta.

El cristianismo no es una ciencia, que duda cabe; tampoco es una religión. Esta segunda afirmación merece una explicación.

El corazón de la Revelación radica en una noticia sorprendente: Dios quiere adoptar el hombre como hijo suyo y hacerlo participar de su felicidad, de su “vida familiar”. Lo hizo con nuestros primeros padres, los que rechazaron la invitación y prefirieron desarrollar su propia naturaleza con independencia de su Creador. Este rechazo es llamado hoy “pecado original”. Pero Dios nos da una segunda oportunidad. Para lo cual forjó una alianza con Israel, para que éste recibiera al “Ungido” que lo liberaría de sus opresores.

Por desgracia, Israel entendió de modo político temporal esta liberación. El Ungido nos aclaró que, por el contrario, se trataba de una liberación espiritual, de una Redención en sentido estricto. Porque, a pesar de haber quedado reducidos a la condición de esclavos de Satanás, nos abría las puertas para recuperar la adopción ofrecida a Adán y Eva.

Como puede verse, todo esto nada tiene que ver con ciencia alguna de las que el hombre, en su sed de saber, puede desarrollar. Se trata de una nueva vida, de carácter sobrenatural, que eleva nuestra esencia a una categoría óntica que la sobrepasa completamente. Debemos, pues, cambiar nuestra definición. De ser meros animales racionales, como lo éramos antes de la Redención, pasamos a ser animales racionales hijos de Dios, o, si se prefiere, “cristificados”. Sí, porque así lo dijo el Ungido, el Mesías o Cristo, como se dice en hebreo y en griego, y nos lo explica abundantemente san Pablo.

Todo el mundo, sin embargo, habla de la religión cristiana y así se la enumera entre las religiones del mundo. Esto se debe a que la invitación es hecha a las inteligencias y, como todo pacto, implica una serie de obligaciones. Es obvio que los hijos de Dios no pueden vivir como los demás mortales. Entre estas obligaciones, la primera de todas consiste en tributar al Padre el culto que Él quiere que se le tribute. De ahí que, todo el que acepte la invitación ha de rendir este culto a Dios, con lo que se establece una nueva religión creada directamente por Dios mismo. Ya no se trata del esfuerzo que hace el hombre por comunicarse con Dios, sino del de Dios por comunicarse con los hombres.

En consecuencia, no se ve qué influencia pueda tener esta nueva creación en las ciencias de la naturaleza; siempre y cuando pensemos en una influencia formal. Porque, como muy bien han notado diversos historiadores, la civilización formada por los que aceptaron la invitación ha creado un clima que ha hecho posible un desenvolvimiento de las diversas ciencias como no se había visto en ninguna otra civilización[2].

En efecto, desde que la Revelación nos enseña que Dios al crear a nuestros primeros Padres los constituyó reyes de la creación y les ordenó que ejercieran su condición de tales, los cristianos no han cesado de investigar este mundo y someterlo a su arbitrio. Tal actitud no es posible en civilizaciones que divinizan las fuerzas naturales, a los animales y las plantas. Buen ejemplo tenemos en la India donde los animales sagrados han conformado plagas permanentes, destruyendo sembrados y cultivos.

Cerremos este paréntesis y volvamos a nuestro tema.

Decíamos que es muy diferente la relación que podría darse entre las matemáticas y la física con la Revelación de la que cabe esperar de la filosofía con ésta. La razón de nuestro aserto radica en la coincidencia material entre estas últimas. Ciertamente, ni las matemáticas y ni la física, ni ciencia alguna particular, tiene por objeto el estudio de la causa primera de la realidad. En cambio, sí lo tiene la filosofía. Dado que la Revelación la realiza esa Causa Primera, resulta sorprendente que no haya influencia alguna entre ésta y la filosofía. Con esta palabra me refiero al objeto material de una y otra, por cierto. Algo parecido podemos decir a propósito de la moral que nada tiene que ver con las ciencias naturales y que está tan ligada a la filosofía. Muchas religiones se limitan casi exclusivamente a lo cultual, prescindiendo de lo moral. La Revelación, en cambio, concede una importancia enorme a este aspecto. En su corazón está la revelación del destino eterno del hombre que puede ser trágico como feliz. De nuestra libertad depende, con lo que la Revelación lleva una carga moral inmensa que, como veremos, la transforma completamente.

Como el material a exponer es amplísimo[3], y Bréhier se digna citar a san Agustín y a santo Tomás, para negar que sus síntesis hayan agregado algo relevante al acerbo filosófico tradicional, me limitaré preferentemente a estos pensadores. Por otra parte, concentraré mi atención en una sola noción: la de creación; una de las que mejor desarrollaron los teólogos mencionados. Porque es admitido por todos, en la actualidad, que en ningún pueblo conocido por nosotros aparece tal concepto. La Revelación, en cambio, se inicia con estas palabras: “Al principio creó Dios el cielo y la tierra”.

Los exegetas piensan que el concepto técnico, “creación”, es muy posterior a lo que podía comprender el autor de este relato, el que proviene, según parece, de la prehistoria. Sin embargo, podemos sostener que tal noción está implícita. Porque afirma abiertamente que hay un autor, Dios, que va a hacer todo cuanto existe en el universo. Luego, antes de este acto, nada había fuera de Dios. Era cosa de reflexionar sobre el texto para que el concepto, implícito en la antiquísima Revelación, saliera a luz. Así sucedió, en efecto. La noción explícitamente desarrollada la hallamos en boca de una campesina:

“Ruegote, hijo mío, que mires al cielo y a la tierra, y a todas las cosas que en ellos se contienen; y que entiendas bien que Dios las ha creado todas de la nada, como igualmente al linaje humano” (2 Mac. 7,28).

Parece, pues, que las enseñanzas catequéticas en Israel la habían explicado hacía ya mucho tiempo. Otro tanto harán los cristianos desde el primer siglo. Mas ahora nos interesa cómo este concepto ha significado un vuelco espectacular en la filosofía primera, fuente de toda la filosofía, gracias, sobretodo, a los pensadores a los que aludía el historiador francés.

Antes de entrar en materia, observemos que la ceguera de Brehier es sorprendente. Porque la religión revelada trae una novedad: le es inseparable una moral muy desarrollada. Todos conocemos los esfuerzos que dedicaron al tema moral los mayores filósofos de la antigüedad, hasta el extremo de que algunas escuelas han sobresalido por ello y las llamamos escuelas morales. Buen ejemplo nos dan Epicuro y Zenón. Ahora bien, es claro que el mundo moral cambia completamente con el advenimiento de la Revelación. Aparece la noción de pecado, como ofensa personal hecha al mismo Dios, en vez de ser un mero error, ignorancia o algo por el estilo. Esta noción cambió para siempre el ámbito de la moralidad. Otro tanto podría decirse de la noción de deber que se enriquece enormemente al presentarse como nuestra respuesta a nuestro Padre eterno. Se establece, pues, una relación personal entre creatura y Creador, desconocida fuera del ámbito de la Revelación. No es necesario entrar en detalles; pero es bueno recordar que aparecen virtudes desconocidas fuera de ella, como la de humildad, la supremacía de la virginidad sobre el matrimonio, la necesidad de perdonar las ofensas, de amar a nuestros enemigos y tantas otras.

El sentido mismo de la vida, su fin último, su soberano bien, se comprende gracias a la Revelación de un modo insospechado antes de ella. Bajo su luz, la moral adquiere una dimensión nueva y logra un esclarecimiento que estaba fuera del alcance de los antiguos. Al fin y al cabo, la moralidad aparecía entre los griegos como un lujo de pocos, del que estaban excluidos los bárbaros, esclavos y mujeres. Gracias a la Revelación, se aprende que la moralidad es la misma para todos y culmina en una vida bienaventurada eterna.

Tan grande es el fracaso de las morales anteriores, que suelen terminar aconsejando el suicidio cuando los tormentos de esta vida son insufribles.  ¿Cuán grande es la felicidad del sabio que termina suicidándose? Es tan común que este consejo sea llevado a la práctica, que el suicidio solía ser llamado “muerte filosófica” en aquellos lejanos tiempos[4]. San Agustín muestra cuán ridícula viene a ser la supuesta sabiduría pagana al llegar a este extremo[5]; el cristiano, en cambio, en medio de las peores tribulaciones, es feliz en la esperanza, como enseña san Pablo[6].

Obviamente, esta nueva visión moral debía traducirse en una nueva civilización. Ésta se inicia en el s. IV con la aparición de emperadores católicos. En este siglo, toda una legislación novedosa cambia el modo de vivir en Roma. Se prohíbe a los amos torturar a los esclavos y se facilita enormemente su emancipación; se prohíbe marcar con hierro la frente de los condenados a trabajos en las minas; los prisioneros son puestos bajo la protección de sacerdotes y se elimina la tortura; desaparecen los combates entre gladiadores, finaliza la exposición de los infantes y un largo etc., pues sería difícil terminar con la enumeración[7].

¿Para qué hablar sobre todas las manifestaciones artísticas que se han originado en la fe? Mas cerremos este nuevo paréntesis y regresemos a la filosofía propiamente dicha.

Si nos ponemos muy estrictos, podemos decir que, después de la filosofía griega clásica, ninguna nueva filosofía ha aparecido en el mundo. Lo cual la declararía cerrada a partir del siglo cuarto anterior a nuestra era. Creo, empero, que es difícil que alguien acepte tal juicio. Si bien puede decirse que todos los pensadores pueden ser considerados discípulos de Platón o de Aristóteles, no es posible negar que son muchas las aportaciones, correcciones y desarrollos que aquéllos hubiesen sido incapaces de sospechar. Nadie puede sostener que las escuelas morales del siglo siguiente se han limitado a repetir a los grandes clásicos. Si bien les deben mucho, hay aportaciones que enriquecen notablemente el bagaje heredado.

Volvemos a manifestar nuestra sorpresa al recordar que Brehier es uno de los que reintroduce la figura de Plotino, olvidada por siglos. Digo esto porque este pensador platónico enriquece de manera sorprende la filosofía del maestro. Su humildad le jugó una mala pasada. Hoy se lo llama neo-platónico y nadie habla de una filosofía plotiniana, lo que, a mi juicio, sería mucho más exacto. En efecto, nada hay en el antiguo ateniense semejante a la emanación de las hipóstasis plotinianas, doctrina que cambia absolutamente la visión del universo.

Si se me acepta esta tesis, cabe preguntarse. ¿De dónde sacó Plotino un esquema tan novedoso? La respuesta puede resultarnos desconcertante: De Moisés. No estoy sugiriendo que Plotino haya leído al legislador de Israel. No. Me limito a recordar que este autor pagano del siglo tercero de nuestra era nació en Alejandría, ciudad en la que ejerció la docencia el judío Filón, un contemporáneo de Jesús de Nazaret. Éste sí que había leído a Moisés. Hasta es posible que haya sido el autor de la peregrina hipótesis del “robo de los filósofos”[8], que llega, al menos hasta san Agustín, quien no la acepta. Él fue quien incorporó el mundo de las ideas platónicas a la sabiduría divina (Lógos), considerada como un ente inferior a Yahvé, verdadero Creador del mundo. Aquí está la inspiración de Plotino, a menos que se demuestre lo contrario[9].

La síntesis de todo el saber antiguo, al que se incorporaba esta visión inspirada por Filón de Alejandría, fue tan convincente, que logró la adhesión de todo el Imperio. Ya casi no quedarán otras filosofías, como bien atestigua san Agustín[10]; todos se han convertido en platónicos. En consecuencia, el autor que tanto admira E. Brehier, depende, como todos, por lo demás, a partir al menos del judío alejandrino, de la Revelación bíblica. Es muy probable que esta dependencia de Filón no sea directa, a pesar de la cercanía histórica, sino a través de ese platonismo medio y del neopitagorismo, como los llamamos ahora, cuyo principal centro de cultivo fue Alejandría. Son numerosos los autores de los siglos primero y segundo de nuestra era que preparan el advenimiento del neoplatonismo. Habría que conocer mejor a Gayo, Albino, Apuleyo, Plutarco, Ático, y al maestro directo de Plotino, Ammonio Sakkas el iniciador de la escuela en la que estudió aquél. Es importante agregar que muchos historiadores creen que Ammonio Sakkas era un cristiano apóstata[11]. De ser exacta esta apreciación, la dependencia de Plotino del cristianismo deja de ser una mera hipótesis. Por lo demás, hoy está claro que varias de sus famosas Ennéadas las escribió para combatir al cristianismo gnóstico, el único, al parecer, que conoció[12].

Mas, sea de esto lo que fuere, conviene que entremos ya en materia.

 

LA NOCIÓN DE CREACIÓN

 

Lo que realmente nos interesa no es estudiar esta noción con detención, sino, tan solo, esbozar el concepto, tal como lo han desarrollado san Agustín y santo Tomás, para mostrar cómo ha cambiado por completo la filosofía, afectando prácticamente a la totalidad de lo que estudia. Tesis tan drástica merece, por supuesto, un tratamiento mucho más detallado del que podemos exponer aquí. A pesar de lo cual, espero que sea tan evidente su verdad, que basten algunas reflexiones para que advirtamos su peso.

Como es obvio, la palabra creación es usada en muchos sentidos, algunos bastante impropios, como cuando se aplica a los nombramientos de personas elevadas a eminentes dignidades: fue creado cardenal. Nos limitaremos, pues, al concepto metafísico.

Como ya vimos en la cita del libro de los Macabeos, la noción está ya elaborada, en lo sustancial, e incorporada a la sabiduría popular, al menos un par de siglos antes de nuestra era. Hablamos de un Creador del mundo que lo ha sacado de la nada. Agreguemos que lo hace con una facilidad inaudita, le basta con su palabra para que el universo aparezca: Y dijo Dios: “Haya luz”, y hubo luz”[13].

Estamos ante una acción productiva, una causa eficiente, que produce algo a partir de nada; por lo tanto, lo produce enteramente, sin ayuda de ningún tipo. No hay, pues, una causa material implicada, como en el caso de la creación humana. Y lo más propio de esta producción total, es el hecho de otorgar la existencia. Por eso Dios crea entes concretos, reales. Ni la materia ni la forma se dice que son propiamente creadas, sino co-creadas junto al sujeto que las implica en su entidad. Por lo mismo, en la creación no hay movimiento alguno, ya que no hay sujeto que pase de la potencia al acto, sino simple mutación metafísica. Ni hay esfuerzo alguno, ya que nada puede ofrecer resistencia al Creador. Tampoco hay tiempo, por la misma razón. La creación es instantánea, si bien sus efectos se prolongan en el tiempo; pero, en este sentido, se habla de conservación. Aunque la palabra ha variado, la realidad ha permanecido. Por lo cual, lo creado se mantiene siempre en total dependencia del Creador, pues si cesara su influyo causal, desaparecería por completo.

Esta sencilla enumeración basta, creo yo, para pasar a lo que realmente nos interesa: semejante noción ha cambiado por completo a la filosofía. Veámoslo en algunos ejemplos.

 

GNOSEOLOGÍA

 

El escepticismo es incompatible con el cristianismo. También lo son el racionalismo y su hijo natural el idealismo. Es verdad que todos los filósofos idealistas son cristianos, incluso hasta hay un obispo entre ellos.

¿En qué nos basamos para sostener tan radical tesis? En que la noción de creación los excluye.

El mismo hecho de la Revelación entra en pugna con el escepticismo. A quien no conoce la realidad, nada se le puede revelar. Porque la Revelación se sirve de seres humanos, de su voz y de sus libros, en cuanto se inventa la escritura, y de su capacidad de conocer. Todo lo cual implica que el conocimiento es posible. Además exige que aceptemos un cierto número de verdades. Algunas de ellas son simples hechos reales que pueden ser conservados por la memoria histórica de la humanidad, como la huída de Egipto y la muerte en la cruz del Redentor. Otras son verdades metafísicas, como la existencia de un único Dios Creador y la inmortalidad del alma humana. Otras en fin, profundos misterios que la razón no alcanza a comprender, como el de la Sma. Trinidad o el de la encarnación de su Verbo. Todas estas verdades han de ser aceptadas como tales por los seres humanos. Para la cual tienen que estar provistos de una inteligencia capaz de alcanzar verdades. Peor aún, su eterna salvación depende, en primer lugar, de esa aceptación intelectual. Por lo tanto, todo hombre es capaz de conocer verdades y someter su inteligencia a ellas. En consecuencia, debe evitar el error. A estas actitudes, las Escrituras las simbolizan con la oposición entre la luz y las tinieblas: quien las acepta, vive en la luz; el que no, en las tinieblas. Todo lo cual es incompatible con la actitud escéptica que se niega, por principio, a aceptar verdad alguna, y, mucho menos, a que su tesis sea un vivir en la tinieblas. Esta sencilla reflexión deja fuera, además, al relativismo, tan de modo en la actualidad, que no es más que una forma edulcorada de escepticismo.

Sabemos demás que el racionalismo es el padre del idealismo absoluto. Esos polvos nos trajeron estos lodos, reza al adagio. En la actitud racionalista, el filósofo desconfía de la experiencia sensible de tal modo que limita todo conocimiento seguro al racional, a las ideas. Pero los sentidos son co-creados por Dios mismo y con una misión bien precisa: darnos a conocer el mundo real. Despreciarlos implica una injuria al Creador. Es más, la Revelación misma nos llega por su intermedio. Hemos de oír al predicador y confiar absolutamente a lo que los oídos nos transmiten[14]; hemos de leer el libro y confiar absolutamente en lo que los ojos nos dan a conocer. Los mismos milagros con los que Jesús testifica la veracidad de su doctrina, porque nadie puede hacer lo que tú haces si no está Dios con Él[15], son conocidos por el trabajo de nuestros sentidos. Suponer, como finge Descartes, la existencia de un geniecillo maligno, haría imposible recibir la Revelación.

Para los idealistas, que llevan al racionalismo a su última consecuencia, el ser depende del conocer. Si referimos ese conocer al divino exclusivamente, nada habría que objetar. La noción de creación implica que Dios es un ente personal, libre, que crea porque quiere crear. No olvidemos que la primera expresión de la doctrina afirma que Dios hace uso de la palabra al crear. Pero una palabra se limita a proferir lo que ha sido pensado y se quiere expresar. Está implícita, pues, la presencia de la inteligencia divina en el acto Creador.

Mas los idealistas han divinizado al hombre, aunque no se hayan enterado de su osadía. El hombre no es Creador, es creatura. Cada uno ha sido nombrado por Dios y ha comenzado a existir. Observemos que lo mismo ha hecho Dios con todo el resto de las creaturas; incluso, éstas fueron creadas antes que él. Reducir el ser de las creaturas a que sean pensadas por el hombre entra en conflicto con la Revelación bíblica.

Además, la inteligencia se presenta a sí misma como conocedora del mundo, el que se le impone de modo necesario. Quien no lo tenga en cuenta suficientemente pagará las consecuencias. Pero la inteligencia es tan solo una facultad del hombre. En consecuencia, es obra de Dios: el Creador nos ha hecho inteligentes. ¿Una inteligencia de mentirijillas nos ha dado Dios, incapaz de darnos a conocer al mundo? Quien tal cosa sostenga, se mofa de Dios. Rebajar la capacidad de la inteligencia, como lo hacen los idealistas, insulta al Creador. La acción Creadora es una acción transeúnte, que termina en el ente creado; no una acción inmanente que terminaría en el mismo Creador[16]. En ese caso, no habría creación.

Por otra parte, el texto bíblico narra que Dios entregó a Adán todas las creaturas para que le sirvieran de alimento y él las dominara[17]. Para ello es preciso que éstas existan con independencia del hombre. Por supuesto que estos textos no enseñan filosofía; suponen, sin embargo, esa actitud que hoy denominamos realismo. Si el hombre se limitara, como quieren los racionalistas, a conocer ideas, ¿qué sentido tendría semejante relato?

 

LA METAFÍSICA

 

La ciencia del ser en cuanto ser, fundada por el Estagirita, será completamente modificada por la noción de creación.

En efecto, el ser se dice de muchas maneras y la mayoría de los metafísicos subraya su aspecto esencial. Pero la creación consiste, como ya vimos, en otorgar la existencia. De este modo, este misterioso acto pasa a tener la primacía en esa antigua ciencia. Lo más profundo de todo ente, en consecuencia, es su acto existencial, desplazando a la forma que, de ser considerada el acto del ente, queda reducida a ser potencia ante el acto existencial. Lo que existe propiamente es el sujeto sustancial, un ente, único del que puede decirse con toda propiedad que existe, que es. Todo lo demás existe por la existencia que aquél le da. De este modo, todo ente es concebido de una manera radicalmente diferente: ya no es una esencia que existe, sino que es un acto de existir parcial, una existencia limitada. ¿Limitada por qué? Por una potencia, la esencia. Esta nueva visión proviene de la comprensión más profunda del concepto de creación debida a los santos que estamos estudiando. Al comprender así la realidad, surge un nuevo concepto, el de contingencia, que iluminará muchísimos problemas perfectamente oscuros, si es que llegaban a ser planteados, de la filosofía clásica.

La misma noción de causa eficiente queda enriquecida en esta nueva concepción. Porque, si bien la experiencia tan solo nos muestra nuevas ordenaciones, “sacadas de la potencia de la materia”, como sostenía Aristóteles, comprendemos ahora que la verdadera causa eficiente es la que concede el acto existencial al nuevo ente. Es obvio que tal donación escapa a la experiencia sensorial, pero es exigida por la nueva concepción del ser. De aquí surgirá un concepto enteramente nuevo: el de causa primera. Distinguirla de la segunda es una novedad propia de la filosofía cristiana y se lo debe a la reflexión realizada sobre la Revelación. De este modo, cosa que habría sorprendido sobremanera a los filósofos de la antigüedad, Dios es la causa primera de todo cuanto existe, incluso de la última cosa hecha en este día. De ahí que los que nos dedicamos a esta disciplina jamás aceptaremos que los nuevos catecismos enseñen a los niños que el carpintero hizo la mesa y Dios hizo el sol. Craso error. La causa primera, tanto de la mesa como de sol es el mismo Dios, único ente capaz de dar el acto existencial. Conocemos la causa segunda de la mesa e ignoramos la del sol que, esperamos, algún día sea conocida. Pero, por favor, ¡no enseñemos a los niños errores metafísicos en nombre de la teología!

 De este modo el universo entero se transforma, se convierte en un vestigio de Dios. En todo lo creado se ha de ver una huella del Creador, sin importar que haya sido hecho recientemente, porque en todo se da ese acto existencial que está brotando ininterrumpidamente del Creador. Todos los cambios físicos, químicos, biológicos, se dan en la superficie; en el fondo, brilla la presencia del Creador.

La noción de divinidad cambia por completo. En la antigüedad es bastante vaga. Dada la multiplicidad de seres divinos no hace falta más para comprender nuestra tesis. Tal vez el mejor testigo de lo que afirmamos sea el mismo Aristóteles que sostiene que todos entienden por dios una cierta causa de todas las cosas, un cierto principio[18]. El concepto no puede ser más vago desde el momento que este mismo autor nos llama a distinguir cuatro tipos de causa. En la filosofía cristiana, Dios es la causa eficiente del existir de todas las cosas. Por lo mismo se lo concibe como el ipsum esse subsistens, noción a la que no llegó ningún filósofo anterior a la Revelación. Y no podía llegar por carecer del concepto de creación. Por lo mismo, todo cristiano ha de pensar a Dios como el existente por antonomasia; concepción que inspira el famosísimo argumento ontológico de san Anselmo, argumento que tendrá un éxito inusitado en la historia del pensamiento moderno, y que, independientemente de si lo aceptemos o no, nos muestra claramente la fecundidad filosófica de la Revelación.

Por ser el origen de todo existente, Dios es uno y único; concepto que se ha impuesto absolutamente en la civilización occidental como si fuese evidente de suyo. Lo es tan solo en la concepción que brota de la Revelación. Sin embargo, le costó al pueblo judío comprenderlo. Tal vez quien primero lo proclama con fuerza sea Isaías, profeta de fines del siglo octavo anterior a nuestra era, anterior, por lo tanto, a los primeros balbuceos filosóficos de los griegos. Este profeta sostiene, de parte de Yahvé, pues fuera de Mí no hay otro Dios. Dios justo y salvador, no hay sino Yo[19]. Semejante certeza tarda mucho en ser reconocida en el Imperio Romano, el que se mantuvo politeísta hasta su conversión. Por lo mismo, los cristianos fueron condenados a muerte por desconocer y no dar el verdadero culto a los numerosos dioses que ellos veneraban. Por eso eran considerados impíos.

En este ámbito, se podrían escribir muchos libros sobre lo que la metafísica le debe a esta noción; mas con lo poco que hemos dicho basta para comprender la profundidad de la transformación de esta ciencia gracias a este nuevo concepto.

 

ANTROPOLOGÍA

 

La Revelación de que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios[20] ha sido fuente constante de inspiración para sus estudiosos. Ya aludimos a algunas consecuencias prácticas de tal noción. De ahí la supresión de la exposición de los niños, de los combates de gladiadores, de la esclavitud, la estimación de la mujer que deja de ser esclava del varón y un largo etc. Mas ahora nos abocaremos al aspecto teórico de la cuestión.

¿En qué radicará esa semejanza?

El concepto de espíritu, si bien estaba casi completamente elaborado en los clásicos, sin embargo, faltaba la palabra. No hay un término para designar a lo incorpóreo que lo distinga suficientemente de lo corpóreo. Los sicólogos suelen decir que, cuando falta la palabra, el concepto no ha sido completamente elaborado. Ni siquiera Aristóteles logra expresar adecuadamente la noción[21]. Sus múltiples motores inmóviles radican en las esferas celestes, las que, al parecer, les sirven de cuerpo. Si bien su intelecto agente, en algunos textos, parece absolutamente espiritual y eterno, el paciente es corruptible y mortal. Toda su exposición es tan oscura que los comentaristas están lejos de llegar a un acuerdo. Plotino, finalmente, sostendrá abiertamente que las ideas, como son definiciones, contienen materia, al menos una materia inteligible; de otro modo, ¿cómo definirían a los entes corpóreos? Hasta existen ideas de las cosas particulares[22]. Con todo hay que reconocer que, como la materia es origen del mal, en el Uno no la hay; tampoco en la inteligencia. Pero hay que recordar que este autor es contemporáneo de Orígenes No vale la pena referirse a estoicos y epicúreos, cuyo materialismo es ampliamente reconocido.

El primero que nos explica claramente qué es un espíritu es un teólogo, naturalmente. Orígenes distingue el espíritu estoico, es decir, el aire, del espíritu bíblico.

Por no haber comprendido Celso la doctrina sobre el espíritu (…) piensa que (…) en nada nos diferenciamos de los estoicos. (…)Mas, según nosotros, que nos esforzamos en demostrar que el alma racional es superior a toda naturaleza corpórea y substancia invisible e incorpórea, el Dios logos no puede ser cuerpo[23].

 

Este espíritu es inmortal, por cierto, como claramente lo atestigua la Revelación. En Platón era eterno, tal como el mundo, y vivía en compañía de los dioses en el mundo de las ideas. Mas tal mito carecía de toda prueba por lo que el mismo filósofo las multiplica en un inútil esfuerzo por convencerse racionalmente de lo que aceptaba poéticamente[24]. Como la Revelación no contiene filosofía, tan solo afirma la inmortalidad; nos deja a nosotros, filósofos, la tarea de hallar esa esquiva prueba. Hay que reconocer que, hasta santo Tomás, nadie lo logró. Es que, como lo dice este eximio pensador, si hay un tema difícil de investigar, es éste[25].

Si hay algo que nos sorprende en la actualidad es la falta de una doctrina de la libertad personal en toda la literatura clásica. El tema queda encerrado, las más de las veces, en el aspecto jurídico social de los hombres libres ante los esclavos. Realidad tanto más sorprendente cuanto no podemos hoy concebir la ética sin la libertad. Es obvio que hay reflexión ética en el mundo antiguo, y muy avanzada, especialmente entre los estoicos. Mas, por su materialismo, su metafísica no deja lugar a la libertad. El problema no deja de inquietar a los mejores pensadores de la época, especialmente, en la helenística.

Tal como lo dijimos respecto del espíritu, la noción estaba prácticamente concebida, faltaba hallar la palabra para afirmarla. Los que sobresalieron en esta búsqueda fueron los estoicos, escuela dominante entre los siglos segundo antes de Cristo y tercero de nuestra era. Hasta que fueron reemplazados por el neo-platonismo. En efecto, hallamos en Crisipo la palabra eclecticón que suele traducirse por selección. El hombre está capacitado para hacer una selección natural, pero, tal como ocurre en Platón y Aristóteles, no se designa a una facultad diferente de la razón para realizarla. J.M. Rist supone que ello se debe a que las palabras nous y dianoia incluyen el aspecto apetitivo además del racional[26].

Según Cicerón, Epicuro habría introducido el clinamen, esa tenue desviación de los átomos en su caída, para salvar la libertad[27]. Otro tanto hace Crisipo, nos enseña el gran orador romano, al distinguir las causae principales  de las adiuvantes[28]. Estas últimas pueden alterar el resultado final.

A pesar de lo dicho, la voluntad libre, como facultad diferente de la razón, es un hallazgo romano, posterior a la difusión del cristianismo por el Imperio. En la base del hallazgo está, ciertamente, la revelación del pecado original y sus desastrosas consecuencias. Solo en la Biblia encontramos ese He pecado contra Ti, contra Ti solo he obrado lo que es desagradable a tus ojos, de modo que se manifieste la justicia de tu juicio[29]. No se trata ya de una falla sino de una decisión tomada contra la majestad del Creador de la que se es siempre responsable. Semejante concepto lleva a plantear un problema absolutamente nuevo del que no hay traza alguna en la filosofía anterior: ¿cómo conciliar la libertad humana con la presciencia divina?

Es verdad que en la antigüedad los estoicos se habían enfrentado a un problema parecido: cómo entender la selección humana en un mundo regido por una necesidad absoluta, por el encadenamiento riguroso de las causas. Falta, claro está, el Dios personal cristiano en este planteamiento.

La pregunta que nos hicimos solo puede hacérsela quien entienda a Dios como creador y providente. Mas no sólo creador, sino creador inteligente a partir de nada, por lo que todo lo que es y hace el pecador brota del Creador. Será el teólogo Orígenes quien inicie el análisis de tan misteriosa cuestión. En una antología conocida como Filocalia, compuesta por san Basilio y san Gregorio Nacianceno, hallamos la solución que aporta el Alejandrino: la presciencia no es causa de los acontecimientos. Nos explica su pensamiento con un ejemplo sencillo: no porque un hombre sepa a qué hora ha de salir el sol, causa su salida.

Es curioso observar que entre los pensadores cristianos se multiplican los tratados acerca del libre albedrío con preguntas tan novedosas como las que se hace san Agustín. ¿Por qué Dios nos otorgó el libre albedrío que sería la causa de nuestra perdición? O esta otra ¿Cuál es la causa del libre albedrío?[30] Finalmente, santo Tomás de Aquino hará cuidadosos análisis del acto voluntario en el que separa claramente los actos de la inteligencia de los de la voluntad y el orden que se da entre ellos. En suma, es todo un inmenso campo que se abre a la curiosidad del investigador a partir de la Revelación. Campo que afecta desde la metafísica hasta la ética, pasado por la antropología.

La expresión libre albedrío comienza a ser usada por Tito Livio, pero no en el sentido que le darán los cristianos. Porque la voz arbitrium tiene el sentido de capricho, gusto, cuando no se refiere al juicio establecido por el juez en el tribunal. La expresión voluntad comenzará a ser usada por Séneca, pero no para designar una nueva facultad sino el carácter moral, bueno o malo, de una persona[31], lo que le permitirá, o no, liberarse de la servidumbre a que lo somete el universo corpóreo. Entre los cristianos, en cambio, el libre albedrío es la característica más propia de la voluntad, por la que el hombre decide sus acciones, por la que se hace responsable de ellas y deberá dar cuenta ante Dios. Podrá decirse que este nuevo sentido estaba implícito en el antiguo. Es una observación muy justa; pero mucho va de lo implícito a lo explícito. Tan importante es el cambio, que un cristiano comprende desde el comienzo que Dios no castigará a Edipo por sus crímenes, ya que no podía saber que los cometía. Por lo tanto era inocente. Como muy bien explica san Agustín, aquellas vírgenes violadas en cautiverio, no quedaron manchadas, porque no consintieron en su voluntad[32].

He dejado para lo último lo que tal vez sea la mayor contribución filosófica de la Revelación en este ámbito: la noción de persona. Personare significa resonar y persona designaba a la máscara que usaban los actores en el teatro. De allí pasó a significar personaje y, finalmente, la función que cada cual desempeña en la sociedad. La Revelación, por su parte, nos habla de la Trinidad divina. ¿Cómo entender que el Único sea triple? Las discusiones a que dio lugar el esfuerzo de los cristianos por entender el misterio nos llevó al actual concepto. Pero eso no es todo. También sirvió para crear otro concepto, esta vez metafísico, totalmente nuevo: subsistencia. De este modo se pudo expresar que Jesús, el Mesías, siendo perfectamente humano, no era persona humana sino exclusivamente divina. En él se da la subsistencia divina y no la humana, por lo que carece de lo que cierra, por decirlo así, al ser humano y lo presenta como un individuo único e irrepetible. Que es eso lo que llamamos cabalmente persona. Toda esta meditación sobre el misterio sirvió también para crear el término suppositum, supuesto, para distinguir la substancia individual, real, existente en acto, de la substancia segunda, que también puede ser llamada substancia, a secas. 

 

ÉTICA

 

Tal vez en el plano de la moral haya menos discusiones por ser tan evidente la aportación de la Revelación. El catálogo de virtudes morales estudiado por los pensadores cristianos es enorme. En la sola Suma de Teología, santo Tomás estudia más de un centenar, entre virtudes y vicios morales, a los que habría que agregar las virtudes intelectuales, teológicas y los dones del Espíritu Santo. Más aún, coronando todo este saber, los autores hablan de una teología de la perfección cristiana que supera ampliamente lo que puede enseñarse en moral alzándose hasta la mística, en la que abandonamos lo que el hombre puede comprender.

Ante un tan vasto panorama prefiero fijar mi vista en lo que le da sentido a toda la vida moral, a la clave de bóveda de la ética que se mantuvo siempre en una suerte de limbo para el pensamiento clásico. Por este motivo, la ética no pasaba de ser una serena reflexión sobre la vida que sólo podían darse los varones libres y adinerados, de la que estaban excluidos las mujeres, los niños y los esclavos. Por lo mismo, toda esta ingente meditación fracasó miserablemente como lo muestra san Agustín en el libro XIX de la Ciudad de Dios. En el capítulo cuarto de este libro, trata del soberano bien y compara la visión de los cristianos a la de los paganos. En él nos muestra que la felicidad, la tranquilidad del ánimo, tan buscada por las escuelas morales helenísticas, no se da en esta tierra. Por ello, todas ellas terminan por aconsejarnos el suicidio, cuando los males nos sobrepasan, ya que carecen por completo de las nociones que permiten comprender el sentido de esta condición de la humanidad. Con una cita de Varrón[33], uno de los primeros filósofos romanos, nos muestra el Santo una suerte de reconocimiento del fracaso de las éticas paganas:

Los tormentos y los dolores del cuerpo son males y tanto peores cuanto más pueden aumentarse. Por eso, para verte libre de ellos, debes huir de esta vida[34].

Con razón se pregunta san Agustín: ¿acaso la virtud no nos prometía la felicidad? ¿Cómo es que se ordena al sabio abandonar esta vida? Recordemos que al suicido se lo denominó, en aquella época, muerte filosófica. Aunque parezca paradójico, son muchos los sabios estoicos que optaron por ese camino. Por el contrario, la moral cristiana lo prohíbe terminantemente, y enseña que nunca puede ser achacado a grandeza de ánimo[35].

La clave de bóveda de toda la moral radica en la concepción del soberano bien. Ya Aristóteles advirtió claramente que tal era el caso y nos dejó páginas luminosas al respecto. Pero por carecer del concepto de la inmortalidad del alma, solo pudo constatar que el hombre desea cosas imposibles[36]. Al final, todo su trabajo, tan benemérito desde tantos puntos de vista, termina en la resignación. Las escuelas morales helenísticas parten de ésta y se limitan a buscar la tranquilidad del ánimo, como ya dijimos. Por desgracia, tampoco la encuentran. Caso aparte merece Plotino quien aspira al éxtasis; mas ya vimos que conoció al cristianismo en Alejandría y su profesor fue Ammonio Sakkas, quien, al parecer, era un cristiano apóstata. Según Porfirio, Plotino logró en cuatro ocasiones gozar del éxtasis. Lamentablemente el testimonio de Porfirio no es de fiar. Por lo demás, es doctrina común entre los teólogos la que asegura la existencia de místicos naturales; es decir, personas tan puras que Dios las premia introduciéndolas en su intimidad. ¿Fue Plotino uno de ellos?

La meditación del soberano bien, fin último del hombre, queda iluminada por la noción de creación. Según ella, Dios es la causa eficiente, ejemplar y final de todo lo creado. En consecuencia, el soberano bien es Él mismo. Bajo esta luz, los penetrantes análisis de Aristóteles cobran un sentido que él no pudo ni siquiera soñar. Esa felicidad que atribuyó al Motor Inmóvil[37] será participada por todos los hombres que acepten la Revelación, se incorporen a la nueva Alianza y pongan en práctica la nueva ley de amor. En esta nueva visión surge un nuevo concepto, el de que hay un deber absoluto de obediencia a Dios, Creador y Revelador, del cual nadie puede darse por excusado. Por ello, la nueva alianza debe ser dada a conocer al mundo entero y quien creyere y fuere bautizado será salvo; mas, quien no creyere será condenado”[38].

Este esfuerzo de la Iglesia por llevar la salvación a todos los seres humanos provoca un odio extremo sobre su labor, lo que explica la ceguera de un hombre, por otros capítulos, tan memorable, como el autor de la acusación-reproche con el que comenzamos nuestra exposición.

 

COSMOLOGÍA

 

Lo dicho basta para comprender que la cosmogénesis y la cosmovisón han de variar necesariamente en toda filosofía inspirada, de alguna manera, por esta noción.

No se puede sostener que el mundo sea eterno, tampoco que la materia sea mala; mucho menos que sea absurdo, como pretendió un tal Sartre. ¿Qué pensar del eterno retorno, tan popular entre los griegos y que quiso resucitar un Nietzsche? Todas estas ideas y muchas más entran en conflicto inmediato con la Revelación bíblica.

Pero hay mucho más que esto. Por ser obra de la sabiduría infinita, el universo creado pasa a ser bueno,  hermoso y transido de racionalidad. Pasa a ser un libro abierto para el que sepa leerlo. ¿Y de qué nos habla este libro? Del amor de Dios. Porque, como ya lo estableció con firmeza san Agustín, Dios crea por amor, por su excelsa benevolencia, porque quiere hacer partícipes de su felicidad a otros seres inteligentes[39].

De aquí proviene lo que se ha dado en llamar optimismo cristiano. Nada malo ha sido creado por Dios; todo lo que ha salido de sus manos es bueno y bello, aunque nosotros, muchas veces, no podamos comprender ni lo uno ni lo otro. El mismo san Agustín confiesa no comprender por qué Dios ha creado al escorpión tan temido. Pero en sí, es un animal maravilloso.

Por lo mismo, la filosofía enfrentará una objeción muy seria. Si esto es así, ¿De dónde proviene el mal? Los autores cristianos enfrentarán el problema desde los inicios de su investigación. Este esfuerzo nos ha valido los mejores intentos de comprensión de esa realidad tan misteriosa que llamamos el mal. Se distinguirá un mal físico de un mal moral, siendo este último el que más duele a los teólogos. El primero será entendido como una simple privación, necesaria, en cierto modo, dada la contingencia del mundo. Este mundo no es Dios y sería audacia sacrílega hacerlo igual a su Hacedor[40]. El segundo es iluminado por el pecado original. Es el hombre su creador, al rebelarse contra el orden establecido por Dios. Pudo hacerlo porque era libre. ¿Por qué Dios le otorgó semejante don, si es que puede llamarse así, a la causa de nuestra perdición? San Agustín le dedicó tres libros, como ya vimos. El misterioso problema se mantendrá hasta el día de hoy y es una de las razones que alegan los que no quieren aceptar la existencia de Dios. Del cristiano, por supuesto. A lo que santo Tomás responde que la objeción sería válida si Dios no pudiese sacar bien del mal[41]. Dios lo tolera por un mayor bien. Porque todo lo hizo bien y para bien de sus creaturas, hasta permitir la presencia del mal.

Por lo mismo, basta mirar la creación para comprender que hay un Creador. Ella lo proclama con fuerza desde la profundidad de su contingencia. Esta misma idea metafísica, desconocida absolutamente por la filosofía anterior, es clave en la cosmovisión filosófica cristiana. Ella rompe el necesitarismo estoico que hace imposible la libertad; ella admite la presencia del mal en el universo creado por la Bondad infinita, y tantas otras consecuencias que enumerarlas todas sería de nunca acabar..

 

CONCLUSIÓN

 

Parece estar demás concluir lo que, espero, ya todos comprendemos perfectamente. Por lo que terminaremos esta brevísima exposición invitándolos a leer el libro del R.P Sertillanges O.P., quien, después de considerar muy brevemente la fecundad filosófica de la Revelación, nos explica cómo el cristianismo usó en su provecho todo lo que la filosofía greco-romana había elaborado e inspiró todo lo que las filosofías desarrollaron posteriormente, hasta el presente. Escuchemos su conclusión:

Era de tal naturaleza el fermento evangélico que permitió a la Iglesia cristiana construirse su propia filosofía, resucitar todas las filosofías del pasado reformándolas y perfilándolas, e influir en todas las del provenir (…) Sin el cristianismo no existiría ninguna filosofía aceptable[42].

 

 

 

 

JUAN CARLOS OSSANDÓN VALDÉS

 

 

 

ABSTRACT

 

Emile Bréhier, al comenzar el siglo pasado, acusó al cristianismo de ser filosóficamente estéril. El R.P. A.D. Sertillanges O.P. le respondió con un voluminoso trabajo titulado El cristianismo y las filosofías. En él muestra cuán rica, filosóficamente hablando, es la revelación cristiana y, pasando revista a toda la historia de la filosofía, concluye que, por una parte, el cristianismo rescató todo lo valioso del antiguo saber greco-romano y engendró toda la filosofía posterior. En este trabajo, el autor se limita a reflexionar sobre el concepto de creación y muestra cómo este concepto tiene la virtud de transformar toda la filosofía. Nadie discute que este concepto está ausente de la filosofía anterior. Es un concepto exclusivamente bíblico. Brevemente muestra el autor hasta qué punto determina la gnoseología, la metafísica, la antropología, la ética y la cosmología. No se trata, por cierto, de que la Revelación tenga carácter filosófico, sino de que, en su empeño por comprenderla, los cristianos necesariamente van a crear nuevas visiones filosóficas. Porque la Revelación está hecha para las inteligencias y las fuerza a aceptar un cierto número de verdades. Algunas de ellas, por lo demás, al menos materialmente, pertenecen a la filosofía e invitan al creyente a desarrollar todo su contenido implícito. Termina el autor reconociendo la enorme influencia que esta Revelación ha tenido en los pensadores europeos hasta el día de hoy.



[1] Histoire de la Philosophie, vol. 1. cit. Por Fraile. Historia de la Filosofía vol. 2. BAC. Madrid. 1960. pág. 33.
[2] Cfr. Th. E. Woods Jr. Como la Iglesia Construyó la Civilización Cristiana  c. I, págs. 22 y ss.
[3] El R.P. A.D. Sertillanges dedicó un extenso trabajo, en 2 volúmenes, al tema: “El Cristianismo y las filosofías” (Biblioteca Hispánica de Filosofía. Gredós. Madrid. 1966). En esta obra, después de pasar revista a las diversas disciplinas filosóficas en las que se ha dejado sentir la influencia de la Revelación, llama al banquillo a toda la historia de la filosofía, tanto a la anterior, que los cristianos usarán en su provecho, como a la que seguirá al primer encuentro entre la filosofía antigua y la Revelación.
[4]  El mismo Plotino le dedica un libro: I, 9.
[5] De Civ. Dei, XIX, 4
[6] Spe enim salvi Facti sumus. Rom. 8,24.  San Agustín comenta: “…que la vida humana constreñida a ser miserable en medio de tantos y tan grandes males en este siglo, es feliz por su esperanza del siglo futuro, como también salva”. Ibíd.
[7] Cfr. Pierre Fernessole: “De la civilisation chrétienne” . Beauchesne, Paris, 1945.
[8] Parece más probable que la haya inventado Aristóbulo, también alejandrino, pero del siglo anterior.
[9] Cfr. Fraile O.P.: “Historia de la Filosofía” I. Grecia y Roma. Págs. 688-698. Además, este autor sostiene que su intento (de Filón) de conciliar la filosofía griega con la revelación de la Biblia es la verdadera fuente de donde procederá el neoplatonismo (pág. 687).
[10]  Itaque nunc philosophos non fere videmus, nisi aut cynicos aut peripateticos aut platonicos (...) sed tamen eliquata est, ut opinor, una verissimae philosophiae disciplina. (así, pues, ahora apenas vemos más que a los cínicos, a los peripatéticos y a los platónicos (neo-platónicos) (…) sin embargo, opino que ha sido depurada una sola escuela de filosofía completamente verdadera). Esta filosofía completamente verdadera es la de Plotino que ha visto la concordancia entre Platón y Aristóteles, a juicio de san Agustín, que no hace sino repetir el sentir común de su época.
[11] Cfr. J. Mehlis. Plotino. Trad. J. Gaos.Revista de Occidente. Madrid. 1931. Págs. 35-36
[12] Cfr. F. García Bazán. Plotino y la Gnosis. Buenos Aires. 1981.
[13] Gen. 1,3. En las citas bíblicas, uso la traducción de Mons. Straubinger.
[14] Fides ex audito, como enseña san Pablo en Rom. 10,17
[15]  Jn. 3,2
[16] En este difícil problema habría que hacer varias distinciones: creación activa y pasiva; formaliter et virtualiter; etc. Estos y otros problemas están abundantemente tratados por los textos de Theologia Dogmatica en uso en los seminarios y universidades católicos.
[17] Gen. 1,26-29.
[18] Metaf. 983a8
[19] Is. 45,21.
[20] Gen. 1,26.
[21]  Posiblemente lo que mejor ha escrito en este sentido se halla en el capítulo séptimo del libro décimo de su ética.
[22] Enn. V, 7,1
[23] Contra Celso VI,71. 
[24] En el Fedón, donde aborda directamente el problema, establece al menos 4: por el ciclo de las generaciones: muerte – vida; por la reminiscencia; por la afinidad del alma con las ideas y porque participa de la idea de vida y no de la muerte. Cfr. Además, el República, el Fedro y el Timeo.
[25] Obtener una firme convicción sobre el alma es una de las cosas más difíciles. In de Anima, 402a. Trad. M. Donadío. Arché. Buenos Aires, 1959.
[26] Cfr. “La Filosofía Estoica” c. 12, págs. 228-241.
[27] De Fin. I,6,18. Cit. por Fraile. Historia de la Filosofía I, 33, pág. 613
[28] De Fato 18. Cit. por Fraile, ibid.
[29] Salmo 50,6
[30]  Al tema dedica su famoso De Libero Arbitrio. Compuesto por tres libros.
[31] Cfr. Ritz, o.c. págs. 232-236.
[32] Civitas Dei, I, 16. En el c. 19, aplica su doctrina a Lucrecia, quien desesperada, se suicida.
[33] Vivió entre 116 y 27, contemporáneo de Cicerón y también discípulo de Posidonio. De él dice san Agustín: “había leído tanto que no se sabe de dónde sacó tiempo para escribir, y escribió tanto, que es casi imposible leer todas sus obras”. Por desgracia, muy poco ha llegado hasta nosotros.
[34] Mala sunt tormentea atque cruciatas corporis; et tanto sunt peiora quanto potuerint esse maiora; quipus, ut careas, ex hac vita fugiendum est
[35] Cfr. Civ. Dei, I,22,1.
[36] Ethic. Nic. L.3; 2, 1111b23; Metaph. L. 12 (L), 3, 1070a25.
[37] Metafísica, L. 12 (L), 1072b15.
[38] Mc. 16,16
[39] Cfr. De Genesi ad Litteram, I, especiealmente los capítulos 5 y 8.
[40] De Natura Boni, c. 10.
[41] Summa Theologiae, I,q.2,a.3, ad 1m. Santo Tomás cita a san Agustín: Enchiridium, 11.
[42] L.C. pág. 7.

1 comentario:

  1. Que lástima que el profesor ya no este en los postgrados de la PUCV ......

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