sábado, 1 de abril de 2017

GLOBALIZACIÓN.


CULTURA HISPOANOAMERICANA


 

VISIÓN METAFÍSICA


 

INTRODUCCIÓN


 

Terminada la segunda guerra mundial, surge preocupación por la irrupción de un proceso de internacionalización - globalización lo llamamos ahora – impuesto por la fuerza del dinero y que amenaza con acabar con las naciones; pero no sólo con su independencia económica, sino, lo que es más grave, con su personalidad cultural. Uno de esos visionarios fue el P. Osvaldo Lira SS.CC[1].

Nuestro maestro propone que los pueblos hispánicos, olvidando sus rencillas de campanario, busquen su unión y recuperen la fuerza que tenían cuando eran parte del imperio de los Austria, cuando eran parte de “las Españas”, en cuyos territorios no se ponía el sol. Porque, al fin y al cabo, cada pequeña nación aislada será incapaz de resistir este nuevo movimiento mundial y será avasallada. Hoy, que somos considerados “el patio trasero” de los yankees, observamos con tristeza cuánta razón tenía el buen P. Osvaldo.

Para que los hispano-parlantes comprendan cuán sencilla sería su unión, entre ellos y con la Madre Patria, por supuesto, este pensador genial nos quiere explicar que realmente existe una cultura hispanoamericana y cómo se formó. Comprendida la naturaleza de esta nueva cultura será más fácil que reconozcamos que nada perdemos con la unión y mucho ganamos. De paso, podríamos terminar con ese complejo de inferioridad que nos hace pensar que carecemos de una cultura que merezca el nombre de tal y entender que, a pesar de su novedad, no tiene nada que envidiarle a las demás.

¡Ojalá recobráramos la gallardía de un Alonso de Ovalle cuando les mostraba a los europeos cuánto valía su querido Chile!

 

LA NACIÓN HISPANOAMERICANA


 

Éramos una gran nación que se desmembró en muchas pequeñas naciones que pronto entraron en lucha fratricida por cuestiones limítrofes. Y se nos ha olvidado lo que éramos.

Para mostrarnos que éramos una sola gran nación, el P. Osvaldo busca la esencia que nos constituye en cuanto tales. Lo primero que nos enseña es que la esencia de toda nación es moral y no física. Por ello subsiste en los individuos que la componen y no en sí. Ontológicamente se la califica de accidente, cuyos sujetos o materia remota son esas personas que le dan su existir y su materia próxima es la actividad social desarrollada por ellos y que se concreta en las asociaciones que crean para realizarla. O, como se las suele llamar, las sociedades intermedias. Pero, como es un ente corpóreo, no puede dar de sí todo lo que contiene potencialmente; por lo que se constituye como un todo sucesivo que, poco a poco, va realizándose. Como carece de unidad sustancial, en esta sucesión podría cambiar completamente su fisonomía. Un hombre, por el contrario, cambie cuanto cambie, no deja de ser ese mismo hombre, esa persona humana individual desde que es concebida hasta que muere. Precisando más, diremos que se trata de un accidente de cualidad que es de carácter histórico porque tiene necesidad de tiempo para verificarse.

Como todo ente corpóreo, consta de alma y cuerpo. El alma, que no es subsistente, por cierto, explica su unidad, organización y perduración, y es el resultado de una vivencia en la que todos se unen. José Antonio Primo de Rivera lo expresaba con magistral brevedad: “unidad de destino en lo universal”, por lo que requiere de la colaboración de todos. San Agustín nos da una definición maravillosa de pueblo que podemos aplicar a lo que ahora nos ocupa: “reunión de una multitud racional, unida por una perfecta comunión en las cosas que ama”[2].

El cuerpo, a su vez, es doble: inmediato y mediato. Por tratarse de un ser accidental, su cuerpo inmediato también lo es y está constituido por todas las actividades que produce esa alma. El mediato, en cambio, por las personas reales que son su sujeto último, como ya observamos. Porque, en definitiva, todo accidente inhiere en una sustancia.

Contra lo que se pensaba en Europa a comienzos del siglo XX, el P. Osvaldo proclama la superioridad del cuerpo mestizo sobre la supuesta raza pura. Porque a mayor mestizaje mayor riqueza en su composición. Por lo demás no sé yo hace cuánto tiempo desaparecieron esas supuestas razas puras. Buen ejemplo de ello son Roma y España. Hispanoamérica es aun más mestiza que la Madre Patria.

Conviene precisar que hablamos de mestizaje sobretodo cuando hay un desequilibrio social entre las razas que se mezclan. En nuestro caso la disparidad es tal que las razas amerindias quedaron pasivas; se comportaron como la materia prima en la unión sustancial. Como este concepto metafísico es difícil de comprender me permito algunas consideraciones.

La materia prima es el sujeto que recibe la forma sustancial; en América la inmensa mayoría de la población será indígena; la población europea que llegó por estas tierras en la época que llamamos colonial fue escasísima[3]. La materia limita a la forma impidiendo una realización total de sus perfecciones; en nuestro continente la elevación cultural de la población autóctona se ha ido realizando lentamente. La materia impone condiciones. Vemos que los indios van a realizar de modo original las matrices culturales que traen los europeos. Así, por ejemplo, el idioma español recibió tonos diferentes en las diversas zonas y fue incluso deformado en muchos aspectos.

Quien actúa como forma sustancial es España. Impone su religión y su lengua; su arte y su ciencia; sus costumbres en todos los aspectos de la vida diaria. Es obvio que algunas de las costumbres indias se imponen a los europeos quienes descubren nuevas formas de alimentarse, por ejemplo, desconocidas en el viejo continente. ¿Por qué lo llamarán viejo cuando todos, al parecer, nacieron en la misma época?

En suma, el P. Osvaldo entiende nuestra cultura al modo hilemórfico, donde el indígena actúa como materia prima y las Españas como forma sustancial. Claro está que no olvida que se trata de una realidad accidental por lo que hay que entender la expresión analógicamente; es decir, con sutileza. Pero lo cierto es que la aportación indígena a los valores culturales más gravitantes, como son los religiosos y los morales, es mínima. Hubo una real conversión popular a partir de las apariciones de la Virgen en México. De modo que abandonando por completo su cruel religión, abrazaron la que traían los hispanos. Esta actitud se extenderá por todo el continente dando origen a notables ejemplos de religiosidad y santidad entre indios y negros que recién ahora se comienzan a reconocer[4].

Dijimos que la forma o alma es la responsable de la unidad, organización y perduración del ente nacional. Dado que ésta es la misma desde México hasta Chile y es la misma que vivifica a las Españas; Hispanoamérica era y es una sola y gran nación.

Como estamos en los siglos en que triunfa el barroco, nuestra cultura también lo será, claro que con las variantes que los indígenas le impondrán, lo que la hará original. Por desgracia, durante los siglos XIX y XX, “barroco” era sinónimo de feo. También en esto el teólogo chileno es un pionero. Ferviente admirador de este arte desde su juventud, ayudó a muchos a apreciarlo. Hoy se está extendiendo esta nueva valoración de dicho ciclo cultural, y, por lo mismo, podemos esperar que se reconozca el mérito de nuestra cultura y su originalidad.

No viene al caso, porque no pertenece a la metafísica, profundizar en los méritos de nuestra cultura barroca. Basta pensar en la arquitectura, arte, poesía, música, etc. desarrolladas en esos siglos para comprenderlo. Por desgracia, hemos perdido hasta el recuerdo. Sin embargo no está demás mencionar que el P. Alonso de Ovalle se refiere a los concursos poéticos que se realizaban en Santiago en las fiestas de algunos santos y en los que participaba la población con entusiasmo. Muchos monumentos arquitectónicos de enorme valor se encuentran en nuestra América e, incluso, se comienza a estudiar con interés, ¡por fin!, un modelo político extraordinario y absolutamente original puesto en práctica en las reducciones indígenas de Paraguay y Argentina.

En todos estos aspectos culturales observamos el mismo fenómeno hilemórfico. De las Españas viene la inspiración principal, es arte barroco, es teología y filosofía católicas, es política cristiana; pero muchos de sus ejecutantes son indígenas, o mestizos, que dejan su huella en el modo cómo ejecutan las obras, a las que, incluso, incorporan elementos autóctonos.

Es conveniente no olvidar que también vinieron europeos de otras naciones tanto en el ejército real, como entre los jesuitas y otras órdenes religiosas; mas todos ellos se incorporaron a la cultura española que aquí reinaba. Al fin y al cabo, muchos de ellos pertenecían ya al imperio español que se extendía por Europa hasta Borgoña e Italia.

A partir de la independencia, nuestras naciones han recibido una multitudinaria inmigración europea, especialmente notable en Argentina y Uruguay, siendo más reducida en otras latitudes. ¿Habrá que pensar que estas aportaciones transformaron nuestra cultura?

El P. Osvaldo nos explica muy bien el fenómeno comparándolo con el ejemplo del Imperio Romano. Éste conquista el occidente y el oriente. Las naciones que conformaban la cultura helenística conservaron su lengua, su religión, sus costumbres. ¿Por qué? Porque su cultura era igual o superior a la de los conquistadores. Podemos ejemplificar nuestro aserto haciendo ver que los Padres de la Iglesia, de los primeros siglos, viven en el Imperio pero son culturalmente griegos.  En cambio, en las Galias y en España se produce el mismo fenómeno que entre nosotros. Estos pueblos poseen una cultura tan inferior a la romana que, a pesar de la crueldad con que fueron tratados, pronto se romanizarán completamente y llorarán la pérdida del imperio. Algo similar sucede cuando el imperio español se extiende por Italia, la Borgoña y Flandes. Como estas naciones poseen una cultura similar a la española, no se hispanizan sino que mantienen sus tradiciones, lengua y religión, que la corona respetaba. Lo que no impide que se sumen con entusiasmo a las empresas españolas y se luzcan en ellas. No se puede desconocer su importancia en Lepanto o en San Quintín, por ejemplo. ¿Habrá que recordar los nombres de los hermanos Doria, Spinola, entre los italianos, y entre los borgoñones a Carlos de Lanoy que vence y hace prisionero a Francisco I en Pavía? Es más, la pintura flamenca tiene notable éxito en la península y el renacimiento italiano influye poderosamente en producir un nuevo estilo en España.

Claro está que las dos empresas no son comparables. Roma propagó valores intelectuales, políticos y sociales, muchos de los cuales fueron tomados, a decir verdad, de Grecia. En la parte moral las deficiencias fueron notables, como para decir que no conocían del todo la ley natural. Las Españas, en cambio, además de dichos valores, transmiten la Revelación y llevan la Gracia santificante que da una vida sobrenatural al hombre, todo lo cual es trascendente respecto de lo anterior. Mientras Roma impone la “civitas” y la “pax romana”, Las Españas nos traen la normalidad cristiana y terminan con las guerras tribales tan comunes en el continente. Habría que decir que impusieron una “pax Hispanica”.

Volvamos a nuestro caso. Los italianos, franceses, ingleses, alemanes que llegaron en el siglo XIX no tenían una cultura superior a la nuestra. Eran más ricos, por supuesto, nos superaban en manifestaciones artísticas y científicas. Todo lo que quieran. Pero nuestra base cultural está en nuestra religión que por nada es superada ni puede serlo y por la convivencia cristiana que, a pesar de sus defectos, no distaba de la de los europeos de la época. En suma, sucedió entonces lo que les pasó a los romanos en oriente: los europeos aportaron valores accidentales que permitieron mejorar nuestra cultura, por cierto, pero no cambiarla. Para que ocurriera esto último, se necesitaría que los hispanoamericanos repudiaran su tradición y abrazasen otra muy distinta. Por desgracia, desde fines del siglo XIX estamos caminando en esa dirección.

 

LA HORA PRESENTE


 

Lo primero que sucedió fue que paulatinamente las clases dirigentes fueron olvidando nuestro pasado hispánico. Al olvido le siguió el repudio. Pero como toda nación es sucesiva, la tradición es indispensable para su supervivencia. En dicho siglo, el fenómeno afectó a las aristocracias de algunas naciones latinoamericanas produciendo una separación neta entre ellas y el pueblo. En otras, la masonería tomó el poder e inició, de inmediato, una odiosa campaña contra los valores tradicionales. El caso más triste es el que presentó México, contra el cual se alzaron los cristeros. Lamentablemente, la incomprensión de la política vaticana les arrancó de las manos la victoria conseguida en el campo de batalla.

Mientras las aportaciones europeas, con la excepción de México y Uruguay, acrecentaron nuestra cultura sin contradecirla durante ese siglo, en el vigésimo se agudiza la oposición entre nuestra tradición y las nuevas ideas. Ahora, en cambio, la sobre valoración de lo extranjero se ha apoderado de las capas populares, como lo había hecho de las dirigentes en el siglo anterior. Claro que el francés ha sido reemplazado por el inglés. El liberalismo y el marxismo, ideologías contrarias a la fe católica que otrora gobernaba nuestra convivencia, se han apoderado de nuestras naciones en tanto grado que estamos a punto de perder nuestra tradición y cambiar nuestra cultura por otra completamente distinta. Esto se aprecia especialmente en el plano moral y en el teológico.

El olvido de nuestro pasado se hizo casi total y la legislación se aparta cada vez más de las enseñanzas del Evangelio. Pero una cultura no es un conjunto de principios intelectuales, morales y religiosos, sino que es el modo de vivirlos, como lo indica la misma palabra “cultura”. Antes, pues, del advenimiento de estas nuevas leyes, se fue paulatinamente abandonando la vivencia católica. En unas naciones el fenómeno fue más rápido que en otra; en la actualidad, empero, en todas es ya muy pronunciado. Esto es tanto más grave cuanto que, como nos lo recuerda el P. Lira, el subsistir de una nación es el continuar. De ahí que la tradición sea insustituible.

Al llegar a este punto, la enseñanza de nuestro maestro no puede ser más formal: la política basada en la democracia liberal inorgánica carece de control moral, por lo que resulta muy difícil practicar nuestra fe en su interior. Es más, dicha organización política es fatalmente mentirosa. Casi todos creen que nos libera del totalitarismo y de la tiranía. Lo cual es una grotesca ficción. Si escuchásemos la lección de Platón[5], comprenderíamos mejor al P. Osvaldo. El famoso filósofo ateniense resume en el libro octavo de su “República” la experiencia política de su querida ciudad. Nos explica cómo se van degenerando los sistemas políticos y los gobiernos comenzando por una monarquía idealizada – por algo creían en una inicial era dorada – hasta terminar en la tiranía. El estadio anterior y necesario para venir a dar en tan lamentable condición es el democrático. Lo curioso del caso es que parece que describiese la historia europea posterior a la revolución francesa.

Por lo menos ya conocemos la maldad propia del nazismo y del comunismo, hermanos de sangre que brotan de la filosofía de Hegel y de Nietszche. Es hora de que comencemos a apreciar la de los norteamericanos, que, aunque solapada, no deja de ser una tiranía totalitaria en que se cambia al tirano cada cuatro años.

 

¿QUEDAN ESPERANZAS?


 

Muy pocas. El mal está tan avanzado y la inmensa mayoría de nuestros compatriotas está tan ciega que no da lugar a ilusiones. Pero los historiadores saben demás que la ley que rige la historia, si es que hay alguna ley en la historia, es la del péndulo: pasamos de un exceso al contrario con suma facilidad. Por lo que ese estúpido que habló del fin de la historia no es más que eso: un cretino. De modo que podemos estar absolutamente seguros: en el futuro no comprenderán que hayamos pensado como pensamos, tal como hasta hace tan poco no comprendíamos a nuestros antepasados y hablábamos de un “período colonial”.

El P. Osvaldo nos propone, como indispensable, que comencemos por conocer y apreciar nuestra historia. Y eso es labor de los historiadores. La otra condición es que volvamos a cristianizar a nuestro continente en el único cristianismo que existe: el que practica la Iglesia Católica.

¿Queda aún alguna esperanza, dadas las condiciones que hemos de cumplir? No olvidemos que en 1917, en Cova da Iría, Nuestra Señora dijo: “Al final, mi Inmaculado Corazón triunfará”.

 

 

 

 

Prof. Dr.

Juan Carlos Ossandón Valdés



[1] Hispanidad y Mestizaje. Editorial Covadonga. 2ª edición. Santiago Chile 1985. Págs. ix y ss. Este libro sirve de base a esta ponencia.
[2] Populus est coetus multitudinis rationalis, rerum quas diligit concordi communione sociatus.  De Civitate Dei, XIX, 24.
[3] Dumont, Jean en “El Amanecer de los Derechos del Hombre” nos recuerda que Cortés zarpó para México con 119 marinos y 400 soldados; Pizarro partió de Sevilla con 160 soldados. Pasada la conquista, la afluencia de españoles siguió siendo mínima. Sólo en los años de afluencia del oro hubo un cierto interés por venir a América. Entre 1534 y 1539, en promedio, viajaron 1.500 personas cada año. Cifras no superadas después.
[4] Cfr. El libro octavo, y, en especial, los capítulos 9, 14, 19 de la  Histórica relación del Reino de Chile”, del P. Alonso de Ovalle S.I. Editorial Universitaria. Santiago. Chile. 1969.
[5] Platón da este orden: monarquía, aristocracia, timocracia, plutocracia u oligarquía como traducen algunos, democracia y tiranía.

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