CENTENARIO DE DARWIN
Juan
Carlos Ossandón Valdés
RESUMEN
Apoyado en
numerosos científicos que combaten la hipótesis evolucionista, el autor muestra
que carece de todo fundamento empírico. Es más, el verdadero autor de tal
teoría fue Herbert Spencer. Conocida ésta por Darwin, y rechazada por no ser
científica, reconoce que nada tiene que ver con su doctrina; la que puede
definirse como la de la selección natural o la de la descendencia con
modificación. Mediante estos mecanismos, Darwin supone, siguiendo la hipótesis
económica liberal, que se explica toda la inmensa variedad de especies que hoy
pueblan el planeta. No sólo biólogos y paleontólogos la combaten, sino que
físicos y matemáticos han mostrado su imposibilidad.
Based on many scientifics who contest the
evolutionist theory, the author points out that it lacks of any empiric ground.
Furthermore, the real author of this
theory was Herbert Spencer. Darwin knew it and rejected it because it is not
scientific. Really, it is very different from his own doctrine; this doctrine
must be defined like that of the natural selection, otherwise, that of the
descendence with modification. By means of these mechanisms Darwin expects,
according to economic liberal hypotesis, that it explains all the unlimited
variety of species living today in the planet. But no only biologists and
paleontologists oppose this theory, but physicals and mathematics have
demonstrated its impossibility.
Evolución
Selección natural
Taxonomía
Paleontología
Entropía
Cálculo de probabilidades
PRÓLOGO
El mundo científico se ha esforzado en celebrar el segundo
centenario del nacimiento de Charles Darwin (1809-1882) de modo que no
quepa la menor duda de que todos los
científicos del mundo han aceptado su teoría evolutiva, la que nos permite
explicar la actual situación de la biosfera. Hasta este rincón perdido del
planeta han llegado sesudos doctores a imponernos la fantasía darwinista como
si fuese la última palabra de la ciencia. Nada más alejado de la realidad.
Claro que los autores que han refutado la teoría suelen ser ignorados por los
medios masivos de comunicación. Como si no existieran[1].
Esta hipótesis, pues no es más que eso, se ha convertido en
una suerte de credo religioso que se acepta por fe, por lo que no se admite
siquiera su discusión. Sobretodo en el mundo anglosajón. Sus partidarios no se
toman la molestia de probar lo bien fundada que está la doctrina en la
experiencia y jamás responden a las múltiples objeciones que les presentan sus
oponentes y ni siquiera se fijan en los hechos que los desmienten[2].
Peor aún, presentan la hipótesis como un hecho, lo que es deshonesto. ¿Desde
cuando una teoría, una hipótesis, puede ser considerada un hecho? Éste es algo
real, observado en la experiencia sensible; una teoría, por el contrario, es
una explicación que no ha sido suficientemente probada. En el caso presente,
dada su amplitud, ya que abarca a todos los tiempos y a todos los seres vivos,
jamás lo será. Los hechos pasados fueron hechos para sus contemporáneos, no
para nosotros. El que se dé una mínima evolución, por ejemplo, a nivel de
razas, nada demuestra respecto de los taxones superiores de la clasificación.
De hecho, la taxonomía[3]
es tan arbitraria, que no debería ser considerada científica. Claro está que es
muy discutible que las variaciones raciales puedan llamarse evolución.
En la Europa continental ya son muchos los científicos que
sostienen absolutamente que esta teoría ni siquiera debería ser tomada en
cuenta[4].
A decir verdad, sostienen algunos, no es una teoría científica porque nada
explica[5].
El astro-físico y premio Nóbel Fred Hoyle es más drástico
aún. Para él, estamos ante una teoría sin base científica alguna[6].
Después de dedicar el capítulo primero de su El universo inteligente a demostrar la imposibilidad del origen
azaroso de la vida, inicia el segundo aseverando que Darwin escribió la Biblia de la biología. Claro que, para
él, científico ateo, la Biblia es un libro lleno de supersticiones donde no hay
una sola palabra de ciencia[7].
Mayor desprecio hacia la idolatrada teoría no había vista jamás.
Por su parte, Pierre Grasset, connotado científico francés,
nos asegura que el mismo Darwin reconoció que nada había probado[8].
Nos da el verdadero concepto de Darwin - que los actuales evolucionistas
parecen ignorar - según el cual se da en la naturaleza una descendencia que va
variando con el tiempo[9];
lo que poco o nada tiene que ver con una evolución como pronto veremos. Por lo
demás, Grasset estima que el darwinismo actual es una seudo ciencia[10]
que, incluso, no teme ocultar los hechos que no le convienen[11].
Los árboles genealógicos que construyen sus partidarios son meramente
conjeturales[12], sin
valor científico, por lo tanto. También reconoce que la aparición espontánea
del primer ser vivo es imposible[13],
idea cara a los evolucionistas. Su refutación de la idea de la selección
natural es vastísima. La concluye sosteniendo que, tal como se la presenta hoy,
es un dios trascendente[14].
Por lo demás, como ya lo comprendió Weisman, los darwinistas nada explican; se
limitan a dar explicaciones verbales[15].
Paul Lemoine, en la “Encyclopédie
Française” concluye su contribución con estas palabras:
Se deduce de esta exposición,
que la teoría de la evolución es imposible. En el fondo, a pesar de las
apariencias, ya nadie cree en ella, y se dice, sin conceder a ello ninguna
importancia, evolución, para dar a entender encadenamiento; o más o menos
evolucionados en el sentido de más o menos perfeccionados, porque es un
lenguaje convencional, admitido y casi obligatorio en el mundo científico. La
evolución es una especie de dogma en la que no creen ya los sacerdotes, pero
que mantienen para su pueblo[16].
En vez de seguir adjuntando testimonios de relevantes
autoridades en estas materias - sería tarea de nunca acabar - prefiero discutir
las ideas centrales de la teoría actual y su relación con su supuesto creador,
Charles Darwin.
DARWIN
Y LA EVOLUCIÓN
Lo primero es lo primero. Algunos autores se sorprenden de
que la palabra evolución no aparezca en la obra del creador de la teoría. E.
Gilson ha dedicado algunas líneas a dilucidar el misterio[17].
El libro que se supone enuncia tan famosa teoría se llama El Origen de las Especies y en sus primeras cinco ediciones no
aparecía tal palabra. Tan sólo en la sexta, publicada en 1868, diez años
después de la primera, aparece, en su conclusión, una enigmática frase: Ahora las cosas han cambiado totalmente y
casi todos los naturalistas admiten el gran principio de la evolución[18].
Darwin comprueba, pues, que cuando publicó su obra, su visión chocaba a los
naturalistas, mas ahora se observa un cambio gracias a un elemento nuevo que ha
entrado en la lid. Está claro, pues, que si alguien inventó este nuevo
elemento: el gran principio…no pudo ser
él[19].
Para comprender mejor esta drástica sentencia del conocido
historiador del pensamiento, hemos de reconocer que Darwin no procedía por
principios, sino por la atenta observación de hechos naturales[20].
¿Quién, entonces, es el creador de esta teoría que Darwin llama gran principio?
Herbert Spencer responde a Lord Salisbury mediante un
escrito que se conoce como El principio
de la evolución. Aunque éste no es el título original, por algo hoy es
conocido así[21]. En
él, el filósofo distingue su teoría evolucionista, filosófica, de la de Darwin,
científica; subraya, además, que la suya es universal, mientras la de éste se
limita a la biología. Finalmente, califica a la teoría de Darwin como la de la selección natural, que nada tiene que
ver con su filosofía. Es bastante difícil, en verdad, aplicar la idea de Darwin
a la química y a la física, a las que se extiende la hipótesis del filósofo.
Por desgracia para Spencer, la confusión ya se había hecho
universal y todo el mundo atribuía su teoría a Darwin y a él lo despojaban de
su hallazgo. Al pobre filósofo no le quedó más que resignarse y lamentar la situación.
Este escrito es de 1894, posterior a la muerte del
científico cuyo centenario celebramos. Es interesante reflexionar sobre la
distinción entre ambas teorías, que trata de explicar en ese trabajo, ya que
nadie mejor que él podría distinguirlas. Veamos cómo se expresa:
La mayor parte de la gente
admite sin dudar que la doctrina de Darwin, la hipótesis de la selección
natural, y la de la evolución orgánica son una sola y única cosa. Y, sin
embargo, hay entre ambas una diferencia análoga a la que separa la teoría de la
gravitación de la del sistema solar; y así como ésta, admitida en tiempos de
Newton, habría quedado en pie aunque la ley de Newton hubiera sido rechazada,
igualmente la refutación de la selección natural dejaría intacta la hipótesis
de la evolución orgánica[22].
La evolución orgánica es la teoría del filósofo; la
selección natural la del científico. El ejemplo es notable: el sistema solar es
un detalle en el universo, así lo es la doctrina de Darwin; la de la
gravitación, por el contrario, lo abarca por entero, tal como lo hace la teoría
de la evolución orgánica. En consecuencia, es un grave error conceptual el
confundirlas.
Añadamos, por nuestra cuenta, que toda la teoría de Spencer
se basa en ciertas leyes, en número de tres, que dominan por completo al
universo entero. Estos son los principios de su teoría. En Darwin no hay ley
alguna. La selección actúa sobre cambios producidos por mera casualidad; éstos
afectan en forma exclusiva a los seres vivos que habitan en el minúsculo
planeta tierra. Por el contrario, la de Spencer trata de un cambio de lo
indefinido, la nebulosa inicial, a lo definido, de la confusión al orden en un
continuo aumento de la complejidad y perfección. La selección natural se aplica
exclusivamente a los seres vivos que Dios creó inicialmente en número exiguo y
que se van lentamente, por mera casualidad, transformando en la enorme
diversidad que hoy nos maravilla. Respecto de los seres vivos, Spencer prefiere
explicar su evolución por medio de la idea de la adaptación a las
circunstancias, que ya había enunciado Lamarck y rechazado Darwin.
En suma, la evolución tiene su origen en leyes interiores
que afectan a toda la materia, donde no cabe la casualidad; la selección
natural opera gracias a supuestos cambios casuales limitándose a determinar
cuál sobrevive. Si aceptamos a Spencer, hemos de negar a Darwin; si aceptamos a
Darwin, hemos de negar a Spencer. Dicho de otra manera: quien acepta la
selección natural debe negarse por completo a aceptar la evolución; quien
acepta a ésta, no puede darle importancia a aquélla, si es que hay tal cosa en
la naturaleza.
Ocurre que el concepto empleado por Spencer, evolution, tiene un sentido muy preciso que
deja sin función alguna relevante a la selección natural. En efecto, la palabra
evolución proviene del latín, en el que designa la acción de desarrollar; y
como los libros eran rollos que había que desenrollar, también significaba la
acción de leer. Por ello, en las lenguas modernas designa el desarrollo
paulatino de un proceso según las leyes que lo rigen, pasando por las etapas
que sean necesarias. Así todos los animales y vegetales multicelulares se
originan por la evolución que comienza en la célula original que solemos llamar
huevo y termina en el adulto normal. Eso es evolución. Se comprende así que el
azar no tiene cabida en este proceso; tampoco la selección. Tan solo se cumple
la ley que lo rige.
Tenemos, pues, que la doctrina actual es una confusión
incoherente e incomprensible. Por lo que Gilson llega a exclamar: Más que el nombre de una teoría es el nombre
de una ortodoxia[23].
Error tan manifiesto debe tener una explicación. Pensamos
que ésta radica en la afinidad que se da entre los que combaten la misma idea.
Los evolucionismos se unen en lo que niegan y se separan en lo que afirman.
Niegan el fijismo racionalista que interpretó la narración bíblica de la
creación de un modo bastante original. Mientras los Padres de la Iglesia y los
teólogos medievales daban diversas interpretaciones alegóricas de los textos
bíblicos y subrayaban el carácter religioso de la Revelación sobre la creación
del universo, los racionalistas van a establecer que el mundo es hoy tal como
lo creó Dios. A esta visión se la ha llamado fijista. Observemos que el término es una invención de sus enemigos
y no de sus partidarios.
La Revelación pretende, al menos eso cree Darwin, que Dios
ha creado separadamente y en actos diferentes cada una de las especies que hoy
habitan la tierra. Lo mismo piensa Spencer. Tal interpretación de la Biblia era
prácticamente oficial en el anglicanismo, único cristianismo conocido por estos
estudiosos. Menuda sorpresa se habrían llevado si hubiesen leído a san Agustín
o a santo Tomás. Ambos autores conceden credibilidad a la teoría evolucionista de los estoicos, que, por
supuesto, nada tiene que ver que la teoría actual.
En suma, lo que une a los evolucionismos es su oposición a
una falsa interpretación de un texto bíblico. Con ello regresan a una visión
parecida a la más popular en la antigüedad y edad media: el mundo actual no es
igual al original. Si no me creen, es cosa de estudiar un poco la mitología
griega y las fantasías medievales para comprender que, para ellos, el mundo
actual es muy diferente del de antaño.
Conviene que nos hagamos, pues, una pregunta: ¿Conoció
Darwin la teoría de Spencer? De hecho éste publicó las primeras obras en que
expone sus ideas desde 1852, mientras aquél lo hará en 1859. Gilson nos informa
que bien la conoció. ¿Qué juicio le mereció tal teoría al supuesto creador de
ella? La despreció completamente. Parece, pues, que el verdadero apóstol del evolucionismo de Darwin es su hijo
Francis. En efecto, sabemos que éste
suprimió un pasaje de la autobiografía de aquél. Por este texto nos enteramos
de que el científico y el filósofo se conocieron personalmente, pero no hubo
entre ellos amistad alguna. También nos enteramos que Charles leyó un libro de
Herbert y nos comunicó su impresión:
De todos modos, no tengo el
sentimiento de haber extraído provecho de los escritos de Spencer en mis
propias obras. Su modo deductivo de tratar todos los temas es totalmente
opuesto al modo de ser de mi espíritu. Sus conclusiones nunca me han
convencido… Sus generalizaciones fundamentales… son de tal naturaleza que no me
parecen de utilidad científica alguna. Tienen más naturaleza de definiciones
que de leyes. No me ayudan a predecir lo que pasará en ningún caso particular.
De cualquier manera, no me han sido de utilidad alguna[24].
Este recuerdo del naturalista inglés no tiene desperdicio.
Ha leído una obra que desarrolla el gran
principio y la halla totalmente
opuesta al modo de ser de mi espíritu; no le ha convencido para nada ni le
ha sido de utilidad para su trabajo, para su propia teoría. Su última crítica
puede aplicarse entera a su propia doctrina: no me ayudan a predecir lo que pasará en ningún caso. Ciertamente,
su teoría tampoco era capaz de ello.
Creo que la investigación de Gilson es definitiva: Darwin
nada tiene de evolucionista. Si se quiere celebrar a Darwin, que se lo celebre,
y méritos tiene para ello. Pero que se le siga atribuyendo una teoría que se
opone formalmente a la suya, es incomprensible.
Lo curioso del caso estriba en que esta confusión de dos
teorías antitéticas le dan una fuerza invencible. Cada vez que se refuta a
Darwin, el evolucionista actual se refugia en Spencer; y cuando se refuta a
Spencer, se refugia en Darwin. Lo único malo es que tal teoría es
ininteligible. Comprendemos así mejor el juicio que le merece este embrollo a
un verdadero científico. Me refiero a Sermonti, para quien: La evolución es un concepto indefinido y
huidizo, un dragón de cien cabezas que regenera las que le son cortadas[25].
LA
SELECCIÓN NATURAL
El paleontólogo Jordi Agustí hace algunas críticas severas
a su idea matriz, a aquélla por la que
lo distinguía de sí mismo su contemporáneo Herbert Spencer: la selección
natural, que algunos consideran el principal aporte de Darwin a la ciencia
contemporánea. Digámoslo en una sola frase: la paleontología es el gran enemigo
del teórico inglés. Por lo demás, Darwin estudia más a las poblaciones que a
los individuos. De ahí la importancia vital, para su teoría, de los eslabones
perdidos y aún no hallados[26].
De hecho la brusca aparición de las especies basta para negarla[27].
Mas ésta ha sido reconocida por la teoría de los equilibrios puntuados, debida a los profesores Gould y Elredege[28].
En definitiva, nos asegura Agustí, la selección natural no explica el origen de
las especies[29]. Tal
vez a eso se deba que, cada cuarenta años aproximadamente, la hipótesis entra
en crisis para renacer con un nuevo rostro: de la primitiva pasamos al
neo-darwinismo; de éste a la teoría sintética y de ésta a la de los
equilibrios. ¿Cuál será su próxima tabla de salvación, dado que esta teoría
sucumbe una y otra vez ante los nuevos descubrimientos que ya los científicos
serios de su tiempo opusieron al mismo Darwin? En efecto, la selección natural
se basa en la guerra de exterminio que rige a la naturaleza; pero hoy no cabe
la menor duda de que tal guerra no existe, sino que nos hallamos ante un orden
maravilloso auto-sustentable. Tardó la ciencia contemporánea en reconocer lo
que siempre se supo. Hoy lo llamamos ecología.
Sin salir de la paleontología, citemos otras críticas a las
que los evolucionistas no responden. Citemos, por ejemplo, a Fondi, quien
también estima que su ciencia es la gran enemiga de esta hipótesis:
No tiene ningún sentido
aceptar como probada la hipótesis evolucionista y reservarse sucesivamente de
explicar los mecanismos evolutivos y de trazar árboles genealógicos. Si no se
está en condiciones de explicar estos mecanismos, ni de trazar estos árboles,
la hipótesis evolucionista se reduce a una pura ficción[30] .
Por desgracia, la paleontología, en su estado actual, nos
hace imposible realizar cualquiera de estas tareas. Peor aún. Se supone que la
teoría tiene la explicación que no hallamos en ninguna parte. Volvemos, pues, a
confirmar que estamos ante una fe científica, sin fundamento en la ciencia.
Agreguemos la opinión de O. Kuhn:
Las formas que deberían
situarse en las bifurcaciones del árbol genealógico, no se encuentran jamás.
Éstas, aunque hubiesen gozado de una vida demasiado breve, deberían ser
fácilmente encontrables, si hubieran existido, en definitiva, en la aplastante
masa de material disponible. En cambio, aquéllas no han vivido jamás y los
tipos diferentes e individualizables ya desde sus primeras apariciones, por lo
cual encontramos solamente líneas ortogenéticas concluidas y siempre en gran
número. Esto y no otra cosa enseña la paleontología. Se deberían extraer
finalmente las consecuencias y aceptar las cosas como están, en vez de andar a
la caza de fantasiosos árboles genealógicos por amor a opiniones
preconstituidas[31].
En otras palabras, los eslabones perdidos no existen ni han
existido jamás, a pesar de ser absolutamente necesarios para validar la teoría.
Por ello se inventó esa nueva formulación que suele llamarse la de los equilibrios puntuados. A este intento
desesperado de salvar la hipótesis alude el autor con: aunque hubiesen gozado de una vida demasiado breve. Tan breve que
jamás ha sido documentada en la
aplastante masa de material disponible.
Convendría agregar a todo esto que ya Carlos Marx -sí, el
creador del marxismo- observó que la
selección natural tiende a uniformar en vez de diversificar. Por ello predice
la destrucción de la mayor parte de las fuerzas productivas capitalistas[32].
La concentración de las empresas que observamos hoy da la razón a Marx y
condena a Darwin. Dato curioso: Marx quiso dedicar su obra cumbre, “El
capital”, a Darwin; pero éste rehusó el ofrecimiento…
Si le sorprende que el autor de la ideología más asesina de
la historia de la humanidad sienta tal admiración por Darwin, leamos lo que
dice en la carta que, el 12 de junio de 1862, le dirige a Engels:
Es notable ver cómo Darwin
reencuentra en el mundo animal y vegetal su sociedad inglesa con la división
del trabajo, la competencia, la apertura de nuevos mercados, las invenciones y
la lucha por la vida de Malthus. Es el bellum omnium contra omnes de Hobbes y
reconduce al Hegel de la Fenomenología, en la cual la sociedad burguesa figura
como el reino animal espiritual, mientras en Darwin el reino animal figura como
una sociedad burguesa[33].
¿Le llamó la atención el título de la obra de Agustí? Tal
vez se deba a que el mismo Darwin, ante las críticas que recibió su teoría de
la selección natural, se defendió sosteniendo que se trataba tan sólo de una
metáfora. Ante las críticas que sus contemporáneos le hicieron, en varios
textos procuró suavizar su doctrina. Leamos uno de ellos:
Se me permitirá decir, a título
de excusa, que tenía ante mí dos objetivos distintos: primero, mostrar que las
especies no fueron creadas aisladamente, y, segundo, que la selección natural
fue el agente principal de su cambio, si bien fue ayudada por los efectos de la
costumbre, transmitida por la herencia, y un poco por la acción de las
condiciones ambientales…Si me he equivocado al atribuir gran eficacia a la
selección natural, cosa que estoy muy lejos de admitir, o he exagerado su
poder, cosa en sí muy probable, espero al menos haber hecho un buen servicio al
contribuir a derribar el dogma de las creaciones separadas[34].
Sabemos que la creación separada de cada especie, y de una
vez para siempre, es un dogma racionalista aceptado por la teología anglicana
sin tomar en cuenta la tradición patrística y medieval. Como ya los antiguos
sabían, la Biblia es una revelación religiosa, no astronómica, ni química, ni
física. Leemos las SS.EE. para salvar nuestras almas, no para aprender ciencia
humana. De modo, pues, que el mismo autor se retracta, hasta cierto punto, pero
se consuela con el éxito que ha tenido en derribar la falsa interpretación
racionalista de las Sagradas Escrituras. Ni que fuera teólogo…
Agreguemos a este error, la importancia que tiene en su
teoría la transmisión por herencia de las ventajas adquiridas por los animales.
Tesis que ningún naturalista acepta en la actualidad.
En otro texto es suficientemente explícito respecto de su
verdadero triunfo:
Cuando digo a mí, me refiero
al cambio de las especies por medio de la descendencia. Éste me parece el punto
clave. Personalmente atribuyo la mayor importancia a la selección natural; pero
me parece totalmente privada de importancia en comparación con el problema de
la creación o modificación[35].
¿En qué evidencia empírica fundamenta Darwin su selección
natural? En ninguna. Su verdadera fuente es la selección artificial que realizaban los criadores ingleses - él lo
fue de palomas durante muchos años - a fin de obtener nuevas variedades. Este
fundamento nos deja perplejos. La transformación que los criadores realizan es
una operación dirigida por una inteligencia, cuya finalidad ha sido determinada
de antemano; la natural se supone fruto del azar, desconociéndose absolutamente
de qué medios se vale para llevarla a cabo. El hombre se aprovecha de ciertas
variaciones espontáneas que le sirven para su fin. El resultado es una leve
variación en una raza determinada. Estamos ante una acción perfectamente
inteligible, fruto de una decisión nada de natural. En esta actividad triunfa
la finalidad del seleccionador[36].
Pero la teoría actual niega toda finalidad y toda inteligibilidad al proceso
evolutivo. Es preciso agregar que esta selección artificial jamás obtiene un
animal de otra especie; en cambio la natural siempre lo logra. ¿Cuál es la evidencia?
No hay ninguna, es una mera hipótesis.
El verdadero problema radica en cómo explicar que cambios
espontáneos y azarosos se ordenan según una serie lineal hasta crear un órgano
nuevo. Si la inteligencia preside el proceso, puede aceptarse la explicación
dentro de ciertos límites. Pero si no hay esa inteligencia ¿qué lo explica?
Todo lo que se nos puede responder es que, en la naturaleza, ocurre un proceso
análogo al de los criadores; sólo que en aquélla no está el elemento que
explica todo: la inteligencia. Por esto muchos autores expresan que toda la
teoría se basa en una extrapolación que nada justifica. Porque una cosa es
crear nuevas variedades, es decir, razas, y otra muy distinta es crear nuevos
tipos, órdenes, familias, etc. La diferencia estriba en que las diversas
variedades o razas conservan intacto el organismo vital; lo que no ocurre en
los taxones superiores separados por verdaderos vacíos vitales.
Al leer a Malthus y su muy famoso Essay on the principle of population, Darwin halló la aplicación de
la teoría económica liberal al problema del aumento de la población. Gilson
sostiene que allí está la verdadera inspiración de toda su obra[37].
La lucha por la existencia hace las veces de seleccionador. Para ello es
necesario que la lucha busque la extinción de la concurrencia. ¿Se da tal lucha
en la naturaleza? En el capitalismo salvaje del siglo XIX por supuesto que sí;
pero su destino era la disminución de las empresas y no su aumento, como
atinadamente observara Marx. La visión que nos ofrece la ecología desmiente
categóricamente tal supuesto. Lo que hallamos no es una lucha de exterminio
llevada a cabo por las especies, sino un todo auto-sustentable que se mantiene
por siglos. Como es un sistema cerrado, todos los elementos que lo constituyen contribuyen
a mantenerlo. ¿Cómo? Sirviendo de alimento los unos de los otros. Para que se
mantenga por siglos, el exterminio está estrictamente ausente; a menos que otra
especie ocupe el hueco dejado por la suprimida.
Hay en el libro de Malthus una idea que Darwin no podía
dejar pasar:
En el reino animal y en el
vegetal la naturaleza ha distribuido con mano rica y pródiga las semillas de la
vida. En comparación, ha sido parca en cuanto al sitio y alimentación
necesarios para hacerlos crecer. Los gérmenes de la vida contenidos en nuestra
pequeña tierra, si tuvieran suficiente alimentación y sitio para extenderse,
podrían llenar millones de mundos en algunos millares de años[38].
Cosa curiosa, el naturalista Alfred Wallace también leyó a
Malthus y elaboró una teoría similar a la de Darwin. Es más, se la envió para
que la juzgara. Esto obligó a Charles a publicar su obra de inmediato y a
explicar que no la debía al trabajo de aquél, sino que la venía trabajando
desde hacía muchos años. Wallace, que era tan científico como Darwin y tan
ajeno como él al deseo de figurar, nunca se atribuyó la paternidad de la
hipótesis; se limitó a secundarlo y apoyarlo en sus publicaciones. Hoy hay
quienes protestan el que la teoría se atribuya a Darwin y no a Wallace quién la
expresó primero. Pero, como ya vimos, ni uno ni otro son evolucionistas, sino
Spencer, el filósofo olvidado.
George Bernard Shaw criticó duramente la inmoralidad de la
hipótesis liberal. Curiosamente, su lamento puede aplicarse por entero a este
engendro pseudo científico. Helo aquí.
Jamás en la historia, al menos
por lo que sabemos, ha existido una tentativa tan determinada, tan ricamente
subvencionada y políticamente organizada, para persuadir al género humano de
que todo el progreso, toda la prosperidad, toda la salvación individual y
social, depende de un indiscriminado conflicto por el alimento y el dinero, de
la supresión y eliminación del débil por parte del fuerte, del libre comercio,
del libre contrato, de la libre competencia, de la libertad natural, del
laissez-faire: en síntesis, de abatir impunemente a nuestro prójimo[39].
Es cosa de cambiar el énfasis social de la cita para
aplicarlo a la actual campaña a favor de la hipótesis darwinista. En
definitiva, todo el progreso de la vida planetaria se debe a la eliminación de
las primeras especies y su reemplazo por otras perfeccionadas por la selección
natural. Lo curioso es que, en la economía, tal proceso lleva a la eliminación
de las empresas y la concentración del capital en pocas manos. Traspasado el proceso
al mundo biológico, como hace Darwin, debería disminuir el número de especies y
dejar tan solo unas pocas: las más perfeccionadas. Mas ocurre todo lo
contrario, según esta misma hipótesis. Piense en ello un instante, querido
lector, y se convencerá de que la hipótesis que discutimos está eliminada por
la experiencia.
LA
OPOSICIÓN DE LOS FÍSICOS Y LOS MATEMÁTICOS
Algunos científicos han llamado la atención a la oposición
que se presenta entre la teoría darwinista y la física contemporánea. Como los
seres vivos son cuerpos, no pueden entrar en contradicción con lo que la física
enseña respecto de ellos. Un aspecto de esta ciencia estudia lo que llamamos
termodinámica. Se trata del estudio de las relaciones que es posible establecer
entre calor, trabajo, temperatura y energía. Sus cultores han llegado a
establecer tres leyes que rigen todo el universo corpóreo. Según Sermonti, la
segunda ley o principio de la termodinámica es contradicha por la teoría
darwinista, porque supone que se pasa azarosamente de lo simple a lo complejo,
cosa que esta ciencia no acepta, sino más bien lo contrario. A este paso se lo
llama “aumento de la entropía”. La entropía suele ser expresada como el grado
de desorden de un sistema. Según esta ciencia, cada sistema tiende al desorden
y a la uniformidad; mientras la teoría evolutiva nos asegura que la biosfera
tiende al orden y a la diversidad.
Como nos aclara G. Salet, en un sistema cerrado, la entropía aumenta[40];
es decir, tiende a su paralización. Por
eso Sermonti sentencia: El segundo
principio de la termodinámica es enunciable, por lo tanto, como el principio de
la imposibilidad de la evolución[41]
.
Perdonará el lector que no profundicemos este aspecto de la
polémica. Ocurre que desconozco esta ciencia y sería una imprudencia entrometerme
en ella. En todo caso, Fred Hoyle, el astrofísico ya citado, coincide con
Sermonti. Para él, hay un aumento en la información en los seres vivos. Tal
fenómeno solo es explicable por la presencia de una inteligencia, de ahí el
título de su libro. Se trataría de una inteligencia capaz de abarcarlo todo[42].
Concluye Hoyle que, a su parecer, las religiones parecen apuntar en esa
dirección; afirmación interesante en boca de un ateo. Por desgracia, su falta
de información filosófica le hace imaginar que el universo material es
inteligente[43]. El
error hebreo, según él, radicaría en pensar en una inteligencia exterior al
mundo. Lástima que este astrofísico desconozca que el mismo error lo cometieron Platón y Aristóteles
que desconocieron absolutamente la cultura hebrea. Además de la injusta crítica
que ya evocamos, Hoyle propone que tan sólo el abandono de este filósofo del oportunismo (Darwin) salvará a la tierra[44].
Es obvio que tampoco puedo compartir tal exageración. Darwin no es ningún
Mesías, ni lo pretendió.
Los matemáticos, por su parte, han aplicado el cálculo de
probabilidades a la actual teoría evolucionista. Como ésta sostiene que los
seres vivos se van diversificando poco a poco, a través de enormes períodos de
tiempo y por mera casualidad, es necesario aplicarles las leyes de los grandes números para saber si tal suposición es
meramente posible. Pongamos un ejemplo casero: ¿Qué posibilidad tengo de
acertar al número premiado de la lotería? Éste incluye seis números y como cada
uno incluye 10 posibilidades, el cálculo de probabilidades me indica que tengo
una posibilidad en 10 elevado a ¿?. En todo caso, el número es tan alto que es
preferible abstenerse de botar el dinero en tales juegos. Sin embargo es
bajísimo si lo comparamos con los que habría que aplicar a esta teoría.
Es bueno aclarar que, cada vez más, los científicos se
apoyan en este cálculo de probabilidades. A pesar de que a los legos nos
convence muy poco, es bueno saber que toda una industria poderosísima se basa
en él. Me refiero a las empresas de seguros. Aunque parezca increíble, nada hay
más seguro que tal empresa. ¡Y eso que dependen de los accidentes que se van a
producir en el futuro! ¿Cómo saber cuántos serán? Las leyes de los grandes
números permiten calcularlos con tal precisión que la industria progresa y
progresa.
Tampoco podemos internarnos en esta materia por nuestro
desconocimiento de esta ciencia. Limitémonos a reconocer que los estudiosos que
se han introducido en ella han concluido en la imposibilidad matemática de la
explicación darwinista. Por la sencilla razón de que la vida es de una
complicación enorme. Hoyle, por ejemplo, dedica el capítulo primero de su obra
a refutar la posibilidad del surgimiento de la vida por casualidad debido a
este aspecto. Tenemos 200.000 tipos de proteínas en los seres vivos, 2.000
tipos de enzimas, y un largo etcétera. ¿Cómo pudo surgir el primer ser vivo por
casualidad, por azar? El cálculo de probabilidades declara que tal suceso tiende
a cero, que es la manera como ellos sostienen que algo no se va a
dar nunca.
Lo peor de este feo asunto radica en la complejidad de la
célula, el primer ser vivo. Michael J Behe[45]
dedica su libro a este aspecto del problema. Concluye que la microbiología se
opone absolutamente a las seudo-explicaciones darwinistas. Nos explica, por
ejemplo, que cada proteína está formada por aminoácidos. Hay 20 tipos de
aminoácidos en un ser vivo. En una sola proteína puede haber hasta 50.000 de
ellos - en la hemoglobina, por ejemplo -. Ahora bien, la célula solo está viva
si está completa y operativa. En consecuencia, no pudo formarse de a poco, por
pequeños cambios, como suponen los darwinistas[46].
El profesor Borruso[47]
estima que, en el caso de la insulina, que apenas tiene 51 aminoácidos, su
formación azarosa implica un número ilegible: 10 elevado a 16; es decir,
seguido de 16 ceros. ¿Sabe Ud. que el millón es 10 elevado a 6 y el billón a
12? Pero ésta es la proteína más pobre, por decirlo así; lo normal es hallar
unos 400 aminoácidos. En ese caso la cifra sube a 10 elevado a 114. ante tales
cifras, los expertos comentan: la
probabilidad tiende a cero; en otras palabras, eso nunca sucederá. Es bueno
que pensemos que la producción espontánea del ser vivo es rechazada por su
imposibilidad matemática. Pero las proteínas solas no forman un ser vivo. Para
tener un virus, necesitamos reunir 124 proteínas, lo que nos arroja un número
verdaderamente alucinante: 10 elevado a 14.184. ¿Quiere comprender lo que tales
números significan? El mismo autor consultado nos ayuda. ¿Qué pequeño es un
metro, verdad? ¡Qué inmensa es la vía láctea! Mide 100.000 años luz. ¿Cuántos
metros mide? 10 elevado a 22. Nada más.
Supuesta la creación divina del primer ser vivo, ¿Podemos
aceptar la explicación darwinista como pretenden algunos biólogos cristianos? Tampoco.
No ha habido suficiente tiempo ni hay suficiente cantidad de materia en todo el
universo conocido para logar la increíble diversificación actual de la vida.
Además de que nos vuelve a enfrentar la imposibilidad de que, por pequeños cambios, se formen órganos
nuevos. Cada órgano es de una complejidad asombrosa. ¿Cómo lo adquiere un ser
vivo que no lo necesita para nada? Porque solo existe un ser vivo perfectamente
adaptado al ambiente en el que vive. Volvamos a Borruso. Todo ser vivo se forma
gracias a la información que contiene su ADN. La probabilidad de formar
azarosamente el ADN de un ser vivo es otro número alucinante: 10 elevado a
89.190[48].
¿Para qué seguir? Hace mucho que los biólogos que han consultado esta ciencia
se han convencido de que la pretensión de los evolucionistas es absolutamente
absurda. Cerremos este breve apartado con una reflexión de Sermonti:
El árbol de la vida (DNA y
RNA) permite originarse una nueva vida. La vida ha permanecido en su mecanismo
esencial (el árbol de la vida), en su modalidad central, idéntica; en otras
palabras, no ha evolucionado[49].
Agreguemos que hemos de reconocer que ignoramos cómo se
produjeron las razas humanas por lo que resulta sorprendente que pretendamos
saber cómo se produjo la inmensa variedad de seres vivos. Un poco de humildad
nos haría bien.
CONCLUSIÓN
Mucho me he alargado en este breve artículo sobre una
teoría carente absolutamente de base científica. No soy yo, naturalmente, quien
lo asegura; muchos connotados investigadores formados en ella lo han
reconocido. Veamos el testimonio de uno de los científicos más famosos del
pasado siglo, J. Rostand:
Creo firmemente, porque no veo
qué otra cosa podría creer, que los mamíferos derivan de las lagartijas y las
lagartijas de los peces; pero, afirmando o pensando esto, trato de no
desconocer la monstruosidad de una aseveración similar y prefiero dejar
incierto el origen de estas metamorfosis irritantes, antes que agregar a la
improbabilidad también aquélla de una ridícula explicación[50].
Aunque no haya dedicado mi vida a la biología, me sorprende
que los biólogos crean en la evolución. El acto de fe es propio de una
religión, no de una ciencia experimental. Visto lo que el cálculo de
probabilidades nos enseña, valoramos mejor su confesión de que tales transformaciones
son improbables. Ciertamente, tal aseveración es monstruosa desde muchos puntos
de vista. Calificar de ridícula la explicación evolucionista es lo más suave
que se puede decir de ella.
Otro científico pone el dedo en la llaga de un aspecto del
que no hemos querido hablar, pero que vale la pena señalar, mas no sea al
pasar. D. Carazzi, junto de calificar de dogma a esta hipótesis, comenta:
Elaborar una doctrina
científica quiere decir encontrar las leyes reguladoras de los fenómenos que
aquella pretende explicar… Tener por científica una teoría carente de cualquier
ley que la rija, me parece una perversión de la inteligencia[51].
Exacto. Hasta la fecha, no ha sido posible hallar ninguna
ley que rija la evolución. Todos los esfuerzos han sido vanos, bien que sus
cultores se esfuerzan por desviar la atención de tan desagradable hecho. En
este sentido, Sermonti se hace ciertas preguntas claves que, se supone, la
teoría tendría que responder:
Tres grandes preguntas a las
que no responde la teoría: ¿Presenta una dirección? ¿Ha sido modelada por al ambiente o por
fuerzas internas? ¿Ha procedido por
grados o por saltos?[52]
Si se conociese la ley o las leyes que rigen el proceso,
las respuestas serían claras. Lo curioso es que, como Darwin participa del mito
del progreso que domina la mentalidad de su siglo, su teoría supone un aumento
de perfección de cada paso. Hasta tal punto es así que reconoce que si se
produjera la vuelta atrás, es decir, que se regresara a la forma primitiva de
la que procede la especie actual, toda su explicación sería vana. Ese regreso
se ha producido y todos los científicos lo reconocen; pero la teoría sigue en
pié. Claro, como es un híbrido ininteligible, una fe religiosa absoluta, no hay
hecho que le haga mella…
Sírvannos de conclusión las palabras del paleontólogo
recientemente citado:
Si ningún
proceso evolutivo es constatable en el mundo orgánico actual, es necesario
subrayar claramente que así ha sido también en las eras pasadas y las ciencias
paleontológicas demuestran este hecho de manera irrebatible[53].
[1] Me permito citar una lista, incompleta, por cierto, de científicos que
han escrito libros rechazando la hipótesis en el siglo XX: E. Raffaele, V.
Diamare, D. Carazzi, G. Fano, L. Gaia, E. Marconi, G.E. Mattei, A. Pirovano, G.
Azzi, L. Vialleton, J. Lefevre, P. Lemoine, M. Thomas, Bell Dawson, G.K.
Hebbert, E. Chance, A.P. Kelley, L Merson Davies, D. Dewar, G. Taylor, A.
Fleming, R.E.D. Clark, E. Shute, G.B. O’Toole, F. L. Marsh, L. T. More, J.N.
Moore, D. Gish, H. Nilsson, A. Fleischmann, O. Kleinschmidt, J. von Uexküll, E.
Dacque, M. Westernhöffer, O. Kuhn. Habría que citar otra lista, bastante más larga, de científicos que no niegan la
hipótesis, pero que combaten sus ideas básicas. Finalmente, si agregamos a los que
no son científicos pero han contribuido a criticar la hipótesis, ya la lista
parecería la guía de teléfonos de una gran ciudad. Pero, a juicio de los
partidarios de ella, esta gente no existe.
La breve lista la he tomado del libro de Sermonti-Fondi: Más allá de Darwin. Trad. Valenti.
Unsta. Tucumán. Argentina. 1980, pág.
116, nota 9.
[2] De hecho, de todos los libros favorables a la hipótesis evolucionista
que he consultado, he hallado tan sólo uno, nada más que uno, que se preocupa
de demostrarla. Raymond J. Nogar O.P., dominico norteamericano, dedica a ello
su libro: La Evolución y la Filosofía
Cristiana. Herder. Barcelona. 1957. Reconoce que no lo está, pero cree que
hay suficientes indicios como para aceptarla.
[3] Ciencia
que clasifica a los animales y vegetales: tipo, clase, orden, etc. Cada uno de
éstos es llamado taxón por los
especialistas. El primero es el tipo (filum, en latín) y el último raza o
variedad, para usar el lenguaje de Darwin.
[4] Ibidem, p. 11.
[5] Ibidem, p. 265.
[6] El Universo
Inteligente. Trad.
Chabás. Grijalbo. Barcelona. 1984. p. 21
[7] Ibidem, p. 25.
[8] Pierre Grasset: Evolución de lo
viviente. Trad. Fernández y Plazaola. H. Blume. Madrid. 2ª ed. 1984. p.23.
[9] Ibidem, p. 20.
[10] Ibidem, p. 24-25.
[11] Ibidem, p. 83.
[12] Ibidem, p. 112.
[13] Ibidem, p. 133.
[14] Ibidem, p. 239-240.
[15] Ibidem, p. 296-297.
[16] Citado por Gilson en “De Aristóteles… “ .. 204
[17] De Aristóteles a Darwin (y
vuelta). Trad. Echeverría. EUNSA. Pamplona. 2ª ed.
1980
[18] Now things are wholly
changed, and almost every naturalist admits the great
principle of evolution. Citado por Gilson, op.
cit., pág. 117.
[19] Ibidem,
[20] Ibidem, p.145. Darwin fue la
encarnación misma del espíritu científico a juicio de Gilson.
[21] Ibidem, pág. 143-144.
[22] Ibidem, pág. 146
[23] Ibidem, pág. 12.
[24] Citado por Gilson en la obra citada. P. 158. Conocemos este texto,
censurado por Francis, gracias al trabajo de Nora Barlow, publicado en 1958.
[25] Sermonti, op. cit., pág. 3.
[26] La evolución y sus metáforas.
Una perspectiva paleo biológica.Tusquets. Barcelona. 1994. p. 55
[27] Ibidem, 56.
[28] Ibidem, p. 62. Es una lástima que la fórmula inglesa se traslade al
castellano y no se traduzca. Yo la traduciría por equilibrios instantáneos. Por
eso no quedan huellas de los eslabones perdidos: la nueva especie nace en un
brevísimo tiempo, con tan pocos ensayos, que no queda el menor rastro de ellos.
Explicación verbal que carece de toda base empírica, como puede apreciarse,
creada para salvar la teoría únicamente.
[29] Ibidem, p.64.
[30] Sermonti. Op. cit., pág. 192.
[31] Typologische Betrachtungsweise
Paleontologie. En Acta Biotheoretica, 6. 1942. pág. 86. Citado por Sermonti,
pág. 130.
[32] Ibidem, p. 66.
[33] Sermonti,
Fondi, op. cit., pág. 115, nota 6.
[34] The Descent of man”, 1ª
parte c. 2. citado por Gilson p. 139-140.
[35] The Autobiography of Charles Darwin. P. 260, citado
por Gilson, p. 141. Se trata de una carta dirigida a Asa Gray quien había
criticado El origen de las Especies recientemente aparecido. No podemos olvidar
una reflexión extraordinariamente perspicaz: (la doctrina del libro) había de
ser aceptada antes de ser probada. Es
lo que ocurre hoy. Todavía estamos esperando esa prueba.
[36] Cfr. Gilson, op. cit., pp. 174 y ss.
[37] Cfr. Op. cit., págs. 170 y ss.
[38] Op. cit., p. 530, citado por Gilson. Op. cit., p. 182.
[39] Citado por Sermonti, op. cit., pág. 1.
[40] Dieu et la science, en De
Rome et D’Ailleurs. Janvier-Fevrier. 1992. pág. 25.
[41] Op. cit., pág. 17.
[42] Op. cit., págs. 211-215.
[43] Ibidem, pág. 235.
[44] Ibidem, Pág. 251.
[45] La Caja Negra de Darwin. Trad. C. Gardini. A. Bello. Santiago. 1999.
[46] Ibidem, págs. 75 y ss.
[47] El Evolucionismo en Apuros. Criterio Libros. Madrid. 2001.
págs. 77 y ss.
[48] Ibidem,
Pág. 90.
[49] Op. cit.,
pág. 45.
[50] “Le figaro
Litteraire” del 20 de abril de 1957. Citado por Sermonti, Fondi, op. cit., pág.
119.
[51] Citado por
Sermonti… pág. 120
[52] Op. cit.,
pág. 31.
[53] Ibidem, Pág. 256.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Solo se publicarán comentarios constructivos y que no contengan groserías y sean mal intencionados.