domingo, 6 de julio de 2014

Padre Raúl Hasbún.

¿Imposible?
 
Orar es creer en lo imposible, afirma un antiguo catecismo marxista que compré en la entonces Alemania Oriental. El que ora está pidiendo una alteración de las leyes de la naturaleza. Y se la está pidiendo a alguien que es creación de la propia fantasía. El que ora es un alienado, y quien le enseña e invita a orar, un alienante: cada hombre tiene,  en propia mano, la capacidad de construir su destino y convertir sus proyectos en realidad. Si la religión es el opio del pueblo, la oración es su salón de fumar.
 
Pero el más gigantesco vendedor y fumador de opio ha sido el propio marxismo. Durante más de un siglo ha alienado a millones de incautos, prometiéndoles construir un Paraíso en la tierra, bajo la inapelable exigencia de abandonar todos los principios, valores y normas que hasta ahora han encauzado la coexistencia humana. Su prometido Paraíso nunca superó la etapa embrionaria y fue espontáneamente abortado de su matriz originaria. Su demencial experimento generó tal cantidad de muerte de inocentes,  frustración de esperanzas y eliminación de libertad que terminó alimentando un consenso universal para consagrar la irrestricta y universal vigencia de los Derechos Humanos.
 
El más vergonzoso fracaso del marxismo fue su intento de estrangular la dimensión religiosa del hombre. Cerró iglesias, hizo ejecutar o encerrar a los que celebraban sacramentos, prohibió toda difusión de mensajes “supersticiosos” (el único “evangelio” sería la revolución violenta). Pero nunca logró acallar la oración. Orar  es conversar con Dios. Creación de Dios, el hombre no puede vivir sin escuchar a Dios y sin hablarle a Dios. La oración es la respiración del hombre. Más que eso, es su principal instrumento de poder. Al elevarse, el orante, a la categoría de Dios, participa de los atributos divinos. Y el primero de ellos es su omnipotencia (“Creo en Dios Padre Todopoderoso”). La oración es lo único que nos da poder sobre Dios. Lo dice y promete Jesús (“pedid y se os dará”) y lo confirma la experiencia de todos los credos religiosos: quien ora humilde, confiada y perseverantemente, para pedir bienes convenientes a su dignidad personal y al bien social, consigue indefectiblemente lo que pide. El subconsciente de la Humanidad está  tan impregnado de esta certeza, que en su lenguaje espontáneo  subordina sus deseos y esperanzas a que “Dios lo quiera”, y reconoce que sus triunfos y cumplimientos fueron posibles “gracias a Dios”.
 
Si algo tienen en común los cristianos, hebreos y musulmanes es su fe en el Dios Todopoderoso y Misericordioso, amante de la Paz. El Papa Francisco no hizo sino recordárselo y ponerlo en obra. Los muros de Jericó se desplomaron sin necesidad de armas, sólo por la oración. Para el que cree y ora, todo es posible. También, y sobre todo, la Paz.
 
P. Raúl Hasbún 

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