domingo, 3 de junio de 2018

Guerra entre dos mundos.

                                Nos encontramos, en una guerra a muerte, entre dos mundos opuestos, a saber, entre el mundo de la luz y el mundo de las tinieblas. La rebelión de los ángeles y la desobediencia de Adán y Eva, nos dejaron posicionados, en medio de una gran guerra de combate espiritual.
                               Los rebeldes, encabezados por Satanás y su cohorte, condenados por toda la eternidad, intentan atacar a Dios hostigando a los hombres para que desobedezcan y se condenen al igual que ellos. Los demonios no descansarán hasta que se condene la mayor cantidad de hombres posibles.
                       No tenemos como seres humanos muchas opciones por elegir, o elegimos servir a Dios, o nos condenamos con los espíritus rebeldes. Nuestra vida eterna, nuestra felicidad, tanto, actual como futura, pende de nuestras propias decisiones. El mundo, con sus seductoras y pestilentes propuestas, nos tienta a vivir una vida llena de comodidades y placeres que nutran y satisfagan al cuerpo, pero que sometan al alma subyugando su razón , a los caprichos de la materia.   
                         Cristo Nuestro Señor, sostuvo que quien persevere hasta el final ese, vencerá. La sentencia de Cristo es clarísima, si alquién quiere alcanzar el cielo, debe luchar, hasta el último instante de su vida. Nadie alcanza el cielo por sus propias fuerzas, salvo, que se deje atrapar por las fuerzas de Cristo. Nuestro Dios y Señor, que todo lo puede, nunca fuerza nuestra libertad. Él nos quiere salvar, pero para hacerlo, espera nuestra colaboración.
                            Aparentemente, nos encontramos al final de la era del hombre sobre la tierra, tiempos apocalípticos, llenos de hedor a azufre, de soberbia emancipadora, que intenta separar al hombre de su creador. Miles de millones de almas en riesgo de condenación eterna, banquete de demonios, sufrimientos de santos, risas de condenados.
                              La victoria de Cristo es nuestra victoria, su triunfo sobre la muerte y el pecado es nuestro triunfo. Confiad en el creador, en el salvador de la humanidad, y seremos herederos del Reino de los Cielos, que no tendrá fin. Que así sea.
                               

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