martes, 4 de septiembre de 2012

El último hombre sobre la tierra


 
   Por más que queramos prolongar la vida y defender el planeta, la tierra tal como la conocemos tiene un principio y tendrá un final. Los más de siete mil millones de personas que existimos en el mundo dentro de los próximo 120 años habremos desaparecido para darle paso a las nuevas generaciones.
      Todo el dinero que hayamos acumulado a lo largo de nuestra vida habrá desaparecido. Nuestros títulos, nuestros rostros, nuestras propiedades, todo lo que podamos poseer, simplemente no existirá. Por más que nos esforcemos en cuidar nuestro cuerpo, por más que nos esforcemos en llevar una vida saludable y duradera, todo habrá sido en vano. Toda la belleza femenina, todas esas famosas modelos terminarán algún día siendo un atado de huesos inertes.



   Todo nuestro orgullo, toda nuestra vanidad quedará en el olvido. Todos los cargos públicos que hubiésemos podido alcanzar, quedarán simplemente en el olvido. En resumidas cuentas, nos esforzamos por mantener algo nuestro mientras vivamos por el tiempo que nos tocó vivir. No conocemos ni el día ni la hora de nuestra muerte. Vivimos expectantes en un mundo dinámico frente al cual sólo somos unos simples invitados. ¿ Y para qué todo nuestro esfuerzo? Me dirán: para alcanzar la máxima comodidad mientras tengamos un halo de vida. Pero yo les diré, ¿ Para qué esforzarse tanto en tener cosas en esta vida efímera si en resumidas cuentas, nuestra verdadera vida comienza con nuestra muerte?.
    Como vivamos en esta vida será como moriremos. Si vivimos apegados a las cosas de este mundo, finalmente moriremos junto con ellas. Hay que acumular tesoros que no se corrompan con lo mundano. Hay que cultivar tesoros en el espíritu para poder trascender con ellos. El zig-zag de la vida siempre tiene que ser afrontado sobre bases sólidas que nos permitan resistir las circunstancias más extremas.
      La Santa doctrina de la Iglesia Católica es el mejor tesoro que podamos tener. Ya que ese tesoro ha sido revelado nada menos que por el mismo Dios. Esa deberá ser la roca firme sobre la cual anclemos todo nuestro ser. Quien tenga la dicha de guardar la fe, será recompensado con el paraíso eterno. Toda la vida terrena habrá desaparecido por completo en el paraíso. Incluso los pecados confesados, por muy graves que hayan sido, si se arrepintió el alma al confesarse, no serán recordados jamás por Dios, ni menos los recordará el alma que se encuentre frente a la visión beatífica de Dios en el cielo.
    La tierra será finalmente renovada por Dios. Todos los hombres morirán, para luego resucitar para bien o para mal. En la tierra renovada podrán habitar los cuerpos gloriosos de los que alcanzaron el cielo. Dios habitará con ellos eternamente.  Pero entonces, ¿qué pasará con el cielo? El cielo seguirá existiendo en comunión directa con la tierra. Dios no destruye su obra, sino que la perfecciona. Por mucho esfuerzo que el hombre ponga de su parte por salvar la tierra, ésta terminará siendo destruída y reconstituida por Dios con una perfección que hasta el más imaginativo nunca podrá visualizar.
   La tierra tiene sus días contados, como nuestras vidas también lo tienen. Hasta el último hombre que quede con vida en el juicio final tendrá que morir y desaparecer del planeta. ¿Pero quién será él último de los hijos de Adán y de Eva que quede con vida? No creo que sea alguien especial, y ni siquiera podría ser uno, sino varios, o miles, o tal vez millones. Podemos conjeturar muchas cosas acerca del final, pero cuando ese final llegue, lo más probable es que todas nuestras conjeturas desaparezcan con una realidad distinta como la supusimos en forma hipotética.
   Sin duda, la historia del hombre tendrá un final, pero ese final dista mucho a como se lo puede imaginar. Participamos de un momento histórico en el lugar de la línea del tiempo que nos tocó vivir. Por muy breve o muy larga que haya sido nuestra existencia, el punto es que existimos en un momento determinado. Nuestro ser queda registrado entre lo temporal y lo eterno.
   Finalmente, dada nuestra condición de seres espirituales dotados de inteligencia y voluntad deberemos aferrarnos más a lo que está por venir después de la muerte, que a la vida misma que nos toque vivir. Una es efímera, pasajera y circunstancial; y la otra es eterna e imperecedera, ya no habrá jamás vuelta atrás. Internet habrá desaparecido, la web, lo bueno y lo malo de ella, ya no será más. Mis palabras, mis reflexiones, mis alegrías y mis tristezas simplemente se esfumarán con el viento. Mis recuerdos más hermosos de la vida, también desaparecerán.
  ¡Oh pobre blog! ¿cuánto durarás? Durará lo que Dios quiera que dure, ni más ni menos. Tal vez dure más que mi vida terrena, tal vez yo esté muerto y blog siga por algunos años más funcionando, eso quién lo sabe. Pero tendrá como toda obra humana un final. Y que bueno que todo termine, que bueno que la era adánica llegue al final, si en resumidas cuentas, si lo ponemos en la balanza, el hombre hace más mal que bien.
   Habitantes de la tierra, ricos y pobres, bellos y feos, sanos y enfermos, aristócratas y plebeyos, sabios y necios, buenos y malos, ninguno de ustedes vivirá por siempre. Todos son parte de una novela, dónde cada uno juega un rol distinto en ella. Nadie aunque lo desee puede autoexcluirse del relato novelesco. Aunque deseemos no ser, sin embargo, somos. Y ¿ cómo se escribirá nuestra vida?, es algo que jamás podremos saber hasta el momento de nuestra muerte.
   Más vale no soñar por el futuro, ni menos añorar el pasado. Hay que vivir lo mejor que podamos el presente que nos tocó vivir. Mañana seré abuelo y me dedicaré a cuidar a mis nietos. Y ¿ Quién te dijo a ti que tendrás un mañana? Tal vez ese mañana nunca llegue. Necio vive como si este día fuera el último que te toque vivir, vívelo con la máxima dignidad cristiana que puedas, y olvídate del mañana que tal vez nunca logró llegar a ti.
    Hay que dar gracias a Dios por haberlo conocido de cierto modo en esta vida que por momentos parece bastante absurda. Lo mejor que nos puede haber pasado es conocer la verdad que viene de Dios, ya que esa verdad nos debería servir para llegar al cielo.
    Nuestra vida aparece por un soplo, para luego desaparecer por una succión. Efímero seres somos,
    nacemos en el tiempo, para luego morir en él.

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