Nadie de nosotros está preparado para soportar el dolor. Cuando el dolor nos llega debemos de llevarlo con cristiana resignación. Dios es en definitiva quien permite que suframos. Nuestro dolor es imposible que se lo traspasemos a otros.
Se dice que Dios nos manda pruebas que nosotros podemos soportar. Pero es evidente, que muchos no soportan el dolor y enloquecen por éste. ¿ Se deberá a una falta de fe? En teoría sí. Pero en la práctica llevar el dolor con resignación es algo que rebasa a la naturaleza humana. De allí, las oraciones a Dios para que alivie nuestros dolores y sufrimientos.
Si alguien tiene la fe como un grano de mostaza, es capaz de mover una montaña. Entonces, debemos pedir esa fe para mover montañas cuando estamos afligidos por grandes dolores y preocupaciones. Dios cuida a los suyos, los protege para la vida eterna. La confianza que depositemos sobre Él, será el motor que mueva su misericordia. Deberemos decir: Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu. O como dijo San Agustín " Tuyo es el día y tuya es la noche, a tu voluntad vuelan los momentos".
San Pablo nos dice: " Llevamos un tesoro en vasos de barro para que todos reconozcan la fuerza de Dios y no parezca cosa nuestra. Nos vienen pruebas de toda clase, pero no nos desanimamos. Andamos con graves preocupaciones, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no aplastados. Por todas partes llevamos en nuestra persona la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra persona."
Efectivamente, los que tenemos por gracia de Dios la fe, la llevamos en vasos de barro. Se deshace con la lluvia de las tempestades a las que estamos expuestos a diario. Pero la fuerza de Dios es más poderosa, ella es la que nos sostiene en los peligros. Su misericordia es infinita, y ella es la que se derrama día y noche, para aminorar nuestras cargas. Estamos crucificados, porque Dios fue crucificado. La prueba es grande, pero a su vez más grande es la recompensa. Nuestras flaquezas humanas afloran externamente, más la fuerza de Dios fluye desde nuestro interior.
La vida es la prueba para poder alcanzar el cielo. Para pasar el óbice de la vida nunca hay que dejar de orar. Dios escucha nuestras oraciones en medio del silencio de los hombres. Ya la tempestad pasará para que luego vuelva la calma. La paciencia todo lo alcanza. Hay que pedir esa paciencia.
Los católicos no somos masoquistas que nos guste sufrir. Pero cuando el dolor nos toca, lo entendemos que es para una purificación del alma. Lo que no impide que roguemos al cielo para que nuestras cargas desaparezcan. Y si no desaparecen, abrá que entender que era lo mejor para nuestra salvación eterna. La misericordia de Dios siempre se derrama pensando en nuestro bien espiritual. Hay que acumular tesoros para el cielo, donde la temporalidad del mundo no los pueda deshacer.
Hay mucha gente que sufre grandes calamidades, hay gente que sufre violencia, sufre hambre y sufre desprecio por la sociedad. Dios los guarde y nos guarde de todo mal. Y si nos llega el dolor, lo llevemos con la máxima disposición entendiendo que Dios lo permite para un bien mayor.
Señor, si es posible, aléja de mí éste Cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya. Señor, soy cobarde, pero tu eres fuerte. Dáme tu fortaleza Señor, levántame cuando desfallezca en medio de las pruebas de éste mundo. Mis palabras se las lleva el viento, rubrícalas con buenas obras. Enseñarme a tener confianza, cuando creí perderla. Aleja de mí la desesperación. Prúebame en lo que tu quieras, siempre que esa prueba me lleve al cielo.
Nunca te olvides Señor de tus hijos, que como tales somos débiles y miserables. Tú todos lo sabes, Tú todo lo conoces, Tú todo lo sostienes. Haz Señor, que nunca tambale mi fe en la adversidad de la vida. Algún día, todo pasará y nuestro dolor quedará atrás junto con la temporalidad.
Finalmente, detrás de cada espina, detrás de cada dolor, existe un misterio sobrenatural que nunca podremos entender a cabalidad en nuestra vida pasajera. Señor, enjuaga nuestras lágrimas.
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