“Preparémonos para el
sufrimiento y la desilusión que nos caben como pecadores que somos y que
resultan necesarios para alcanzar la santidad. No retrocedamos ante las pruebas
que Dios nos pone por delante ni seamos cobardes en el combate por la fe.
“Velad, estad firmes en la fe, comportaos varonilmente” (I Cor. 16,13), así es
la exhortación de San Pablo. Cuando los
alcance la tribulación, recuerden aceptarlo como medio de mejorar vuestros
corazones y recen a Dios por su gracia para que así sea”.
John Henry cardinal Newman
Otro día amanece y me levanto lo más
rápido posible para prepararles el desayuno a mis hijos. Otro día más…estoy
cansada, tengo una sensación de apestamiento terrible, pero el mor del deber y
el amor a mis niños me impiden quedarme dándome vueltas en la cama pensando en
que ya no puedo más. Estoy cansada del
día a día y tengo dentro la misma sensación que tenía cuando trotaba – ya no lo
hago - : querer detenerme, parar de una vez porque la sensación de cansancio
era abrumadora. Pues bien, ese mismo cansancio lo tengo en mi mente: por favor
quiero parar, ya estoy harta.
¿Por qué estoy harta? ¿Será que me
quejo de llena? Tengo un marido querendón y fiel que es mi mejor amigo; hijos sanos e inteligentes; una situación
económica estable y buena; tengo relativa salud, si no fuera por los achaques
del desgaste propio de quien trabaja en los quehaceres de casa. ¿Por qué me siento
tan cansada? El cansancio no es físico, es del espíritu. Es mi espíritu el que
se siente abatido, abandonado, decepcionado y desilusionado.
¿Decepcionada? ¿De qué? De la
gente…vaya novedad. No se pueden poner las esperanzas ni las alegrías, ni la
confianza en las personas. Eso lo sabemos. El punto – y sigo con los por qué –
es qué me ha llevado a decepcionarme de las personas. Esta es en resumidas
cuentas parte de la historia que quiero contarles:
Todo comienza con la ingenua y cándida
concepción que tenía acerca de lo que son los católicos tradicionales, esos que
van a la misa tradicional, que participan en Ecclesia Dei, de los que van a misa
la FSSPX. Cuando recién comencé a ir a la misa tradicional pensaba que la gente
con la que me iba a encontrar podía ser distinta al resto de los católicos neocones, progres, liberales, etc.
Pensaba: como van a la misa de siempre tendrán más gracias del Cielo. Pero no y
no es porque las Gracias de la Misa tradicional fallen. Ocurre que si no se
prepara el corazón para recibirlas
adecuadamente y no hay una buena disposición ellas no pueden actuar. Si el vaso está roto, el agua se derrama. Los actos de piedad externos
no siempre son reflejo de una fe verdadera y de lo que debiera ser una vida
testimonial de aquello que recibimos yendo a la misa de siempre. Ya no me
engaño con sus gestos, ni con sus caras durante la misa porque eso no dice
nada. Lo que sí dice es lo que hacen en su vida cotidiana. Hay mucha mugre en
el mundo tradi, mucha hipocresía, mucha falta de caridad y han caído en lo
mismo que los grupos neocones: cada grupito tradi se siente más santo que el
otro. En este mundo de la tradición me
he encontrado con afeminados, mitómanos, ladrones de objetos litúrgicos, mal
hablados y terriblemente chismosos como viejas beatas. Nunca imaginé la
cantidad de cahuines que se corren entre ellos. Se me acusará de que no soy nadie para
juzgarlos, y es cierto. Yo no estoy haciendo un juicio de su fuero interno, eso sólo lo sabe Dios. Lo que hago es atenerme
a lo que veo de sus actos externos los que me llevan a formarme una muy desagradable
impresión No estoy diciendo que todos lo que van a misa tradi sean así. Bueno y
malos hay en todas partes. Lo que digo es que no hay que engañarse con sus
poses ni con sus gestos de piedad. Muchos paladines de la tradición lo hacen
sentados cómodamente desde un computador condenando a medio mundo, pero cuando
se los conoce personalmente y se habla con ellos uno se da cuenta de que dejan
mucho que desear. Siempre he sostenido
que la mejor prédica es el ejemplo más que llenarse de palabras, y el ejemplo
tiene que ser de corazón, de alma, de verdad, y no con el afán de lucirse o de
parecer “buenito”. Y sin embargo a
pesar de los tradi y de los curas tradi, yo sigo asistiendo a la Misa de
siempre, aquella que fue canonizada por toda la eternidad porque en ella
encuentro lo que mi alma necesita y lo único grato y digno que se le puede
ofrecer a Dios: su propio Hijo, a fin de que nos perdone por nuestras
ingratitudes y demás pecados. Si los sacerdotes son como pequeños burgueses,
bastante cómodos; creyéndose que son casi dioses porque nos dicen la misa y
nadie más puede hacerlo; si prefieren
quedarse callados a sabiendas que se está haciendo algo incorrecto para
asegurarse estar dentro de la congregación para no perder su seguridad y su
futura jubilación, a mí resulta indiferente a la hora de la Misa. Yo voy no por
ellos, voy por Dios. Es cierto que los necesitamos para que nos den los
sacramentos y nos digan la misa, pero si no los hay o son negligentes y
pérfidos, Dios tendrá que otorgarnos las Gracias necesarias para la salvación
de otra manera. No va a abandonar a los que luchan día tras día por serle fiel.
No por los malos pastores voy a perder la fe. Lo que no encuentro en los vivos,
lo encuentro en los muertos. En sacerdotes santos y pastores que lo fueron de
verdad dejándonos fuentes de agua en sus escritos, que nos fortalecen y nos dan
esperanzas.
Al contemplar este desolador panorama me he
convencido de que el catolicismo como se conoció por ejemplo durante el reinado
de San Pio X ( sí, ya sé que venía a la baja)
o el de la Edad Media ya no existe. La sociedad se descristianizó hace
mucho y el liberalismo se lo ha tragado todo. ¿La Ciudad Cristiana ha quedado reducida
a la Iglesia doméstica? Creo que sí, cada día se me hace más claro. Y esto
obviamente duele por el abandono en que nos encontramos los que queremos vivir
según nos manda Dios y su Iglesia. Estamos como a la deriva, sin pastores, con
sacerdotes pusilánimes que callan cuando tienen que levantar la voz. Me duele
la Iglesia y eso me agota. No debiera importarme. No soy el papa, no soy
obispo, ni cura, ni nada, soy una madre de familia…por esto mismo es que me
agobia: ¿qué será de la vida espiritual de mis hijos en unos años más? El mundo
los seduce constantemente; sus círculos de amigos son nulos porque sus pares
están completamente paganizados y las Gracias que vienen con los sacramentos
son cada día más difíciles de obtener ya sea porque no hay buenos curas o
porque simplemente no las comunican al fallar la intención, tema que
lógicamente es complejo y que no viene a fin. ¿Cómo van a resistir entonces el
combate? Me consuela saber que Dios no nos puede pedir aquello que no se nos da
y El deberá darles a mis hijitos los medios para salvarse.
Estos pensamientos cansan…cansa estar
contra este monstruo que es el mundo. Vivir contra el mundo a veces me tira al
suelo…y pesar de ésto contra todo hay que permanecer de pie. El padre Petit
de Murat decía que hay que vivir según lo que nos conviene para la salvación y
no según la moda o lo que se usa. Para eso hay que tener fortaleza, templanza y
valentía. Poner la inteligencia por sobre el apetito que nos tira a preferir lo
que no nos conviene porque es más fácil. Valentía para saber decir que no,
especialmente a los gustos y modas horrendas de ahora. Lo más cómodo sería para mi decirles a mis hijos que
vivan según las modas, que escuchen y
bailen música (o antimúsica) erótica, que vean películas y libros completamente
anticristianos, que celebren fiestas paganas, etc, etc. Así quedarían bien con
sus compañeros, y serían “de lo más normal”. Pero no…hay que ser valientes y
saber decir que todo eso no agrada a Dios, le ofende y que finalmente nos destruye el alma.
La vida nunca ha sido fácil. Todas las
generaciones han pasado por momentos duros y desoladores. Hay cosas terribles
que le suceden a la gente a diario, y por tanto yo debiera mirar con más
optimismo mi vida y dejar de preocuparme por estas cosas, a sabiendas de que - como lo dije arriba – estoy quejándome de
llena. Pues bien, me complico la vida porque me preocupa precisamente lo único
que vale la pena preocuparse: de la vida eterna, de la mía y la de mis seres
queridos. La vida se vive una vez y de lo que haga con ella se me va juzgar
para toda la eternidad. ¿Acaso no es esto lo más importante? Si no me preocupa
la Iglesia y de lo que Ella está obligada a darme por mandato divino, entonces
realmente no la amo y paso a ser mi propia iglesia imponiéndome mis propias
reglas y dejando la pesada carga que se me impone a un lado. Pero Nuestro Señor
la fundó para salvarnos y en ella solamente está el arca de salvación. Quizo
nuestro Señor que los sacramentos pasaran por hombres y no por ángeles. Si esos
hombres no cumplen su deber, obvio que debo preocuparme y exigir que lo hagan
porque no se puede jugar con la salvación eterna de las personas.
Estoy cansada…cada día estos pensamientos que
atormentan. Veo divisiones, criterios dispares dentro de la misma Iglesia y
pareciera que la mayoría está en la herejía sin saber que lo está. Escucho
comentarios como que lo que antes la Iglesia creía ya no lo cree; que los
dogmas evolucionan; que da lo mismo cualquier religión…dicho por catequistas y
diáconos permanentes. ¿Qué le queda al resto? Ignorancia plena, indiferentismo
religioso: la Iglesia ya no existe, es un invento humano que ha sido superado.
No se nos pide ganar la batalla, sino que
resistir, decía me parece Castellani, ( no lo recuerdo bien) y es lo que hago
día a día. A pesar de todo este panorama desolador me sostiene la repetición
diaria y continua de jaculatorias al Sagrado Corazón, a Nuestra Señora. Me
regocija leer a los viejos maestros y la lectura de la profecías porque esta
decadencia, este abandono que sufrimos está profetizado y ya llegará a su fin.
Nada más le pido a Dios que me tenga paciencia porque soy como una niña mimada
llena de debilidad y de pecados; le pido que me ayude a permanecer vigilante, y
sobretodo a no perder la fe.
Beatrice
Atherton
Gracias a Lupus por recordarme las palabras exactas del padre Castellini que cite más idea que literal. La cita es: "No se nos pide vencer, sino no ser vencidos" Apunta casi a lo mismo. Sabemos que Cristo es el que vence, a nosotros se nos pide no darnos por derrotados.
ResponderEliminarBeatrice Atherton