miércoles, 14 de noviembre de 2012

Abandonados, cansados, decepcionados…y seguimos resistiendo



             “Preparémonos para el sufrimiento y la desilusión que nos caben como pecadores que somos y que resultan necesarios para alcanzar la santidad. No retrocedamos ante las pruebas que Dios nos pone por delante ni seamos cobardes en el combate por la fe. “Velad, estad firmes en la fe, comportaos varonilmente” (I Cor. 16,13), así es la exhortación de San Pablo.  Cuando los alcance la tribulación, recuerden aceptarlo como medio de mejorar vuestros corazones y recen a Dios por su gracia para que así sea”.
                                                                               John Henry cardinal Newman

          Otro día amanece y me levanto lo más rápido posible para prepararles el desayuno a mis hijos. Otro día más…estoy cansada, tengo una sensación de apestamiento terrible, pero el mor del deber y el amor a mis niños me impiden quedarme dándome vueltas en la cama pensando en que ya no puedo más.  Estoy cansada del día a día y tengo dentro la misma sensación que tenía cuando trotaba – ya no lo hago - : querer detenerme, parar de una vez porque la sensación de cansancio era abrumadora. Pues bien, ese mismo cansancio lo tengo en mi mente: por favor quiero parar, ya estoy harta.
          ¿Por qué estoy harta? ¿Será que me quejo de llena? Tengo un marido querendón y fiel que es mi mejor amigo;  hijos sanos e inteligentes; una situación económica estable y buena; tengo relativa salud, si no fuera por los achaques del desgaste propio de quien trabaja en los quehaceres de casa. ¿Por qué me siento tan cansada? El cansancio no es físico, es del espíritu. Es mi espíritu el que se siente abatido, abandonado, decepcionado y desilusionado.
          ¿Decepcionada? ¿De qué? De la gente…vaya novedad. No se pueden poner las esperanzas ni las alegrías, ni la confianza en las personas. Eso lo sabemos. El punto – y sigo con los por qué – es qué me ha llevado a decepcionarme de las personas. Esta es en resumidas cuentas parte de la historia que quiero contarles:
          Todo comienza con la ingenua y cándida concepción que tenía acerca de lo que son los católicos tradicionales, esos que van a la misa tradicional, que participan en Ecclesia Dei, de los que van a misa la FSSPX. Cuando recién comencé a ir a la misa tradicional pensaba que la gente con la que me iba a encontrar podía ser distinta al resto de los católicos neocones, progres, liberales, etc. Pensaba: como van a la misa de siempre tendrán más gracias del Cielo. Pero no y no es porque las Gracias de la Misa tradicional fallen. Ocurre que si no se prepara el  corazón para recibirlas adecuadamente y no hay una buena disposición ellas no pueden actuar. Si el vaso está roto, el agua se derrama. Los actos de piedad externos no siempre son reflejo de una fe verdadera y de lo que debiera ser una vida testimonial de aquello que recibimos yendo a la misa de siempre. Ya no me engaño con sus gestos, ni con sus caras durante la misa porque eso no dice nada. Lo que sí dice es lo que hacen en su vida cotidiana. Hay mucha mugre en el mundo tradi, mucha hipocresía, mucha falta de caridad y han caído en lo mismo que los grupos neocones: cada grupito tradi se siente más santo que el otro. En este mundo de la tradición  me he encontrado con afeminados, mitómanos, ladrones de objetos litúrgicos, mal hablados y terriblemente chismosos como viejas beatas. Nunca imaginé la cantidad de cahuines que se corren entre ellos.  Se me acusará de que no soy nadie para juzgarlos, y es cierto. Yo no estoy haciendo un juicio de su fuero interno,  eso sólo lo sabe Dios. Lo que hago es atenerme a lo que veo de sus actos externos los que me llevan a formarme una muy desagradable impresión No estoy diciendo que todos lo que van a misa tradi sean así. Bueno y malos hay en todas partes. Lo que digo es que no hay que engañarse con sus poses ni con sus gestos de piedad. Muchos paladines de la tradición lo hacen sentados cómodamente desde un computador condenando a medio mundo, pero cuando se los conoce personalmente y se habla con ellos uno se da cuenta de que dejan mucho que desear.   Siempre he sostenido que la mejor prédica es el ejemplo más que llenarse de palabras, y el ejemplo tiene que ser de corazón, de alma, de verdad, y no con el afán de lucirse o de parecer “buenito”.    Y sin embargo a pesar de los tradi y de los curas tradi, yo sigo asistiendo a la Misa de siempre, aquella que fue canonizada por toda la eternidad porque en ella encuentro lo que mi alma necesita y lo único grato y digno que se le puede ofrecer a Dios: su propio Hijo, a fin de que nos perdone por nuestras ingratitudes y demás pecados. Si los sacerdotes son como pequeños burgueses, bastante cómodos; creyéndose que son casi dioses porque nos dicen la misa y nadie más puede hacerlo;  si prefieren quedarse callados a sabiendas que se está haciendo algo incorrecto para asegurarse estar dentro de la congregación para no perder su seguridad y su futura jubilación, a mí resulta indiferente a la hora de la Misa. Yo voy no por ellos, voy por Dios. Es cierto que los necesitamos para que nos den los sacramentos y nos digan la misa, pero si no los hay o son negligentes y pérfidos, Dios tendrá que otorgarnos las Gracias necesarias para la salvación de otra manera. No va a abandonar a los que luchan día tras día por serle fiel. No por los malos pastores voy a perder la fe. Lo que no encuentro en los vivos, lo encuentro en los muertos. En sacerdotes santos y pastores que lo fueron de verdad dejándonos fuentes de agua en sus escritos, que nos fortalecen y nos dan esperanzas.
          Al contemplar este desolador panorama me he convencido de que el catolicismo como se conoció por ejemplo durante el reinado de San Pio X ( sí, ya sé que venía a la baja)  o el de la Edad Media ya no existe. La sociedad se descristianizó hace mucho y el liberalismo se lo ha tragado todo. ¿La Ciudad Cristiana ha quedado reducida a la Iglesia doméstica? Creo que sí, cada día se me hace más claro. Y esto obviamente duele por el abandono en que nos encontramos los que queremos vivir según nos manda Dios y su Iglesia. Estamos como a la deriva, sin pastores, con sacerdotes pusilánimes que callan cuando tienen que levantar la voz. Me duele la Iglesia y eso me agota. No debiera importarme. No soy el papa, no soy obispo, ni cura, ni nada, soy una madre de familia…por esto mismo es que me agobia: ¿qué será de la vida espiritual de mis hijos en unos años más? El mundo los seduce constantemente; sus círculos de amigos son nulos porque sus pares están completamente paganizados y las Gracias que vienen con los sacramentos son cada día más difíciles de obtener ya sea porque no hay buenos curas o porque simplemente no las comunican al fallar la intención, tema que lógicamente es complejo y que no viene a fin. ¿Cómo van a resistir entonces el combate? Me consuela saber que Dios no nos puede pedir aquello que no se nos da y El deberá darles a mis hijitos los medios para salvarse. 
      Estos pensamientos cansan…cansa estar contra este monstruo que es el mundo. Vivir contra el mundo a veces me tira al suelo…y pesar de ésto contra todo hay que permanecer de pie. El padre Petit de Murat decía que hay que vivir según lo que nos conviene para la salvación y no según la moda o lo que se usa. Para eso hay que tener fortaleza, templanza y valentía. Poner la inteligencia por sobre el apetito que nos tira a preferir lo que no nos conviene porque es más fácil. Valentía para saber decir que no, especialmente a los gustos y modas horrendas de ahora. Lo más  cómodo sería para mi decirles a mis hijos que vivan según las modas, que escuchen  y bailen música (o antimúsica) erótica, que vean películas y libros completamente anticristianos, que celebren fiestas paganas, etc, etc. Así quedarían bien con sus compañeros, y serían “de lo más normal”. Pero no…hay que ser valientes y saber decir que todo eso no agrada a Dios, le ofende y  que finalmente nos destruye el alma.
       La vida nunca ha sido fácil. Todas las generaciones han pasado por momentos duros y desoladores. Hay cosas terribles que le suceden a la gente a diario, y por tanto yo debiera mirar con más optimismo mi vida y dejar de preocuparme por estas cosas, a sabiendas de que  - como lo dije arriba – estoy quejándome de llena. Pues bien, me complico la vida porque me preocupa precisamente lo único que vale la pena preocuparse: de la vida eterna, de la mía y la de mis seres queridos. La vida se vive una vez y de lo que haga con ella se me va juzgar para toda la eternidad. ¿Acaso no es esto lo más importante? Si no me preocupa la Iglesia y de lo que Ella está obligada a darme por mandato divino, entonces realmente no la amo y paso a ser mi propia iglesia imponiéndome mis propias reglas y dejando la pesada carga que se me impone a un lado. Pero Nuestro Señor la fundó para salvarnos y en ella solamente está el arca de salvación. Quizo nuestro Señor que los sacramentos pasaran por hombres y no por ángeles. Si esos hombres no cumplen su deber, obvio que debo preocuparme y exigir que lo hagan porque no se puede jugar con la salvación eterna de las personas.
           Estoy cansada…cada día estos pensamientos que atormentan. Veo divisiones, criterios dispares dentro de la misma Iglesia y pareciera que la mayoría está en la herejía sin saber que lo está. Escucho comentarios como que lo que antes la Iglesia creía ya no lo cree; que los dogmas evolucionan; que da lo mismo cualquier religión…dicho por catequistas y diáconos permanentes. ¿Qué le queda al resto? Ignorancia plena, indiferentismo religioso: la Iglesia ya no existe, es un invento humano que ha sido superado.
     No se nos pide ganar la batalla, sino que resistir, decía me parece Castellani, ( no lo recuerdo bien) y es lo que hago día a día. A pesar de todo este panorama desolador me sostiene la repetición diaria y continua de jaculatorias al Sagrado Corazón, a Nuestra Señora. Me regocija leer a los viejos maestros y la lectura de la profecías porque esta decadencia, este abandono que sufrimos está profetizado y ya llegará a su fin. Nada más le pido a Dios que me tenga paciencia porque soy como una niña mimada llena de debilidad y de pecados; le pido que me ayude a permanecer vigilante, y sobretodo a no perder la fe.
Beatrice Atherton

1 comentario:

  1. Gracias a Lupus por recordarme las palabras exactas del padre Castellini que cite más idea que literal. La cita es: "No se nos pide vencer, sino no ser vencidos" Apunta casi a lo mismo. Sabemos que Cristo es el que vence, a nosotros se nos pide no darnos por derrotados.
    Beatrice Atherton

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