sábado, 17 de noviembre de 2012

Los payasos

  Desde muy niño tuve la oportunidad de asistir al circo acompañado con la señora que me cuidaba. En esa época lo que más me impresionaba del circo era el espectáculo con animales y las piruetas de los trapecistas.
  Nunca o casi nunca pude reirme del show de los payasos. Encontraba sus rutinas  fomes y repetitivas. Siempre era lo mismo. No sé si esa actitud de mi infancia era normal para niños de mi edad. De hecho, los demás niños a mi alrededor se reían a carcajadas por un largo tiempo. Mi cabeza que no es nada pequeña se volteaba hacia los lados tratando de entender por qué mis pares gozaban tanto algo que yo no podía gozar.
   ¿ Será normal no reírse de los payasos? ¿ cuántos payasos habré conocido en mi vida que no se visten como tales?¿ De cuántas payasadas habré sido víctima?¿ Quizás seré yo un payaso y por eso no me puedo reír de ellos?.
   La verdad es que en mi vida me he reído de las cosas más fomes que ustedes se puedan imaginar. Siempre recuerdo un patito que tuve en mi casa que lo bauticé con el nombre de "el trompo".  Se preguntarán porqué lo llamé así. Pues bien, para que ustedes lo sepan, el " trompo" nació con un problema al parecer al oído medio. Este pobre patito no podía avanzar hacia ningún lado, lo único que hacía era comenzar a girar sobre sí mismo aumentando su velocidad cada vez más hasta caerse al suelo. Una vez que se caía, yo lo miraba a los ojos, y veía como éstos se ponían blancos y como medios turnios. Giraban sus ojos de un extremo al otro, como un péndulo. Al ver este espectáculo de la naturaleza no podía parar de reír. Mi risa no era de maldad al ver al pobre animal sufrir, sino que había algo en mí que hacía que no pudiera parar de reírme.
    A tanto llegó mi asombro jocoso del patito, que traje a un amigo de mi infancia a ver lo mismo que yo veía. Cuando mi amigo vio lo mismo que yo venía viendo por unas semanas, se quedó callado. Pero su silencio no le duró mucho, ya que me puse a reír delante de él cuando el pato empezó a girar nuevamente y a caerse blanqueando sus ojos. Sus palabras hacia mí fueron duras, me dijo: "Soy malo desgraciado", y luego continuó "no te da pena el pobre pato, mira como sufre al no poder avanzar hacia su madre".
   Luego del comentario tan fuerte de mi amigo hacia mi persona me puse muy serio y reflexivo. No se me había ni siquiera pasado por la mente cuánto podría sufrir ese pobre animal. Lo único que había visto en él era la figura de un hecho que me causaba risa sin dar a esa risa la menor capacidad de reflexión.
    Después de un tiempo pensé lo raro que era la gente:  se ríen de lo que yo no me río, y yo me río, valga la redundancia, de lo que ellos no se ríen. Siguieron pasando los años y no entendía el humor de mis pares. Un día viernes, cuando tenía ya cerca de 20 años, unos amigos me invitan a su casa a ver una serie que se llamaba " Los Simpson". Esos unos dibujos animados horrorosos, medios irreverentes, que no logré entender, ni menos encontrar graciosos. Pero el hecho es que mis amigos se rieron todo el rato de ellos hasta que terminó la serie. Esa noche me fui a mi casa muy preocupado y a la vez muy anonadado por lo que había ocurrido. Me pregunté ¿ Cómo es que estos giles se puedan reír de esos monos estúpidos? No logro entender que hay en sus cabezas.
     Pasaron los años, y mi vida fue dando un giro brusco hacia algo que había visto más de lejos que de cerca, me refiero a la política. Un grupo de conocidos se acercó a mi para pedirme que fuera candidato a alcalde por su partido en la comuna donde yo vivo. En una reunión que me tocó asistir, poco antes de ser oficialmente candidato, tuve la oportunidad de conversar con un senador de unos de los partidos del mismo sector, que me aconsejó lo siguiente: " En una campaña política, tú tienes que hacer un discurso corto y repetitivo. No tienes que ir más allá hablándole a la gente más de lo que ellos logran retener. Piensa, que esa gente, tiene un nivel atencional de un niño de trece años pese a que son adultos". Hasta allí las palabras del senador. Me pregunté ¿ Cómo puede este hombre mirar con tanto desprecio a la gente? Los ve como si fueran unos oligofrénicos. Y sin embargo, cada vez que los ve, los saluda con grandes besos y abrazos.
    Apenas comenzó mi campaña, concurrí a un centro de madres a explicarles mis proyectos si era electo alcalde. No pasaron ni cinco minutos, y las señoras empezaron a pedirme cosas para comer y a reírse la una de la otra, no interesándose en nada lo que yo decía. Me preguntaban cuándo iba a ser el asado, o que cosas había para entretenerse. A nadie le interesaba escuchar proyectos para su comuna. Las risas iban y venían, los chistes y lo peor de todo, era que nuevamente yo no me reía, más aún, salí de aquella reunión verdaderamente indignado. Después en mi casa recordé las palabras de aquel senador zorro de la política, que me había advertido del nivel atencional de las masas. Pero pensé que se quedó corto, el nivel atencional era inferior al de un niño de trece años.
    Mi incursión en la política terminó en un desastre, no logré salir electo, ni menos me dieron ganas de hacer una campaña política al nivel de las exigencias para poder lograr un cupo que me permitiera lograr el triunfo. Lo único que saqué en claro de toda mi experiencia de candidato es que los políticos se ríen de sus propios electores. Y los electores se ríen de los chistes de los políticos. Y nuevamente yo, no me logro reír ni de lo unos ni de lo otros. Como me voy a reír de los políticos, si ellos nos estrujan hasta la médula de los huesos con leyes que favorecen la subida de los impuestos para pagar sus propias dietas parlamentarias. Y cómo me voy a reír de las masas, si ellas ni siquiera pueden entender de qué se ríen.
      Al final de toda esta historia, me di cuenta que nunca tuve verdaderamente  buen humor. Además, nunca supe quiénes eran los payasos y quiénes no. Y la gran moraleja que aprendí fue que es más cruel reírse de la ignorancia de la gente, que reírse de un patito girador.

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