miércoles, 19 de diciembre de 2012

LA AMISTAD Y LA LEALTAD


                    Prof: Juan Carlos Ossandón Valdés.



LA AMISTAD Y LA LEALTAD

 

 

 

Parece fuera de propósito decir que la amistad es una virtud. ¿No se trata, más bien, de algo natural, casi instintivo? Por supuesto. Pero, ¿acaso no es misión de la virtud perfeccionar lo natural e instintivo y orientarlo a la perfección humana de  modo que nos sirva para el regreso a la casa del Padre?  Así actúan virtudes como la castidad, la sobriedad, la magnificencia y tantas otras. Porque la virtud no es más que el hábito de hacer bien las cosas y el vicio el de hacerlas mal. No, claro está, en un sentido meramente técnico, sino humano, en orden a la perfección humana y a su destino eterno. Es obvio que, por su carácter social, la persona no puede vivir sin amistad. En su base está lo que solemos llamar instinto gregario, es decir, aquel impulso que ciertos animales sienten a vivir juntos, como las ovejas, vacas, etc. Pero, para que éste funcione bien y no se desvíe, es necesario una virtud: la amistad. Tenemos, eso sí, que distinguir tres niveles o, mejor, tipos de amistad. Porque hay una amistad de interés y otra de placer que no pueden ser consideradas virtudes, dado que ambas pueden ser usadas en provecho del mal y dañar profundamente al hombre. Se trata, pues, de lograr elevarlas y convertirlas en amistad de honestidad.

Es fácil advertir que el interés es un buen motor para acercar a dos personas. Pero esa unidad sólo permanecerá mientras aquél se mantenga vivo y no perfeccionará a las personas involucradas. Por lo demÁs es muy probable que en ella campee el egoísmo. La misma crítica puede hacerse a la de placer; pero es necesario advertir que en toda amistad estará presente el provecho y el agrado, elementos básicos de las amistades mencionadas.

¿Qué, pues, diferencia a la de honestidad de éstas? 

En primer lugar, por ser un afecto recíproco desinteresado del cual queda excluido el egoísmo. Por ello no es posible una verdadera amistad allí donde no hay virtud. El amigo debe estar siempre dispuesto a sacrificarse por el amigo, y esto no lo hace quien carece de virtud. Lo que no impide que haya comunidad de intereses ni que sea muy placentera en sÍ misma; pero lo importante transciende estos aspectos, lo que se prueba cuando exige sacrificios. Por ello es en la necesidad donde se la prueba.

En los niños pequeños no puede darse este tipo de amistad, las otras sÍ por la tendencia instintiva que nos lleva a ellas. Mas, desde la preadolescencia, debemos comenzar a educar­la, como toda virtud. Es el ejercicio lo que la educa y, en este caso, es bastante sencillo, porque es natural el que haya amis­tad, al menos de los tipos anteriores que sirven para transfor­marlas en amistad de honestidad. Esto se logra con prácticas tan sencillas como la que comienza por enseñar al niño a compartir sus juguetes, a cumplir las reglas de los juegos, a atender al amigo cuando llega a casa, etc.

En segundo lugar, la amistad virtuosa exige intimidad. Por supuesto que no se trata de nada relacionado con el sexo el cual es perfectamente indiferente a aquélla. Es decir, puede ir o no en su compañía. Se trata de ese poder confiar los aspectos íntimos de la personalidad, los anhelos del corazón, las desilusiones, los secretos; en suma, que se pueda contar siempre con el amigo. Este último aspecto es una verdadera necesidad en la adolescencia hasta el extremo de llegar a convertirse en peligrosa   nuevamente aclaro que no me refiero a lo sexual  porque puede aislar a los involucrados. Lo normal es que no se llegue a tanto, pero sí es necesario que un adolescente tenga uno o varios  nunca podrán ser muchos amigos íntimos.

Este último aspecto exige selección. Aquí los padres no pueden quedarse indiferentes. Es muy peligroso que nuestro hijo se haga íntimo amigo de un muchacho indeseable, sobre todo si es muy seguro en sus actitudes. No es posible imponer amigo alguno, es difícil evitar esas espontáneas admiraciones; pero los padres conocemos a nuestro hijos y, con tacto, paciencia y oración a su ángel de la guarda, podemos hacer milagros. Ningún padre debiera desconocer quién o quienes son los amigos de su hijo, especialmente en este crítico período. Justamente éstos pueden ser esas temibles malas influencias que tanto daño producen. Lo peor se da cuando nuestro hijo empieza a cambiar sus criterios y actitudes para acomodarlos a sus amigos; porque si sucediera la contrario, esa amistad sería beneficiosa para aquellos.

Para que surja una amistad tiene que darse algún atractivo. Los padres que disculpan a su hijo echándole la culpa a las malas influencias, se están culpando a sí mismos. Porque el niño se sintió atraído por esa mala influencia, lo que quiere decir que descubrió en él algo que nosotros le inculcamos, tal vez, inconscientemente. Por ello es tan importante, desde la infancia, ir presentando a los niños las virtudes como atractivas y los vicios como vergonzosos; de este modo, en la adolescencia, instintivamente rechazará a esa posible mala influencia.

Es importante que la familia acoja a los amigos de los hijos, que cree en su interior un espacio para ellos, que promueva actividades interesantes según su edad. Todo ello contribuye a evitar que el niño busque amistades ajenas y extrañas que lo pue­den desviar del camino de la virtud. Pero lo más importante de todo es que los mismos padres amen la virtud y odien el vicio, lo que se enseña mucho más con las actitudes concretas que con sermones abstractos.

Si hay una virtud estrechamente unida a la amistad, ésa es la lealtad. Sin ella la amistad jamás alcanzará la categoría de virtud. La lealtad consiste en el reconocimiento de un vínculo más implícito que explícito por lo que nos sentimos obligados hacia el amigo. Como la amistad busca siempre el verdadero bien del amigo, es la lealtad la que nos permite cumplir esta impor­tantísima característica de aquélla. El peor ejemplo que podemos dar a nuestros hijos es el de "pelar" a nuestros amigos, con ello destruimos de inmediato la lealtad debida a ellos. El hombre leal reconoce y cultiva el vínculo que la amistad supone y lo somete a la virtud. Por ello no se trata de proteger las maldades, sino de protegerlo a él de sus malas inclinaciones. La lealtad nos sirve para cumplir bien otra de las características de la amistad de honestidad: la ayuda mutua. Pero para que no sea mera amistad de interés, esta ayuda mutua va a los aspectos íntimos de la personalidad donde anida la virtud. En suma, se trata de servir al amigo en lo que más importa: en su perfección. Este es otro de los aspectos básicos de la amistad: busca mejorar al amigo en su ser personal: hacerlo mejor hombre.

En este punto hay que tener presente que no todos podemos llegar el mismo grado de virtud y que el amigo ha de saber perdonar y, a pesar de las caídas, mantener incólume la amistad. Lo que podría destruirla es su insistencia en mantenerse en el mal y no querer corregirse. Entonces el amor por la virtud debe primar por encima de la amistad y suprimirla. 

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