EXISTENCIA DE DIOS
"A Dios no agrada
que la fe nos impida recibir o preguntar la razón de lo que creemos, pues ni
siquiera podríamos creer si no tuviéramos almas racionales" (S. Agustín:
Carta 120).
"Nada prohibe que
las mismas cosas que tratan las disciplinas filosóficas en cuanto son
cognoscibles por la luz de la razón natural también las trate otra ciencia
según son conocidas por la luz de la revelación divina" (santo Tomás: In
Boethium De Trinitate).
"Primero (la razón
debe) demostrar los preámbulos de la fe ... como que Dios existe, que es uno y
cosas similares que la fe presupone" (santo Tomás: In Boethium De
Trinitate).
"La mente humana
... no puede ser decepcionada. Por ello es preciso que, según el proceder
natural de la razón, llegue de lo posterior a lo anterior y de las creaturas al
Creador ... Pero como la vista fácilmente se equivoca en lo que divisa en
lontananza, al ascender de las creaturas a Dios ha caído en múltiples errores
... Por ello Dios proveyó al género humano otra vía segura de conocimiento,
influyéndola por la fe en la mente de los hombres" (santo Tomás: In
Boethium De Trinitate)
Ha llegado a mis manos un folleto que
circula en nuestra Universidad y que intenta probar que Santo Tomás de Aquino
no fue capaz de demostrar la existencia de Dios con sus famosísimos argumentos.
Además de lo cual aprovecha la ocasión para incursionar en la teología católica
y darle lecciones al mismo santo Tomás y a los tomistas actuales que parecen
ignorar nociones elementales tanto de teología como de filosofía.
Como según mi buen parecer y entender,
el folleto de marras adolece de inexactitudes de variada índole y resulta
peligroso para la formación religiosa e intelectual de nuestros alumnos, he decido
hacer algunos alcances a lo que en él se sostiene para que se juzgue hasta qué
punto su autor ha comprendido al Santo que critica y a sus discípulos que
desprecia.
Sin pretender ser exhaustivo y con
ánimo de ordenar la discusión, procederé a destacar primeramente los aspectos
filosóficos envueltos en la polémica para después comentar los teológicos.
ASPECTOS FILOSOFICOS
A.- LA EVIDENCIA
¿Es
evidente la existencia de Dios? Puede darse una evidencia inmediata como una
evidencia mediata. Gran cantidad de filósofos, cristianos y paganos, se han
pronunciado en favor de la primera; pero santo Tomás no la admite
pronunciándose sin reservas por la necesidad de hacer evidente su existencia.
Para alcanzar una evidencia que no se da por sí misma - que es lo que la hace
mediata - se necesita proceder a construir una demostración propiamente dicha.
Surge aquí el primer problema.
Comencemos por un ejemplo para comprenderlo mejor.
El Dr. Koch sospecha que la
tuberculosis es producida por un micro-organismo. Dirige en ese sentido su
investigación y halla al que hoy conocemos como bacilo de Koch (1882). Pudo
hallarlo porque lo buscó en el sitio preciso y con la metodología adecuada. Si
hubiese pensado de otro modo, habría perdido años y más años sin hallar nada.
Para demostrar la existencia de Dios
debemos saber primero qué es Dios. Si no lo supusiésemos nos sería imposible
hallarlo. Porque, lo que hubiese sido encontrado al final de nuestra
demostración ¿es Dios?
El folleto que criticamos pretende
hacernos creer que lo único que permite iniciar nuestra investigación es una
noción popular, vaga, inadecuada, común a judíos, árabes y cristianos. Craso
error. Por ello comencé por el ejemplo del Dr. Koch. Este no conocía para nada
al famoso bacilo que lleva su nombre, pero conocía su efecto y sospechaba algo
de su naturaleza: debía ser un micro organismo. De modo análogo, nosotros no
necesitamos para nada conocer la esencia misma de Dios - si la conociésemos
tendríamos la evidencia inmediata que hace superflua y torpe toda demostración
-; nos bastará, en su defecto, conocer algo que sea exclusivo de Dios que nos
permita identificarlo y reconocer lo que siendo parecido a El, sin embargo no
lo es.
Para ello contamos con los estudios de
excelentes metafísicos - comenzando por Platón y Aristóteles, siguiendo por los
estoicos y neoplatónicos, para finalizar con la ingente y gloriosa serie de
Padres de la Iglesia - que nos han ido bosquejando una idea de Dios
perfectamente distinguible de cualquier otro ente de modo de evitar confusión.
Ya Aristóteles nos da una idea popular
que, si bien es insuficiente, ha sido como el punto de partida de todas las
demás:
"Dios
les parece a todos ser una de las causas y cierto principio" (Metafísica
983a5). Habrá, pues, que precisar qué tipo de causa y de qué modo es Dios
principio y tendremos el punto de partida anhelado.
La Sagrada Escritura agrega dos ideas
que son más que suficientes para lo que necesitamos: es el creador del cielo y
de la tierra y es el santo. Santo significa que no se mancilla con este mundo
pecador, que está completamente separado, que es completamente distinto a este
mundo nuestro.
Tenemos, pues, plenamente identificado
lo que queremos: buscamos un ser que, siendo completamente diferente a todo lo
que se halla en este mundo, es, sin embargo, la causa de todo lo que existe.
Por lo mismo hemos de buscarlo partiendo de las cosas que hallamos en nuestra
experiencia y, de este modo, lograremos conocer a Dios, no en su esencia
trascendente, sino en cuanto está de alguna manera implicado en sus efectos.
Exactamente como el Dr. Koch pudo hallar su famoso bacilo del que ignoraba
completamente su esencia; pero conocía su efecto y lo reconoció en cuanto halló
un bacilo implicado en la enfermedad que estudiaba.
Por eso me resulta incomprensible lo
que afirma el folleto que critico en la página 3:
"Se busca a Dios
en las cosas y desde las cosas, sin ir más allá de las cosas (de este mundo
sensible)".
Es verdad que tenemos que partir de las
cosas que nos ofrece la experiencia sensible, como Koch partió de los enfermos,
porque se trata de conocer la causa de la existencia de este mundo sensible;
pero forzosamente se ha de llegar más allá del mismo, de otra manera no
respetaría la noción de Dios de la que partimos.
En este punto hay que detenerse un
instante: buscamos la causa primera de toda la realidad. O, dicho con más
exactitud metafísica: la causa primera del ente común. En consecuencia, no
puede tratarse de una causa segunda, de un ser sensible objeto de experiencia
normal. Porque todos los objetos que conocemos son causas segundas; en
consecuencia ninguno de ellos puede convenir a lo que hemos definido como Dios.
Claude Tresmontant ha escrito páginas
luminosas sobre nuestro tema. En su libro "Cómo se plantea hoy el problema
de la existencia de Dios" (Seuil. París. 1966). En definitiva, hay sólo
dos opciones: o este mundo es Dios, o Dios es ajeno a este mundo. El
pensamiento humano no conoce una tercera alternativa. Dicho en forma más
estrictamente metafísica: ¿Es este mundo el ser tomado absolutamente? En ese
caso sería Dios. Como la ciencia moderna ha hecho imposible tal noción, desde
el momento que el universo posee una evolución irreversible y una historia, le
parece a Tresmontant una salida imposible. Su conclusión es tajante: "Si
el universo ha comenzado, el ateísmo es impensable" (p.115). Porque, como
bien puntualiza el profesor francés, es el problema de la existencia,
metafísicamente considerado, el que interesa. Es un hecho que el mundo existe:
¿Es él la existencia absoluta, sin más, autosuficiente? Si no lo es, y a pesar
de lo cual existe, debe existir aquello que lo hace existir.
Sin citar a Santo Tomás, limitándose a
la ciencia moderna, Tresmontant puede salir del mundo sensible y hallar a Dios.
Con todo, fácil sería asimilar su demostración a una de las de santo Tomás.
Tampoco acepto la curiosa afirmación de
que la demostración parte de las cosas pre-concebidas como efectos (pág. 3, in
fine). No se trata de ninguna pre-concepción sino de una comprensión de la
realidad sumamente sencilla de hacer. Basta pensar un instante y se conoce con
evidencia inmediata la verdad del principio de causalidad: Todo ser compuesto
tiene causa". Obvio, si es compuesto está formado por elementos diversos:
¿qué los une? La causa. Ellos, por sí mismos, explican la diversidad, no la
unidad. Basta, pues, conocer un ser compuesto - y todos los que la experiencia
nos ofrece lo son - para saber que es efecto.
B.- DESARROLLO DE LAS
VIAS
El
folleto se detendrá de modo particular en el análisis de la primera de las
cinco vías tomistas e irá discutiendo cada paso de la misma. Nuestro desacuerdo
es total. Si bien hay algunas notas que comprenden adecuadamente el pensamiento
de santo Tomás, la mayoría de las veces la incomprensión del verdadero sentido
de lo que el ilustre medieval piensa nos llama la atención. Para no cansar al
lector sólo nos detendremos en los errores demás grueso calibre.
Nos resulta sorprendente que, al
enunciar el hecho del que se parte, el folleto nos hable de "18 siglos de
filosofía parmenídica". La justificación de tal acusación es perfectamente
ilusoria. No hay nada de Parmenídico en la filosofía de Aristóteles, a menos
que se quiera acusar de parmenídico a todo el que piense que lo real es inteligible.
En ese caso toda la filosofía -¡hasta la de Heráclito! - lo sería. Es
comprensible que, en esta óptica, no aparezca el hallazgo aristotélico que
sepultó para siempre al mundo parmenídeo: la analogía del ente. Si Parménides
cayó en el error de suponer al ente inmóvil, fue porque desconocía la doctrina
de la analogía. Gracias a ella pudo Aristóteles solucionar realmente al gran
problema griego: hacer inteligible al movimiento.
Al finalizar la mera exposición de la
vía, que es adecuada, el folleto nos aclara que el concepto en el que ésta
termina: "motor inmóvil", es impensable. Craso error. Probémoslo.
Motor significa "el que mueve"; inmóvil significa "que no es
movido". Mover es una acción y ser movido es una pasión. ¿Puede un ser
sufrir una pasión sin ser sujeto de la acción que la hace posible? Es obvio que
puede. Así una piedra es movida por la mano que la lanza. Ella es el sujeto de
la pasión sin serlo de la acción que la hizo posible. ¿Es posible una acción
sin una pasión previa en el mismo sujeto? Intelectualmente no se ve
inconveniente alguno. Puede, pues, pensarse. En el caso de la piedra no es
posible en virtud de su inercia. Si la piedra mueve a otra (acción) ello ocurre
porque, a su vez, esa piedra fue movida (pasión). ¿Podría probarse que todo ha
de ser necesariamente inerte?
Abandonemos el lenguaje físico que es
inadecuado para expresar lo que estamos estudiando y ocupemos el metafísico. La
pasión supone la presencia de la potencia, mientras que la acción supone la del
acto. La piedra es un ser en acto, en cuanto piedra, pero también es un ser en
potencia, en cuanto puede desarrollar diversas actividades que aún no está
realizando. ¿Es necesario que todo ente sea como la piedra, una mezcla de
potencia y de acto? Tampoco se ve impedimento alguno para pensar un ser que sea
tan sólo acto, que carezca de potencia. Luego es pensable.
Pero no todo lo pensable existe. No
basta, pues, que lo sea para afirmar su existencia. Las famosas vías nos hacen
comprender que ese ser "pensable" no solo lo es sino que es
"necesario" que exista. Exactamente, la existencia de cosas que se
mueven en el mundo sólo es comprensible si reconocemos un motor inmóvil, un
acto puro, el que, obviamente, no pertenece al mundo.
En seguida el folleto nos ilustra sobre
la incomprensión aristotélica de su propio hallazgo y pretende de ella sacar
gran provecho. Según él, el Theos de Aristóteles nada tiene que ver con el Dios
de santo Tomás. En cierto sentido tiene toda la razón. Aristóteles halló al
motor inmóvil pero no lo comprendió. Esto solo indica que la filosofía de santo
Tomás es muy superior a la suya; nuestro folleto, empero, empapado en Pascal,
va a sacar conclusiones sorprendentes. Parte de su error brota de su
incomprensión del término teológico: "sobrenatural" y que dejamos
para la segunda parte. Limitémonos ahora a la filosofía.
El folleto parece, en este punto,
aceptar que Aristóteles demostró la existencia de un motor inmóvil; ahora nos
va a intentar demostrar que ese motor inmóvil nada tiene que ver con Dios.
¿Cómo logrará esta sutil proeza inadvertida para todos los pensadores desde el
mismo siglo XIII hasta hoy? Es digno de verse.
Toda la página octava del folleto está
dedicada a informarnos sobre tan notable descubrimiento: santo Tomás jamás
demostró la existencia de Dios.
"Sto. Tomás NO
DICE que esto (el motor inmóvil) SEA DIOS.
Y no lo dice porque no
lo sabe, ni puede saberlo ... Sto. Tomás más bien DICE que a esto (el motor
inmóvil) LO LLAMAMOS DIOS".
Reconoce el folleto que la distinción
es muy sutil, pero si no se la entiende, "no se entiende nada de las
pruebas de la existencia de Dios de santo Tomás". ¡Como que santo Tomás
jamás las entendió! E insiste una líneas más abajo en que habría que probar que
el motor inmóvil coincide con el Dios cristiano. Según parece, lo que el Santo
demostró es que es probable que el motor inmóvil sea el Dios cristiano y nada
más. Por eso concluye solemnemente:
"Pretender que
santo Tomás, en fin, demostró la existencia de Dios, es atribuirle una
imperdonable falta de rigor y una ingenuidad que ciertamente santo Tomás jamás
poseyó en estas materias".
Parece que el autor del folleto leyó
muy superficialmente a santo Tomás. ¿Leyó el título de la cuestión? Porque
generalmente el título ilustra sobre lo que se pretende saber. Helo aquí:
"QAESTIO 2 - DE
DEO, AN DEUS SIT"
"CUESTION 2 -
ACERCA DE DIOS, ¿EXISTE DIOS?"
Tampoco parece que leyó con detención
como termina cada una de las cinco vías:
"Y todos entienden
que esto es Dios" (primera).
"a lo que todos llaman
Dios" (segunda).
"lo que todos
sostienen que es Dios" (tercera).
"Y sostenemos que
esto es Dios" (cuarta).
"Y sostenemos que
esto es Dios" (quinta).
Tal vez pueda discutirse mi traducción,
pero no puede negarse que el verbo latino "dico", en la edad media,
no se limita a "decir" o "llamar"; su sentido más propio es
el de "afirmar", "sostener". Por otra parte, tal verbo rige
una construcción especial; por lo que, cuando el Santo dice: "et hoc
dicimus Deum" no puede traducirse por "y a esto llamamos Dios"
(como pretende el folleto), sino como lo hicimos en la cuarta y quinta vía:
"y sostenemos (afirmamos) que esto es Dios". Queda, pues, demostrado que santo Tomás quiso y consiguió plenamente lo que quería, a saber, que Dios existe. Lo que perdió a nuestro crítico fue su ignorancia del latín medieval. Pero aunque lo ignore y se base en las deficientes traducciones en boga, debió haber seguido leyendo esa primera parte de la Suma. Así habría descubierto que ese motor inmóvil es el Dios cristiano. No en el sentido que todo lo revelado esté contenido en tal concepto, sino en el de que no hay repugnancia alguna entre ellos. La Revelación nos da a conocer más y más sobre el motor inmóvil, pero nunca contradice lo que la razón halló en él. Es verdad que Aristóteles queda muy atrás, lo que, como ya dijimos, muestra la superioridad del medieval y nada más.
Insiste nuestro folleto en su idea. Tal
parece que en su juventud, cuando escribe la Suma Contra Gentiles, como la
llamamos hoy, santo Tomás creía que se podía demostrar la existencia de Dios;
pero, acota nuestro crítico sutil, en la Suma de Teología, ya en su plena
madurez, no comete tal ingenuidad. Ya vimos la inconsistencia de toda la
argumentación fundada en el desconocimiento del latín medieval. Pero de la
casualidad que el Santo escribió muchas otras cosas. Entre ellas su comentario
a la Metafísica que es posterior a la primera parte de la Suma, justamente la
que trae las famosas vías.
Y aquí debemos denunciar un nuevo error
en que cae el folleto. Sin incidir en la distinción entre naturaleza y
sobrenaturaleza - mal comprendida en él - fijémonos en una frase: "Para
Aristóteles la naturaleza incluye en sí al Theos" (pág. 7).
Si lo que
se quiere entender con ella es que el Theos tiene su propia naturaleza que
puede ser incluía entre los entes, santo Tomás estaría de acuerdo - volveremos
sobre el punto cuando veamos la teología del problema -; si se quiere, en
cambio, sostener que el motor inmóvil es uno más de los entes de este universo,
estamos ante un nuevo error. Porque en el libro lambda de la Metafísica, el
Estagirita establece inequívocamente que "La substancia inmóvil ... tiene
una realidad enteramente separada" (1069b33).
Habría que leer todo el comentario de
santo Tomás al famoso libro lambda que trata de la naturaleza del motor inmóvil
a la que declara exenta de materia, pensamiento que se piensa a sí mismo, etc.
A pesar de sus manifiestas deficiencias - perdonables por ser el primero que se
adentra en una noción tan difícil - prefiero seguir el ejemplo que nos da J.
Tricot, traductor y comentarista de Aristóteles, que ensalza al texto que ha
servido de inspirador de las más sublimes páginas de la filosofía occidental.
Como santo Tomás, Tricot prefiere perdonar las deficiencias del griego y no ve
ningún inconveniente en, mejoradas éstas, aplicar al Dios cristiano lo que
Aristóteles dice del motor inmóvil.
C.- EVALUACION DE LAS
PRUEBAS
El
folleto hará una crítica cerrada al valor demostrativo de las vías elaboradas
por el místico Doctor medieval y concluye negándolo rotundamente. Tan solo
prueban, a su juicio, en la existencia de algo que LLAMAMOS Dios. Ya vimos que
esta conclusión se apoya en una mala traducción del latín por lo que carece de
todo valor. Santo Tomás pretendió y lo consiguió demostrar que existe Dios. Lo
más que puede decirse es que su comprensión es muy superior a la que logró
Aristóteles. Pero ello no nos autoriza a decir que se están refiriendo a dos
seres distintos, a menos que, con conocimiento de causa, Aristóteles hubiese
rechazado el Dios de la Biblia. Ante su total desconocimiento de tal idea de
Dios, la noción aristotélica queda abierta a recibir una mejor intelección de
parte de quien sea capaz de hacerlo. Por mucho que el Griego se halla
equivocado sobre cómo ha de entenderse a Dios, sigue siendo verdad que encontró
una vía certeza para demostrar a todos su existencia.
El folleto sólo otorga una evidencia
subjetiva a las vías que critica. Con ello quiere decir que son muy
convincentes. Como ejemplo de esta evidencia subjetiva nos ofrece dos:
"las cosas existen" y "yo existo"; con lo cual nos advierte
que el problema está en otra parte. En efecto, estamos ante un
"escéptico", una persona que no se atreve a afirmar o negar nada. Se
trata de la "enfermedad de la filosofía", la que imposibilita a quien
la sufre y lo inhabilita enteramente para filosofar. Podrá realizar con agudeza
análisis filosófico - lo que es evidente en algunos aspectos de este folleto -
pero no podrá resolver nada. Aconsejamos a su autor que lea los libros de E.
Gilson que tal vez le ayuden a curar su delicado problema. Porque, para una
persona sana, de sano "sentido común", nada es más fácil que sostener
la existencia de sí mismo y del mundo. Como dice santo Tomás, basta pensar para
saber que se existe (cfr. De Veritate q.10 a.8 in c. et ad 1 et 2) y, además,
ante los que dudan de si se ha de creer al sano antes que al enfermo, al que
está despierto antes que al que está dormido, comenta: "tales dudas son
estúpidas" (In Metaph. Nº 709).
Comprendemos por qué el folleto no
puede reconocer el valor demostrativo de las vías de santo Tomás: si le es muy
difícil comprender que alguien sostenga, en filosofía, su propia existencia y
la del mundo, ¡cuánto más incomprensible le resultará que afirme la existencia
de Dios! Por desgracia - o mejor, felizmente, - no se puede probar lo evidente.
No nos extraña, entonces, que el
folleto sospeche del "sentido común" y que crea que las conclusiones
son, "por esencia son siempre probables"(pág. 10). El Contra Academicos
de san Agustín ya refutó admirablemente el "probabilismo" académico
que vemos resucitar en nuestro Universidad. En verdad, una prueba bien hecha,
ya sea en ciencia experimental o en racional, nos lleva a una certeza plena a
una evidencia indudable; y eso logran las vías tomistas. El autor del folleto,
empero, se niega esa posibilidad por una posición previa: el escepticismo que
lo aqueja. Su enfermedad filosófica queda al descubierto cuando afirma:
"Quizá el más
grande olvido que distorsiona la perspectiva de análisis esté en que la
filosofía no contiene verdades, sino tan solo proposiciones VEROSIMILES"
(pág. 11).
Esa es
exactamente la afirmación básica de la filosofía académica tan magníficamente
refutada por san Agustín, quien, entre otras cosas, advierte que lo VEROSIMIL
es lo "semejante (simil) a lo verdadero"; mas ¿cómo puede decirse de
algo que sea verosímil si se desconoce lo verdadero? (Contra Academicos L.2,
c.7).
Otro error hallamos al final de esta misma página:
"El Dios que
subyace a las vías es necesariamente la Deidad. Es un Dios sin rostro,
abstracto, sin individualidad, sin aquello que lo convierte en
"alguien", sin aquello que lo hace "Dios". Las pruebas sólo
podrían alcanzar - si pudiesen - la Deidad".
Sorprende dicho el error cuando
acabábamos de leer, unas páginas más arriba, que el folleto había comprendido
que el punto de partida de la vía no era "el movimiento" - concepto
abstracto - sino un determinado móvil - ente concreto. Por lo tanto llega al
final de la vía a un ente concreto, no a un concepto abstracto. Esta confusión
imposibilita al folleto a comprender que no importa que no se conozca la
esencia de Dios - ¿necesito conocer la esencia del perro para saber que hay
perros? - basta con conocer una determinada característica que permita
distinguir a ese ente concreto de cualquier otro. Por ello Aristóteles y santo
Tomás llegan al mismo Dios, si bien uno lo comprende bastante mejor que el
otro. Más aún. Es fácil comprender que lo abstracto no existe y, por lo mismo,
carece de toda actividad. Pero la vía comentada nos lleva a la actividad del
primer motor y, por ello, nos obliga a reconocer su existencia. En
consecuencia, pensar que estamos ante un concepto abstracto, ante la deidad,
significa no haber comprendido nada de la prueba analizada.
Me saltaré la confusión entre filosofía
y teología con que comienza la página 12 del folleto para responder a la
observación siguiente:
"Conocer que debe
haber una Deidad no es conocer a Dios, aunque sea Dios esa Deidad".
Lo que es
comparado con la afirmación paralela: Conocer que alguien viene no es conocer a
Pedro, aunque sea Pedro quien viene (I. q.2 a 1 ad 1).
Tendría razón el folleto si se tratara
de conocer un vago concepto. Como el interpreta de esa manera la prueba, su objeción
le resulta muy convincente. Pero a los que hemos comprendido a santo Tomás y
sabemos que nos de parte de un vago concepto para llegar a otro igualmente vago, sino de la
comprobación de la existencia de un ente real para llegar a la comprobación de un
ente igualmente real, la objeción nos resulta vana.
En la página 13 nos presenta otra
acusación: santo Tomás habría partido de un supuesto arbitrario en su
demostración. Este consiste en pensar que Dios está en las cosas. Olvida
nuestro crítico que la Suma de Teología está escrita para licenciados en
filosofía que inician sus estudios de teología. Ahora bien, el estudio del
movimiento se hace en filosofía, lo mismo que el de la causalidad, de la
contingencia, de la inteligencia, del orden, etc. Por lo que el teólogo puede
partir de los resultados alcanzados por la filosofía y seguir adelante. No hay,
pues, ninguna afirmación gratuita.
En seguida el folleto arremete contra
la supuestamente gratuita identificación de Dios con la existencia. ¿Olvida tan
fácilmente la historia nuestro crítico? Esa identificación la había hecho la
teología católica hacía ya muchos siglos. Lo que santo Tomás acepta, como es
natural, en un curso de teología. Solo advierte que dicha verdad es conocida
por los teólogos después de mucho estudio por lo que no puede aceptarse como de
evidencia inmediata, y, por lo mismo, se hace necesario demostrar la existencia
de Dios prescindiendo de lo que la teología logró comprender después de muchos
esfuerzos.
En el mismo párrafo comete otro error.
Supone que la base de la prueba es la inteligibilidad del concepto Dios y cree
hallarla en la identificación que acabamos de comentar. Nada más falso que esta
suposición. El concepto de Dios, del que partimos, es el de primera causa,
origen del mundo. Este concepto es perfectamente inteligible sin mencionar para
nada la identificación anterior. Por lo que toda la objeción levantada por el
folleto nada tiene que ver con las vías tomistas.
Como broche de oro de la confusión en
que cae el folleto, éste declara incomprensible la distinción de una evidencia
"per se" frente a una evidencia "quoad nos". Santo Tomás
establece que la proposición "Dios existe" es evidente "per
se", pero no "quoad nos". Tal aseveración escandaliza a nuestro
crítico. Parece olvidar completamente qué libre está leyendo y en qué época fue
escrito. Se lo recordaremos: introducción a la teología, para licenciados en
filosofía, escrito en el siglo XIII. Ahora bien, todo teólogo sabe que Dios
reveló a Moisés su nombre: "Yo soy quien soy". Inspirados en este
texto los teólogos cristianos identificaron a Dios con el acto de existir sin
limitaciones: ipsum esse subsistens. Para un teólogo católico, que acepta e
interpreta de este modo la revelación mosaica, es evidente que Dios existe. Es
una evidencia "per se" pues, en cuanto se menciona el nombre Dios, el
teólogo entiende: el "ipsum esse subsistens"; es decir: "el ser
mismo que está existiendo por sí mismo". Pero lo que es evidente para el
teólogo, al final de ingentes estudios y movido por su fe en la palabra divina,
no lo es para la inteligencia humana natural. Y eso es todo. No hay, pues,
ningún "dogmatismo vicioso y persistente" (pág. 13) en una actitud
tan ponderada como lo es la de santo Tomás.
En la pág. 16 aparece una crítica más
interesante. Por desgracia el folleto confunde el plano físico con el
metafísico por lo cual no llega nunca a comprender el nivel en el que se sitúa
santo Tomás. Es verdad que, en "física", las causas se escalonan;
pero las vías se mueven en el plano metafísico, por lo que la atinada
observación simplemente no viene al caso.
En seguida nos dice que santo Tomás
supone que la causa de un movimiento es otro movimiento y sentencia: craso
error. ¿Pero no habíamos quedado en que no se trata del movimiento sino de
móviles? Parece que nuestro crítico se ha olvidado de lo que él mismo había
perspicazmente advertido. Un móvil se mueve, ¿qué lo mueve? Un motor. Eso es lo
que dice y piensa santo Tomás. Nuestro folleto le atribuye cosas que él jamás
pensó. Ahora bien, ese motor puede ser móvil o inmóvil. Es aquí donde se juega
toda la prueba, pero nuestro crítico en ningún momento parece descubrir el
punto clave. De esta manera comprendemos sus dudas: simplemente desconoce lo
esencial a la misma.
En la página 17 nuestro folleto
pretende que no hay causas en el mundo físico, salvo las humanas. Las demás
serían meras "transmisiones". Si yo digo: "esa estufa me está
calentando" ¿he de entender que la estufa se limita a transmitir un calor
que quién sabe de dónde viene? Y si digo "ese perro me mordió" ¿he de
pensar que el perro se limita a transmitir un mordisco qué quién sabe se
origina? Noto en estas curiosas
reflexiones una imposibilidad de comprender que podemos una misma realidad
desde distintos objetos formales. Las conclusiones no han de oponerse, sino han
de respetarse mutuamente. El físico no puede comprender metafísicamente al
mundo real; pero sí lo puede hacer el metafísico, y nadie tiene autoridad para
impedírselo.
Parece que el folleto cree mucho a Hume
y a su crítica de la noción de substancia y de causa. Si estudia más
atentamente a dicho autor, podrá apreciar que el se opone, con buenas razones,
a la concepción racionalista de dichas nociones. Pero estamos hablando de santo
Tomás quien comprende de modo muy diverso las mismas palabras. Para no
alargarnos demasiado, digamos solamente que la
causalidad, o mejor, el principio de causalidad es de evidencia
inmediata. Por lo cual nadie puede impedir su uso en las vías.
Finalmente nuestro crítico acusa a
santo Tomás de cometer errores de principiante: "paralogismos", los
que normalmente son llamados "sofismas". Ambos se reducen a lo mismo:
nadie puede identificar el motor inmóvil, etc, con Dios. Parece que nuestro
crítico no siguió leyendo la Suma. Habría visto cómo, con todo detalle, santo
Tomás va deduciendo de las vías los atributos de Dios.
ASPECTOS TEOLOGICOS
En teología nuestro folleto muestra mucho menor agudeza que
en filosofía. En este aspecto los errores son elementales e, incluso, alejan de
la fe católica a su autor. Vamos por partes.
La
primera afirmación que nos sorprende está en la primera página: "pero esta
aceptación personal, fe o mera convicción, no ofrece certeza". Nos
explica, en base a santo Tomás, que la fe no "conlleva evidencia sobre su
objeto"; por eso es imposible tener fe y saber al mismo tiempo y sobre el
mismo objeto, siempre y cuando nos refiramos al objeto formal y no al material,
añadimos por nuestra cuenta.
Notamos, pues, una notable confusión
entre certeza y evidencia. La primera sólo denota la confianza que produce, y,
por eso, se puede hablar de certeza moral, como la que tenemos de ser hijos de
nuestros padres. Por ello, la certeza máxima es la que engendra la fe, hecho
que escandalizaba a los sabios paganos de la Roma imperial. La evidencia
engendra certeza, pero no se confunde con ella. Se trata de la certeza
engendrada por el ejercicio natural de la facultad cognoscitiva que alcanza su
objeto directa y adecuadamente. Por ello la engendra la experiencia sensible y
el razonamiento bien hecho. En la fe no hay ni la una ni la otra, por lo que no
hay evidencia; sin embargo eso no impide que haya certeza, puesto que ésta
puede ser engendrada por la confianza que tenemos en el testigo. De este modo
la inmensa mayoría de las certezas que poseemos provienen de la fe natural que
tenemos en la probidad de los informadores. Mas los hombres pueden equivocarse,
incluso pueden mentir. Dios, por el contrario no puede ni lo uno ni lo otro. En
consecuencia, no hay mayor certeza que la que proporciona la fe.
El segundo error que quisiera tratar es
su pascaliana afirmación de que :
"Desde ya sabemos
entonces que no quedará alcanzado de ningún modo aquel Dios sobrenatural de la
religión, aquel Dios Creador y Padre nuestro
personal". (pág. 3)
La certeza de tan peregrina afirmación
proviene del punto de partida de las vías: la noción popular del término Dios.
Mas ¿quién ha dicho que santo Tomás parte de la idea popular de Dios y no de la
idea filosófica de Dios? Toda la discusión expresada en la cuestión segunda de
la Suma (primera parte) revela que el Santo se enfrenta con los teólogos de su
época, con los filósofos antiguos y contemporáneos suyos. En la cuestión décimo
tercera revelará cómo es posible que impongamos a Dios su nombre y responde sin
aludir para nada a una supuesta nominación popular sino a lo que es capaz la
razón, es decir, a la labor que los filósofos hacen. Lo cual no excluye lo
popular, pues todo hombre algo de filósofo tiene y éste no desprecia el buen
sentido popular. Ambos, el vulgo y el sabio, entienden que Dios es causa; aquél
de un modo impreciso, éste creará la noción técnica de "causa
primera" la que aplicará con exclusividad a Dios.
¿Es, este Dios, el Dios de la
revelación? Como Dios es único y no puede haber dos, in se (en la realidad) son
el mismo; quoad nos (como es conocido por nosotros) no son el mismo. Me
explico.
El conocimiento que tengo de mi perro
es muy insuficiente, muy superior es el que tiene el veterinario que lo
atiende; ¡pero ambos conocemos al mismo perro! De modo similar, la razón y la
revelación conocen al mismo ser real al que llamamos Dios. Pero es muy
diferente lo que puede alcanzar la razón sola y lo que puede alcanzar esa misma
razón iluminada por la fe. ¡Pero el conocer mejor la misma cosa es muy
diferente que conocer otra cosa! Cuando san Pablo apostrofa a los romanos por
no conocer y honrar convenientemente al verdadero Dios. Mas como éste se da a
conocer "desde la creación del mundo", los romanos, al no conocerlo,
"son inexcusables" (Rom.1,18-32). Es obvio que el Apóstol se refiere
a un conocimiento de la razón natural, no a la fe revelada a los judíos, y es
también evidente que se refiere al único
Dios verdadero, padre de nuestro señor Jesucristo. Este folleto, pues, se aleja
de la fe católica en este punto.
En varios párrafos el folleto distingue
a un cierto "dios" del Dios sobrenatural. Tal vez pueda justificarse
lo que dice, pero su lenguaje es curioso. Porque el Dios cristiano, el que se
revela en la Biblia es perfectamente natural; porque es natural que Dios sea
Dios.
Topamos aquí con un problema de
lenguaje. Santo Tomás jamás hablo de "sobrenatural"; ésta es una
denominación moderna para referirse a los "dones gratuitos" que el
hombre recibió de Dios. Como estos dones fueron dados por "gracia" al
hombre, y lo alzaron muy por encima de su naturaleza, por ello se fue poco a
poco imponiendo el término "sobrenatural". Pero nada hay superior a
Dios, en consecuencia no se puede hablar de un Dios sobrenatural en este
sentido.
Si lo que el folleto quiere decir es
que el Dios cristiano está fuera de este mundo, fuera de la
"naturaleza" entendida como el conjunto de entes que pueblan el
universo material, en ese caso, el motor inmóvil es sobrenatural. Basta leer el
libro lambda de la Metafísica de Aristóteles para advertirlo.
En la página 10, el folleto lleva al paroxismo
la oposición entre el Dios de la razón y el de la fe:
"Aceptar tales
pruebas (de la existencia de Dios) implica dejar 'ipso facto' de creer. No tiene
sentido creer en lo que ya se sabe".
Dejemos de lado los insultos que aplica
a los que dicen saber que Dios existe y vamos al meollo de la cuestión.
Santo Tomás ya había respondido a la
objeción. ¡Lástima que el autor del folleto no lo haya leído! Porque la
respuesta está en la misma cuestión que el tanto critica. La primera objeción a
la que responde es justamente la de que, por ser la existencia de Dios un
artículo de fe, ha de ser creída y no sabida; en consecuencia no se puede
demostrar la existencia de Dios. ¿Como responde el Doctor Común de la Iglesia
Católica?
"La existencia de
Dios y otras verdades del mismo tipo respecto de Dios que pueden ser conocidas
por razón natural, como se dice en Romanos 1,19, NO SON ARTICULO DE FE sino que
son preámbulos de dichos artículos. De este modo la fe presupone el
conocimiento natural como la gracia presupone la naturaleza y la perfección lo
perfectible.
Y para
evitar dudas, agrega un comentario importantísimo:
"Nada impide, sin
embargo, que aquello que es de suyo demostrable y cognoscible, sea aceptado,
por quien sea incapaz de demostración, como creíble" (S.Th.I,q.2,a.2,ad
1m).
No hay Credo alguno en la Iglesia que
exprese: "creo en la existencia de Dios", porque su existencia es
previa. Así, la Escritura comienza con las siguientes palabras: "Al
principio creó Dios los cielos y la tierra" (Gen.1,1). Luego nos revela la
elección de Abrahán: "Dijo Yahvé a Abrahán" (Gen.12,1). Al escoger a
Moisés se presentará así: "Yo soy el Dios de tus padres ..."(Ex. 3,6).
Como puede observarse, siempre se supone conocida su existencia.
Tal vez se nos objete que, en la
antigüedad podía suponerse tal conocimiento pues era universal; en la
actualidad, empero, se ha de comenzar por creer en la existencia de Dios. El
problema se agudizó durante el siglo XIX. Veamos cómo respondió la Iglesia a la
nueva situación intelectual europea.
Frente a las grandes crisis, la Iglesia
suele responder pidiendo el auxilio del Espíritu Santo. Se reúnen, pues, los
obispos del mundo y realizan un Concilio Ecuménico Dogmático. En él definen la
verdadera doctrina de la Iglesia y, si la gravedad de la materia lo exige,
expulsan de la Iglesia a quien piense lo contrario. El último Concilio de tal
naturaleza se reunió en Roma en 1869 y lo conocemos como Vaticano I. En su
constitución dogmática sobre la fe católica leemos:
"Si alguno dijese
que Dios vivo y verdadero, creador y señor nuestro, no puede ser conocido con
CERTEZA POR LA LUZ NATURAL DE LA RAZON HUMANA por medio de las cosas que han
sido hechas, sea anatema" (cfr. Denz. 1806).
Por desgracia este folleto expresa en
numerosas ocasiones tal imposibilidad, por lo que su autor, si comprendió lo
que decía y lee al Vaticano II, queda fuera de la Iglesia Católica.
CONSIDERACIONES FINALES
En
sus consideraciones finales el folleto insulta a todos los que han seguido las
enseñanzas de santo Tomás de Aquino. Según él se trata de "oledas de
generaciones condenadas a la mera y estéril repetición" (p.18). Por
supuesto, si santo Tomás viviera en este siglo, no sería tomista. Además, ser
tomista hoy es injusto porque "desconoce siete siglos de evolución en el
pensamiento". Seguir aceptando las vías tomistas es "empecinarse,
obstinarse":
"Pienso que este
empecinamiento no sólo tiene que ver con
una falta general de inteligencia, sino más bien, con temores e intereses que
no son el caso detallar ahora. Así como me parece un cinismo intolerable
rechazar la actitud filosófica radical que el hombre ha asumido tras el siglo
XIII y al mismo tiempo usufructuar de las inmensas bondades que esto mismo
trajo a través de la ciencia y la técnica consecuentes".
Ciertamente a insultos tan groseros
como injustificados no se responde. Basta tomar nota de su existencia y
lamentar que un profesor no pueda manifestar su pensamiento sin despreciar a
quien no piensa como él. Digamos tan sólo, que santo Tomás jamás tuvo la
soberbia de autocalificarse de "maestro", siempre se consideró a sí
mismo como el menor entre los discípulos de Aristóteles en filosofía y de san
Agustín en teología. Por otra parte quien conozca un poco la historia de las
ciencias y de las técnicas se asombrará de la cantidad de descubrimientos
hechos por estas "oleadas de generaciones condenadas a la estéril
repetición".
JUAN CARLOS OSSANDON VALDES
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