LA TRADICION
CALUMNIADA
Los que mantenemos encendida la
antorcha de la Tradición dogmática y litúrgica debemos soportar una campaña de
calumnias provenientes de nuestros propios obispos y, por necesaria
consecuencia, de sacerdotes y fieles. Tal ha sido el éxito de esta campaña que
ya nadie sospecha siquiera de que se trata tan sólo de calumnias.
La primera de ellas consiste en
calificarnos de "lefevbristas", la segunda nos trata de cismáticos y
la tercera nos declara excomulgados. Ante tales acusaciones ¿quién se detendrá
a escuchar nuestras razones? Simplemente se niegan a examinar lo que decimos.
Por lo tanto, si queremos que nos atiendan, hemos de comenzar por convencer a
los católicos de que lo que piensan de nosotros es tan sólo calumnias: feo
pecado que obliga a pública restitución.
Pero como no van a creer a lo que
digamos en defensa nuestra, es preciso que el reconocimiento de la falsedad de
las imputaciones provenga de una autoridad competente. En este orden de cosas,
la autoridad suprema pertenece al Sumo Pontífice y a la Sagrada Congregación
para la Doctrina de la Fe, presidida por S.E. Joseph Card. Ratzinger. Recientes
acontecimientos ocurridos en la Diócesis de Honolulu dieron lugar al público
reconocimiento por tanto tiempo esperado.
Monseñor Joseph Ferrario, obispo de
Honolulu, escribe a Patricia Morley y la amenaza con sanciones canónicas si no
regresa a la única Iglesia Católica y Apostólica. La carta, cuya traducción se
acompaña, es suficientemente clara sobre los supuestos delitos cometidos por la
sra. Morley que podemos reducir a uno solo: defensa de la Tradición católica.
(insertar aquí carta del 18 de Enero de 1991 y traducción)
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Es fácil advertir que Mons. Ferrario
insiste en las calumnias por todo el mundo divulgadas e indica su origen:
Oficina de la Congregación de Obispos; y la fecha de su divulgación: 1º de
Julio de 1988. ¿Hay alguna autoridad mayor que la de esta Congregación? Por
supuesto, la del Sumo Pontífice y la de la Congregación para la Doctrina de la
Fe, que es la heredera de la Santa Inquisición, que se transformó en el Santo
Oficio y hoy lleva un nuevo nombre. Esta Congregación, en razón de la materia
que le incumbe, es la autoridad máxima, después del Sumo Pontífice, en el tema
que estamos examinando.
Al no someterse los defensores de la
Tradición, Mons. Ferrario procedió, el 1º de Mayo de ese mismo año a excomulgar
a la sra. Morley y a otros cinco católicos empeñados en mantenerla viva. Estas
personas, en cuanto recibieron la sanción, apelaron a Roma, a la Sagrada
Congregación para la Doctrina de la Fe, ya que aquélla se basaba en la acusación
de cisma y de herejía; materias que incumben a esta Congregación y no a la de
Obispos.
Dos años más tarde, el Pro-Nuncio Mons.
Cacciavillan comunicó a los castigados defensores de la Tradición la respuesta
romana: (insertar aquí la carta del 28 de Junio de 1993 y su traducción).
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Como puede verse, el primer párrafo
deshace la calumnia principal: no hay cisma; con mayor razón, tampoco hay
herejía. En consecuencia, el decreto de excomunión es nulo. Pero el segundo
párrafo los acusa del más grave de los delitos: poner en peligro el bien común;
por lo cual son acreedores a terribles penas, como la de entredicho, es decir, prohibición
absoluta - bajo pena de excomunión - de administrar sacramentos en la capilla
de la Tradición.
Esta nueva acusación sorprendió a los
acusados hasta el extremo de no poder creer en ella. En virtud de lo cual
lucharán durante nueve meses a fin de obtener el texto del decreto de la
Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, el cual les fue, finalmente,
remitido.
Mons. Cacciavillan acompaña al decreto
de una carta que procura suavizar los términos de la primera y,
contradiciéndose completamente, asevera que el segundo párrafo era solamente un
consejo suyo. En otras palabras, el Pro-Nuncio de Su Santidad estaba tan
imbuído por la campaña de calumnias realizada en nuestra contra, que no dudó en
mentir y añadir una nueva acusación a la ya larga lista de infundios. Y, para
colmo, amparado en la autoridad del mismísimo cardenal Ratzinger. (insertar
aquí la carta del 28 de Febrero de 1994 y su traducción)
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Después de tan largo rodeo, podemos,
por fin, leer el decreto que, por primera vez en tan larga historia, reconoce
que todo lo que se dice de nosotros son calumnias y nada más que calumnias.
(insertar aquí el decreto del 4 de Junio de 1993 y su traducción)
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APENDICES
Desechadas las principales calumnias
por el Card. Ratzinger, conviene responder también a la primera de todas ellas:
la que nos califica de "lefevbristas", como si se tratase de una
nueva secta.
Para mayor prueba de objetividad,
permítasenos citar una revista que nada tiene que ver con la Fraternidad san
Pío X. Se trata de "María Mensajera" - Nº 151 de Agosto de 1993 -
que, desde hace muchos años, se dedica a dar a conocer las supuestas
apariciones de la Sma. Virgen que hoy se multiplican por el mundo. Algunas de
ellas han sido reconocidas por la Santa Iglesia, otras, tal vez, lo sean en
el futuro. Mientras no lo sean, nosotros nos abstenemos de juzgarlas. En cuanto
la autoridad competente se pronuncie, aceptaremos su fallo. (insertar aquí: "El lefebvrismo no existe")
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El sacerdote español Pedro de I. Muñoz
ha fundado un nuevo movimiento: Oasis. Su misión es la de restablecer la
espiritualidad de las carmelitas descalzas, tal como la pensó santa Teresa de
Avila. Ante la incomprensión general - ¿podía ser de otra manera? -, el P.
Muñoz se ha acercado a Mons. Lefebvre y ha comprendido todo el valor de su
sacrificio.
La revista "María Mensajera"
incluye una carta que el fundador envía a sus discípulos y que nos interesa
sobremanera. Demuestra, una vez más, que son muchos los que han comprendido el
daño que la nueva misa está causando; entre ellos, los cardenales Ratzinger,
Oddi y Sticler, con lo que parece cumplirse lo profetizado por María Santísima
en La Salette: "se alzará cardenal contra cardenal". Si hubiera
lógica en nuestra Iglesia, después del reconocimiento que han hecho público
estos cardenales, la nueva misa debería ser prohibida. Debemos rezar y sacrificarnos
para que ello ocurra; entretanto, demos a conocer el juicio que la reforma
merece a la máxima autoridad doctrinal, después del Romano Pontífice, y a las
destacadas personalidades mencionadas
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