Las vías de escape al vacío del espíritu pueden ser múltiples, y a veces utilizamos varias de ellas para combatir la monotonía y el aburrimiento de la vida. Muchísimas mujeres tienen innumerables tarjetas de crédito que obligan a sus maridos a utilizarlas en sus compras frenéticas en las grandes tiendas de los mall. Estas mujeres viven para comprar ropas y asistir permanentemente a las peluquerías y centros de bellezas a fin de ocupar el tiempo arreglando lo que no se puede arreglar, vale decir, la edad que en todos nos deja huellas. Este tipo de mujeres, adictas al culto a sus cuerpos y al como las miran los demás, viven una religiosidad externa reducida a la misa del día domingo. Otras, son adictas a los horóscopos y a las tiendas de " espiritualidad hindú" o cualquier otro tipo de tienda que ofrezca un llamado al más allá.
Y los hijos de esas féminas, ¿dónde están? Esos pobres huachos están enchufados a los juegos de computadores, cuidados por mujeres extrañas, de extrañas costumbres, que más que estar con ellos por vocación, los " cuidan" por necesidades económicas. Y el resultado de todo esto, de todo este desorden familiar, es que esos hijos son peores que sus propios progenitores, ya que han crecido sin Dios y sin ley. En el caso de los hombres, ellos crecen afeminados, sin espíritu de reciedumbre y fortaleza varonil, ya que quien pudo haberle enseñado esto con su buen ejemplo y sus buenos consejos, se dedicó todo el día a trabajar para tratar de darle a estos pobres individuos un muy buen "nivel de vida".
Y respecto a las niñas, a las pobres mujercitas, éstas experimentan el lado opuesto de la medalla: ellas crecen amachotadas, queriendo imitar o superar a los hombres, puestos que sus "mamitas" les enseñaron prácticamente desde que son embriones que la mujer es igual o superior al hombre. Y el resultado a tan brutal enseñanza no se deja esperar, el lesbianismo ha aumentado en forma exponencial en la sociedad. Ante tales sucesos aberrantes resulta práctico y útil resucitar la enseñanza de la metafísica. Dotar a las inteligencias de todo lo necesario para llegar a un verdadero conocimiento de Dios es entregarles las herramientas necesarias para perfeccionar sus espíritus e inculcalres el gusto por el conocimiento de la verdad.
En mi hermoso país llamado Chile, a ese tipo de mujeres las llamamos " cabezas huecas", ya que nada importante les llena el cerebro. Y también están, en el caso de los hombres, " los cabezas de músculos", que vacían su cerebro en gimnasios para cultivar el cuerpo. Ante tal universo de espectadores, cualquier cosa que llame a lo espiritual por lo novedoso del llamado, resulta atractivo. Nombres como "Ascensión Yoga", "búsqueda del estado alfa", o "crezca su espíritu a través de la filosofía hindú", son vistos con especial atención y agrado. Por eso les resulta muy fácil a los gurú de este tipo de quimeras esotéricas, acarreaer al rebaño hacia donde más les acomoda, vale decir, hacia la exaltación del plano sensitivo y no racional. Manejar sensaciones es mucho más cómodo que enseñar una disciplina de estudio rigurosa que establezca una serie de categorías y distinciones para llegar a ese conocimiento de la verdad que se intenta explicar por medio de tecnicismos filosóficos y teológicos.
La Ontología, término moderno acuñado por Wolff, es la ciencia que estudia el ser. Aristóteles la llamaba a esta ciencia, Filosofía Primera, y la definía como la ciencia del ser y sus atributos esenciales. El nombre de Filosofía Primera se debe a que en el primer despertar del pensamiento, este se ejercita de una manera totalmente espontánea. El hombre tiene el deseo de conocer, como a su vez tiene el deseo de satisfacerse en los placeres de la vida y el amor.
En estricto rigor, los hombres debiéramos ser metafísicos por naturaleza. Y sin embargo, eso no ocurre en la realidad. Muchos de los hombres debido al ambiente social donde viven y otros a causa de su propia individualidad, carecen o tienen atrofiada esta parte del cerebro que los impele a la búsqueda de la verdad de las cosas que nos rodean. Esa parte del conocimiento primero que es de caracter analítico, es menguada significativamente en aquellas sociedades que basan su cultura en actividades físicas para sobrevivir. Me refiero específicamente a las sociedades primitivas, a ciertas tribus que quedan por el mundo sin tener un influjo tan directo de la civilización.
Con todo, en las sociedades civilizadas en las cuales nos toca vivir, la magia tecnológica de aquellas ha llevado al hombre al estado primitivo. De hecho, los niños desde muy pequeños reciben la información a través de imágenes y sonidos de audio, que no les permite reflexionar acerca del ser de las cosas y ni siquiera profundizar en las mínimas nociones. El tiempo del conocimiento adquirido es eminentemente de orden pragmático, es decir, funcional al ambiente que nos rodea. Mientras más circunspecto sea el conocimiento es menos metafísico. Y por el contrario, mientras más universal, es más metafísico. Y de este modo, cuando nuestro conocimiento se hace más universal, nos asemejamos más a los ángeles y al propio Dios.
Pero resulta que vemos en la realidad la movilidad, el cambio de las cosas de un estado a otro estado, en resumen, nos relacionamos a diario con cosas e individuos concretos. Este relacionarnos a diario con individuos nos permite establecer a través de un esfuerzo superior de la razón que denominamos abstracción, la similitud entre muchos individuos y cosas individuales. Esa penetración del conocimiento en la causa de la individualidad de las cosas, nos lanza directamente hacia el conocimiento metafísico. La cosa es conocida tal como es en sí misma, en su sustancialidad, en su unidad irreductible, independiente a su ser accidental que la rodea.
Conocemos lo universal a través de lo individual, pero lo conocemos desposeyéndolo de todo lo material, de todo el velo que la misma materia hace que se nublen nuestros sentidos. La inteligencia que conoce está de cierto modo en la cosa conocida, pero lo está en cuanto que ésta es capaz de desmenuzar las distintos accidentes que cubren la esencia de la cosa.
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