Estimado Chester,
El mundo actual nos incita permanentemente a ser dueños de nuestra vida, a buscar nuestra felicidad, a ejercer nuestra libertad de decidir qué nos conviene. Sin embargo, este llamado se vale de nuestros instintos, nuestros sentimientos y nuestras necesidades inmediatas, manipulándonos hacia la soberbia y el consumismo, y haciéndonos olvidar todo aquello que nos exige dejar lo material en segundo plano para optar por lo que hace bien al alma, por el bien superior al cual nuestro espíritu debiera tender naturalmente.
Claro que todos buscamos nuestra felicidad y la satisfacción de nuestras necesidades, pero el hombre de hoy es manipulado, tironeado por distintas fuerzas que lo llevan a olvidar su aspecto espiritual, cambiando su inclinación natural a hacer el bien, por hacer lo que resulta bueno para él – aunque ello implique pasar por sobre los demás,vulnerando los derechos de las otras personas si aquellos resultan un obstáculo para ‘nuestro bien particular’. El mundo actual incita al hombre a la soberbia de creer poder controlar no solo la naturaleza y la ciencia, sino a los otros hombres. Todo lo que nos haga felices está permitido, pero aquello que nos impone restricciones (como la religión, por ejemplo) debe ser desdeñado: no debemos sentirnos culpables, ni privarnos de lo que nos apetece, en la medida que lo consideremos un bien para nosotros.
Pero no somos solo instinto y apetito. Lo que nos hace humanos es nuestra racionalidad, el saber que somos algo más que nuestros hermanos menores los animales; nuestro espíritu anhela lo trascendente. Nadie, sin importar los bienes que posea, cuantos placeres pueda satisfacer, cuanto poder crea tener, puede ser realmente feliz si no busca (ydescubre, aunque en parte) aquello que nos hace realmente seres humanos: el cultivo de las virtudes para ser cada día mejores personas, para intentar amar a todos como hermanos con los mismos derechos y dignidad, para acercarnos cada vez más a Dios. Es verdad que aquello supone sacrificios, auto-control, una profunda humildad, y la confianza total en que en la medida que sigamos a Dios nada nos faltará. Estamos, entonces entre dos fuegos: la sociedad actual nos tira hacia abajo, hacia lo material, lo inmediato que nos satisface en cuanto ‘materia’,mientras que nuestra ‘forma’, lo que nos hace humanos y no meros animales, nos llama incesantemente a buscar a Dios – y ¡con qué fuerza nos tapamos los oídos para no oír esa voz interior, si es tanto más fácil dejarse llevar por el mundo!
Por lo mismo considero que debemos disciplinar la voluntad en los quehaceres humanos para que, al momento de optar por el bien, por lo trascendente, la autodisciplina resulte más natural y no surja tan espontáneamente esa rebeldía que busca complacer los sentidos como bien inmediato.
Nuestro amigo el Fraile dice que los cristianos no somos de este mundo. Pero salvo algunas excepciones, no somos ascetas. Estamos inmersos en este mundo, y si queremos acercarnos al Cielo, debemos primero aprender a vivir en nuestra sociedad dando ejemplo de vida cristiana; mostrandoque esta vida no nos es ajena para nada. ¿De qué sirve quejarnos de la maldad del mundo, criticar la sociedad, alejarnos de quienes nos parecen tan despreciables, y fijarnos en la paja del ojo ajeno, si no vemos nuestros propios enormes defectos, no hacemos nada por cambiar el metro cuadrado en que nos movemos, no enseñamos a quien lo necesita que hay otras prioridades, que se puede aspirar a algo más que a satisfacer nuestros sentidos? No veo tan grandeesa separación entre lo espiritual y lo terreno. Estamos aquí de paso,caminando, perfeccionándonos, rodeados por personas que tal vez no tuvieron nuestra suerte de conocer la existencia de Dios y nuestra formación valórica.
Si bien algunos poseen mayores riquezas que otros, o mayor formación académica,o simplemente viven en la más profunda pobreza pero tuvieron la fortuna detener a Dios en su corazón, todos recibimos ciertos talentos, y se nos pedirá cuenta por el provecho (espiritual, claro) que cada uno a su medida saque de lo que le fue dado. Nosotros no somos nadie para juzgar al prójimo. Con profunda humildad, sea lo que sea en que nos encontremos, pidamos a Jesús la ayuda para poder seguir sus pasos y dar testimonio de vida cristiana; cada instante se puede tornar en oración, en puntos para LA ÚNICA cuenta de ahorro que cuenta.
Saludos,
Übersetzer
Comentario del Fraile:
Voy a citar unos párrafos del libro PUSILLUS GREX, que representan a cabalidad mi pensamiento sobre este tema:
" Me llama profundamente la atención que aún creas eso de que hay que salir a abrasar al mundo, que hay que amarlo y santificarse en él. ¿ No será al revés la cosa? Yo diría que hay que santificar al mundo, precisamente no siendo parte de él ni sus necedades, ni de sus modas blasfemas, ni de su materialismo, ni de su inmanentismo, ni de sus ansias de progreso ( ¿ a dónde? ¿ Hacia dónde nos lleva el progreso indefinido? ¿ a sentirse que ya se es maduro y que no se necesita a Dios?). De hecho este invento de santificarse en el mundo es un absurdo y contradice toda la enseñanza tradicional de la Iglesia. Me explico: Tres son los enemigos del alma: La carne, el demonio y el mundo. ¿ Por qué, sigo preguntándome, se les ha metido a los católicos liberales como tú esta idea de que el mundo es bueno, que no hay que rechazarlo, que hay que comprenderlo? Vaga mentira. Desde el mismo momento que comienzas a amar al mundo, dejas de amar a Dios, no te engañes: quien ama apasionadamente al mundo, deja de amar a Dios. Desde siempre Dios ha sido celoso de su amor por El, del amor para con él, por lo que exige exclusividad en el buen sentido de la palabra; y, por lo demás, no se puede amar a dos señores. San Agustín habla de las dos ciudades: " Dos amores fundaron dos ciudades, el amor a sí mismo hasta el desprecio de Dios, funda la ciudad del hombre; y el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo funda la ciudad de Dios." No puedes fundar una sin despreciar a la otra. No puedes amar locamente al mundo, sin dejar de despreciar a Dios. Si amas a Dios despreciando al mundo, éste último sí podrá santificarte porque habrás vuelto a la fuente desde donde todo procede instaurando todas las cosas en Él. Dice San Juan: " No améis al mundo, ni a las cosas que están en el mundo, el amor de mi Padre no está en él." (1 Juan,2,15). El mundo corrompe. Cristo siempre habla del príncipe de este mundo, de que su Reino no es de este mundo. Acuérdate que para seguir a Cristo hay que abandonarlo todo, eso lo han comprendido bien los grandes santos enamorados de Dios. Lo han dejado todo para seguirlo y por eso su grado de santidad es más perfecto que el que podamos tener nosotros. Abandonar familia, posición social, comodidades, lo que se te ocurra...tus gustitos personales, implican la renuncia a ellos y por tanto lleva consigo una pérdida y las pérdidas desde el punto de vista meramente humano, la mayoría de las veces son dolorosas. Si estás dispuesto a perder todo eso que amas del mundo, ¿ acaso no tiene un mayor mérito delante de Dios que quedarse diciendo que en el mundo y en sus cosillas también puedo ser santo? Lo que pierdes del mundo lo ganas de Dios, y El no te dejará sin su recompensa. Siempre te lo repito una y otra vez: estamos en el mundo pero no somos del mundo." Paula Aguirre M., Pusillus Grex , págs 162-163.
La cita anterior corresponde a la novela apocalíptica Pusillus Grex. Aquí el personaje principal de la novela le responde mediante una carta a su hermano en los términos antes descritos. Evidentemente no todos podemos ser ascetas, pero eso no impide de tratar de renunciar a muchas cosas que atentan contra la fe y el orden establecido por Dios. Lo que no significa que miremos la paja en el ojo ajeno sin ver la viga en la propia. Vemos nuestras propias vigas y la de los demás, y decimos que si seguimos en este camino será imposible nuestra santificación, si no estamos dispuestos a esa renuncia total que nos exige Dios.
Claramente no todo es malo en el mundo. Exiten paisajes bonitos, ciudades hermosas, etcétera. Pero de allí a desear y abrazar las costumbres mundanas, las blasfemias de los hombres, los gustos groseros, el culto al cuerpo y a cuanta cosa anda dando vueltas por ahí, eso es otra cosa.
Saludos,
Fray Agrícola
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