1. MIRADA RETROSPECTIVA
A partir del concilio de Florencia, y, sobre todo
del de Trento, el tomismo se impone en las escuelas católicas y en la cultura
europea. En el siglo XVIII ha desaparecido casi por completo. ¿A qué se debe
tan triste fenómeno? Una de las razones estuvo en la ignorancia científica de
los tomistas[1].
Veamos un ejemplo.
El Cursus Philosophicus Thomisticus, de Juan de
Santo Tomás, es considerado uno de los textos que mejor expresa el estado del
tomismo a mediados del s. XVII. El tomo segundo contiene su Naturalis
Philosophiae que nos ilustra sobre el tema que nos interesa. Una primera
comprobación: el único científico ajeno a la escolástica citado es Copérnico.
No se cita a Leonardo da Vinci, Paracelso, Kepler, Galileo, Harvey, por dar
sólo algunos nombres ligados a la ciencia renacentista y que tuvieron
importancia en el desarrollo de ésta. Sobre Copérnico se limita a decir que su
doctrina sobre el movimiento natural de la tierra ha sido condenada por Paulo V
y por Gregorio XV y se opone a las SS.EE. que sostienen su inmovilidad[2].
Todo lo cual no inhibe al autor para indagar en cuestiones
de ciencia experimental como comentarios a los libros de Aristóteles, ¡como si
nada nuevo se hubiese aprendido en 20 siglos! De este modo nos enteramos que el
trueno es producido por una exhalación seca y cálida que proviene de una nube
densa que se destroza. Al aumentar el calor interior de la nube, apretada por
otras frías, éste busca más espacio y provoca la catástrofe sonora[3]. Todo esto apoyado en
Aristóteles y en la autoridad de santo Tomás sin el más mínimo intento de
acercarse a la experiencia y a la observación de los fenómenos.
Tal actitud, en el, por tantos motivos, benemérito
tomista, es tanto más sorprendente cuanto que se da en la universidad de Alcalá
de Henares. Porque es de saber que la Inquisición española rechazó la
condenación de la teoría de Copérnico e, incluso, la de Galileo. De hecho había
aceptado que se estudiara la astronomía de Copérnico en las universidades de
Osuna, en Andalucía, y de Salamanca, nada menos. Es más, consideraban que las
condenaciones romanas eran tan sólo la opinión de algunos cardenales que se
habían alejado de la función de la Inquisición: la lucha contra la herejía protestante.
Es necesario recordar que, en 1626, había advertido que ciertos avisos e
instrucciones podían llevar a “un injusto deshonor de autores católicos”[4]
2. PRIMER DESAFIO.
Hace algunos años recordaba al gran enemigo de
nuestra fe: la hipótesis evolucionista. Gracias a Gilson comprendemos cuán
incoherente es, pero es bueno agregar, en esta ocasión, al menos un detalle: su
absoluta falta de prueba. Para no cansarlos voy a limitarme al argumento más
usado: el basado en la paleontología.
Pierre P. Grassé considera que realmente lo único
capaz de demostrar el hecho evolutivo, del que no hay experiencia alguna, es el
registro fósil[5].
Testimonio tanto más decidor cuanto su autor, aparte de la fama internacional
que posee, es un eficaz enemigo del neo-darwinismo. Pero, tenemos derecho a
preguntarnos, ¿qué fuerza demostrativa posee tal argumento?
El hombre es ciertamente el animal más investigado y
del que se han hallado mayor cantidad de antepasados fósiles. A pesar de lo
cual, R. Lewin no teme en señalar que el inventario es "penosamente
escaso"[6]. Con
sorpresa nos enteramos de que, en los años 50, los paleontólogos distinguían
29 géneros y 100 especies de homínidos que, en estos últimos años, se han
reducido a 1 género y media docena de especies[7]. Parece que la seriedad y
la cautela no prevalecen en esta disciplina. En seguida nos señala una serie
bastante larga de casos en los cuales el juicio de los especialistas ha
cambiado por completo en pocos años. Aparte de los casos más conocidos, citemos
al "niño de Tang" - declarado eslabón entre el simio y el hombre por
Dart - y que hoy es reconocido como un australopithecus africanus[8]. El ramapithecus pasó de
pre-homínido en 1961 a pre-orangután en 1982[9]. Limitémonos a la
conclusión del autor: "los expertos ven en los fósiles exactamente lo que
quieren ver"[10]. Sarich ha hecho una
pregunta que ha quedado sin responder: ¿cómo saber si un fósil ha tenido descendencia?[11] Por desgracia no hay
manera de saberlo. Por ello Pilbeam ha reconocido que, en su ciencia, "la
teoría se impone a los datos"[12].
Para colmo de males la discusión no se limita a los
hallazgos, sino que descubrimos con sorpresa que nadie sabe a ciencia cierta a
qué se llama "género homo"; lo cual hace muy difícil llegar a acuerdo
alguno[13]. Por eso vemos con cuánta
frecuencia el mismo fósil es clasificado de distintas maneras. Conviene aquí
reconocer que todas estas afirmaciones científicas no son más que hipótesis,
por desgracia se disimula dicho carácter para no perder el mito de lo que debe
ser la ciencia actual. Pero, según Cartmill, hay algo aún peor:
"las exigencias
del propio método científico (se refiere a la peleontología) nos obliga a
perseguir el objetivo esencialmente extracientífico de narrar historias que
expliquen nuestra situación privilegiada
dentro del universo"[14].
Todo lo cual no se limita al caso del hombre. El
conocido paleontólogo George G. Simpson entra en polémica con sus colegas por
la interpretación de ciertos fenómenos. Ante los argumentos que se le oponen,
da un juicio realmente lapidario del valor de las pruebas en su ciencia:
"Se puede
establecer a voluntad cualquier "regla" si se parte de ella y se
interpretan las evidencias de acuerdo con la misma"[15].
Este curioso fenómeno se debe a la escasez del
registro fósil. Si esto es así, referido a un caso puntual, me imagino que debe
ser igualmente aplicable a la regla fundamental: la evolución.
3. SEGUNDO DESAFIO.
Georges Salet, que bajo el seudónimo de Michel
Martin defiende la tradición católica desde las páginas de "De Rome et
D'Ailleurs", nos presenta el segundo desafío: ¿Es posible conciliar la
tesis tomista de la unidad de la forma substancial con la ciencia actual?[16]
Según Avicena, la forma de los elementos se conserva
en acto en los mixtos, opinión refutada por el Angélico[17]. Mas la ciencia moderna
parece darle la razón al árabe al descubrir que los núcleos atómicos de los
elementos se mantienen inalterados hasta en los seres vivos. Estos núcleos son
estructurados, tienen masa e inercia, son estables y tienen una duración
limitada; es decir, son cosas[18]. No olvidemos que lo que
el sol nos envía son protones, el elemento activo de los núcleos, responsable
de las propiedades químicas de los elementos, según parece. Mas como lo que nos
interesa es el hombre, veamos qué ocurre con el alma humana.
Sabemos que la herencia determina cómo es el nuevo
cuerpo. Esta depende de los cromosomas de los padres. Parece, pues, que el alma
no se une con la materia prima sino con materia segunda, provista ya de forma.
Es más, si uno de los padres aporta dos cromosomas 21, el hijo será mongólico.
¿Por qué el alma es incapaz de solucionar tal problema si se une directamente a
la materia primera como pensamos los tomistas? Si tomamos un huevo de ave, en
etapa de blástula, y lo dividimos en tres o cuatro, obtenemos otras tantas aves
idénticas. Finalmente, el ADN posee el programa de cómo ha de ser el cuerpo,
antes de ser informado por el alma del nuevo ser.
Salet, pues, pide una revisión de la tesis tomista
que dé cabida a la de Duns Scot y admitamos la presencia de varias formas en el
cuerpo. Eso sí, reserva al alma humana la vivificación del todo. Porque
ninguna de ellas podría explicar el todo y éste es más que las partes, la
finalidad del todo se les impone y las hace ser partes de un hombre. Esa sería
la función del alma. Claro está que, en esta hipótesis habría que reconocer que
un automóvil posee forma substancial[19].
4. CONCLUSION.
Comenzamos recordando las tristes consecuencias del
abandono de la ciencia hace ya más de tres siglos. Salet nos recuerda que
"el descrédito
actual de la filosofía escolástica, en la mayoría de los medios científicos, se
debe precisamente a esta separación y falta de información de los filósofos,
cuya incompetencia en materias científicas es muy a menudo del mismo orden que
la de los científicos en filosofía"[20].
Pero con ello no se ha dicho todo. Porque si los
tomistas se aferraron a la ciencia antigua fue porque santo Tomás la aceptó con
demasiada benevolencia, por no decir ingenuidad. Si su filosofía y teología no
hubiesen estado tan unidas a la ciencia aristotélica, el fenómeno no se habría
producido.
Por otra parte, no hemos de seguir las hipótesis que
inventan los científicos sino los hechos. Por desgracia, no nos suelen advertir
cuando se pasan de unos a otros y nos hablan con la misma seguridad en ambos
casos. Después nos hallamos ante la sorpresa de que lo que habíamos estudiado
era del todo falso. A mí me enseñaron que la evolución era un hecho
científicamente comprobado y ahora Gilson nos ha demostrado que es un híbrido
de ciencia y filosofía ininteligible[21]. ¿Está demostrada la
estructura interior del átomo y su estabilidad al interior del compuesto?
Hasta la fecha lo que se sabe del ADN tiene una buena dosis conjetural. Y así
podríamos seguir haciendo infinidad de preguntas.
Con todo quisiera concluir reconociendo que nos
falta información científica y que, por ningún motivo, podemos volver a caer en
la actitud de nuestros antepasados renacentistas.
JUAN
CARLOS OSSANDON VALDES
[1] Es el juicio de J. Daujat: "Los
pretendidos tomistas que se han sucedido desde el siglo XV al XVII ha sido
infieles a santo Tomás cuando se han contentado con repetir y comentar lo que
había escrito el maestro, cerrándose a todo lo que surgía en nuevos
descubrimientos de filosofía, y sobre todo a los descubrimientos prodigiosos
de las ciencias en todos los campos". Varios Autores. "Actualité de
Saint Thomas" pág 14 citado por G. Salet "Azar y certeza" Trad.
J. Garrido. Alhambra. Madrid. 1975 pág. 463-464.
[2] Phil. Nat. I pars, q. XXIII,
a.II, Pág. 474b, 19-32. Marietti. Torino. 1950.
[3]
O.c., III pars, c. II, pa´g. 854b,25 y ss.
[4] J. Dumont: “La violence au service de la
foi: l’exemple de l’Inquisition”. En « Repentance : Pourquoi nous ne
demandons pas perdon ». Ed. Renaissance Catholique. Paris. 2003.
[5]
“Evolución de lo viviente”. Trad. Fernández y Plazaola. H. Blume. Madrid. 2\
ed. 1984. Pág. 20.
[6] "La interpretación de los fósiles" Trad. M. Bofill. Planeta. Barcelona.
1987 pág. 21.
[7]
O.C. pág. 25.
[8]
Ibíd. pág. 44.
[9]
Ibíd. pág. 79.
[10]
Ibíd.
[11]
Ibíd. Pág. 115.
[12]
Ibíd. Pág. 117.
[13]
Ibíd. Pág. 149.
[14]
Ibíd. Pág. 283.
[15]
“El sentido de la evolución”. Trad. J.M. Calvelo y M. Wilff. Eudeba. Buenos
Aires. 6ª ed. 1984. Pág. 48.
[16]
“Azar y certeza”. Trad. J.
Garrido. Alambra. Madrid. 1975. Págs. 466-492. Cfr. Págs. 459-485.
[17] S. Th. I, q. 76, a. 4, ad 4.
[18]
Salet, o.c. Pág. 479.
[19]
O.c. pág. 490 en nota.
[20]
Oc. Pág. 459-460. P.P.
Grassé se expresa d emodo similar: “Todo iría mejor y si los filósofos supiesen
biología y lkos biólogos no despreciaran la filosofía”. “El hombre, ese dios en
miniatura”. Trad. I. Villena. Hyspamérica. 1986. pág. 12.
[21]
“De Aristóteles a Darwin
(y vuelta)”. Trad. A. Clñevería. Eunsa. Pamplona. 2ª es. 1980. pág. 162.
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