viernes, 26 de octubre de 2012

Desafíos biológicos contemporáneos, Prof. Dr. Juan Carlos Ossandón V.




1.  MIRADA RETROSPECTIVA
A partir del concilio de Florencia, y, sobre todo del de Trento, el tomismo se impone en las escuelas católicas y en la cultura europea. En el siglo XVIII ha desaparecido casi por completo. ¿A qué se debe tan triste fenómeno? Una de las razones estuvo en la ignorancia científica de los tomistas[1]. Veamos un ejemplo.
El Cursus Philosophicus Thomisticus, de Juan de Santo Tomás, es considerado uno de los textos que mejor expresa el estado del tomismo a mediados del s. XVII. El tomo segundo contiene su Naturalis Philosophiae que nos ilustra sobre el tema que nos interesa. Una primera comprobación: el único científico ajeno a la escolástica citado es Copérnico. No se cita a Leonardo da Vinci, Paracelso, Kepler, Galileo, Harvey, por dar sólo algunos nombres ligados a la ciencia renacentista y que tuvieron importancia en el desarrollo de ésta. Sobre Copérnico se limita a decir que su doctrina sobre el movimiento natural de la tierra ha sido condenada por Paulo V y por Gregorio XV y se opone a las SS.EE. que sostienen su inmovilidad[2].

Todo lo cual no inhibe al autor para indagar en cues­tiones de ciencia experimental como comentarios a los libros de Aristóteles, ¡como si nada nuevo se hubiese aprendido en 20 siglos! De este modo nos enteramos que el trueno es producido por una exhalación seca y cálida que proviene de una nube densa que se destroza. Al aumentar el calor interior de la nube, apretada por otras frías, éste busca más espacio y provoca la catástrofe sonora[3]. Todo esto apoyado en Aristóteles y en la autoridad de santo Tomás sin el más mínimo intento de acercarse a la experien­cia y a la observación de los fenómenos.
Tal actitud, en el, por tantos motivos, benemérito tomista, es tanto más sorprendente cuanto que se da en la universidad de Alcalá de Henares. Porque es de saber que la Inquisición española rechazó la condenación de la teoría de Copérnico e, incluso, la de Galileo. De hecho había aceptado que se estudiara la astronomía de Copérnico en las universidades de Osuna, en Andalucía, y de Salamanca, nada menos. Es más, consideraban que las condenaciones romanas eran tan sólo la opinión de algunos cardenales que se habían alejado de la función de la Inquisición: la lucha contra la herejía protestante. Es necesario recordar que, en 1626, había advertido que ciertos avisos e instrucciones podían llevar a “un injusto deshonor de autores católicos”[4] 

2.  PRIMER DESAFIO 

Hace algunos años recordaba al gran enemigo de nuestra fe: la hipótesis evolucionista. Gracias a Gilson comprendemos cuán incoherente es, pero es bueno agregar, en esta ocasión, al menos un detalle: su absoluta falta de prueba. Para no cansarlos voy a limitarme al argumento más usado: el basado en la paleontología.

Pierre P. Grassé considera que realmente lo único capaz de demostrar el hecho evolutivo, del que no hay experiencia alguna, es el registro fósil[5]. Testimonio tanto más decidor cuanto su autor, aparte de la fama internacional que posee, es un eficaz enemigo del neo-darwinismo. Pero, tenemos derecho a preguntarnos, ¿qué fuerza demostrativa posee tal argumento?

El hombre es ciertamente el animal más investigado y del que se han hallado mayor cantidad de antepasados fósiles. A pesar de lo cual, R. Lewin no teme en señalar que el inventario es "penosamente escaso"[6]. Con sorpresa nos enteramos de que, en los años 50, los paleon­tólogos distinguían 29 géneros y 100 especies de homínidos que, en estos últimos años, se han reducido a 1 género y media docena de especies[7]. Parece que la seriedad y la cautela no prevalecen en esta disciplina. En seguida nos señala una serie bastante larga de casos en los cuales el juicio de los especia­lis­tas ha cambiado por completo en pocos años. Aparte de los casos más conocidos, citemos al "niño de Tang" - declarado eslabón entre el simio y el hombre por Dart - y que hoy es reconocido como un australopithecus africanus[8]. El ramapithe­cus pasó de pre-homínido en 1961 a pre-orangután en 1982[9]. Limi­témo­nos a la conclusión del autor: "los expertos ven en los fósiles exactamen­te lo que quieren ver"[10]. Sarich ha hecho una pregunta que ha quedado sin responder: ¿cómo saber si un fósil ha tenido descen­dencia?[11] Por desgracia no hay manera de saberlo. Por ello Pil­beam ha reconocido que, en su ciencia, "la teoría se impone a los datos"[12].

Para colmo de males la discusión no se limita a los hallazgos, sino que descubrimos con sorpresa que nadie sabe a ciencia cierta a qué se llama "género homo"; lo cual hace muy difícil llegar a acuerdo alguno[13]. Por eso vemos con cuánta fre­cuencia el mismo fósil es clasificado de distintas maneras. Conviene aquí reconocer que todas estas afirmaciones científicas no son más que hipótesis, por desgracia se disimula dicho carác­ter para no perder el mito de lo que debe ser la ciencia actual. Pero, según Cartmill, hay algo aún peor:

"las exigencias del propio método científico (se refie­re a la peleontología) nos obliga a perseguir el obje­tivo esencialmente extracientífico de narrar historias que expliquen  nuestra situación privilegiada dentro del universo"[14].

Todo lo cual no se limita al caso del hombre. El conocido paleontólogo George G. Simpson entra en polémica con sus colegas por la interpretación de ciertos fenómenos. Ante los argumentos que se le oponen, da un juicio realmente lapidario del valor de las pruebas en su ciencia:

"Se puede establecer a voluntad cualquier "regla" si se parte de ella y se interpretan las evidencias de acuer­do con la misma"[15].

Este curioso fenómeno se debe a la escasez del registro fósil. Si esto es así, referido a un caso puntual, me imagino que debe ser igualmente aplicable a la regla fundamental: la evolución. 

3.  SEGUNDO DESAFIO. 
Georges Salet, que bajo el seudónimo de Michel Martin defiende la tradición católica desde las páginas de "De Rome et D'Ailleurs", nos presenta el segundo desafío: ¿Es posible conci­liar la tesis tomista de la unidad de la forma substancial con la ciencia actual?[16]

Según Avicena, la forma de los elementos se conserva en acto en los mixtos, opinión refutada por el Angélico[17]. Mas la ciencia moderna parece darle la razón al árabe al descubrir que los núcleos atómicos de los elementos se mantienen inalterados hasta en los seres vivos. Estos núcleos son estructurados, tienen masa e inercia, son estables y tienen una duración limitada; es decir, son cosas[18]. No olvidemos que lo que el sol nos envía son protones, el elemento activo de los núcleos, responsable de las propiedades químicas de los elementos, según parece. Mas como lo que nos interesa es el hombre, veamos qué ocurre con el alma humana.

Sabemos que la herencia determina cómo es el nuevo cuerpo. Esta depende de los cromosomas de los padres. Parece, pues, que el alma no se une con la materia prima sino con materia segunda, provista ya de forma. Es más, si uno de los padres aporta dos cromosomas 21, el hijo será mongólico. ¿Por qué el alma es incapaz de solucionar tal problema si se une directamente a la materia primera como pensamos los tomistas? Si tomamos un huevo de ave, en etapa de blástula, y lo dividimos en tres o cuatro, obtenemos otras tantas aves idénticas. Finalmente, el ADN posee el programa de cómo ha de ser el cuerpo, antes de ser informado por el alma del nuevo ser.

Salet, pues, pide una revisión de la tesis tomista que dé cabida a la de Duns Scot y admitamos la presencia de varias formas en el cuerpo. Eso sí, reserva al alma humana la vivifica­ción del todo. Porque ninguna de ellas podría explicar el todo y éste es más que las partes, la finalidad del todo se les impone y las hace ser partes de un hombre. Esa sería la función del alma. Claro está que, en esta hipótesis habría que reconocer que un automóvil posee forma substancial[19] 

4.  CONCLUSION. 

Comenzamos recordando las tristes consecuencias del abandono de la ciencia hace ya más de tres siglos. Salet nos recuerda que

"el descrédito actual de la filosofía escolástica, en la mayoría de los medios científicos, se debe precisa­mente a esta separación y falta de información de los filósofos, cuya incompetencia en materias científicas es muy a menudo del mismo orden que la de los científi­cos en filosofía"[20].

Pero con ello no se ha dicho todo. Porque si los tomistas se aferraron a la ciencia antigua fue porque santo Tomás la aceptó con demasiada benevolencia, por no decir ingenuidad. Si su filosofía y teología no hubiesen estado tan unidas a la ciencia aristotélica, el fenómeno no se habría producido.

Por otra parte, no hemos de seguir las hipótesis que inventan los científicos sino los hechos. Por desgracia, no nos suelen advertir cuando se pasan de unos a otros y nos hablan con la misma seguridad en ambos casos. Después nos hallamos ante la sorpresa de que lo que habíamos estudiado era del todo falso. A mí me enseñaron que la evolución era un hecho científicamente comprobado y ahora Gilson nos ha demostrado que es un híbrido de ciencia y filosofía ininteligible[21]. ¿Está demostrada la estruc­tura interior del átomo y su estabilidad al interior del compues­to? Hasta la fecha lo que se sabe del ADN tiene una buena dosis conjetural. Y así podríamos seguir haciendo infinidad de pregun­tas.

Con todo quisiera concluir reconociendo que nos falta información científica y que, por ningún motivo, podemos volver a caer en la actitud de nuestros antepasados renacentistas. 

             JUAN CARLOS OSSANDON VALDES 



[1]  Es el juicio de J. Daujat: "Los pretendidos tomistas que se han sucedido desde el siglo XV al XVII ha sido infieles a santo Tomás cuando se han contentado con repetir y comentar lo que había escrito el maestro, cerrándose a todo lo que surgía en nuevos descubrimientos de filosofía, y sobre todo a los descubri­mientos prodigiosos de las ciencias en todos los campos". Varios Autores. "Actualité de Saint Thomas" pág 14 citado por G. Salet "Azar y certeza" Trad. J. Garrido. Alhambra. Madrid. 1975 pág. 463-464.
 
[2] Phil. Nat. I pars, q. XXIII, a.II, Pág. 474b, 19-32. Marietti. Torino. 1950.
[3] O.c., III pars, c. II, pa´g. 854b,25 y ss.
[4] J. Dumont: “La violence au service de la foi: l’exemple de l’Inquisition”. En « Repentance : Pourquoi nous ne demandons pas perdon ». Ed. Renaissance Catholique. Paris. 2003.
[5] “Evolución de lo viviente”. Trad. Fernández y Plazaola. H. Blume. Madrid. 2\ ed. 1984. Pág. 20.
[6] "La interpretación de los fósiles" Trad. M. Bofill. Planeta. Barcelona. 1987 pág. 21.
 
[7] O.C. pág. 25.
[8] Ibíd. pág. 44.
[9] Ibíd. pág. 79.
[10] Ibíd.
[11] Ibíd. Pág. 115.
[12] Ibíd. Pág. 117.
[13] Ibíd. Pág. 149.
[14] Ibíd. Pág. 283.
[15] “El sentido de la evolución”. Trad. J.M. Calvelo y M. Wilff. Eudeba. Buenos Aires. 6ª ed. 1984. Pág. 48.
[16] “Azar y certeza”. Trad. J. Garrido. Alambra. Madrid. 1975. Págs. 466-492. Cfr. Págs. 459-485.
[17] S. Th. I, q. 76, a. 4, ad 4.
[18] Salet, o.c. Pág. 479.
[19] O.c. pág. 490 en nota.
[20] Oc. Pág. 459-460. P.P. Grassé se expresa d emodo similar: “Todo iría mejor y si los filósofos supiesen biología y lkos biólogos no despreciaran la filosofía”. “El hombre, ese dios en miniatura”. Trad. I. Villena. Hyspamérica. 1986. pág. 12.
[21] “De Aristóteles a Darwin (y vuelta)”. Trad. A. Clñevería. Eunsa. Pamplona. 2ª es. 1980. pág. 162.

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