lunes, 8 de octubre de 2012

El altar de mi capilla

Para mi ha sido un honor y una alegría inmensa poder recibir a Nuestro Señor en el altar de mi capilla. La primera misa tridentina en mi capillita en construcción me ha llenado de gozo. Por fin un altar digno para Dios. Antes de empezar la misa, comenzaron los rosarios y las confesiones. Gente que llevaba años sin confesarse por fin lo hizo en esta ocasión. La misericordia de Dios es grande para los grandes pecadores. Pensar que Dios nos espera permanentemente para que nos arrepintamos de nuestros pecados por medio de la persona del sacerdote. Basta un acto de buena fe, y todos nuestros pecados quedan borrados en el tribunal de la misericordia divina. Nunca pensé que este día tan maravilloso llegara, pero lo hizo. Una buena lluvia con algo de viento nos acompañó. El canto del Kyrie resonó hasta las alturas del cielo. A pesar de todo todavía hay católicos que claman gustosos a Dios, en medio de este mundo oscuro y tempestuoso. Misericordia Señor, Misericordia Señor, catanban las almas al unísono. El sacerdote de espalda a los fieles celebraba su misa con toda devoción. En la homilía el cura nos recordó que del Sacrificio de la Cruz de Nuestro Señor se derraman todas sus gracias. Nos recordó además, que los católicos debemos estar estrechamente unidos a esa cruz. Sentenció, el noble cura, que en este altar, jamás se va a celebrar una misa nueva. La única misa que se puede celebrar aquí es la misa de siempre, la misa tradicional de San Pío V. Este sacerdote nos arengaba a que muriéramos defendiendo esta misa porque en ella nuestro Señor derrama continuamente su sangre por nosotros.  Rechazar la misa, es rechazar a Dios, rechazar a Dios, es suicidarse eternamente. Es mandar el alma al infierno eterno, al fuego inextinguible de los réprobos. Jamás olvidaré este día junto a los míos, Deo Gracias.  
 

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