viernes, 15 de febrero de 2013

La homosexualidad


  
           Para comenzar este post debo decir que la homosexualidad es una abominación y una aberración. Es un pecado gravísimo contra Dios y contra la misma integridad de la persona que lo hace. Hace algunos días tuve una larga conversación con una profesora de música sobre el tema. Ella me dijo que al menos la mitad de sus colegas presentan esta condición.
        Es preocupante escuchar estas cosas, son señales de alerta que dan cuenta del castigo de Dios que experimenta nuestra sociedad. El aumento de este tipo de conductas desviadas nos debiera hacer reflexionar que algo raro está ocurriendo con nosotros. Sin duda el Demonio está contento con el tema, sabe muy bien que al caer el hombre atentando contra la naturaleza y el orden que existe en ella, el ser humano queda a la deriva hacia cualquier cosa, menos hacia el orden divino.
        Existen personas que a lo largo de su vida van desarrollando una inclinación desviada hacia personas del mismo sexo, pero esa inclinación no es señal de homosexualismo. Puede que exista la inclinación, como una prueba puesta por Dios para luchar contra esa gran cruz que llevan los que la padecen, pero de ahí a caer en actos homosexuales es otra cosa.
      Así como existen personas que nacen cojas, otras ciegas y otras con tendencias auto aniquilantes, así también del mismo modo existen seres con tendencias homosexuales. Pero una simple tendencia no puede marcar y aniquilar una vida. Entiendo que llevar una carga así no es fácil, es una gran prueba de virilidad para el que logre triunfar a pesar de su desviación. Dios nos hizo hombre y mujer, como complemento el uno con el otro.  
    Me contaron el caso de un amigo de una persona que sufre esta condición. Él joven efectivamente sufre ser víctima de una desviación que arrastra desde sus primeros años. Él no se acepta y más aún se aborrece por tener una inclinación ajena a su voluntad. Esto lo ha hecho caer en una profunda depresión, ya que sabe que nunca podrá casarse y tener hijos como cualquier hombre de una familia normal.
     Lamentablemente, corregir este tipo de conductas o inclinaciones puede tomar toda una vida. El joven sabe que ser homosexual es tener una conducta desviada, conoce además que dicha tendencia se aleja del orden establecido por Dios en la naturaleza. Y por eso jamás estaría de acuerdo en legalizar este tipo de conductas a sabiendas de todo el sufrimiento que esto le causa. Su inteligencia y voluntad no lo engañan al mostrarle como algo desviado el sentimiento ciego de una pasión.
    Nunca se podrá hablar de amor entre homosexuales, lo que puede haber es un frenesí de pasión egoísta, sin metas ni objetivos por cumplir en la vida. Entre pares no puede haber un complemento, como ocurre en el caso del hombre y la mujer, que no puede existir el uno sin el otro. El amor de una mujer como compañía y apoyo con el hombre trasciende hasta la eternidad.
     No obstante todo lo anterior, quien juzga es Dios y no el hombre. No podemos por muy pecaminoso que sea odiar a las personas que presentan esta condición. Sólo Dios conoce en las conciencias, el sabe como opera el alma de cada una de sus creaturas. Sin embargo, debemos oponernos a leyes que intenten imponer un modelo de relación anormal y perjudicial para la juventud y la sociedad. Como dice San Agustín, ama al pecador pero no ames el pecado.
       La ley está hecha para el bien del hombre, no contra su naturaleza y su salud espiritual. Una ley que atente contra el orden establecido por Dios no es una ley recta que deba ser sujeta de obediencia. Primero Dios antes que los hombres. Todo ser humano tiene la dicha de haber nacido de la unión entre un padre y una madre. A esa unión con hijos llamamos familia. Desarticular esta estructura tan básica es poner a la sociedad en un estado inminente de peligro y aniquilamiento. La historia nos tiene mucho que enseñar al respecto, ya sabemos como cayeron sociedades tremendamente desarrolladas producto de sus depravaciones, como es el caso de los griegos y los romanos.
      No puede existir un futuro sin una visión conforme al Bien Común que viene de Dios. Animalizar al hombre y llevarlo a una categoría inferior de  los mismos animales es reducirlo a la esclavitud y a la humillación de su ser. Los niños son los más vulnerables e influenciables tanto para bien como para mal. Si como sociedad permitimos leyes perversas, nuestra juventud en un futuro más cercano que lejano nos pasará la cuenta y nos pedirá explicaciones por nuestra omisión y pusilanimidad por no haber defendido lo más importante que un hombre debe defender en su infancia. Me refiero específicamente a la pureza, perder nuestra inocencia nos lleva a la esclavitud del cuerpo, nos lleva a someter al alma bajo la vorágine pasional del cuerpo. En vez de ser lo contrario, someter el cuerpo al orden de la razón y el espíritu.
      El resultado final de todo el proceso revolucionario de la ley y su radical perversión terminará siendo una sociedad de esclavos en vez de hombres libres y honorables. Tanto tiempo le costó al cristianismo erradicar la esclavitud, que una vez que este entró en su crisis más profunda desde que Dios fundó su Iglesia- como ocurre en nuestros días-  la esclavitud renace bajo otra forma social.
     Por último, la homosexualidad es una minoría, y jamás podrá reemplazar la naturaleza ni menos reconstruirla por un simple capricho de vicios que arrastran miles de años en una pequeña parte de la humanidad. Jamás podrá una ley, invertir el orden de la naturaleza. Dicha ley tiene sus días contados porque más temprano que tarde la humanidad entrará en razón al sufrir los efectos perniciosos de una falsa ley.
   El que calla, otorga.

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