Agradezco al fraile la
oportunidad de publicar estos cortos párrafos de monseñor Benson, tomados de un
libro póstumo de 1915 llamado Spiritual letters to a convert (Cartas
espirituales a un converso). El libro es un conjunto de cartas que monseñor le escribió
a uno de sus conversos al catolicismo. Elegí para esta ocasión las que envió a
este converso desde Roma, cuando fue
allá a estudiar para ser ordenado sacerdote católico, impresionado por todo el
ambiente que le tocó experimentar en la
Ciudad Eterna, siendo nada menos que San Pio X el papa reinante el cual lo
marcó infinitamente. Difícilmente podríamos encontrar en nuestros días una descripción
como la que hace Monseñor Benson de la catolicidad que él encontró en Roma, especialmente después de la noticias que escuchamos durante estos tristes días. Mientras nos batimos en suposiciones, elucubraciones y todavía algo perplejos, este
testimonio nos sirva de consuelo, aunque aquellos días ya no volverán. La
traducción del texto es de esta servidora, por lo que pido disculpar sus
imperfecciones.
“Roma
es como una suerte de sacramento de la Nueva Jerusalén. Reconoces las cuatro
notas de la Iglesia encarnada en las calles y en las iglesias. La unidad es
visible. Iglesia tras iglesia son prácticamente lo mismo con el Santísimo
Sacramento como un corazón latiente en cada una. La santidad es evidente en los
rostros de los religiosos, de los sacerdotes y de los niños que uno conoce, así
como también en la gente común y corriente, en sus oraciones en todas partes.
La catolicidad es evidente. Esta mañana yo, un inglés, arrodillado con
italianos frente a un altar italiano, escuchando a un sacerdote alemán decir la
misa, ¡con un monaguillo negro de áfrica!
Tú
escuchas cada una de las lenguas del mundo civilizado en las calles. Y por
testimonio de los Apóstoles sabemos que San Pedro y San Pablo murieron y yacen
aquí, y el sucesor de Pedro y el Vicario de Cristo, está aquí, en la sede
apostólica, irradiando la unidad de la fe a la ciudad y al mundo. ¡Esto es
maravilloso! Es bueno para nosotros estar aquí. La última vez que estuve aquí
estaba fuera de la comunión con todo esto y corrí a mi propia iglesia como una
suerte de Zoar. Era desconfiado e infeliz con todo. La bondad de Dios lo saca a
uno de su propio camino.
(…)
Mientras tanto te mando una foto del Santo Padre. Él predica a la gente una vez
cada dos semanas, como sabes, en los jardines vaticanos. Fui a escucharlo y
digo que su sencillez y ternura eran indescriptibles: como un santo cura párroco
hablándole a su gente.
Ayer
fui a San Pedro…¡pero es indescriptible! Yo rezo continuamente para que puedas
ver la luz completa y claramente. Es todo tan sencillo y coherente cuando la
última neblina se despeja. Me permito desearte la mayor felicidad posible
y el don por parte de Dios; y por encima de todo, el gran don que siento y
estoy seguro que está descendiendo a ti desde el Padre de las Luces.
Ya que deseas saber más sobre Roma, déjame
contarte sobre el domingo. Fuimos a escuchar al Papa predicar. Esto
ocurrió en un inmenso patio, con el cielo azul sobre nuestras cabezas. El trono
había sido levantado bajo un gran palio rojo contra el final del muro, sobre
una plataforma, y dos guardias suizos lo custodiaban. La cancha, las ventanas y
el techo estaban llenos con una multitud de 20.000.- personas de todas las
naciones del mundo. Al fin vimos las alabardas moverse a lo largo del claustro
de atrás, y a la multitud empezar a inclinarse y aplaudir; y entonces la tropa
de prelados comenzó a desparramarse, y al final de todos él vino, caminando,
enteramente de blanco radiante, sonriendo, bendiciendo y saludando con la mano.
Entonces, él se sentó en su trono. El entusiasmo era extraordinario. Uno sentía
que ahí estaba el fundamento de todo; era el sacramento de la unidad de Dios y
del Cuerpo de Cristo…El nacionalismo es poca cosa comparada con la unidad que
podemos ver aquí. Uno comprueba que la promesa de Cristo no ha fallado, y que
la teoría romana es la única que la hace posible creer.
Con
todo, cuando él hubo finalizado entonó una especie de versículo y todos
respondieron, entonces dio la bendición apostólica y la multitud esgrimió un
tremendo Amén. Luego alguien le colocó una capa escarlata y un sombrero, y se
paró ahí nuevamente, radiante y la multitud una vez más fue alborotada por el
entusiasmo, aplaudiendo una y otra vez. Entonces, el volvió a la plataforma
bendiciendo y saludando con su mano, desapareciendo después de un rato. Fue
como el día de Pentecostés: “ Partos, medos y elamitas los oímos hablar en
nuestras propias lenguas las maravillas de Dios”.
Beatrice Atherton
Beatrice Atherton
Estimada Amiga:
ResponderEliminarMonseñor Benson tenía un verdadero amor por las almas. Él se daba el tiempo de escribirle a cuantos se lo pedían.
Un verdadero ejemplo de rectitud y celo sacerdotal. Y no renunció a su labor ni a su misión apostólica.
Dios lo guarde en el cielo.