Recuerdo con mucho cariño las historias que me contaba mi ñiñera sobre don Pedro Urdemales. Ese hombre de campo muy ladino era para mi mucho motivo de risas. Una de las anécdotas que más me impresionó de don Pedro fue la de las colas de chanco, o cerdo, como quieran llamarlo. Por lo que recuerdo, el caso sucedió así: A don pedro el dueño del campo lo había dejado cuidando un total de 60 chanchos, pero justo por el lugar donde estaban los puercos pasó un caballero que se interesó por ellos. Ofertó a don Pedro una suma interesante de dinero por los animalitos, y éste decidió venderlos con una sola condición, a saber, a los chanchitos se les debía cortar la cola y él se quedaría con ellas.
Una vez que se cortaron las colas, don Pedro concurrió a un barranco que estaba lleno de lodo y bajó al lugar semi enterrando las colas, de tal manera que pareciera que los chanchos se habían caído allí, y sólo las colas quedaron afuera del barro. Luego don Pedro, trajo a su patrón para mostrarle que se habían ahogado los puercos abajo del barranco lleno de lodo y sólo las colas eran lo único visible que quedaba de ellos. Ingenuamente el dueño del campo le creyó, y don Pedro se fue feliz de la vida porque había engañado a aquel cándido hombre.
Pero la historia que a mi me pasó, no fue con chanchos, sino con conejos; y el hombre en cuestión no se llamaba Pedro, sino Juan, y debo decir, que lo menos hice fue reirme con lo que me pasó. Les relato mi historia: Tenía para sólo contemplar un número importante de conejos en una gran jaula. Don Juan, mi capataz de confianza me los cuidaba, hasta que un día me llamó para decirme que los conejos se estaban muriendo por un extraño virus. Concurrí inmediatamente a la jaula de los conejos, y efectivamente vi allí uno tendido en el suelo que estaba muerto. Don Juan me preguntó así , ¿ Don Fraile, puedo descuerar al conejo muerto y poner a secar los cueros sobre la casucha del perro?- Claro -le dije- si le gustan los cueros, no tengo problema que lo haga.
Pasaron alrededor de dos semanas, y me vuelvo a entrevistar con don Juan, esta vez el hombre muy asustado y con el corazón muy acelerado me vuelve a decir: Don Fraile, ya no sólo ha muerto un conejo, sino ahora son varios. Muy sorprendido concurrí a ver que pasaba en la jaula, y vi que casi no me quedaban conejos, al voltear miré encima de la casucha del perro encontrándome con una enorme cantidad de pieles de conejo sobre ésta. Don Juan le pregunté, ¿será el pasto que le damos lo que les causa la muerte? A lo mejor tiene herbicida, y eso hace que los conejos mueran.
Pasó el tiempo, y por motivos que prefiero no relatar en este post, don Juan se fue del campo, y no supe casi nada más de él. Segundo, otro de mis trabajadores se encontraba limpiando unas frutillas, por lo que tomé la decisión de ponerme a conversar un rato con él para que aprovechara de descansar. Don Fraile, me dice Segundo, ¿se acuerda usted de los conejos que se murieron en la época que trabajaba don Juan con nosotros? Sí le dije, los recuerdo muy bien y con mucha pena, se murieron por un extraño virus. Pero Segundo me replica: ese virus tenía dos pies y un nombre. ¿cómo se llamaba el virus?- le pregunté. Pero don Fraile, si era su regalón, su hombre de confianza, él se los comió. Cuando me dijo esto, se me vino el mundo abajo, y le pedí que continuara explicándome el caso.
Los hechos ocurrieron así: vi un día a don Juan con su hijo ( que también trabajaba en mi campo) en muy extrañas circunstancias cerca de la jaula de los conejos, por lo que decidí ocultarme para ver qué sucedía. En sus manos el hijo de don Juan tenía un machete, y con este, por la parte del mango, aturdía los conejos por la nuca, y luego don Juan les sacaba el cuero. Junto a ellos tenían una olla, la carne del conejo iba a parar adentro de ésta. Todos los días se llevaban los conejos a la casa, luego, venían devuelta muy bien aliñados para la hora del almuerzo del otro día.
No podía dormir por el asunto de los conejos, y me dije a mi mismo, ¿cómo pude ser tan h.......? Prefiero no ocupar coprolalias, pero me sentí plenamente burlado. El hecho me quitó el sueño por varias noches, hasta que un día me acordé de los cuentos de don Pedro Urdemales. Me acordé de mis risas sobre un hecho tan deshonesto, y me di cuenta que, nunca es bueno, reirse de la desgracia ajena.
¿no será que, para alcanzar la corona de gloria que no se marchita, entre muchas otras cosas, debemos aprender a reirnos de nosotros mismos?
ResponderEliminarPero es tan difícil.
Saludos.
Garra de jaguar.
Estimado Amigo:
EliminarQue falta me hizo el humor de un Santo Tomás Moro, nuestras miserias humanas debilitan esa capacidad de aprender a reirnos de nosotros mismos en las desgracias.
Gracias a Dios, por lo menos cuando el tiempo se aleja de los hechos, el humor vuelve a renacer en mi. Pero en el momento en que sucedieron las cosas, no salió risa alguna de mi alma.
¿Cómo podremos aprender a reirnos a través del dolor? Parece que el médico norteamericano Patch Adams lo logró hacer. O por lo menos, así lo marquetea por el mundo, lo que le ha dejado un buen dividendo pecuniario.
Estimado Fray Agrícola:
ResponderEliminarClaro que no es bueno reirse de la desgracia ajena, mas se me ocurre que uno puede ser mejor si llega a reirse de las macanas que hace.
Y en tal sentido, si es que Pedro tuvo la personalidad que, con gracia sin igual, mi tocayo inglés le atribuye, también se me ocurre que debió reirse con los demás apóstoles de sus propias macanas, por ejemplo, al recordar su hundimiento en el agua.
Saludos. Gilberto Chester.
Mr.Chester:
ResponderEliminarMi memoria es cada vez más corta, a medida que pasan los años. Sin embargo, si no recuerdo mal, en la biografía de Santo Tomás de Aquino, o en la de San Francisco, su tocayo hace una semblanza de Simón Pedro bastante ajustada a lo que usted imagina.
También, si no recuerdo mal, en una de esas obras el genial gordo presume, con fundamento, que entre las "muchas cosas" que no se cuentan en el Evangelio están varios de los gratos momentos que N.S. pasó con sus discípulos, en los cuales seguramente rió de las bromas de Cefas.
Saludos.
Garra de Jaguar