jueves, 7 de agosto de 2014

José María Escrivá Albás:

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José María Escrivá Albás:
Algunos problemas históricos

por

Jaume García Moles



Las biografías de José María Escrivá adolecen de regiones oscuras, en las que la información está ausente, es infundada, queda oculta en una masa de datos irrelevantes, o se desvía del problema. Este es un intento de recopilar datos efectivos sobre algunas de esas regiones, y de proponer para ellas reconstrucciones plausibles, es decir compatibles con los hechos constatados. Salvo escasísimas excepciones, todas las fuentes son documentos de archivos públicos o se trata de biografías de Escrivá publicadas por miembros de la Prelatura del Opus Dei.


INTRODUCCIÓN

La mayor dificultad con que se enfrenta el lector crítico de las biografías de José María Escrivá y Albás (en adelante, Escrivá) consiste en la escasez de pruebas sólidas. Las que hay, en su mayoría fueron obtenidas en los años inmediatos a su fallecimiento por miembros de la Prelatura del Opus Dei, y han sido depositadas en los archivos de la Prelatura, por lo que permanecen fuera del alcance del crítico. La Prelatura esconde celosamente documentos cuya existencia es perfectamente conocida, pero no su contenido. Pongo un ejemplo: el último de los Apuntes íntimos de Escrivá de que yo tengo noticia lleva el número 1874, pero sólo se han publicado fragmentos de aproximadamente mil de ellos. Y de algunos de los citados por esos biógrafos sólo se han mostrado unas pocas palabras, y de bastantes sólo se comenta su contenido general pero no se ofrece texto alguno. Los demás quedan fuera del alcance del lector, y no he encontrado en internet ningún enlace que explique de qué modo se puede acceder a la documentación. Otros ejemplos se mencionarán a lo largo de este trabajo.

Por contra, los biógrafos oficiales de Escrivá (o sea, aquellos privilegiados que parecen tener acceso a los archivos históricos de la Prelatura), ofrecen una plétora de indicios, de anécdotas, dichos, murmuraciones, declaraciones de testigos, etc., presentados en ocasiones de tal modo que el lector ingenuo desvía su atención de los puntos problemáticos y se centra en otra cosa, que el autor de la biografía quiere que sea lo ejemplarizante, lo emotivo, o en último extremo, lo inocuo. Por otra parte, es muy difícil encontrar documentos históricos relativos a su vida, que no sean lo que esos biógrafos oficiales se han dignado publicar. No sólo porque hay archivos que fueron destruidos durante la guerra civil española, como ocurrió en Barbastro, o porque ha habido traslados de archivos, o porque ha habido reformas en los edificios, como hay actualmente obras importantes en el edificio de San Carlos en Zaragoza que impiden la consulta del archivo del Seminario de San Francisco de Paula. En efecto, el investigador se encuentra frustrado con frecuencia: llega sólo a donde le dejan arbitrariamente. Por ejemplo, se me ha dicho en un archivo―en el que deberían custodiarse ciertos datos cruciales― que “toda la documentación de Escrivá está en Madrid”, y no se me ha permitido buscar personalmente si, a pesar de ese “traslado”, quedan todavía otros documentos que pudieran dar luz sobre asuntos colaterales. O sólo se me han enseñado fotocopias de algunos documentos, fotocopias que sólo pueden haber sido tomadas de los originales con mucha posterioridad respecto a los hechos. Pero no han sabido o querido decirme qué fue de los originales, lo que lleva a la sospecha de una contaminación del archivo mediante documentos introducidos a posteriori, etc.

En ocasiones, el investigador detecta en la literatura sobre Escrivá fenómenos extraños de diversos tipos, que endurecen la tarea de destapar lo oculto o lo simulado; la de reconstruir lo suprimido; y la de descartar lo irrelevante, lo añadido, lo descolocado, lo anacrónico, o simplemente lo erróneo.Veamos un ejemplo combinado de esos obstáculos, que nos ofrece Pedro Rodríguez (1) con una agradable sinceridad. En su artículo sobre el doctorado de Escrivá en Derecho civil, p. 85, nos da a leer lo siguiente:

No he conseguido ver ningún ejemplar de la Memoria doctoral de san Josemaría. No hay ninguno en el Archivo de la Prelatura. Tampoco en el Archivo de la Complutense, donde es frecuente que falten tesis, sobre todo de las que luego se publicaban. Concretamente, no están, entre las que acabamos de citar, las de Maldonado, Sánchez Agesta y Elías de Tejada, sin que se dé razón en los expedientes. En la Carpeta 1696, referente a san Josemaría, hay, en cambio, una indicación al respecto: una cuartilla mecanografiada, firmada por el prof. Ignacio de la Concha, que deja constancia de que retira, en nombre de Josemaría Escrivá, el ejemplar de la Memoria que estaba en Secretaría y que, igual que en las otras tesis, falta. La cuartilla está fechada en 11 de abril de 1944, año en el que san Josemaría publicó la gran monografía sobre la Abadesa de las Huelgas. Mencionemos de pasada que en el Archivo correspondiente de la Universidad bajo la signatura T-7708 se encuentra un ejemplar de esa monografía colocado allí mucho más tarde (se trata en efecto de la 2a ed., Rialp, 1974).

Una búsqueda en internet nos informa que cierto Ignacio de la Concha Martínez, que después llegaría a ser catedrático de Historia del Derecho en Valencia y Oviedo, acompañó a don Pedro Casciaro, uno de los más antiguos socios de la Obra, en el viaje que emprendieron en 1948 por orden de Escrivá para apreciar el ambiente y evaluar las posibilidades de implantar la Obra en América. Deducimos que fue el mismo Escrivá quien ordenó a uno de sus súbditos, de la Concha, que en su nombre hiciera desaparecer su tesis doctoral en Derecho, que con toda probabilidad tendría unas pocas decenas de páginas, para sustituirla por un libro publicado cinco años después. O sea, tenemos aquí un ejemplo de eliminación de un documento público y de inserción de otro documento, probablemente para evitar el riesgo de desprestigio.

Obsérvese que también aprovecha Rodríguez este párrafo para hacer un pequeño ejercicio de manipulación. En lugar de limitarse a decir que la tesis de Escrivá no está presente en la Facultad al haber sido retirada —ilegalmente— por orden del autor, nos trae otros ejemplos en que no aparecen las tesis, sin especificar las razones: pérdidas, sustracciones, etc. Y trata finalmente de hacernos creer que las otras tesis faltan también por intervención de los autores, que ni siquiera tuvieron la elegancia de dejar un papel, cosa que sí hizo Escrivá. Pero la realidad es que Escrivá es el único del que sabemos con certeza que retiró la tesis mandando a uno de sus seguidores a realizar un acto ilegal. También resulta algo maloliente el arrojar sombra sobre el nombre de otros doctores con objeto de disminuir la culpa de Escrivá. Finalmente, esto distrae al lector de otro hecho sobresaliente: que la tesis no aparece por ningún lado, ni siquiera en los archivos de la Prelatura, donde debería estar por doble motivo: por haber guardado el autor un ejemplar, y por haber añadido el ejemplar substraído de la Facultad de Derecho. Esto es un ejemplo casi perfecto de lo que el lector crítico encuentra a lo largo de todo el estudio.

METODOLOGÍA

Este ejemplo nos sirve como introducción a uno de los propósitos metodológicos empleados aquí. En primer lugar, he tratado de extraer los datos sobre Escrivá, de documentos públicos, porque en este caso es más difícil pensar en una manipulación. En segundo lugar, para evitar sesgos, he tomado como fuente adicional, casi exclusivamente, documentos ofrecidos por la Prelatura, a través de sus hagiógrafos, que los presentan con la obvia intención de hacerlos públicos, y tal vez con la no tan obvia de hacer que el lector suponga que los originales son accesibles al público. En particular, hay que resaltar los llamados Apuntes íntimos de Escrivá, conocidos también como Catalinas, muchos de los cuales tienen la gran ventaja de ser contemporáneos con los hechos. También haremos uso de otros escritos atribuidos a Escrivá, contenidos asimismo en las hagiografías, entre los cuales se encuentran unas llamadas Cartas, que tienen la desventaja de haber sido redactadas en fechas más o menos alejadas de la que figura en ellas como fecha oficial de datación. De esta interesante anomalía, fui informado personalmente por boca de algunos de los que participaron en su redacción allá por la segunda mitad de los años 60. De los testimonios de don Álvaro Portillo, o de don Javier Echevarría, o de otros testigos favorables haré un uso mucho más comedido por parecerme hagiográficos. En cambio, no haré uso de testimonios desfavorables a Escrivá, salvo que procedan de testigos favorables recogidos por autores de la Prelatura. En resumen, he intentado escribir esta memoria usando los datos proporcionados por los documentos públicos y por la literatura oficial, pero sin dejarme conducir o seducir por la fama, por el entusiasmo, o por la ausencia de sentido crítico tan flagrante en esa literatura. 

Por hagiográfico entenderé aquí la actitud mental que parte de unos postulados completamente anacrónicos respecto a los hechos narrados, o que se deja llevar dócilmente por los juicios favorables de Escrivá sobre sí mismo. Esos postulados son el pensar que Escrivá era impecable; que todo lo que le ocurría, y todo lo que se le ocurría, era expresa Voluntad de Dios; que las personas con las que Escrivá entró en contacto deberían haber tenido en cuenta que estaban tratando con un santo omnisciente e impecable, etc.

A los hechos hay que remitirse, no a las palabras. Y si se descubre el afán de ocultar lo que debería ser público, el lector o el investigador debe rebuscar, escarbar y bucear hasta dar con una explicación plausible. Si no la encuentra, o no le dejan encontrarla, debe levantar bandera roja, para aviso de peligro a todos los que se acerquen al personaje o a su obra, porque algo falso, malo o vergonzoso tratan de ocultar. De lo contrario, podrá acabar sumido en un piélago de hechos y dichos contradictorios de los que no puede sacar nada en limpio.

Durante el tiempo que me ha llevado esta tarea, he procurado mantener una postura ecuánime respecto a Escrivá. He tratado de entender por qué llegó a tomar ciertas decisiones equivocadas o ambiguas que, en mi opinión, configuraron progresivamente su modo de entender la realidad. Este modo de acercarse a los hechos me parece que, además de humano y justo, es sobre todo, verdadero. Es preferible a presentar a Escrivá como un ídolo. Sabiendo y comprendiendo sus errores, yo puedo agradecerle de verdad todo lo bueno que recibí a lo largo de decenas de años de vida en la Obra, especialmente en el amor a la verdadera Iglesia, o sea a la verdadera Fe. Y también perdonarle las deformaciones que la vida de numerario produjo en mí, y con las cuales tendré que cargar perpetuamente.

CONTRADICCIONES

En la Obra, como en cualquier obra humana, hay contradicciones. Uso el término en un sentido vulgar, para indicar que hay elementos que parecen contradecirse. Por ejemplo, cuando dos elementos, de los que esperaríamos una armónica unidad, trabajan en sentido contrario. También, cuando una cosa que parece buena, oculta mucho de malo. Es posible que algunas de esas contradicciones de la Obra se produjeran por la debilidad de los que, a lo largo de los años, han hecho cabeza en sus diversos niveles. O que tuvieran su causa en la fragilidad de los miembros de a pie. O que se originaran en circunstancias críticas para la Obra. Pero también es posible que sean fruto de semillas sembradas al principio, contrarias entre sí como el trigo y la cizaña, es decir que provengan de errores o defectos de su fundador.

Esas mezclas de opuestos, en cualquier organización y mucho más en las que quieren presentarlos como de origen divino, producen estados de perplejidad en las mentes y en las conciencias, que, a la larga, van alterando el equilibrio mental de los que a ellas viven sujetos. Tal vez en algunos pudieran hacer un bien de tipo “penitencial”, pero lo que es seguro es que en muchos ese bien queda eclipsado por el mal psíquico que producen: una especie de locura. Para evitarlo, es preciso mantener vivo el esfuerzo de clarificación que permita, al menos, conservar la salud psíquica. Con este fin he escrito esta sección, titulada Contradicciones, que ha de verse no tanto como una crítica, sino más bien como un diagnóstico con fines terapéuticos.

En la obra de Escrivá, contradicciones hay para todos los gustos. Las hay estructurales, que también podría llamar sincrónicas porque se dan al mismo tiempo. Por ejemplo, las que proceden de las diversas formas de presentar la Obra a los diferentes destinatarios. El caso más llamativo lo dan los contrastes que hay entre los Estatutos, el Catecismo, las Glosas o Praxis y la vida real en la Obra. Los Estatutos parecen dirigidos exclusivamente a la Santa Sede, pues en la vida real no tienen valor alguno ni para los superiores, ni para los súbditos: no se han promulgado puesto que no se han publicado oficialmente ni mucho menos se han dado a conocer a los interesados en las lenguas vernáculas, no se aconseja su lectura, no se leen, y a nadie de dentro le importan un bledo. En realidad, pues, se sigue manteniendo la idea de Escrivá de que los Estatutos no son más que el ropaje jurídico de una realidad diferente de toda otra, una realidad querida por Dios y conocida (?) sólo por sus militantes. La Obra es “otra cosa”, que tiene vida interna propia, tiene modos propios de organizarse y actuar a través de individuos que se adscriben a ella. Modos que son muy singulares, por no decir sospechosos de una suerte de despotismo ilustrado: todo para los súbditos pero sin los súbditos. Por ejemplo, la incorporación de sus socios no deja huella escrita en manos de éstos: sólo un número muy reducido de los socios puede demostrar que pertenece, “es” o ha “sido” de la Obra; se gobierna por escrito entre sus órganos internos, coninfinidad de reglamentos, pero sin que nadie firme ninguno de esos escritos, salvo rarísimas excepciones. Y los órganos de gobierno más básicos, los llamados consejos locales, dan “órdenes, consejos y reprensiones” a los militantes de modo verbal; tampoco en ellos se firma nada, nadie es responsable de lo que hacen los directores. Los llamados “instrumentos” apostólicos no dependen de la Iglesia, aunque se llamen obras corporativas. Dependen de la Prelatura a través de personas o entidades interpuestas. De este modo, la opacidad de la Prelatura respecto a las autoridades eclesiásticas y civiles es absoluta.

Sí, Escrivá tenía razón: hay en realidad “otra cosa” bajo el ropaje jurídico, y este ropaje no ayuda a identificar o a entender esa otra cosa, sino todo lo contrario. Por eso se puede decir con verdad que los Estatutos, más que un ropaje, constituyen un disfraz jurídico de esa obra.

Con ello surge otra contradicción porque, durante los primeros años de su andadura como prelatura personal, se nos instiló por activa y pasiva a sus miembros la idea de que la nueva estructura jurídica incorporaba la Obra a la estructura jerárquica de la Iglesia, a un nivel semejante al de una diócesis. Se nos decía que la Iglesia, superando los orígenes asociativos de la institución como pía unión, como sociedad sacerdotal de vida común sin votos públicos y como instituto secular, se había querido reestructurar a sí misma, ¡la Iglesia, nada menos!, asumiendo la Obra como prelatura personal. Es decir, se nos hizo creer que ―a todos los efectos― el fundamento constitutivo de la Obra era una iniciativa de la propia Iglesia, que quedaba así estructurada de manera que una parte del pueblo de Dios se habría de organizar mediante unos Estatutos que la Iglesia hacía suyos, aunque su origen fuera de iniciativa privada. Por ello, si los Estatutos, que definen y estructuran la Prelatura según lo quiere la Iglesia al crearla, no son más que el ropaje jurídico de otra cosa, ¿qué es esta “otra cosa”?¿quién la ha creado? ¿qué clase de ente es la Obra? ¿Un ente de razón de naturaleza desconocida, una ficción jurídica de la Iglesia, un objeto autónomo como un cáncer? ¿Cómo puede ser que la misma Iglesia configure de modo especial una parte concreta de los católicos, con derechos y obligaciones cuyo valor jurídico sea sólo una ficción? Como esto no es concebible, se ha de pensar que la retórica del ropaje jurídico quedó completamente arrollada por la Bula Ut sit. Pero esto no es así, y no porque prevalezca la Ut sit, sino porque prevalece la “otra cosa”: realmente lo que no hay es una prelatura personal, sino que existe la Obra, y la prelatura es una simple apariencia deliberadamente diseñada: un disfraz, porque la realidad es que la Obra sigue siendo una entidad disfrazada, más que un ente jurídico eclesiástico rectamente constituido. Parece inconcebible, como lo parece toda contradicción. Y sin embargo, la contradicción sigue viva porque los Estatutos no cuentan, en realidad, para nada en la vida de cada uno de sus miembros.

Pero vayamos al Catecismo, que va dirigido a los que forman parte de la organización. En realidad sirve sólo de lubricante. Me explico: el propio Catecismo se describe a sí mismo como explicación de los Estatutos, pero realmente es un intermedio entre los Estatutos y la vida de los miembros de la Obra: los Estatutos, sin citarlos de modo concreto; y la vida, descrita de un modo bastante general, sin entrar en detalles. El Catecismo sirve para hacer creer que los puntos más importantes que condicionan la vida en la Obra proceden de los Estatutos. Por ello, el Catecismo lo ven los integrantes de la Obra solamente de seis a veinte medias horas al año, las que se dedican a “aprenderlo” en las convivencias o cursos anuales de formación. La realidad es que el Catecismo no forma parte de la vida cotidiana de la gente del Opus Dei.

Tenemos luego las Glosas, Experiencias, Praxis, Vademecums, etc. que describen — o describían: no se sabe a ciencia cierta qué nueva documentación los está sustituyendo en la actualidad— el sistema de gobierno y las obligaciones de los socios que son demasiado comprometedoras para darlas a conocer por escrito a la generalidad de los súbditos, y menos aún al público en general. En realidad se les dan a conocer a los súbditos por su aplicación efectiva en las medidas de gobierno, en los modos de decir y de hacer que siguen los directores de los centros y los formadores (encargados de grupo, sacerdotes, etc.).

Y finalmente, hay contradicciones entre los Estatutos, el Catecismo, las Glosas y la vida real en la Obra. Ésta se transmite verbalmente a las vocaciones recientes y puede contener y contiene detalles importantes que ni siquiera aparecen en las Glosas: es el contenido de la llamada primera formación de los candidatos a incorporarse formalmente.

Para rizar el rizo de la desintegración intelectiva en la que viven las gentes de la Obra, tenemos la reciente afirmación del representante legal de la Prelatura en pleito contra Agustina López de los Mozos:

"...el único documento que establece obligaciones son los Estatutos, y que nada de lo establecido en los otros documentos tiene "carácter imperativo".

Los otros documentos a los que se refiere el representante del Opus Dei incluyen precisamente el Catecismo, etc. ¿Cómo se puede decir eso cuando la realidad es que los Estatutos, como he dicho, no los conoce prácticamente nadie de la Obra? Cuando lo cierto es que todas las semanas tienen que examinarse los socios, en sus reuniones llamadas Círculos, acerca de la sumisión a las órdenes, consejos y reprensiones recibidos de unos directores que no han leído nunca los Estatutos. ¿Cómo se puede decir eso cuando la realidad es una ausencia total de seguridad jurídica en el Opus Dei, por no haber promulgado nunca los Estatutos, contraviniendo directamente a la propia definición de “ley”, lo que les priva de toda fuerza vinculante? Si algo es verdad es que precisamente son los Estatutos los documentos que carecen de todo carácter imperativo, los que no pueden establecer obligaciones mientras no se promulguen en una lengua accesible a sus destinatarios, no precisamente en latín. Y además, carecen de todo carácter imperativo porque nadie los invoca en la Obra: al menos yo no los he oído invocar en los treinta años que llevan en vigor, excepto en la afirmación, que acabo de citar, del representante legal de la Prelatura en sede judicial.

Hay otras contradicciones no sincrónicas sino evolutivas: lo que antes era, ahora ya no es; y lo que antes no era, ahora es. Un ejemplo reciente, provocado por el deseo de esquivar la prohibición de la dirección espiritual tal como se realiza en la Obra, consiste en decir que los directores locales no tienen función de gobierno. ¿Por qué? Porque el Código del Derecho Canónico prohíbe a los superiores inducir de manera alguna a sus súbditos a que les abran su conciencia, como se ha hecho en la Obra desde siempre haciendo caso omiso de las severas disposiciones de la Iglesia (1) . Solución: se sigue haciendo lo de antes pero ahora no se les llama superiores a los Directores, porque ya no tienen función de gobierno, que sí tenían hasta ahora (y siguen teniendo, de acuerdo con los Estatutos, que son irónicamente el único documento que establece obligaciones, según los representantes legales de la Prelatura ) . Para que se vea hasta qué punto es visible la contradicción, léase lo que dicen los Estatutos vigentes:

161, §2 Regimen locale constituitur a Directore cum proprio Consilio.

Que traducido dice: El Régimen local está constituido por el Director con su Consejo. Nótese que la palabra latina regimen (que viene de regir, gobernar) se usa aquí exactamente igual que en todo el capítulo tercero de los Estatutos, que se titula De Regimine Regionali et Locali, y también igual que en el capítulo segundo dedicado al régimen Central. O sea, a los gobiernos Central, Regionales y Locales.

En otras palabras, hasta hace poco los directores locales gobernaban; hoy dicen que no gobiernan, sino que cuidan del inmueble y del orden material; mañana... no se sabe. Pero, gobiernen o no de puertas afuera, de puertas adentro seguirán haciendo lo que hacían, y los miembros de la Obra obedecerán ciegamente al más suave “por favor”; y si no, a la calle.

Otra contradicción evolutiva —bien graciosa, por cierto— consiste en declarar qué es lo contractual en el compromiso que los candidatos realizan al incorporarse a la Prelatura: ayer era contractual el vínculo, hoy sólo es contractual la declaración del vínculo, mañana puede que lo sea la incorporación pero no el vínculo ni la declaración. 

Pero da lo mismo, porque la vida no cambiará nada. Ni puede cambiar, porque está por medio la maldición de Escrivá, de la que luego se haría eco su primer sucesor, Álvaro Portillo. Así dice Escrivá en su Catalina n. 342:

Jesús: que tu Obra no se aparte nunca de su fin: maldice desde ahora, Señor, a quien intente —inútilmente, desde luego— torcer el curso que Tú vienes señalando.


Y hay contradicciones entre el presente y el pasado. Por ejemplo, desde 1950 se celebraba todos los años en los centros de la Obra el día 16 de junio como el de la aprobación definitiva, se entiende de su ropaje jurídico. A partir de 1983, se celebraban como definitivas dos fechas (!), la citada de 1950 y la aprobación de Prelatura personal de 1982. Y no sería de extrañar que, si la Santa Sede decidiera aprobar alguna otra institución como Prelatura personal, la Obra intentara desmarcarse de nuevo, para obtener algún otro disfraz jurídico, que en sus centros se celebrará como la tercera aprobación definitiva. Recuérdese a este propósito que Escrivá intentó, allá por los años 60, hacer de su obra una Prelatura nullius, proyecto que fue rechazado por la Santa Sede.

Las contradicciones del pasado suelen contener una cláusula del tipo siempre se ha hecho, nunca se ha dado en la Obra, que en realidad significan todo lo contrario: nunca se ha hecho o siempre se ha dado. Daré sólo un ejemplo: la Carta de Escrivá titulada Non ignoratis, de discutible fecha 1958, pero con seguridad posterior a ella, en la que leemos:

Por la misma razón y con el mismo deseo, para que no pudiera originarse ni difundirse ninguna falsa opinión sobre nuestra vocación específica, nunca quisimos -con conocimiento de la Santa Sede- formar parte de las federaciones de religiosos, o asistir a los congresos o asambleas de los que se dice que están en estado de perfección.

Lo cual está en contradicción con el hecho del auténtico “desembarco” que numerarios y numerarias de la Obra hicieron en el Congreso Nacional de Perfección y Apostolado, celebrado en Madrid entre el 23 de septiembre y el 3 de octubre de 1956, en el que presentaron nada menos que doce ponencias. Pero hay más, y es el título de la carta, que fue como una burla a todos los que realmente no ignorábamos lo que se nos enseñó
al llegar a la Obra, a saber, que habíamos de estar muy orgullosos de pertenecer a un instituto secular; muy orgullosos de nuestros votos, que no eran ostentosos como los de los religiosos sino sociales; muy orgullosos porque habíamos estrenado nada menos que una nueva categoría canónica de votos, la de los votos privados reconocidos, también llamados sociales; y finalmente súper-orgullosos porque pertenecíamos al primer instituto secular de la historia de la humanidad. Hay que saber, además, que de esa Carta no supimos nada los de la Obra (¡los que no ignorábamos!) hasta 1964, si mal no recuerdo.

Las contradicciones del futuro son las cosas anunciadas por Escrivá, como locuciones de Dios, que el paso del tiempo se encargó de desmentir. Por ejemplo, que él mismo llegaría a ser Papa, o en su lugar, Portillo. También, que conocía el año de su muerte: 1984. Y como se adelantó a 1975 la fecha profetizada, Portillo nos explicó (!) que en realidad la profecía se había cumplido porque [a Escrivá] Dios le había contado cada año por tres, debido a sus sufrimientos.

Y hay contradicciones conceptuales, que están en el origen de muchas de las otras. Esencialmente, la del intento de querer hacer, de una vida propia de religiosos extraordinariamente observantes, algo laical y secular. De esto se ha escrito abundantemente.

En este trabajo se documentará cómo fue acumulando Escrivá una serie de hechos anómalos que probablemente fueron el origen de esa cualidad opaca y contradictoria que tiene actualmente la obra que fundó.



AGUJEROS NEGROS

Se observa en las biografías de Escrivá lo que algunos llamamos agujeros negros, o sea épocas, sucedidos o situaciones acerca de los cuales las biografías oficiales presentan una ausencia llamativa de datos y de explicaciones plausibles, o una abundancia de racionalizaciones tan extrema que sugiere al lector la existencia de ocultaciones deliberadas. Me voy a limitar a enunciar, entre las que han sido descubiertas hasta la fecha, y son anteriores a la guerra civil española, las que considero más importantes porque de su esclarecimiento puede depender el que la vida de Escrivá, y la de su obra, dejen de ser enigmas incomprensibles.

El primer agujero negro es el porqué y el cómo de su traslado del Seminario de Logroño al Seminario de Zaragoza. El segundo es cuándo y por qué tuvo una duda de vocación sacerdotal que estuvo a punto de hacerle abandonar el seminario y la intención de hacerse sacerdote. El tercero es por qué se arriesgó a ser expulsado del Seminario de Zaragoza por haber comenzado sin permiso la carrera de Derecho mientras se preparaba para el sacerdocio. El cuarto enigma es qué sucedió para que su tío Carlos Albás decidiera no asistir al funeral del padre de Escrivá ni a la primera misa de su sobrino. Quinto, explicar su cese de Perdiguera mes y medio después de su nombramiento, junto con la subsiguiente carencia de nombramiento pastoral y sueldo. Sexto, por qué y para qué se trasladó a Madrid. Séptimo, ¿tuvo en Madrid dirección espiritual estable con algún sacerdote antes de principios de julio de 1930? Octavo, por qué tardó nueve años en empezar a preparar de modo efectivo la tesis doctoral en Derecho. Noveno, por qué su hermana Carmen no ejerció su carrera de Magisterio cuando la familia estaba más necesitada de ingresos.

Varios de ellos han sido descubiertos antes de la presente memoria. Por ejemplo, Giancarlo Rocca (3) llama la atención, entre los citados arriba, al menos acerca del tercero, cuarto y quinto; y acerca de otros muchos posteriores a la guerra civil.

HIPÓTESIS INICIAL Y CONCLUSIONES PRELIMINARES

Tras varios años fuera de la Obra, en los cuales no he dejado de estudiarla, llegué hace ya algún tiempo a lo que para mí sería el hilo para sacar el ovillo. Pensaba yo en las contradicciones y enigmas de la vida de Escrivá, cuando recordé unas palabras del Apóstol Santiago, en su Epístola: el hombre con dos objetivos en la vida es inconstante en todos sus caminos ( Jac 1,8). Entonces empecé a vislumbrar que todos los problemas que plantea la vida de Escrivá podrían ser debidos, junto a alguna tara psicológica, a su decisión de simultanear dos aspiraciones realmente incompatibles. Por un lado, el sacerdocio, que requiere, para que sea auténtico, una entrega total de vida. Por otro, la aspiración a una realización humana, una gloria humana. Esta fue cambiando a medida que la primera aspiración, con sus exigencias ineludibles, le permitía una vía u otra: promover una obra apostólica para jóvenes, hacer la carrera de Leyes, ser director de una academia, ser sabio, preparar oposiciones a catedrático, o a una canonjía, o si se le presentara la ocasión, diputado en cortes. 

Y esas dos aspiraciones, que hasta entonces luchaban entre sí, se mezclaron en su vida a partir de un determinado momento, cuando empezó a ver que lo suyo era un peculiar sacerdocio a su gusto. Y emprendió un proyecto en esa dirección, que sería su obra, lo que llamó Opus Dei: un gran organismo para la captación y la dirección de almas.

¿Qué papel tuvo esto en la visión de la Obra, o qué papel tuvo la visión de la Obra en esto? Como veremos, se hace muy difícil creer que Dios inspirara a un hombre con una psicología tan alterada una obra de celo universal, que habría de comprometer a tantas personas, en un momento caracterizado en su vida personal por la dispersión, por la falta de paz, por una situación contaminada con toda probabilidad por la desobediencia y el engaño.

Lo que resulta bastante evidente es el progresivo cambio de actitud de Escrivá con respecto a los que le rodeaban. A medida que iba logrando adeptos a su idea, se fue creciendo y fue pasando de sentirse poco más o menos que un cura entre tantos, a sentirse un caudillo que llevaría la Iglesia entera sobre sus hombros, rescatándola de su inminente y precipitada decadencia. Y, naturalmente, las exigencias que imponía sobre los suyos fueron creciendo de manera proporcional a la idea de su propia importancia ante Dios y ante la historia. Esa inflexión de su carácter se produjo de forma relativamente rápida, y debe corresponder bastante bien a la época en que cambió su forma de escribir, su letra, que pasó de ser una letra normal, al menos hasta 1925, a una letra ya propia de un enfermo de grandeza, al menos desde 1938, de la cual ofrezco una muestra de 1940:




OBJETIVO DE ESTE TRABAJO

En este trabajo me he propuesto un objetivo limitado a los enigmas enunciados arriba, es decir a los aspectos más oscuros de la vida de Escrivá entre 1920, en que se traslada a Zaragoza, hasta julio de 1936, en que comenzó la guerra civil española. Este periodo coincide con el que cubre el primer tomo del libro de Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei

Dado lo fragmentario de la documentación sobre estos asuntos, y la cantidad de testimonios acumulados —y probablemente teledirigidos— con intención hagiográfica, no es posible establecer conclusiones apodícticas generales. En cambio, me parece que sí se pueden obtener algunas explicaciones compatibles con los datos fehacientes acerca de los citados agujeros negros, tras desmontar algunas de las no explicaciones dadas en la hagiografía.

Hay un rasgo en su modo de ser que Escrivá parece haber adquirido muy
temprano, y que es previo a su decisión de compatibilizar el sacerdocio con la carrera de Leyes, y que, de ser pasado por alto, impide llegar a una comprensión del porqué, o del cómo, de muchas de sus decisiones. Se trata de lo que voy a llamar omen, palabra de raíz latina, usada en inglés para denotar lo equivalente a presagio en nuestro idioma. La razón de descartar aquí la palabra española es que presagio denota un signo o hecho que anuncia otra cosa futura de un modo más o menos supersticioso. Pero lo que a mí me interesa es una palabra que contenga también la acepción de un signo o hecho que ratifica una cosa pasada de un modo también más o menos supersticioso. Dedicaré, pues, el primer capítulo a una descripción somera de este fenómeno en Escrivá, que realmente requeriría todo un tratado, todavía por hacer.


Jaume García Moles.


Notas:

(1) El doctorado de san Josemaría en la Universidad de Madrid, (2008) 13-103.

(2) Decreto Quaemadmodum, 17/12/1890, de León XIII; canon 530 del Código de Derecho Canónico de 1917; cánones 239, 240, 246, 630,719, 991 del Código de Derecho Canónico de 1983.

(3) El fundador del Opus Dei. UNA EVALUACION CRITICA, Revue d’Histoire Ecclésiastique, Abril 2007. Es una reseña del libro de Vázquez de Prada, El fundador del Opus Dei, 7a edición. Una traducción castellana se puede leer en este enlace.


Fuente: Opus Libros

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