viernes, 8 de agosto de 2014

Judaísmo, ateísmo, catolicismo y martirio. El singular camino de una Carmelita Descalza excepcional

Judaísmo, ateísmo, catolicismo y martirio. El singular camino de una Carmelita Descalza excepcional

Judaísmo, ateísmo, catolicismo y martirio. El singular camino de una Carmelita Descalza excepcional
En la vida de esta mujer santa, Edith Stein, se unen experiencias humanas, culturas y credos. Tránsito que deriva en la devoción por alcanzar la verdad, donde el martirio sería la cúspide inesperada de su búsqueda y coherencia.
Actualizado 8 agosto 2014 
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El 9 de agosto de 1942 Edith Stein (santa Benedicta de la Cruz) murió en la cámara de gas del campo de concentración de Auschwitz. El 11 de octubre de 1998 sería canonizada por Juan Pablo II en el Vaticano.

Para florecer como una destacada intelectual y mística carmelita, Edith Stein pasaría por varios procesos de transformación que la prepararían para el Summa Cum Laude de su fe: el martirio.

Nació en Breslau (actual Polonia, entonces Alemania) el 12 de octubre de 1891, durante la fiesta judía del Yom Kippur (Expiación) y puesto que su padre falleció cuando Edith apenas transitaba el segundo año de vida, fue la madre quien se empeñaría en forjar la fidelidad de la pequeña a la fe monoteísta del pueblo elegido.

De carácter independiente y particular intelecto, no sólo logró durante toda su vida escolar el primer lugar, sino que ya en la adolescencia comenzó a cuestionar y tomar distancia de la fe de sus padres… "Con plena conciencia –dice de sí misma- y por libre elección, dejé de rezar. Mis ansias de conocer la verdad eran mi única oración".

Sed por comprender desde la razón la verdad

Para conocer la verdad de la existencia, Edith optó por vaciarse primero de todo contenido, creencia y argumentos heredados. Desde aquella ‘nada’ Edith, la joven atea, rompiendo esquemas para su época que concebía a la mujer en otros afanes, ingresó en 1911 a estudiar Filosofía, Lengua Germánica e Historia. ¡Todas al mismo tiempo! Dando así señales de su prolífica capacidad que plasmaría en obras de años posteriores.

Pero aquellos estudios no eran suficientes y en 1913 se trasladó a Göttingen para ser pupila de Edmund Husserl, destacado filósofo en la Alemania de aquél tiempo. Un nuevo paso de esta peregrina que anhelaba conquistar nada menos que la verdad de la existencia.  Pero aún el fruto no estaba maduro y no lograba aquello que su espíritu anhelaba… “Yo vivía en el ingenuo autoengaño de creer que todo estaba correcto en mí, como es frecuente en personas sin fe, que viven en un tenso idealismo ético".

Dios golpea a la puerta en el Padrenuestro

Fue en 1914, al sumergirse en un “estudio” del Padre Nuestro cuando comenzó a “ver” y -aunque fue apenas perceptible-, supo que el acceso a la verdad desde la sola razón tenía un horizonte finito y ella era impulsada a un más allá…  "El estudio de la filosofía es un continuo caminar al filo del abismo", reflexionó entonces, percibiendo que avanzar en su búsqueda requería saltar hacia ese abismo…

Conocer providencialmente a Adolf Reinach -judío y también como ella discípulo de Husserl- y a su esposa Anne fue significativo para Edith. Máxime porque sería testigo de la conversión de ambos al catolicismo.

Luego, la Primera Guerra Mundial desbarató también la vida de Edith ese año 1914. "Ahora no tengo vida propia -escribió-. Todas mis fuerzas se deben al gran acontecimiento. Cuando la guerra haya pasado, y si por entonces aún sigo viva, podré pensar en mis asuntos privados". Tras un breve curso de enfermería se entregó por completo al cuidado de los heridos en un hospital militar. También aquí destacaba Edith. Su eficiente caridad fue reconocida con la medalla de honor de la Cruz Roja. Luego de esto se desplazó a Friburgo donde se doctoró en filosofía con la máxima calificación.

Testigos de la fe que enriquecen la razón

Una aldeana arrodillada, orando, solitaria, al interior de la catedral de Friburgo; luego la oración de un campesino católico con sus trabajadores al inicio de cada jornada; y finalmente la alegre esperanza que observó en Anne -la viuda de Adolf Reinach- al visitarla, estremeció la razón de la doctora en filosofía. Tres momentos, tres encuentros… "Ha sido mi primer encuentro con la cruz y con la fuerza divina que transmite a sus portadores... Fue el momento en que se desmoronó mi irreligiosidad", diría más tarde Edith.

La conversión sería una corona regalada a Edith en el verano de 1921. Una amiga la había invitado a descansar en su finca en Berzabern (Alemania). Una noche, estando sola, tomó un libro que la empujaría a dar el salto -confiada- hacia el abismo de la fe, hacia el misterio… Dios.  "Me puse a leer la Vida de santa Teresa de Ávila, escrita por ella misma -dice- y de golpe quedé cautivada y no me detuve hasta el final. Cuando cerré el libro, me dije: ¡Aquí está la verdad!". Había tocado puerto en su búsqueda e iniciaba también un nuevo trayecto.

Fiel a sus hábitos académicos Edith amaneció sedienta al día siguiente de más. Compró un catecismo y un misal para comprender mejor a este Dios que desde los escritos de la  santa carmelita había despertado ecos en su alma y fue a su primera misa, al final de la cual el párroco del lugar escuchó su confidencia refiriendo la conversión. Recibió el bautismo el 1° de enero de 1922.

Fuertes en la obediencia

Ingresar a la Orden del Carmen era luego su norte. Pero este paso tendría estaciones intermedias que le serían sugeridas por su director espiritual, el Vicario General de Speyer, Joseph Schwind y por el abad del Monasterio Benedictino de Beuron, Raphael Walzer. En la intimidad de su alma -narra en sus escritos la futura santa-, ofreció entonces a Dios votos de pobreza, obediencia y castidad. Luego Edith acogiendo lo indicado por sus guías, comenzó a dar clases de alemán e historia en el Instituto de Educación de Santa María Magdalena, en Spira; y entre 1928 a 1933 dictó conferencias por Europa sobre la Santísima Virgen María como modelo de mujer… Aunque la alegría para esta carmelita de corazón -según se descubre en su obra La ciencia de la Cruz-, era destinar todo tiempo posible a la práctica de la Adoración Eucarística, confiada en la misericordia de sus dos pilares… la Santísima Virgen María y el Sagrado Corazón de Jesús.

Camino al martirio

Finalmente en abril de 1934, cuando el Nazismo desplegaba banderas en su patria, Edith Stein  desaparecía y tomando el hábito carmelita en Colonia, era convocada a ser esposa de Cristo con su nuevo nombre: Teresa Benedicta de la Cruz.

Tres años después la encíclica “Con ardiente preocupación” del Papa Pío XI que condenaba la doctrina nazi y los actos de la organización liderada por Hitler, determinó sentencia para muchos católicos…

La conocida filósofa cristiana, judía de origen, conversa al catolicismo y además carmelita, estaba en la mira. Logró escapar de los nazis refugiándose en el Monasterio Carmelita de Echt en Holanda junto a su hermana Rosa, quien desde hacía algunos años vivía en el convento de Colonia como hermana terciaria. El 2 de agosto de 1942 la hermana Teresa Benedicta de la Cruz y su hermana Rosa fueron detenidas por la Gestapo y deportadas al campo de Amersfoord. El líder del grupo –Comisario General Schmidt- dijo entonces una frase argumental que sería determinante para que tiempo después se considerase mártir a santa Teresa Benedicta de la Cruz…

"Como el clero católico no se deja disuadir por ninguna negociación, nos vemos forzados a considerar a los judíos católicos como nuestros peores enemigos, y por esta razón, a deportarlos al Este lo más rápido posible".

El 9 de agosto de 1942 Edith Stein -santa Teresa Benedicta de la Cruz- moría, junto a su hermana, en la cámara de gas del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau (Polonia). Luego, su cuerpo desapareció consumido en los hornos del lugar.

En Stein razón y fe dan cuenta del amor de Dios

El humilde ascenso de Edith Stein del no ser al ser comienza cuando en su madurez la razón es enriquecida por la fe para contemplar la verdad, que fue siempre el horizonte existencial de esta mujer… “En mi ser fugitivo, yo abrazo un ser duradero”, dice en sus memorias la misma Edith.

Edith, con gran sentido de la amistad y el deber, pertenece al círculo de Gottinga: Max Scheller, Adolph Reinach, los Conrad Martius. Se doctoró en filosofía en Friburgo con un escrito sobre la empatía y fue sin duda una aventajada discípula de Husserl y su método fenomenológico. Como docente trabajó el tema de las vocaciones femeninas y tradujo al alemán las obras de Santo Tomás y el Cardenal Newman.

El ejercicio de la razón en la filosofía propuesta por Edith Stein, tenía por meta hacer comprensible en su máxima posibilidad al ser mismo. Su obra “Ser infinito ser eterno” nutrida por la reflexión de las obras de Aristóteles (especialmente Metafísica) como ella misma lo dice: “Fue escrita por una principiante para principiantes” (Acceda al ensayo del filósofo Fernando Haya sobre “Ser infinito ser eterno”).

Pero en esa etapa de su vida, se encontró entonces Edith con una verdad… acceder a Dios de un modo puramente racional es posible, pero a la vez limitado. Ello pues –como es propio del saber filosófico cristiano- el misterio infinito de Dios trasciende la razón teórica y hacer la ‘experiencia de Dios’ es posible para quien se entiende a sí mismo como su Hijo-a. Allí Dios se revela involucrando todas  las dimensiones de la persona, no sólo la inteligencia abstracta.

Así el ascenso al conocer la esencia de la verdad –cuestión que apasionaba el alma de Edith- fue posible sólo cuando ella se abandonó a la Gracia, para recorrer el camino de identificación con Cristo vivida en la espiritualidad carmelita. Será en su libro “La Ciencia de la Cruz” donde expone –en glosa a San Juan de la Cruz- las luces que el saber espiritual le va entregando. Sin este estadio final de su vida -abandonarse a la Gracia de Dios- el paso al martirio y la santidad no habrían sido posibles.

El siguiente fragmento de poema, escrito por Edith, evoca la verdad alcanzada por el alma de la santa:

“Quién eres tú, dulce luz que me colma
y de mi corazón la oscuridad alumbra.
Tú me guías como una mano materna
y si tú me abandonas
no sabría yo dar un paso más.
Tú eres el espacio
que abarca mi ser y lo cobija.
Apartada de tí,
me hundiría en el abismo de la nada,
del que tú al ser me alzas.
Tú más cercano a mí que yo misma
y más íntimo que mi propia intimidad
y siempre incomprensible e inagotable
escapando a todo nombre
Espíritu Santo
Amor eterno.

Fuentes: Archivos vaticanos; Kloster Karmel Maria vom Frieden, Köln, Deutschland

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