martes, 12 de julio de 2016

LA TEORÍA DE LA EVOLUCIÓN ÚLTIMO ENEMIGO DE LA FE.

LA TEORÍA DE LA EVOLUCIÓN

ÚLTIMO ENEMIGO DE LA FE




1. STATUS QAESTIONIS

            Como todos sabemos, Charles Darwin, en unión con Alfred Wallace, crea la doctrina evolucionista que niega la creación de las diversas especies biológicas e, incluso, niega la misma existencia de un Creador omnipotente.
En esta tesis de aceptación generalizada hay dos errores:
A.- Ni uno ni otro negó la creación del mundo por un Dios omnipo­tente. Si bien en algunas cartas Darwin expresa sus dudas, en sus escritos no las manifiesta para nada[1]. Por su parte, Wallace excluye al hombre de la evolución puesto que su espíritu sólo por Dios puede ser creado[2].
B.- Ni Darwin ni Wallace fueron evolucionistas.
En prueba de mi aserto me permito citar dos textos. Tomemos el primero de "El Origen de las Especies", son sus últimas palabras:
"Hay grandeza en esta concepción de que la vida, con sus diferentes facultades, fue originariamente alentada por el Creador en unas pocas formas o en una sola, y que, mientras este planeta ha ido girando según la constante  ley de la gravitación, se han desarrollado y se están desarrollando, a partir de un comienzo tan sencillo, infinidad de formas cada vez más bellas y maravi­llo­sas"[3]
Leamos el segundo en la obra de Gilson dedicada al tema. Darwin mismo relata su conversación con Spencer, el creador del evolucionismo, y la impresión que le produjo. Termina su testimonio con las siguientes palabras:
"Sus generalizaciones fundamentales... son de tal naturaleza que no me parecen de utilidad científica alguna. Tienen más naturaleza de definiciones que de leyes. No me ayudan a predecir lo que pasará en ningún caso particular. De cualquier manera, no me han sido de ninguna utilidad"[4].
Comprendemos, continua Gilson, que su hijo haya suprimido tal testimonio de su Autobiografía. En verdad tal confesión habría destruido la leyenda del creador del evolucionismo, puesto que su desprecio de la evolución queda patente.
Fueron varios los autores que crearon el mito más creído en la actualidad. Empezando por el hijo de Darwin, siguiendo por Thomas y Julián Huxley y, sobre todo, será Haeckel  quien se lleve la palma en el arte de convertir la teoría de Darwin en un riguroso monismo materialista[5]. Desde entonces parece reinar entre los biólogos y científicos de la naturaleza hasta el extremo de ser considerada la base de toda la ciencia moderna sin excepción[6].
Ayudados por Gilson y otros pensadores quisiéramos pulsar la solidez intelectual que presenta el, hoy por hoy, más temible enemigo de nuestra fe.

2. EL CONCEPTO DE EVOLUCIÓN

                       Todo concepto es expresado en una palabra la que no es indiferente por muy arbitraria que sea en su origen. Evolución proviene del latín (evolutio) y significa desarrollar, desplegar, recorrer. Aplicado a nuestro problema, tal teoría sostendría la aparición de nuevas formas que estaban ya determinadas, de alguna manera, en la situación anterior, a la espera de que se dieran las condiciones aptas para su plena manifestación. Ejemplo perfecto    de evolución lo tenemos en la ontogénesis de todos los seres vivos pluricelulares. Podríamos decir que esta hipótesis está ya enunciada en la teoría estoica de los logoi spermatikoi, aceptada por san Agustín y no rechazada por santo Tomás[7]. Sin embargo, como es fácil de apreciar, tal hipótesis poco o nada tiene que ver con las ideas actuales.
Hemos de reconocer que ha sido Gilson quien ha tenido el mérito de desvelar la contradicción interna disimulada en el moderno uso de la palabra evolución. Al terminar su estudio, el conocido historiador de la filosofía exclama: "Las palabras tienen su importancia. Evolution prestó, sobre todo, el servicio de ocultar la ausencia de una idea"[8].
A pesar de lo cual esta curiosa teoría tiene una extraordinaria vitalidad y permanencia:
"Sin duda se la debe a su particular naturaleza de híbrido de una doctrina filosófica y de una ley científi­ca; teniendo la generalización de una y la certeza demostrativa de la otra, es prácticamente indestructi­ble"[9].
En sendos capítulos "Darwin sin la evolución" y "La evolución sin Darwin" nos es explicado que el creador de la teoría es realmente Herbert Spencer, mientras Darwin crea una doctrina completamente opuesta a ella y que podríamos llamar transformista. De hecho la voz que suele usar su creador es "transmutation" y se referirá a las modificaciones o cambios que advienen a las especies, mas nunca hablará de evolución.
Lo más propio de la evolución, tal como la entiende Spencer, era la aceptación de una "fuerza" interior a la naturale­za que va organizando la materia de modo de obtener organizaciones más y más coherentes. Para lo cual acoge el concepto de adaptación a las circunstancias, propio del biólogo Lamarck; mas este concepto destruye por completo la explicación ideada por Darwin. Esta, por su parte, enfrenta una grave dificultad que su autor apreció en toda su magnitud.
En efecto, Darwin no era incapaz de apreciar la belleza, y no la reducía, ciertamente, a la física, visible, sino que apreciaba la inteligible fácilmente observable, por ejemplo, en las extraordinarias adaptaciones de las formas y figuras de los animales al ambiente en el cual se desenvuelven. Pero desde el momento que hablamos de adaptación, estamos admitiendo una finalidad; lo que daría razón a Lamarck y, por añadidura, a Spencer.
Nos hallamos aquí ante una doble adaptación: al ambiente, como acabamos de señalar, y al espectador que, gracias a ella, puede apreciarla. Todo lo cual echa por tierra la hipótesis de los cambios azarosos debidos a pequeñas transformaciones apenas perceptibles, que eran cabalmente las ideas de Wallace y Darwin. ¿Cómo salió nuestro naturalista del atolladero?
En primer lugar tiene clara conciencia del problema y de lo nocivo que resulta para su hipótesis:
"(Algunos naturalistas) creen que muchas estructuras han sido creadas por su belleza, a fin de agradar al hombre o al creador (si bien esto sobrepasa los límites de la discusión científica), o simplemente con vistas a su variedad"[10].
Si tales doctrinas fueran ciertas, añade algunas líneas más abajo,: "serían absolutamente fatales para mi teoría"[11].
¿Cómo explicar, entonces, tanta belleza? Como todo lo demás: por selección natural. Ocurre que es sumamente útil, sobre todo cuando se trata de la selección sexual.
Pero esta belleza no agota el tema. Mayor es la belleza inteligible que nos proporciona la adaptación de las partes a un fin común. Y el naturalista inglés conoce bien el tema y lo admira. Pero, en tal caso, estamos en el reino de la finalidad, porque, en definitiva,: "la belleza de las adaptaciones es la belleza de los medios respecto de sus fines"[12].
En otras palabras, estamos en el reino de la inteligen­cia, porque no es posible hablar de adaptación sin conocer el resultado final, el cual es lo último en la ejecución pero tiene que preceder, de alguna manera, todo el proceso[13]. Y solo la inteligencia puede conocer lo que aún no existe. Por esta razón Darwin tiene conciencia de que la aceptación de la belleza destruye todo su sistema. Bastaría poder demostrar que una sola cosa posee finalidad previa para que su hipótesis desaparezca. Por ello el será su enemigo jurado y cada vez que piensa en el ojo no podrá conciliar el sueño.
La clave de la respuesta de Darwin está en la palabra "previa". El está llano a aceptar la presencia de la finalidad siempre que ésta sea fruto del azar. En este sentido, quien mejor lo ha expresado ha sido J. Monod en su libro "El Azar y la Necesidad"[14]. Después de subrayar con energía que todo ser vivo es de naturaleza teleonómica, explica que tal característica se debe únicamente al azar. Habría una suerte de caldo inconmensu­rable de posibilidades debidas a los errores producidos durante la duplica­ción del ADN; la mayoría de los cuales serían eliminados por selección natural. Esta conserva tan solo los útiles para la supervivencia del ser vivo. Después de millones de errores improductivos y, por lo mismo, desechados, la selección halla uno favorable y se produce un cambio imperceptible. Sumados dichos cambios se obtendrá, al cabo de muchos miles de años, una nueva especie[15].
G. Salet le ha salido al paso al premio Nobel y ha sostenido que tal hipótesis es imposible. En virtud de la compleji­dad de lo real, para obtener una nueva combinación que haga posible un cambio importante, se necesita de una cantidad enorme de ensayos. Aplicado el cálculo de probabilidades a nuestro problema, con los datos incompletos que hoy tenemos sobre la complejidad, a nivel microscópico, de los seres vivos, obtenemos la certeza de que no habido aún tiempo suficiente ni hay la cantidad de materia necesaria para realizar todas las modificaciones azarosas que la hipótesis requiere. Su conclusión no puede ser más enfática: "La materia no ha podido organizarse espontáneamente en forma de células sobre ninguno de los trillones de planetas que existen en el universo"[16].

3. LA ACTITUD DE SANTO TOMAS

Dicen que ni Dios sabe qué pueda hallar un domínico en la obra de santo Tomás. El P. Raymond Nogar O.P. ha dedicado un libro a demostrar la verdad de la hipótesis de Darwin y a apoyarla en santo Tomás. Este es uno de aquellos libros que demuestran el aserto de Gilson ya citado: estamos ante una palabra que oculta la ausencia de toda idea. En efecto, Nogar entiende la evolución como el esfuerzo que hacen las especies para adaptarse al ambiente[17].
A su juicio, la gran dificultad estriba en comprender cómo una especie inferior puede producir una especie superior. Pero santo Tomás
"Aunque de ningún modo sospechaba las grandes modifica­cio­nes específicas en la naturaleza que ha descubierto la moderna teoría de la evolución, descubrió los principios naturales mediante los cuales era posible la modificación específica"[18].
Con gran sorpresa observamos que Nogar no acude a los lugares en los que el Santo se refiere al origen del mundo, sino que su argumentación se fundará en seis distinciones tomistas en virtud de las cuales se comprende que puede haber cambios en la naturaleza, que los individuos se subordinan a las especies, que es posible que la materia oponga resistencia a la forma y así se produzca una variación en la descendencia, etc. En otras palabras, da la impresión que, para este moderno tomista, toda explicación del cambio apoya la teoría de la evolución. El punto clave, pues, será comprender qué entiende él con tal palabra.
La vaguedad de su concepto nos desalienta: "... un proceso irreversible que, en el transcurso del tiempo, genera novedad, diversidad y niveles de organiza­ción más elevados"[19].
Estamos tanto ante el concepto de Spencer como del de Darwin, que son antitéticos entre sí, como ya vimos. Tal vez tengamos más suerte si miramos sus pruebas de la verdad de tal definición. Con sorpresa nos hallamos ante la confesión de que ninguna prueba es satisfactoria, a pesar de lo cual Nogar da su preferencia a la paleontológica. Pero, para que ésta tenga alguna validez, es preciso aceptar el principio de la "uniformidad":
"según el cual los agentes geológicos y, en general, todos los agentes físicos actúan hoy con la misma intensidad que en el pasado y, también, ordinariamente, del mismo modo. Los relojes de la naturaleza continúan hoy marcando el tiempo al mismo ritmo que antes"[20].
En otras palabras, para demostrar que hay evolución, que se supone afecta a todo en el universo, hay que suponer que ciertos aspectos de él no evolucionan jamás.
Sin advertir la gravedad de lo que afirma, para el concepto darwinista, Nogar acepta con toda naturalidad la hipótesis de Mayr, según la cual las mutaciones son perfectamente incapaces de generar evolución. Para que ésta se produzca necesitamos reconocer potencialidades latentes que hagan posible la introducción de formas nuevas[21]. Tal concepto haría las delicias Spencer, pero destruye completamente la concepción de Darwin. Y así comprendemos cuánta razón tenía Gilson al advertirnos que la fortaleza de la teoría radicaba en su indefinición que la hacía pasar de una hipótesis a su contraria sin advertirlo; rara propiedad que la hace indestructible.

4. CONCLUSION

La aparición del libro de Gilson "Réalisme Thomiste et Critique de la Connaissance" hizo que el P. G. Smith S.I.le dedicara un artículo cuyo título lo dice todo: "A Date in the History of Epistomology"[22].
Pienso que el libro que nos ha iluminado en nuestra comprensión de la hipótesis evolucionista y su contrariedad con la hipótesis darwinista merecería un elogio similar. Después de su lectura se comprende que el peor enemigo de la fe no pasa de ser un fantasma; una hipótesis ininteligible cuya fuerza radica justamente en su ininteligibilidad; que una vez aceptada la palabra se queda libre para comprender absolutamente cualquier cosa y que sirve, finalmente, para afirmar, en nombre de Darwin, exactamente lo contrario de lo que el quería sostener.
Ante panorama tan desolador para la inteligencia, resulta triste observar a tomistas modernos intentar una aproximación entre este embrollo ideológico y la magnífica claridad del Aquinate. Lo único que podemos decir es que santo Tomás acepta que la creación de Dios tenga efectos diferidos a través del tiempo, lo que sirve para explicar los mismos hechos que dieron origen a las fábulas que hoy llamamos evolucionismo sin recurrir a artimañas intelectuales que desdicen del rigor mínimo que debe exigírsele al pensamiento científico.



JUAN CARLOS OSSANDON VALDES



[1] "Puedo aseguraros que mi juicio sufre a menudo fluctuaciones... En mis mayores oscilaciones no he llegado nunca al ateísmo en el verdadero sentido de la palabra, es decir, a negar la existencia de Dios. Yo pienso, en general (y sobre todo a medida que envejez­co), la descripción más exacta de mi estado de espíritu es el agnosticismo" Carta de 1879. citada por T. Urdanoz O.P. "Historia de la Filosofía" t.V B.A.C. Madrid. 1975 pág. 281.

[2] Especialmente en su obra "Man's Place in the Universe" editada en 1903
[3] Darwin o.c. Trad. A. Froufe. Ed. Edaf. Madrid. 1985 pág. 480.

    [4]  E. Gilson "De Aristóteles a Darwin (y vuelta)" Tr. A. Clavería Eunsa 2ª ed. Pamplona 1980 pág. 158-9.
    [5]  Cfr. T. Urdanoz O.P. "Historia de la Filosofía" T. V  B.A.C.  Madrid 1975 págs. 283 a 292.
    [6]  Cfr. los testimonios que recoge Nogar O.P. en "La Evolución y la Filosofía Cristiana" (Tr. Antich. Herder. Barcelona 1967 p. 243 a 246) donde lo menos que se dice es que no hay ciencia si no es evolucionista.
    [7] cfr. S.Th. I q.69 a 2 en que santo Tomás parece preferir la opinión de san Agustín. Cfr. en el mismo sentido I q.71 a. unicus. y q.72 a. unicus.
    [8] Gilson o.c. pág. 202.
    [9] id. p. 162.
    [10] El Origen de las Especies c. V cit. por Gilson o.c. p. 190.
    [11] ibíd.
    [12] Cuénot "L'Adaptation" cit. por Gilson o.c. p. 191.
    [13] Cfr. De Potencia q.7, a 2, ad 10.; q.5, a 1, c.; S.Th. I-II q. 1, a 1 ad 1 et 3 ad 2 et 4,c; etc. 
    [14] Trad. F. Ferrer. Ed. Orbis S.A. Madrid. España 1985.
    [15] o.c. c. 7 págs. 119-132.
    [16] Salet: "Azar y Certeza" Trad. J. Garrido. Alhambra. Madrid. general 1975. Pág. 317. Cfr. su conclusión p. 376.
    [17] "La Evolución y la Filosofía Cristiana" Tr. I. Antich. Herder Barcelona. 1957 pág. 338.
    [18] o.c. pág. 315.
    [19] o.c. p. 26.
    [20] o.c. pág. 48
    [21] o.c. pág. 291.
    [22] The Maritain Volume of The Thomist p. 246-255, citado por L.E.Palacios en su introducción al "Realismo Metódico" del mismo Gilson. 

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