LA TEORÍA DE LA
EVOLUCIÓN
ÚLTIMO ENEMIGO DE LA
FE
1. STATUS QAESTIONIS
Como todos
sabemos, Charles Darwin, en unión con Alfred Wallace, crea la doctrina
evolucionista que niega la creación de las diversas especies biológicas e,
incluso, niega la misma existencia de un Creador omnipotente.
En esta tesis de aceptación generalizada hay dos errores:
A.- Ni uno ni otro negó la creación del mundo por un Dios omnipotente.
Si bien en algunas cartas Darwin expresa sus dudas, en sus escritos no las manifiesta
para nada[1]. Por su parte, Wallace
excluye al hombre de la evolución puesto que su espíritu sólo por Dios puede
ser creado[2].
B.- Ni Darwin ni Wallace fueron evolucionistas.
En prueba de mi aserto me permito citar dos textos. Tomemos el
primero de "El Origen de las Especies", son sus últimas palabras:
"Hay
grandeza en esta concepción de que la vida, con sus diferentes facultades, fue
originariamente alentada por el Creador en unas pocas formas o en una sola, y
que, mientras este planeta ha ido girando según la constante ley de la gravitación, se han desarrollado y
se están desarrollando, a partir de un comienzo tan sencillo, infinidad de
formas cada vez más bellas y maravillosas"[3].
Leamos el segundo en la obra de Gilson dedicada al tema. Darwin
mismo relata su conversación con Spencer, el creador del evolucionismo, y la
impresión que le produjo. Termina su testimonio con las siguientes palabras:
"Sus generalizaciones fundamentales...
son de tal naturaleza que no me parecen de utilidad científica alguna. Tienen
más naturaleza de definiciones que de leyes. No me ayudan a predecir lo que
pasará en ningún caso particular. De cualquier manera, no me han sido de
ninguna utilidad"[4].
Comprendemos, continua Gilson, que su hijo haya suprimido tal
testimonio de su Autobiografía. En verdad tal confesión habría destruido la
leyenda del creador del evolucionismo, puesto que su desprecio de la evolución
queda patente.
Fueron varios los autores que crearon el mito más creído en la
actualidad. Empezando por el hijo de Darwin, siguiendo por Thomas y Julián
Huxley y, sobre todo, será Haeckel quien
se lleve la palma en el arte de convertir la teoría de Darwin en un riguroso
monismo materialista[5].
Desde entonces parece reinar entre los biólogos y científicos de la naturaleza
hasta el extremo de ser considerada la base de toda la ciencia moderna sin
excepción[6].
Ayudados por Gilson y otros pensadores quisiéramos pulsar la
solidez intelectual que presenta el, hoy por hoy, más temible enemigo de
nuestra fe.
2. EL CONCEPTO DE EVOLUCIÓN
Todo
concepto es expresado en una palabra la que no es indiferente por muy
arbitraria que sea en su origen. Evolución proviene del latín (evolutio) y
significa desarrollar, desplegar, recorrer. Aplicado a nuestro problema, tal
teoría sostendría la aparición de nuevas formas que estaban ya determinadas, de
alguna manera, en la situación anterior, a la espera de que se dieran las
condiciones aptas para su plena manifestación. Ejemplo perfecto de evolución lo tenemos en la ontogénesis
de todos los seres vivos pluricelulares. Podríamos decir que esta hipótesis
está ya enunciada en la teoría estoica de los logoi spermatikoi, aceptada por
san Agustín y no rechazada por santo Tomás[7].
Sin embargo, como es fácil de apreciar, tal hipótesis poco o nada tiene que ver
con las ideas actuales.
Hemos de reconocer que ha sido Gilson quien ha tenido el mérito
de desvelar la contradicción interna disimulada en el moderno uso de la palabra
evolución. Al terminar su estudio, el conocido historiador de la filosofía
exclama: "Las palabras tienen su importancia. Evolution prestó, sobre
todo, el servicio de ocultar la ausencia de una idea"[8].
A pesar de lo cual esta curiosa teoría tiene una extraordinaria
vitalidad y permanencia:
"Sin
duda se la debe a su particular naturaleza de híbrido de una doctrina
filosófica y de una ley científica; teniendo la generalización de una y la
certeza demostrativa de la otra, es prácticamente indestructible"[9].
En sendos capítulos "Darwin sin la evolución" y
"La evolución sin Darwin" nos es explicado que el creador de la
teoría es realmente Herbert Spencer, mientras Darwin crea una doctrina
completamente opuesta a ella y que podríamos llamar transformista. De hecho la
voz que suele usar su creador es "transmutation" y se referirá a las
modificaciones o cambios que advienen a las especies, mas nunca hablará de
evolución.
Lo más propio de la evolución, tal como la entiende Spencer, era
la aceptación de una "fuerza" interior a la naturaleza que va
organizando la materia de modo de obtener organizaciones más y más coherentes.
Para lo cual acoge el concepto de adaptación a las circunstancias, propio del
biólogo Lamarck; mas este concepto destruye por completo la explicación ideada
por Darwin. Esta, por su parte, enfrenta una grave dificultad que su autor
apreció en toda su magnitud.
En efecto, Darwin no era incapaz de apreciar la belleza, y no la
reducía, ciertamente, a la física, visible, sino que apreciaba la inteligible
fácilmente observable, por ejemplo, en las extraordinarias adaptaciones de las
formas y figuras de los animales al ambiente en el cual se desenvuelven. Pero
desde el momento que hablamos de adaptación, estamos admitiendo una finalidad;
lo que daría razón a Lamarck y, por añadidura, a Spencer.
Nos hallamos aquí ante una doble adaptación: al ambiente, como
acabamos de señalar, y al espectador que, gracias a ella, puede apreciarla.
Todo lo cual echa por tierra la hipótesis de los cambios azarosos debidos a
pequeñas transformaciones apenas perceptibles, que eran cabalmente las ideas de
Wallace y Darwin. ¿Cómo salió nuestro naturalista del atolladero?
En primer lugar tiene clara conciencia del problema y de lo
nocivo que resulta para su hipótesis:
"(Algunos
naturalistas) creen que muchas estructuras han sido creadas por su belleza, a
fin de agradar al hombre o al creador (si bien esto sobrepasa los límites de la
discusión científica), o simplemente con vistas a su variedad"[10].
Si tales doctrinas fueran ciertas, añade algunas líneas más
abajo,: "serían absolutamente fatales para mi teoría"[11].
¿Cómo explicar, entonces, tanta belleza? Como todo lo demás: por
selección natural. Ocurre que es sumamente útil, sobre todo cuando se trata de
la selección sexual.
Pero esta belleza no agota el tema. Mayor es la belleza
inteligible que nos proporciona la adaptación de las partes a un fin común. Y
el naturalista inglés conoce bien el tema y lo admira. Pero, en tal caso,
estamos en el reino de la finalidad, porque, en definitiva,: "la belleza
de las adaptaciones es la belleza de los medios respecto de sus fines"[12].
En otras palabras, estamos en el reino de la inteligencia,
porque no es posible hablar de adaptación sin conocer el resultado final, el
cual es lo último en la ejecución pero tiene que preceder, de alguna manera,
todo el proceso[13].
Y solo la inteligencia puede conocer lo que aún no existe. Por esta razón
Darwin tiene conciencia de que la aceptación de la belleza destruye todo su
sistema. Bastaría poder demostrar que una sola cosa posee finalidad previa para
que su hipótesis desaparezca. Por ello el será su enemigo jurado y cada vez que
piensa en el ojo no podrá conciliar el sueño.
La clave de la respuesta de Darwin está en la palabra
"previa". El está llano a aceptar la presencia de la finalidad
siempre que ésta sea fruto del azar. En este sentido, quien mejor lo ha
expresado ha sido J. Monod en su libro "El Azar y la Necesidad"[14].
Después de subrayar con energía que todo ser vivo es de naturaleza teleonómica,
explica que tal característica se debe únicamente al azar. Habría una suerte de
caldo inconmensurable de posibilidades debidas a los errores producidos
durante la duplicación del ADN; la mayoría de los cuales serían eliminados por
selección natural. Esta conserva tan solo los útiles para la supervivencia del
ser vivo. Después de millones de errores improductivos y, por lo mismo,
desechados, la selección halla uno favorable y se produce un cambio
imperceptible. Sumados dichos cambios se obtendrá, al cabo de muchos miles de
años, una nueva especie[15].
G. Salet le ha salido al paso al premio Nobel y ha sostenido que
tal hipótesis es imposible. En virtud de la complejidad de lo real, para
obtener una nueva combinación que haga posible un cambio importante, se
necesita de una cantidad enorme de ensayos. Aplicado el cálculo de
probabilidades a nuestro problema, con los datos incompletos que hoy tenemos
sobre la complejidad, a nivel microscópico, de los seres vivos, obtenemos la
certeza de que no habido aún tiempo suficiente ni hay la cantidad de materia
necesaria para realizar todas las modificaciones azarosas que la hipótesis
requiere. Su conclusión no puede ser más enfática: "La materia no ha
podido organizarse espontáneamente en forma de células sobre ninguno de los
trillones de planetas que existen en el universo"[16].
3. LA ACTITUD DE SANTO TOMAS
Dicen que ni Dios sabe qué pueda hallar un domínico en la obra
de santo Tomás. El P. Raymond Nogar O.P. ha dedicado un libro a demostrar la
verdad de la hipótesis de Darwin y a apoyarla en santo Tomás. Este es uno de
aquellos libros que demuestran el aserto de Gilson ya citado: estamos ante una
palabra que oculta la ausencia de toda idea. En efecto, Nogar entiende la
evolución como el esfuerzo que hacen las especies para adaptarse al ambiente[17].
A su juicio, la gran dificultad estriba en comprender cómo una
especie inferior puede producir una especie superior. Pero santo Tomás
"Aunque
de ningún modo sospechaba las grandes modificaciones específicas en la
naturaleza que ha descubierto la moderna teoría de la evolución, descubrió los
principios naturales mediante los cuales era posible la modificación
específica"[18].
Con gran sorpresa observamos que Nogar no acude a los lugares en
los que el Santo se refiere al origen del mundo, sino que su argumentación se
fundará en seis distinciones tomistas en virtud de las cuales se comprende que
puede haber cambios en la naturaleza, que los individuos se subordinan a las
especies, que es posible que la materia oponga resistencia a la forma y así se
produzca una variación en la descendencia, etc. En otras palabras, da la
impresión que, para este moderno tomista, toda explicación del cambio apoya la
teoría de la evolución. El punto clave, pues, será comprender qué entiende él
con tal palabra.
La vaguedad de su concepto nos desalienta: "... un proceso
irreversible que, en el transcurso del tiempo, genera novedad, diversidad y
niveles de organización más elevados"[19].
Estamos tanto ante el concepto de Spencer como del de Darwin,
que son antitéticos entre sí, como ya vimos. Tal vez tengamos más suerte si
miramos sus pruebas de la verdad de tal definición. Con sorpresa nos hallamos
ante la confesión de que ninguna prueba es satisfactoria, a pesar de lo cual
Nogar da su preferencia a la paleontológica. Pero, para que ésta tenga alguna
validez, es preciso aceptar el principio de la "uniformidad":
"según el cual los agentes geológicos y, en general, todos
los agentes físicos actúan hoy con la misma intensidad que en el pasado y,
también, ordinariamente, del mismo modo. Los relojes de la naturaleza continúan
hoy marcando el tiempo al mismo ritmo que antes"[20].
En otras palabras, para demostrar que hay evolución, que se
supone afecta a todo en el universo, hay que suponer que ciertos aspectos de él
no evolucionan jamás.
Sin advertir la gravedad de lo que afirma, para el concepto
darwinista, Nogar acepta con toda naturalidad la hipótesis de Mayr, según la
cual las mutaciones son perfectamente incapaces de generar evolución. Para que
ésta se produzca necesitamos reconocer potencialidades latentes que hagan
posible la introducción de formas nuevas[21]. Tal concepto
haría las delicias Spencer, pero destruye completamente la concepción de
Darwin. Y así comprendemos cuánta razón tenía Gilson al advertirnos que la
fortaleza de la teoría radicaba en su indefinición que la hacía pasar de una
hipótesis a su contraria sin advertirlo; rara propiedad que la hace
indestructible.
4. CONCLUSION
La aparición del libro de Gilson "Réalisme Thomiste et
Critique de la Connaissance" hizo que el P. G. Smith S.I.le dedicara un
artículo cuyo título lo dice todo: "A Date in the History of
Epistomology"[22].
Pienso que el libro que nos ha iluminado en nuestra comprensión
de la hipótesis evolucionista y su contrariedad con la hipótesis darwinista
merecería un elogio similar. Después de su lectura se comprende que el peor enemigo
de la fe no pasa de ser un fantasma; una hipótesis ininteligible cuya fuerza
radica justamente en su ininteligibilidad; que una vez aceptada la palabra se
queda libre para comprender absolutamente cualquier cosa y que sirve,
finalmente, para afirmar, en nombre de Darwin, exactamente lo contrario de lo
que el quería sostener.
Ante panorama tan desolador para la inteligencia, resulta triste
observar a tomistas modernos intentar una aproximación entre este embrollo
ideológico y la magnífica claridad del Aquinate. Lo único que podemos decir es
que santo Tomás acepta que la creación de Dios tenga efectos diferidos a través
del tiempo, lo que sirve para explicar los mismos hechos que dieron origen a
las fábulas que hoy llamamos evolucionismo sin recurrir a artimañas
intelectuales que desdicen del rigor mínimo que debe exigírsele al pensamiento
científico.
JUAN CARLOS OSSANDON VALDES
[1] "Puedo aseguraros que mi juicio sufre a menudo
fluctuaciones... En mis mayores oscilaciones no he llegado nunca al ateísmo en
el verdadero sentido de la palabra, es decir, a negar la existencia de Dios. Yo
pienso, en general (y sobre todo a medida que envejezco), la descripción más
exacta de mi estado de espíritu es el agnosticismo" Carta de 1879. citada
por T. Urdanoz O.P. "Historia de la Filosofía" t.V B.A.C. Madrid.
1975 pág. 281.
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