miércoles, 9 de enero de 2013

JUICIO A MILITARES EN CHILE


         UN INFORME INCOMPLETO


         PENA EN CHILE


 

 

         Después de casi ocho meses de ardua labor, la comisión Rettig - como se la llamó en su tiempo - entregó, al entonces Presidente de la República, un informe sobre las violaciones a los derechos humanos cometidas en Chile entre 1973 y 1989.

         De inmediato la prensa se volcó sobre él y exigió el nombre de los culpables. ¿Culpables? Según la Declaración de Derechos Humanos, aprobada por las Naciones Unidas en 1948, "toda persona acusada de delito tiene derecho a que se presuma su inocencia mientras no se pruebe su culpabilidad, conforme a la ley y en JUICIO PUBLICO en el que se le hayan asegurado todas las garantías necesarias para su defensa" (art. XI).

         Es obvio, pues, que en virtud de este informe no se puede declarar a nadie culpable, ni presuntamente, porque no era un tribunal ni se le había dado tal facultad. Apenas dedicó algunos minutos a recibir información de parte de los afectados y a ponerla por escrito. Y eso fue todo. En tales condiciones hablar de culpables es un grave atropello a los derechos humanos de los supuestos inculpados. De este modo, el primer efecto del publicitado caso consistió en provocar el atropello de los derechos humanos que la comisión se suponía debía cautelar.

 

            AUDIATUR ET ALTERA PARS


 


         Los romanos establecieron que no hay justicia posible si se escucha tan sólo a uno de los litigantes. Eso es, cabalmen­te, lo que hizo la mencionada comisión. De ahí el aforismo jurídico que encabeza este apartado: "escúchese también a la otra parte". Porque, como dice el refrán, "cada cual cuenta la feria según como le va en ella".

         La comisión - según transcendió - aceptó algunas denun­cias y rechazó otras. ¿Con qué criterio? Como nunca procedió a comprobarlas y a carear a los litigantes, ignora cuál es la versión de la otra parte y si la recibida es auténtica, por lo que no puede determinar si ha habido atropello o no.

         Supongamos un caso muy repetido: un grupo de hombres ingresa en un hogar, a medianoche, se lleva a una persona y de ella no se sabe más. ¿Atropello a los derechos humanos? Con esos datos no se puede responder. Hay muchos aspectos de la cuestión - supuesto que los hechos ocurrieron realmente así - que deben ser conocidos antes de emitir el fallo.

a) Puede haber sido la policía que había recibido orden judicial de proceder a la captura de un delincuente por fin identificado. El denunciante que lo sabe muy bien, lo calla, y como la comisión no ha hecho una investigación completa, ignora absolutamente el resto de la historia. De hecho, un periodista francés me confi­denció que había localizado a 10 "desaparecidos" - de los 10 nombres que Amnesty International le había proporcionado - algunos de los cuales ni siquiera habían sido molesta­dos por las FF.AA. y de Orden.

b) Puede haber sido autosecuestro planificado por la misma célula extremista a la que pertenecía la "víctima" para darle una nueva identidad y, de paso, inculpar a las FF.AA.

c) Puede haber sido un grupo delictivo que actuó por cuenta propia: liquidó a su enemigo y culpó al gobierno. Mató dos pájaros de un solo tiro.

d) Puede haber sido una patrulla militar que, dada la situación de guerra que se vivía, ha recibido la orden de eliminar a un agente del servicio secreto del enemigo y, por lo mismo, guardó el secreto para confundir a dicho servicio.

e) Si Ud. tiene un poco de imaginación podrá seguir inventando situaciones posibles que, en un juicio decente, habría sido necesario ir descartando una a una.

         La comisión Rettig no tuvo siquiera la oportunidad de plantearse tales alternativas, ni mucho menos estudiarlas, por lo que no es posible sacar ninguna conclusión de su informe. Por desgracia, las conclusiones fueron sacadas, en primer lugar, por el propio Presidente de la República que lo recibió.

 

            Negación de inteligencia


 

         Dice Aristóteles que el saber va unido al conocimiento de la causa; por ello estimamos más sabio al jefe de obras que al obrero: porque éste realiza su trabajo sin saber el porqué, mientras que aquél lo conoce (Metafísica A 981a25 y ss.). Este es, por lo demás, el sello distintivo de la inteligencia. Por ello será considerada sabiduría la ciencia de las primeras causas; lo que lo lleva a concluir: "decimos que conocemos una cosa solamente cuando pensamos que conocemos su primera causa" (id. 983a24).

         Toda la ciencia occidental se basa en estas apreciacio­nes del gran metafísico griego: toda explicación depende del hallazgo de las causas de lo que se quiere explicar. Si nos negamos por principio a conocerlas y determinarlas, nos negamos a hacer un uso cabal de nuestra inteligencia.

         Por desgracia la Comisión se negó, por principio, a indagar las causas de lo sucedido en Chile entre esas fechas; lo que equivale a decir que se ha negado a hacer un uso cabal de su inteligencia. Ha partido de una fecha y ha tomado nota de lo que ha ocurrido después de ella como si nada hubiese sucedido antes.

         Imaginemos que mañana el Presidente de los Estados Unidos necesitase destruir la popularidad del hombre que condujo al ejército aliado a la reso­nante victoria en la guerra del Golfo. Y se le ocurre que, como su popularidad depende de esa guerra, nada mejor que acusarlo de atropello a los derechos humanos. Crea una comisión para que investigue los delitos cometidos después del 17 de Enero de 1991. Como la comisión tiene prohibido saber qué ocurrió antes, ignora la decisión de las Naciones Unidas, etc., etc. Obviamente saldrá un informe que condenará a los combatien­tes por atropellar los DD.HH. de los iraquíes que esa noche dormían tranquilamente en Bagdad y, de pronto, les lloviera bombas desde los cuatro puntos cardinales.

         En tales condiciones, ¿nos llamaría la atención que los generales americanos se negaran a aceptar el informe de tal comisión? Es evidente que no se puede juzgar lo ocurrido escu­chando solamente las quejas de los iraquíes y desconociendo sus causas, sobre todo la situación que se vivía, aunque sea verdad que Hussein en ningún momento declaró la guerra a los Estados Unidos y se limitó a soportar una agresión armada que no deseaba en lo más mínimo.

         Conocemos algunas guerras en las que se escucharon voces en defensa de los DD.HH.: Argelia fue perdida por Francia cuando exigió a sus FF.AA. que los respetaran; Vietnam fue perdido por la misma razón. Un general americano - Westmoreland, si la memoria no me engaña - se quejaba: si se hubiese combatido así a Hitler, éste todavía dominaría Europa.

         Hay que comprender que, cuando se declara un guerra, las FF.AA. reciben poderes judiciales y se espera que los usen en pro de la victoria. ¿Consultó Grau a la Corte Suprema si le autorizaba atacar a la Esmeralda? El Alto Mando - y el oficial a cargo de la patrulla en el frente - decide lo que, en tiempo de paz, sólo un juez puede decidir. Como puede verse, el negarse a conocer la causa puede cambiar completamente la visión y el juicio de una situación.

 

            La situación internacional


 

         En los dos últimos siglos las guerras se fueron hacien­do cada vez más crueles. Este motivó numerosas iniciativas, patrocinadas por el Zar de Rusia, abismados por la maldad que veían posesionarse de los ejércitos. De estas iniciativas, por ejemplo, nació la Cruz Roja y diversas declaraciones que procura­ban disminuir la barbarie contemporánea.

         Después de la Primera Guerra Mundial, donde parece que se habían sobrepasado todos los límites - es que todavía no se había combatido la segunda - se reunieron en Ginebra las naciones interesadas en poner coto a situación tan odiosa. Allí nació el famoso Convenio relativo al trato a los prisioneros de guerra - Declaración de Ginebra, se la suele llamar - y que fue reconocido por la mayoría de los gobiernos del mundo, incluido el nuestro, por supuesto. Bajo la presidencia de Arturo Alessandri, el Diario Oficial lo publicaba el 20 de Junio de 1933.

         En esa temprana fecha ya se había reconocido lo más perverso en materia de guerra, lo que hoy está de moda y denomi­namos "guerra sucia". Por ello se establece que el soldado ha de portar su uniforme a fin de ser distinguido del civil. Porque bien podría un soldado disfrazarse de civil y así realizar actos de sabotaje en la más completa impunidad. De allí que se conside­ró que un soldado en tales condiciones no quedaba amparado por la Declaración. Tal vez ésta sea la razón de que, durante la segunda guerra mundial, todos los ejércitos en conflicto fusilaran "in situ", sin juicio previo, al enemigo hallado desprovisto de sus distintivos. Esta actitud ha pasado al cine que la ha incorporado a la trama de numerosas películas.

         En 1973 Fidel Castro condecoró al comandante Ochoa por haber organizado y armado un ejército de 15.000 combatientes en Chile con la misión de imponer el socialismo. Se trata, pues, de un ejército extranjero, al servicio de una instancia política foránea, que se organizó al interior de nuestro país. Para poder cumplir su objetivo más fácilmente evita el uniforme, sus elemen­tos se presen­tan siempre disfrazados de civiles y su eficacia destructora la tuvimos que sufrir por años y años, mas nadie puede estar seguro de que haya pasado.

         A fines de 1973 se presentó una amplia exposición de armamentos de toda suerte y laya, encontrados escondidos en los cuatro puntos cardinales de la patria y al servicio del ejército secreto de Fidel. ¿Se puede juzgar a las FF.AA. y de Orden por haber hecho exactamente lo mismo que todos los ejércitos enfras­cados en la segunda guerra mundial? ¿Fue juzgado en Nüremberg algún oficial por haberlo hecho?

 

            La guerra moderna


 

         En la Edad Media la guerra seguía ciertas reglas muy precisas: no se combatía en cuaresma ni en pascua; tampoco los viernes, sábados y domingos - tregua de Dios -; los caballeros se arremetían después de haberse saludado y dado tiempo para prepa­rarse para el combate; jamás peleaban dos contra uno; si uno caía al suelo, se suspendía el combate; mientras menos personas murieran, mejor, porque se trataba de una guerra, no de una carnicería. Y, por supuesto, no se podía matar civiles, en especial, mujeres, niños o clérigos. Algunas de estas disposicio­nes conservaron todo su valor hasta la revolución francesa, primer genocidio moderno. Es verdad que fueron violadas reitera­das veces, pero existía la concien­cia de que el "arte" de la guerra era justamente eso: un arte y no una matanza. Los ejérci­tos eran muy pequeños y formados exclusivamente por caba­lleros que se conocían y respetaban. Una anécdota sirve más que muchas razones. El 5 de Agosto de 1192, Ricardo Corazón de León tuvo la sorpre­sa de recibir, en medio de una batalla, dos magní­ficos corceles árabes que le enviaba su enemigo, Malik el-Adil; porque, "no era conveniente que el rey combatiera a pie" y su caballo había sido herido.

         Con razón, pues, un rey medieval, desde muchos puntos de vista, el Zar de todas las Rusias quedaba espantado por el espectáculo que brindaba el modo de combatir de los ejércitos contemporáneos. Después de la citada revolución francesa todo cambia y hemos llegado a soldados que se esconden, matan a mansalva, ejércitos enormes que exterminan civiles sin piedad en masivos bombardeos de pacíficas ciudades, etc., etc. Pero lo peor de todo, lo que aún no se puede aceptar, es que el combatiente se disfrace de civil y, aparentando completa inocencia, proceda a realizar actos propios de una guerra.

         Los comunistas, que carecen de todo criterio moral salvo el de conquistar el poder, han creado la doctrina del "weltoktober" (octubre mundial) que pretende llevar a todo el mundo esa "guerra sucia" que tan buenos dividendos le produjo en la santa Rusia. De este modo han conquistado tantos países, incluido Cuba donde lograron engañar a los cubanos sobre el verdadero carácter de Fidel, y han estado a punto de conquistar otros, como Argentina, Brasil y Chile. El tirano cubano, por ej., para ocultar sus verdaderas intenciones, apenas encumbrado en el poder, tranquilizó a la población diciendo que su revolución no sería como las anteriores, sino que “sería tan cubana como las palmas y el ron”. ¿No recuerda Ud. algo muy parecido dicho por nuestro tirano? Las profundas sangrías que han sufrido El Salvador y Perú, por ej., nos ilustran de hasta dónde puede llegar tan siniestro método de hacer la guerra.

         La amenaza nos parece lejana desde el momento que Rusia escapó al dominio del partido comunista, el autor de la doctrina del weltoktober. Sin embargo el peligro no se ha disipado. Quedan aún muchas naciones en manos de partidos comunistas, algunas tan extensas y potencialmente peligrosas como China, y muy especial­mente un subproducto de ese partido político: los carteles de la droga. Si olvidamos las lecciones de la historia, pronto la estaremos repitiendo.

 

            CONCLUSIÓN


        

         La comisión Rettig realizó el trabajo que se le enco­mendó. No era su misión discutir lo bien o mal fundado que en ella había. Cumplió su labor y llegó a la conclusión de que algo más de 2.000 personas murieron en Chile, en esos años, en forma violenta y contraria a las leyes de tiempo de paz. ¿Fue justo el que tales personas murieran así? Esa ya no era labor de la Comisión pero fue la conclusión a la que llegó, aparentemente, todo Chile: atropello a los derechos humanos - en tiempos de paz - de las víctimas, en contradicción con la legislación vigente en Chile para tales tiempos.

         Quien no acepta ese juicio sobre la situación del país en esos años, tampoco acepta la interpretación que se ha dado al informe. Si había guerra y uno de los ejércitos actuaba disfraza­do de civil, como lo establece la doctrina del weltoktober, creando el terror a través del asesinato selectivo y de la destrucción de la economía a fin de rendir por hambre a la población, comprende que, siguiendo la costumbre ejemplificada por el comportamiento de los ejércitos que combatieron la segunda guerra mundial, los miembros del ejército traidor a la patria y disfrazado de civil hayan sido muertos donde se los encontraba sin otorgarles los derechos que se reconoce a los prisioneros en tiempos de guerra. No hay, pues, atropello a ningún derecho de tiempos de paz, sino aplicación de las "leyes de la guerra" tal como se aplicaron en el pasado reciente sin que nadie fuera juzgado por haber actuado así. Al fin y al cabo, cuando el gobierno socialista español se vio gravemente desafiado por la guerrilla actuó de la misma manera y está sufriendo la misma acusación. Tal vez los alemanes fueron los más astutos: una serie de "oportunos suicidios" acabó con los cabecillas de la sedición.

         Los ejércitos combaten las guerras, no las declaran ni las juzgan. Es el poder político el que estima si hay o no causa justificada para ello. Ni Hussein, ni Bush son militares. El primero juzgó que Kuwait le pertenecía y ordenó la invasión; el segundo no estuvo de acuerdo y organizó una segunda invasión ahora en contra del anterior. Siempre ha sido así. Aunque el Jefe del Estado sea un uniformado, no es en virtud de su calidad de tal sino como poder político que declara la guerra.

         En 1973, la Corte Suprema de Justicia y la cámara de Diputados, amén del angustiado pueblo de Chile, comprobaron que el Estado de Derecho había perecido y que la tiranía se había enseñoreado del país. Las FF.AA. y de Orden se alzaron para restablecerlo. Constituida la Junta de Gobierno, como poder político y sabiendo que había armas ocultas y un ejército traidor preparado para servirse de ellas, declaró el Estado de Guerra. Como lo establece el weltoktober, el ejército estaba dentro del país y no fuera, por lo cual se habló entonces de "Estado de Guerra interno": Decreto Ley Nº 25 del 12 de Septiembre de 1973.

         En 1978 llegó la hora de iniciar la reconciliación. El primer paso consiste en perdonar. Si el perdón no va acompañado de olvido, no es verdadero perdón, según señala santo Tomás de Aquino. Por eso el 18 de Abril de ese año se dictó la ley de Amnistía que perdonaba y olvidaba todos los delitos, tanto los cometidos por los ejecutores del Weltoktober criollo como los que salieron en defensa de la patria amenazada. Con ello termina el enfrentamiento armado, regresa la paz, y se espera reiniciar la convivencia pacífica entre los chilenos. Pero no hay que olvidar que el partido comunista ruso continúa su política de implantar el weltoktober en Chile, como en todo el mundo donde aún no gobierne un partido satélite que lo reconozca como el "hermano mayor" y sirva sus intereses imperialistas.

         Hoy se habla mucho de reconciliación pero se intenta, a toda costa, remover los escombros y no olvidar lo ocurrido. En nombre de la justicia se pretende desenterrar ese pasado y "juzgar" solo a uno de los ejércitos que combatió; justamente al que lo hizo con su uniforme puesto y sin disfrazar a sus efectivos de pacíficos ciudadanos para gozar de la protección que brinda el anonimato. Se oculta cuidadosamente que, si fueron víctimas de las FF. AA. Y de orden, fue la justicia en tiempos de guerra la que determinó que esos hombres debían morir por traición a la Patria y práctica del “weltoktober”, mejor conocido como “guerra sucia”. De este modo se hace imposible que la reconciliación brinde los frutos buscados eficazmente por la ley de amnistía, ley que ha permitido que la nación regrese a la normalidad y viva en paz.

 

 

     JUAN CARLOS OSSANDÓN VALDÉS     

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