En el último tiempo he recibido noticias sobre algunas personas conocidas que han muerto de manera fulminante. Su muerte ha sido inmediata. De hecho mi papá me contó que estaba en un funeral conversando con las hijas del difunto, cuando una de ellas, en un dos por tres dobla la cabeza y se desvanece sentada en un sillón. Había muerto inmediatemente. La gente en el funeral quedó horrorizada con la situación, no podían entender cómo era posible una muerte así.
Hace algunos días me tocó asistir a un concierto al aire libre a la luz de la luna. En aquella oportunidad se amenizó el concierto con anticuchos y otras cosas comestibles para la gran cantidad de niños que concurrió a dicho evento. Lo lamentable del evento fue que el chef, ese mismo día murió de muerte fulminante. Y así he sabido de otras personas relativamente jóvenes que les ha ocurrido lo mismo. Conversando con un médico sobre el tema la tesis que esbozaba sobre la causa que produjo la muerte a estas personas, era el llamado aneurísma cerebral. He sabido por televisión que muchos futbolistas y otros deportistas les ha ocurrido lo mismo en pleno desarrollo del juego.
Recuerdo muy bien un hecho muy particular que le ocurrió a mi papá cuando lo acompañé a un lavoratorio a tomarse una muestra de sangre. Él en esa ocasión, cuando le estaban tomando la muestra se desvaneció a tal punto que perdió el control de sus esfinteres orinandose en el lugar y poniéndose sus ojos totalmente dados vueltas hacia atrás. Había varios médicos en el lugar que no pudieron hacer nada, uno de ellos era un primo que me informó que el tío ( mi papá) estaba ido y que estaban analizando qué se podía hacer. Pasaron largos treinta minutos, hasta que viene mi primo ya más calmado y me dice que mi papá había vuelto a reaccionar. Por lo que me informaron más adelante allí ocurrió un gran milagro de Dios: el cóagulo que bloqueaba sus arterias se había corrido permitiendo nuevamente el flujo de sangre. No sé si la explicación era la acertada sobre el hecho, pero la experiencia de ver a un familiar tan directo de pasar de un estado plenamente vivo a otro muerto es realmente impactante.
Ese tipo de muerte rápida es algo que a mi en lo particular me asusta y me genera sentimientos encontrados. Humanamente a ninguno de nosotros nos gusta sufrir, sin embargo al morir así no se nos permite despedirnos de nuestros seres queridos. Pero lo que más me preocupa de este tipo de muerte es el hecho que nuestra alma no se ha preparado dignamente para estar en condiciones de enfrentar el juicio de Dios. Como dice el refrán popular, en casos extremos de muerte; " más vale que Dios nos pille confesados". Y vaya que no es menor el problema, nuestra vida eterna pende de un hilo en ese momento. De allí la importancia de tratar de vivir la vida como una preparación para la buena muerte.
Pero, ¿quién se prepara seriamente para morir cristianamente? Al parecer son muy pocos los prudentes, más bien la mayoría somos como las vírgenes necias que no nos preparamos para recibir como corresponde al amado. Siempre recuerdo las oraciones a San José para pedir por la buena muerte. Y¿ cuál es la buena muerte? Es la que nos hace morir en gracia de Dios. Para eso no hay que tener pecados mortales y estar dispuestos a recibir en nuestra alma a Cristo Nuestro Señor. A pesar de todo lo anterior, pasando el susto pasan a la vez las precauciones que debemos tomar desde el punto de vista espiritual. Y nuevamente nos olvidamos de la gravedad del pecado y nos olvidamos que en cualquier momento somos llamados al tribunal de Dios.
En lo personal, hago un mea culpa por olvidarme de lo más importante de nuestra vida, vale decir, dedicarme al cuidado del alma. En estricto rigor, los siete mil millones de personas que actualmente existen en el mundo van a morir, y yo voy a ser uno de ellos. Es muy importante recordar al alma esta situación, ya que uno muchas veces vive como si nunca nos fueramos a morir. No hay que tenerle tanto miedo a la muerte. A lo que sí se debe tener miedo es al modo cómo uno va a morir. Nuestro último instante de vida va a ser el sello de nuestra eternidad. En el fondo nos juagamos un cielo eterno, felicidad eterna o un infierno eterno, desgracia eterna.
Vida, muerte, dicha y desdicha se entremezcan de tal suerte que envuelven la vida del hombre alertándo de sus obligaciones frente a las cuáles se encuentra expuesto sin que éste perciba la verdadera dimensión de los eventos teológicos que debe enfrentar quiéralo o no lo quiera. Nos guste o no nos guste, reneguémoslo o aceptémoslo, eso en nada cambia nuestra condición de creatura racional sujeta al orden de un creador que dispuso leyes que deben ser cumplidas sin que su desobediencia no tenga las debidas consecuencias.
Las cosas del mundo desvían nuestra atención a tal punto que nos llevan muchas veces a olvidarnos de las alegrías del cielo. Y de allí la importancia de rezar la oración a San José para que nos conceda la gracia de la buena muerte:
" Glorioso San José, afortunado esposo de María, vos que merecisteis ser custodio de Jesús, y abrazándole tiernamente, gozasteis de un Paraíso anticipado, obtenerme del Señor el perdón de mis pecados, y la gracia de imitar vuestras virtudes, a fin de que siga siempre el camino que conduce al Cielo.
Vos, que a la hora de la muerte tuvisteis la dicha de ver a Jesús y a María en torno de vuestro lecho, y de entregar dulcemente entre sus brazos vuestra alma, defendedme, os lo ruego, en mi última hora contra los enemigos de mi alma, defendedme, de suerte que, confortado con la dulce esperanza del Paraíso, expire pronunciando los santísimos nombres de Jesús, José y María. Amén."
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