viernes, 4 de enero de 2013

LAS CONCEPCIONES SOCIALES DEL SIGLO XVII-XVIII, Y SUS IMPLICACIONES HISTORICAS POSTERIORES


Nos corresponde referirnos, dentro de este ciclo, a un tema por demás complejo; dado que, en general, los siglos XVII y XVIII son riquísimos en reflexión política y social. Destacaremos el aspecto político, o tal vez deberíamos llamarlo social, puesto que la política es la parte dominante de la convivencia social. En estos siglos nacen prácticamente todas las tendencias que dominan el nuestro. Tal vez la única que habría que excluir sería el fascismo y, hasta cierto punto, el marxismo, que son corrientes de pensamiento político-social nacidas en el siglo XIX o XX; aun cuando se encuentran antecedentes en los anteriores. En estas fechas surgen el absolutismo, el liberalismo y todo el pensamiento económico moderno que se origina en el siglo XVIII. La democracia nacerá entonces, y el socialismo, con Saint-Simon, aparece a fines de ese mismo siglo. Dada la riqueza de concepciones, apenas esbozada en lo que llevamos dicho, nos ha parecido conveniente limitarnos tan sólo a tres pensadores, tres corrientes del pensamiento moderno que perduran hasta nuestros días. Como es muy importante ir al origen de cada visión intelectual, hemos elegido al iniciador de cada una de ellas.
En primer lugar estudiaremos brevemente a Thomas Hobbes, un inglés nacido a fines del siglo XVI. Hombre de salud extraordinaria, va a vivir cerca de 80 años. Incluso jugaba tenis a los 70 años, lo que aún hoy constituiría un verdadero record; no es fácil hallar tenistas de esa edad. Thomas Hobbes va a ser el iniciador de lo que hoy llamamos liberalismo. Además, es posible sostener que él es el más genuino exponente del absolutismo, aunque esto nos parezca contradictorio. Sin embargo, no lo es. Ciertamente, no es el padre del absolutismo. En realidad tal título conviene a Calvino, quien hizo la gracia de identificar al rey con Dios de una manera como nadie había osado hacerlo. Es verdad que las Sagradas Escrituras dicen que los reyes lo son porque Dios ha querido que lo sean y san Pablo afirma que hay que obedecer a la autoridad porque representa a Dios. Pero una cosa es representar a Dios y otra muy distinta es serlo. Con Calvino se unirá tan estrechamente la figura del rey con Dios que serán prácticamente indisolubles. De aquí nace el absolutismo, el soberano absoluto. En Hobbes vamos a hallar una visión laica de este mismo pensamiento que va a influir notablemente en la monarquía inglesa que, en principio, es la más absolutista de Europa. Sin embargo, dado que el inglés es tan conservador y el absolutismo es tan poco cristiano, es decir, tan anti-medieval, llevó pronto a la revolución que Inglaterra hubo de sufrir en el siglo XVII. De ahí ese equilibrio tan admirado por muchos autores de obras políticas: un país extraordinariamente monárquico y donde el monarca carece de poder. Por lo demás, los monarcas medievales y modernos jamás tuvieron mucho poder; no se compara su potestad con la que tienen los presidentes de las repúblicas democráticas actuales. Como prueba, un botón. Esos reyes "absolutos" estaban limitados por los fueros regionales hasta el extremo de no poder fijar impuesto alguno si los que lo iban a pagar no estaban de acuerdo. Como es fácil de comprender, generalmente no lo estaban, por lo que podemos colegir cuán poderosos eran tales monarcas. Hobbes fue secretario de sir Francis Bacon, famoso por sus aportaciones a la física, pues es uno de los fundadores de la ciencia moderna. Pero este hombre, además de ser gran científico, fue un importante político. A su caída, su secretario se independiza y se aleja de la política ya que sus ideas se lo impiden: tiene un serio problema con lo que podríamos llamar el aparato eclesiástico. Para él, un pastor, mucho más un obispo, será siempre un enemigo; los cuales, naturalmente, le pagan con la misma moneda. En consecuencia, con la caída de su protector, termina su carrera política. Su otro gran enemigo será la Compañía de Jesús, y, finalmente, las universidades. En verdad, con tales enemistades, no se puede hacer carrera política en el siglo XVII. Es conveniente aclarar que las universidades, durante toda la modernidad, van a actuar como un freno, ya que serán muy conservadoras. En efecto, al interior de ellas se mantendrá por siglos el espíritu medieval. De hecho, "universitas", en latín medieval, significa "gremio". Había, por tanto, muchas "universitas", es decir muchos gremios: de herreros, talabarteros, etc. Pero el único que ha mantenido el espíritu y el nombre, prácticamente hasta el día de hoy, es la universidad. Por lo tanto, nunca pudo ingresar en ella nuestro pensador. En lo que respecta a sus ideas político-sociales, Hobbes va a adoptar un actitud que podríamos calificar de "matemática". Es decir, procurará establecer ciertos axiomas, a partir de los cuales, en forma lógica, deducirá toda la doctrina. Ocurre que, en el siglo anterior, había sido descubierto el libro de Euclides, obra que causó sensación por la facilidad con que el talentoso griego, partiendo de unos pocos axiomas, demuestra y desarrolla toda la geometría. Fue tal la admiración que produjo, que se convirtió en una suerte de paradigma para el pensamiento de muchos, y lo vemos en un Descartes, un Spinoza y en nuestro autor. Todos ellos tratan de expresar su ciencia de modo matemático, o mejor, geométrico. Así, por ejemplo, Spinoza escribirá una "Etica more geometrico demonstrata" (Etica demostrada según el modo geométrico). Pero la ética es la ciencia que estudia las costumbres. Lo principal en ella, obviamente, será la experiencia, sin la cual resulta imposible hacer dicho estudio. Hobbes, como Spinoza, simplemente no la toma en cuenta para nada; le bastará con asentar ciertos principios y aplicarlos a rajatablas al estilo de Euclides. Estamos asistiendo al nacimiento de algo muy típico de la política actual: la ideología. Esta parte de ciertos principios, los de determinado partido político, a partir de los cuales se solucionan "todos" los problemas sociales. Y, para que todos los hombres los entiendan, lo mejor será que dichos principios sean muy pocos y muy simples. De este modo comprendemos mejor las concepciones de la época: son consecuencia del intento de aplicar la metodología propia del libro de Euclides a todas las ciencias. La universidad, no obstante, siempre se opuso a tal despropósito; por ello Descartes, por ejemplo, nunca pudo entrar en ella pues quiso sacar toda la filosofía de un axioma: cogito, ergo sum. En filosofía, como es obvio, hay que buscar en la experiencia cómo son las cosas y no limitarse a partir de un solo axioma. Por la misma razón Hobbes quedará maravillado con el trabajo del francés y asumirá su misma concepción de hombre. Hay que tomar en cuenta, empero, que el inglés es un materialista, empirista e individualista, admirador de Epicuro, lo que lo separa notablemente del galo. Podríamos sintetizar la obra política de Hobbes en su intento de solucionar este problema básico: ¿Cómo podríamos evitar la anarquía, dado el egoísmo propio del ser humano? No cabe la menor duda de que el hombre es un ser egoísta que busca ciertos bienes materiales para su propio provecho. Tal actitud conduce directamente a la anarquía y provoca todo el problema político. Como buen materialista, Hobbes parte de un principio indubitable: Todos los hombres son iguales, las diferencias son provocadas exclusivamente por las leyes humanas: unos son nobles, otros plebeyos; unos son ricos, otros pobres. Todo lo cual es fruto de haber o no sabido aplicar la ley. Así, si pudiéramos volver al hombre primero, al hombre en "estado natural", anterior a toda civilización, comprobaríamos que todos son iguales. Mas también son enemigos entre sí: "el hombre es un lobo para el hombre" porque es su competidor. Cada uno quiere apoderarse de tales o cuales bienes materiales y logra su intento mientras no aparezca otro con el mismo propósito. El Leviathan, su libro capital en cuanto a política se refiere, expresa, en el libro primero capítulo 14, toda la novedad que nos trae este autor. Observemos que va a usar ciertas palabras consagradas pero les dará un sentido muy diferente del original, con lo cual su novedad pasa un tanto desapercibida. Con todo, en su tiempo, no le favoreció la fortuna. Fue combatido por la iglesia anglicana y la monarquía, a pesar de que toda la obra estaba destinada a favorecer a esta última. Su verdadero éxito radicó en haber alimentado la inteligencia de John Locke quien decidió apoyar a la burguesía en vez de a la monarquía. En el citado capítulo, nuestro autor va a tratar el problema de la ley natural, mejor aún, va a determinar cuáles son las leyes naturales que rigen a todos los hombres:

"El derecho (right) de la naturaleza, que los escritores comúnmente llaman 'ius naturale', es la libertad que cada hombre tiene para usar su propio poder como el mismo quiera para la conservación de su propia naturaleza, es decir, de su propia vida; en consecuencia, de hacer aquello que, según su propio juicio y razón, puedan servir como el más apto medio para ello"[1].

Observemos cómo cambia la significación de la palabra derecho, identificado con la expresión medieval "ius naturale". En efecto, "ius" significa lo justo. Por otra parte, el derecho era, tanto para los griegos como para los romanos y los medievales, la ley a la cual había que ajustarse, someterse. Este es el sentido activo de 'ius' pues la ley indica lo que es justo y eso es el derecho. De tal manera que si algo se opone a la ley, queda fuera de lo justo, del derecho. Mas, en la obra que estamos citando, right o ius adquieren un sentido totalmente contrario. El derecho viene a ser el poder que yo tengo de hacer uso de mi fuerza. La ley, por el contrario, me obliga a someterme a ella. Así, mientras el derecho natural, en el pensamiento clásico, me imponía sometimiento a la ley natural, en Hobbes me autoriza para imponerme a la humanidad, pues yo tengo derecho a usar de mi fuerza para todo lo que yo considere necesario para conservar mi vida. En seguida, en el mismo capítulo, nos va a explicar el concepto de libertad. Esta será entendida como "la ausencia de impedimentos exteriores". Se trata de que no haya obstáculos a lo que mi juicio y mi razón me dictan. El hombre aparece así como capacitado por su fuerza para poner por obra lo que su razón le inspira; todo lo cual contradice al espíritu medieval fraguado en la meditación de las Sagradas Escrituras las que califican de "varón justo" al que se somete íntegramente a la ley. Además, la libertad era considerada una característica del espíritu, es decir, inmanente a la persona, en cambio ahora se nos presenta como exterior a ella. Por todo lo cual no nos llamará la atención que Hobbes descubra una contradicción entre la "lex naturalis" y el "ius naturale". Nuevamente observamos una grave contradicción respecto del pensamiento tradicional que las identificaba. Hobbes nos ilustra sobre el contenido de esta ley que reduce a un sólo principio que se limita a prohibir lo que es destructivo de mi vida y a permitirme lo que la conserva. Santo Tomás, sin lugar a dudas, habría quedado perplejo; porque, para él, la ley tenía por objeto el bien común; en cambio, en este escrito, la ley tiene por objeto el bien privado. En el fondo el valor máximo para el hombre radica en su propia vida, en seguir viviendo. Se comprende que tal sea el juicio de un materialista. Por lo mismo toda ley gira en torno a la conservación de la vida biológica y todo aquello que se necesita para ello: alimentación, techo, armas, etc. El derecho, entonces, consiste en la libertad para hacer, mientras la ley determina y ata. De este modo la ley y el derecho difieren tanto como la obligación y la libertad que, en una misma naturaleza, son incompatibles. Mientras la ley coarta, el derecho libera. De aquí a pasar a considerar malo o enemigo a todo gobierno solo hay un paso. Pero Hobbes se abstendrá de darlo, será Locke quien saque esta consecuencia y pase a ser una característica del liberalismo actual. De ahí ese adagio tan conocido: "el poder corrompe" y esa máxima de tan funestas consecuencias sociales: "dejad hacer" (laissez-faire). Por lo tanto, el ideal será que el gobierno se limite al mínimo posible pues actúa imponiendo leyes, es decir, coartando la libertad de los súbditos. Y como todo esto viene prescrito por el derecho natural, se seguirá una consecuencia imprevista: la anarquía total. Puesto que tengo derecho a todo lo que preserve mi vida y la haga más placentera y el mismo derecho tienen todos los demás, y queda prohibido todo lo que dae mi existencia y la de los demás, resulta inevitable el choque entre los seres humanos. Hobbes comprendió que el estado de naturaleza era el estado de guerra de todos contra todos en virtud del igual derecho que tienen a todo lo que la naturaleza les ofrece. ¿Cuál puede ser la solución a este verdadero desastre natural? Una sola: que todos abdiquen, renuncien a su derecho natural al mismo tiempo. Al quedar absolutamente todos desprovistos de derechos, ya nadie podrá hacer daño a nadie. El derecho, pues, se entregará en manos de una sola persona: el rey. Asistimos al nacimiento de la monarquía absoluta, al menos en el plano teórico, pues hemos renunciado a nuestro derecho en el soberano - por ello ya puede ser llamado soberano - el cual podrá atribuir a cada cual según le plazca y sin que nadie pueda quejarse. Esta es la manera de obtener la paz y de evitar la anarquía. Sin embargo, hay un derecho al que no puedo renunciar: a defender mi vida. El resultado de esta teoría es lo que podría llamarse la política del terror y de la tiranía, pues hemos autorizado al monarca a emplear los medios que desee sin límite alguno, ya que renunciamos a nuestro derecho natural en virtud del terror que nos produce la guerra de todos contra todos. El "soberano" queda así investido de una calidad que jamás le había sido reconocida en los siglos medievales: el es la fuente de toda ley, tanto en el ámbito civil como en el moral y en el religioso.
Juan Jacobo Rousseau fue un personaje contradictorio. El padre de la democracia vivió siempre mantenido por un rico, mejor dicho, por una rica (generalmente alguna marquesa), gracias a lo cual aprovechó muy bien las fortunas de Europa contra las que siempre disparó los más encendidos dardos de su ira. Vivió en una época absolutamente racionalista, pero será la perfecta antítesis del racionalismo. En sus "confesiones" reconocerá que todas las cosas que había escrito nunca las había pensado: se había limitado a soñarlas. Hume, que lo tuvo como huésped algunos meses, considera que su problema radicaba en que, en toda su vida, sólo había sentido, jamás razonado[2]. Disertó sobre el origen de todo mal en el mundo y lo atribuyó a la desigualdad en una obra que lleva por título: "El origen de la desigualdad entre los hombres". Pero, a pesar del título, no habrá absolutamente ninguna consideración histórica en el trabajo. Se limita a partir de un principio a priori y de allí deducir. Simplemente se afirma que la desigualdad es la raíz de todo mal, pero se desconoce absolutamente cómo pudo producirse tal desigualdad; mas ¿no leemos una obra que se titula "el origen de la desigualdad"? 
Nos explica el ginebrino que antes de que naciese la desigualdad había un estado natural (como en Hobbes y en Locke). Digamos, entre paréntesis, que el dichoso estado natural es una mera abstracción mental, pero parece que estos autores creyeron en su realidad histórica; al menos se discute mucho este punto entre los expertos.
Pero volvamos a Rousseau. En este supuesto estado todos los hombres son iguales y libres. Pero, a diferencia de los ingleses, nuestro soñador cree que la vida en esas condiciones era una vida familiar y beatífica. Observemos un instante la vida personal familiar) de Rousseau. Hallamos que nunca se casó, pasó de amante en amante, de marquesa en marquesa. Cuando ya no era tan joven y no tuvo quien lo mantuviese, tuvo tres hijos de su empleada doméstica; mas este enemigo de la desigualdad no aceptó casarse con ella. A los tres niños los envió a un orfelinato por lo que se pierde todo rastro de ellos. Sin embargo, el estado natural del hombre es la familia. Rousseau afirma que el hombre natural es plenamente libre. Con ello quiere decir que podía dar rienda suelta a sus instintos. El hombre libre es el que siente un impulso a actuar y no acepta coacción exterior alguna. Por ello, desde que hay un monarca que impone una ley y me obliga a pensar antes de actuar - si haces esto te castigo - pierdo la libertad. Notemos cuán contraria es esta concepción a la medieval según la cual se es libre únicamente cuando se piensa. El animal, movido por instintos, no es libre; es la razón la fuente de la libertad humana. Según Rousseau, en el siglo actual (el XVIII), nadie es libre porque hay leyes que coartan la libertad, y como éstas son hechas por el rey, éste pasa a ser considerado un tirano. En su estado natural, el hombre vivía paradisíacamente, pero no puede evitar cometer ciertos errores. Esto lo empujó a establecer reyes y sacerdotes con lo que fue desapareciendo poco a poco el estado natural. En él, el ser humano era inocente, bueno y puro; pero como su inteligencia no es perfecta, cometió errores. Por el contrario, los reyes y sacerdotes son siempre malos. Nos encontramos con algo difícil de justificar: ¿cómo es posible que, si todos los hombres son inocentes y buenos, los reyes y sacerdotes sean siempre malos? Jamás nos aclaró tal metamorfosis nuestro autor. Dando un salto que no responde realmente a la pregunta que nos hicimos, nos hallamos ante una afirmación sorprendente: el mal proviene de la sociedad. El hombre nace bueno pero la sociedad lo corrompe. Todo lo cual no nos explica, por cierto, quién corrompió a sacerdotes y reyes ni tampoco a la sociedad. Habrá que aceptarlo, pues Rousseau lo dice. Mientras se vivía en estado natural se mantenía la inocencia. ¿Cómo recuperarla? He aquí el problema clave al que responde toda la teoría Rousseauniana. La respuesta es simplicísima: suprimiendo a reyes y sacerdotes. Para ello es necesario que todos se conviertan en tales, lo que se logrará gracias al "contrato social". Con ello eliminamos la maldad del mundo, volvemos a ser inocentes tal como lo éramos en el estado natural. En el libro primero, capítulo sexto (El Pacto Social) del "Contrato Social" afirma:

"Hallar una forma de asociación que defienda y proteja con toda la fuerza común a la persona y a los bienes de cada asociado y por la cual cada uno, uniéndose a todos, no obedezca sino a sí mismo y así quede tan libre como antes, tal es el problema fundamental que el Contrato Social va a solucionar"[3].

Como se ve, se trata de quedar libres en medio de la
sociedad; lo importante es defender a la persona, la vida, los bienes de cada cual. Para ello se necesita fuerza, mejor aún, la fuerza de muchos; dado que ésta es siempre mayor que la de cada uno. Dejemos en claro, eso sí, que aquí Rousseau tiene un atisbo de realismo pues afirma que, a pesar de que tal pacto jamás ha sido hallado, sin embargo no hay que dudar de su realización. ¿Cuándo ocurrió tal cosa? Nadie lo sabe, pero se hizo y estamos todos obligados a cumplirlo, pues, de lo contrario, estaríamos aún en natural, y es obvio que tal no es el caso, pues estamos gobernados por reyes y sacerdotes:
"Estas cláusulas, por supuesto, se reducen todas a una sola: la abdicación total de cada asociado con todos sus derechos en favor de toda la comunidad"[4].
Es la misma idea de Hobbes, porque
"al darse enteramente cada uno, la condición dicha será igual en todos. Siendo igual la condición en todos, nadie tendrá interés en hacerla onerosa para los demás"[5].

Sin embargo aparece ante nuestra vista una consecuencia insospechada. Dado que esta abdicación ha sido hecha sin reservas, la unión es entonces tan perfecta que, de ahora en adelante, ningún asociado tiene ya nada de qué reclamar. Lo que se da a todos no se da a nadie, no habrá ya un asociado sobre el cual no se adquiera el mismo derecho que se le cede sobre sí mismo; de manera que se gana el equivalente de lo que se pierde, pero además se gana la fuerza para conservar lo que se tiene. Por esta razón ya nadie podrá reclamar nada contra la sociedad, porque ha perdido todo derecho desde el momento en que se ha entregado a la sociedad:
 "Cada uno de nosotros pone en común su persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general; y además recibimos a cada miembro como parte indivisible del todo"[6].
Hemos establecido un todo social el cual, como es un todo, posee también voluntad; voluntad que, en vez de ser llamada social será llamada "general". Para Rousseau, la sociedad es un ser vivo completo, un cuerpo vivo, y éste goza de voluntad e inteligencia propias e independientes, las que, por cierto, no son ni la voluntad ni la inteligencia de los asociados, sino que son libres, autónomas. La sociedad, como el rey de Hobbes, es absolutamente libre y autónoma. El cuerpo social adquiere así todo el derecho, toda la ley. La sociedad se convierte en infalible. En el libro segundo del Contrato Social, capítulo tercero, afirma:
"Se sigue de lo que precede que la voluntad general es siempre correcta y tiende siempre a la utilidad pública. Pero no se sigue de aquí que las deliberaciones del pueblo posean siempre la misma rectitud"

 Es obvio, pues, que no es lo mismo la voluntad del pueblo que la voluntad social que la del "todo". Es más, la voluntad general no es la voluntad de la mayoría:

"A menudo hay mucha diferencia entre la voluntad de todos y la voluntad general. Aquella no mira más que al interés común. La  otra mira sólo al interés privado y no es más que la suma de las  voluntades particulares"[7].

La voluntad general es la propia de ese cuerpo social místico que tiene vida propia. La voluntad de todos es la suma de las voluntades particulares, y por eso va siempre dirigida a bienes privados, bienes particulares, intereses egoístas. En cambio, la voluntad general mira sólo al interés público, el bien común:

"Quitad de estas mismas voluntades (particulares) el más y el menos por el que se destruyen entre sí, queda, como resumen de las diferencias, la voluntad general"[8]

Tengo la impresión de que quedó en Rousseau una idea desarrollada por Aristóteles muchos siglos antes: la virtud consiste en el justo medio. El acto moral correcto es un justo medio entre un acto vicioso por defecto y otro vicioso por exceso. Por ello el acto bueno siempre será justo, ajustado a lo conveniente. Pero acá no se habla de esto. Según Rousseau hay una serie de opiniones; pero no se trata de contar cuántos votos por A, por B o por C, etc. Eso no importa. No se busca la opinión de la mayoría sino el término medio. Este es la expresión de la voluntad general. Es claro que estamos muy lejos de lo que Aristóteles entendió por justo medio. Nos ayudará a comprenderlo el ejemplo que él mismo empleó: hay que comer carne en la medida justa. Mas esta medida depende de cada cual. Milón, el atleta que ganó la primera olimpiada, comía una barbaridad. Se cuenta que, en una ocasión, levantó un toro sobre sus hombros. El justo medio de Milón no tenía nada que ver con el justo medio de un niño o un anciano. Por lo que dependerá de las necesidades alimenticias de cada cual. La razón estudiará cada caso haciendo que "ajuste" la cantidad con la necesidad según corresponda. Lo que Rousseau tiene en mente es muy diverso. Hay muchas soluciones sobre una materia y, como los extremos se anulan, va a quedar una solución intermedia que será la voluntad general, no importando cuántos la sustenten.
Además de infalible, la voluntad general es ilimitada o absoluta:

Por eso la única propiamente libre es la voluntad general. Todos nosotros somos simples vasallos de ella, como lo deja entrever de modo claro en el capítulo séptimo del libro primero:
"A fin de que este pacto social no sea un vano formulismo, el incluye, tácitamente, este compromiso único, que puede dar fuerza a los demás: que el que rehúse obedecer a la voluntad general será obligado por todo el cuerpo, es decir, se le forzará a ser hombre libre"[9].        

Dicho con más brutalidad, según el inspirado ginebrino, al aplastarle la voluntad privada a un hombre, se le está haciendo libre. Tal vez sea ésta la mejor manera de definir la tiranía. Pero el iluminado pensador cree que sólo se es libre desde el momento en que se empieza a tener la voluntad de todos, lo que nos hace comprender que estamos frente a una religión, muy "sui generis", por cierto: fuera de la voluntad general no hay salvación, podríamos afirmar remedando el dogma de fe declarado por el Concilio de Trento.          

Pero no es un hallazgo nuestro el detectar religión al interior de su política. En su libro cuatro él mismo nos hablará de una supuesta "religión cívica". Nos dice que hay tres religiones: una puramente humana; otra de carácter cívico y, finalmente, la religión católica.          

Convertido del calvinismo al catolicismo, Rousseau hizo carrera gozando de los favores "místicos" de cierta madame hasta que fue reemplazado por el jardinero de ésta. A pesar de su conversión, considerará siempre que nada hay más opuesto a una verdadera república - la suya, por supuesto - que la Iglesia Católica.  En su Contrato Social no hay duda de que prefiere la religión humanista.  La cívica será esta misma pero convertida en religión de Estado. Se caracterizan porque sus actos son humanos y positivos; sin embargo, mantienen un solo precepto negativo: prohibida la intolerancia. De este modo la religión cívica establece la persecución del catolicismo como requisito esencial. Al final de este libro se sostiene, sin rubor alguno, que:      "cualquiera que ose decir que fuera de la Iglesia Católica no     hay salvación debe ser expulsado del Estado, a menos que el     Estado sea la Iglesia y que el príncipe sea el Pontífice"[10].                 

Pienso que la razón del éxito de Rousseau estriba en que la otorga el poder total al hombre común, al que no puede decir: "por esto me destaco". Es el hombre común el que pierde por no tener nada en virtud de lo cual sobresalir. A este hombre se le entrega todo el poder sin limitación alguna.            

Pasemos ya a ocuparnos del tercer iniciador de una corriente intelectual que llega hasta nuestros días. Me refiero a Edmund Burke. Algo menor que Rousseau, alcanzará a presenciar la Revolución Francesa. Conmovido por los acontecimientos, y temiendo contagiaran su patria, escribirá su justamente famosa "Reflexiones sobre la Revolución en Francia". Aparte de su valor político, esta obra es considerada como una joya de la literatura inglesa del  siglo XVIII.            

Su autor fue estimado como gran orador, un maestro de la lengua, a pesar de su nacimiento irlandés. Su padre era anglicano, su madre católica. Burke seguirá la religión de su padre pero conservará una actitud benevolente hacia la Iglesia Católica; es más, será una de sus más preciadas características el haber sido siempre el defensor de las minorías oprimidas. Luchará a brazo partido en favor de los colonos de New-York en sus líos con la corona inglesa. A su juicio, Inglaterra debía haber proporcionado tanta libertad a los colonos como ella misma tenía. Como es natural, defendió a los católicos irlandeses y menos aún aceptaba la política de opresión hacia los súbditos católicos de Su Majestad en la propia Inglaterra. Incluso va a defender a los hindúes ante los atropellos del general Hastings.  Como podemos apreciar, siempre estuvo del lado de los perseguidos este curioso diputado.            

Burke será el hombre de la experiencia, que busca el obrar sensato, la cordura en todas las actitudes.  Nada más lejos de su pensamiento que el intentar aplicar ideas "a priori". Por ello será un enemigo acérrimo de Voltaire y los "filósofos" franceses, inspiradores de la Revolución. Piensa que la pretensión de aplicar a rajatablas las ideas del partido, sin tomar en cuenta a las personas y su situación, conduce necesariamente a la persecución y a un gran derramamiento de sangre. Pronto la Revolución Francesa confirmará su apreciación política de modo escalofriante. Su  estudio de dicha Revolución es admirable pues la entenderá mucho mejor que sus contemporáneos y que la inmensa mayoría de los historiadores que se perdieron en románticas interpretaciones. Podríamos decir que profetizó su desarrollo - antes de la muerte del rey - llegando a prever la entronización de Napoleón al enterarse de la disolución del ejército; puesto que ello es lo más peligroso que pueda hacerse.

"Algún general popular que conozca el arte de ganarse a los      soldados y que posea verdadero espíritu de mando, concentrará en      él las miradas de todos. El ejército le obedecerá... cuando      esto suceda, la persona que realmente mande el ejército es      vuestro amo... el amo de vuestra república"[11].           

El mismo lema de la Revolución, y su principal fruto, son rechazados por Burke. "Libertad", "Igualdad" y "Derechos del Hombre", llevados a la absolutización, son conceptos confusos y sumamente peligrosos. Por de pronto, la libertad sólo puede ejercerse en el seno de la sociedad que, por naturaleza, es un tejido de obligaciones, deberes, relaciones, compromisos.  Una libertad inalienable y abstracta es una pura ilusión, como lo es la igualdad. La tan invocada soberanía popular no pasa de ser un mito: nadie tiene derecho a gobernar, tan sólo a ser bien gobernado[12].           

 Respecto de los no menos famosos "Derechos Humanos", nuestro orador distinguirá la falsa concepción revolucionaria de otra aceptable para él.  La revolucionaria es:    

"Una mina enterrada que hará volar, en una gran explosión, todos los ejemplos de la antigüedad, todos los ejemplos, constituciones y actos del parlamento"[13].

La causa de tan desastroza propiedad radica en su carácter absoluto que no tolera discusión, acomodo a las circunstancias; sino que exige su pleno cumplimiento bajo acusación de fraude e injusticia. Esto impide que el gobierno pueda obtener seguridad y continuidad en su labor propia, enfrentado siempre a estas demandas absolutas y abstractas, imposibles de satisfacer, que tanto combaten un gobierno malo como un bueno.              

Con esto Burke no olvida los verdaderos derechos de los hombres que son las ventajas que éstos han ido adquiriendo al interior de las sociedades en las que viven gracias a una sabia legislación basada en la experiencia de los siglos. Los únicos derechos reales son los justificados históricamente. A causa de lo cual defiende la sabiduría de los "prejuicios" que expresan una tradición cuyos reales fundamentos ya han sido olvidados pero que los auténticos pensadores se esfuerzan por descubrir. El gobierno ha de buscar independencia respecto de los gobernados, porque tiene que estar por encima de la pasión y de la ignorancia popular. No puede dejarse someter por ella. Por lo cual fue enemigo del sufragio universal y admirador de la monarquía a pesar de militar en las filas de los whigs. Celebra el que ésta se haya mantenido siempre fuera de la esfera privada.  Aunque era enemigo político del rey, será partidario de la institución monárquica porque ésta ha permitido mantener al rey fuera del aspecto privado y, por sobre todo, le ha impedido meter su mano en los dineros de los súbditos. La Revolución Francesa y sus fantásticos robos le darán la razón una vez más. Los partidos se apoderarán de la propiedad de la Iglesia y de la propiedad privada como jamás se había visto en la cristiana Europa.

Su análisis de la Revolución, realizado a la luz de sus primeros acontecimientos, le permitirá juzgarla con acierto y descubrir su recóndita esencia. A su juicio, esta catástrofe no fue algo espontáneo sino que responde a un plan previo, pensado  de antemano, cuya finalidad era destruir la Iglesia Católica, destruir la Cristiandad, destruir la Civilización Occidental Cristiana.            

Por ello los ingleses no pueden quedar indiferentes, deben abstenerse de ayudar a los revolucionarios porque les puede caer a ellos mismos una fatalidad semejante, ya que también son cristianos y pertenecen a la misma Civilización. Por otra parte, la Revolución es socialmente disociadora pues se fundamenta en el robo. Es más, toda su fuerza radica en ello: promete a los pobres la riqueza de los ricos, para lo cual tiene que robarles a éstos para poderla traspasar a aquellos. Todo lo cual podría, perfectamente, suceder en Inglaterra.    

Peor aún resulta su pretensión de partir de cero, cuando lo sensato es reparar lo torcido y construir sobre fundamentos ya establecidos.  Esta actitud, tan típica de los revolucionarios de estos dos últimos siglos, los deshonra a ellos mismos, porque los lleva a desconocer el valor de lo que sus padres han creado. En verdad, parte mal quien desprecie lo que le pertenece. La solución que Burke propone es la monarquía inglesa, gobierno basado en partidos políticos que buscan el equilibrio. Además, los partidos ingleses, a diferencia de los que nacen en la destrozada Francia, se basan en la tradición. También la monarquía se basa en ella y por ello su proverbial sabiduría. De este modo lo que se busca en política son pequeños ajustes que no alteren la pacífica convivencia de tal modo que mejore la situación de los ciudadanos sin que se pierda la tradición.
Pero, en Francia, se busca una democracia perfecta. En el fondo, se trata de "un incansable deseo de gobernar demasiado"; en suma, la democracia "es la cosa más vergonzosa del mundo"[14].             En verdad, si queremos libertades habrá que buscar en la tradición qué libertad se nos puede otorgar. Porque cuando se grita "libertad", así, a secas, pronto las libertades reales se ven amenazadas, cuando no aniquiladas por completo.  De ahí la importancia de estudiar la historia patria ya que en ella hallaremos la clave.  Todo lo que sea ajeno a nuestra tradición deberá adaptarse a ella para no tener insospechadas e indeseables consecuencias.
Como se puede apreciar, estos siglos son ricos en pensadores de todo tipo. Si bien es discutible la selección hecha en esta ocasión, pienso que la visión política de estos tres pensadores está realmente vigente en la política del siglo XX.
Prof. Juan Carlos Ossandón Valdés
 


[1] Pág. 109. Uso la ed. de H. Schneider, The Library of Liberal Arts, Bobbs-Merrill Company Inc., New York, 1958. La traducción es nuestra.
[2] Cfr. G. Gordon C. "Historia de los Filósofos Políticos". Trad. L.  Fabricant, Ed. Peuser, 2a ed., Buenos Aires, 1956, p.481.
[3] pág. 61. Uso la edición hecha por la Union Générale d'éditions, Paris, 1958. La tradución es nuestra.
[4] Ibíd..
[5] Ibíd..
[6] Pág. 62.
[7] Pág. 73.
[8] Ibíd..
[9] Pág. 64
[10] Pág. 187
[11] “Reflexions on the Revolution in France". The Library of Liberal Arts. New York. 1955 p.258. La traducción es nuestra.
[12] Cfr. François Leger: "Edmund Burke" en revista Itinéraires. Nº 10 1990 Paris. p. 159-161
[13]  Burke o.c.. p. 66
[14] Cfr. Gordon o.c. p.362

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