Antifariseísmo farisaico
Publicamos este breve escrito de un monje de la Iglesia de
Occidente que bien puede ser introducción y necesario complemento de Cristo y los fariseos, uno de los
mejores libros del P. Castellani disponible aquí.
Hoy, que sabemos que “los
malos del Evangelio” son los fariseos (y no los publicanos y prostitutas) nos
puede ser de provecho detenernos en el primero de los versículos del Evangelio
de este domingo. Para notar que Jesús se sienta a comer con estos malos. Y lo
hace con el profundo deseo de que tal comida sea fuente de conversión de estos
malos.
Una vez invertida la tabla
de quién es bueno y quién es malo, curiosamente nos ha quedado a veces en la
Iglesia un “nuevo fariseísmo” que es el anti-fariseísmo farisaico. Si me
permiten el ocho.
Vale ser bueno, abierto,
paciente, condescendiente, afable, misericordioso, clemente con prostitutas, con
ateos empedernidos, con drogadictos y borrachos, etc., etc. pero ay de que
alguien pagado de sí, ay de que alguien altanero, arrogante, legalista,
estrecho, hipercrítico ose querer acercarse a nuestras mesas, a nuestras
asambleas, a nuestra Iglesia.
Somos tiernos con el pobre;
somos implacables con el rico altivo y soberbio. En definitiva —sin formularlo
así, claro— somos clementes con el pecador de menudencias, pero ahora que
sabemos cuál es el pecado gordo, el pecado serio, el pecado más tremendo: pues
con quienes muestren signos de portar esa lepra: ¡ni el saludo!
Olvidamos que la imagen que
nos devuelve el espejo de un mal, es otro mal. El bien no es su versión espejada
sino su contrario. Golpeándonos el pecho, desde el correctísimo último banco,
rezamos a Dios dando gracias por no ser como ése, como ese católico duro y
arrogante, sentado adelante.
Hoy abunda en nuestra
Iglesia este anti-fariseísmo farisaico. Es hora de desenmascararlo, pues en
verdad no son (o somos) más que fariseos vestidos con piel de publicanos. Como
—vaya paradoja— hay tanto publicano debajo de la leprosa piel farisea…
Por eso viene bien el
comienzo de este Evangelio: Jesús fue a comer a casa de un fariseo. ¿Lo
entenderemos?
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