miércoles, 15 de mayo de 2013

Desde el fango.



              El pecado es el lodo del alma. Es ese material sedimentario que ensucia el espíritu oscureciéndolo hacia lo terreno y desviándolo de lo divino. El pecado deja una huella, aunque visiblemente no se vea. El ser humano nubla su inteligencia cuando es envuelto por un pensamiento que lo seduce hacia las regiones más animalescas de su ser.
         Todos los hombres somos tentados de día y de noche por Satanás para que pequemos y nos alejemos de Dios. Aquí no caben excepciones, desde la persona más humilde hasta la más conspicua de la sociedad. Nadie queda exento a la tentación. De allí que la vida del espíritu sea una lucha constante contra los enemigos del alma, el mundo, el Demonio y la carne. Por más espiritual que deseemos ser nunca podremos mientras vivamos sustraernos de dichas tentaciones o pruebas de Dios.
     El pecado no es otra cosa que apartarse del bien debido por un lado, pero es a su vez, el medio que Dios dispone para probarnos y hacernos participes si pasamos la prueba de su reino eterno.
    El doble rol que juega el pecado hace que nos veamos enfrentados frente a dos posiciones irreconciliables, hago lo que me conviene y me gusta o simplemente opto por hacer el bien aunque en apariencia no me sea muy agradable. Bien y mal, dos posturas antagónicas e intrínsecamente opuestas, dos posiciones que tiran al ser humano en direcciones opuestas. Si bien, el bien es el único camino verdadero que debe seguir el hombre, sin embargo, en la realidad aparece el mal como un camino paralelo que también puede ser seguido. Obviamente, el mal es una apariencia de bien, nadie discute eso, empero, el mal sigue apareciendo en cada alma como una posibilidad que puede ser seguida.
     Infierno eterno y cielo eterno, dos caminos para dos lugares distintos. Dos posiciones para una misma voluntad. El alma siempre quiere algo bueno para ella aunque objetivamente sea algo malo. Para aquí no se trata de la visión miope del alma, se trata que las reglas las hizo Dios y marcó el camino una vez para siempre con su revelación. Un camino por revelación, dos caminos por confusión e ignorancia de la verdad.
       Premio eterno y castigo eterno aparecen al filo de las decisiones humanas, decisiones que tienen eco en la eternidad. Nuestras acciones rebotan para siempre, querámoslo o no, cada de nuestras acciones tiene efectos materiales en la sociedad y efectos espirituales. Por consiguiente, el hombre por ser hombre, vale decir, por tener inteligencia es un ser moral. Sus decisiones serán buenas y malas según las intenciones particulares y según una verdad objetiva. No podemos aunque queramos meternos la cabeza bajo el suelo al igual que las avestruces. Eso no es posible para el hombre, nuestra naturaleza goza de ciertos privilegios que no poseen las demás especies, pero esos privilegios nos someten a un orden trascendente que está ordenado por Dios y que nosotros no podemos alterar aunque muchas veces lo deseemos. No somos nada ni nadie para cambiar la voluntad del creador en los acontecimientos que están destinados hacia la eternidad.
     Aunque quisiéramos cambiar el rumbo de los acontecimientos humanos y las leyes de lo divino, no podemos hacer nada. Porque nada depende de nosotros, salvo el aceptar o no aceptar nuestras moradas eternas. En definitiva lo que está en juego es nuestra libertad, libertad para amar y libertad para amarnos. Pero no podemos amarnos si no tenemos esa libertad para amar el bien debido que es Dios. Dos amores fundaron dos ciudades, como dice San Agustín en la Ciudad de Dios, uno es el amor así mismo que es la ciudad del mundo y  otro es negación de sí mismo por amor a la ciudad celestial, a la Jerusalén celestial, la Ciudad de Dios.
      Nuestra vida y nuestra libertad hace que parezcamos hombres bicéfalos, dos cabezas con dos voluntades. Nuestra voluntad pende de un péndulo de apetencias entre Dios y el mundo. A veces nos vemos o creemos vernos más cercanos a Dios y otras veces, estamos ensuciados en el fango de nuestros pecados y nos vemos más cercanos al infierno. Ir y venir, he ahí el dilema, ir y venir entre apetencias con recta intención y apetencias desordenadas.
    El final de nuestra historia sólo la conoce Dios, el juzgará con verdadera equidad e imparcialidad hacia cuál de dos ciudades nos iremos definitivamente. Indudablemente, si nos vamos al infierno toda nuestra vida pendular habrá sido un perfecto desastre. Por el contrario, si nos vamos al cielo todo tuvo un sentido en nuestras vidas. Obviamente, el fango nunca va a ser un a verdadera vida ni el sentido de una vida con ribetes eternos.
   El bisturí del alma es la voluntad electiva, esa voluntad deberá tomar las decisiones finales para nuestra vida eterna. Si el alma volitiva se ancla en el pecado por sobre el arrepentimiento y el deseo de enmienda, entonces, la suerte estará echada por mucho que Dios quiera cambiar el destino de esa alma.
    Aunque en apariencia y sólo en apariencia quien sigue a Dios en está vida se encuentre más expuesto a tristezas y calamidades humanas, no obstante, ese desprecio del mundo por la voluntad de aquella alma que apetece a Dios recibirá la corona de la eternidad.
    Entre vicisitudes deambula el alma, en especial, la de los verdaderos cristianos, que a pesar que el lodo del pecado los pueda envolver en determinadas circunstancias, sabrán salir de allí para ser purificados por el manantial de agua misericordiosa como son los sacramentos de la Iglesia en especial el bálsamo de la confesión.
    Los sacramentos lavan el fango de los pecados, recurramos a ellos cada vez que los necesitemos. El fango dejará de serlo si nosotros caminamos hacia a fuera. El hacia es la voluntad de querer ser de Dios y no del mundo y del Demonio. Caminar hacia, es en definitiva reorientar la voluntad ya no al mundo sino hacia Dios.
    La tristeza del alma nos viene cuando no hemos sabido salir del fango del pecado, la desesperanza nubla nuestra inteligencia cuando pensamos que todo depende sólo de nosotros y no de la voluntad de Dios. Para salir del fango hay que pedir ayuda, para volver a la esperanza también, por eso, oremos sin cesar para que Dios venga en nuestro auxilio porque perecemos bajo el lodo del pecado si Él no nos socorre.
   Los recovecos del alma, son nuestros pensamientos más íntimos, aquellos que ni siquiera nosotros logramos comprender y conocer. El Scanner del alma es nuestra conciencia, que refleja lo que los recovecos contienen en sus cavidades desconocidas para los demás. Apelemos a nuestra conciencia para que nuestros recovecos permanezcan diáfanos para nosotros y para Dios. Solos no podemos resistir las embestidas del enemigo infernal, pero con Dios lo podemos todo. Como dice el Apóstol; si Dios está con nosotros, quien contra nosotros. Ni pecados, ni recovecos del alma podrán ser óbice suficientes para apartarnos de nuestro verdadero bien.
    Ni la rutina, ni la monotonía y el tedio de esta vida pasajera y caduca podrán alejarnos del amor de Dios. Por mucho que el tedio nos lance en apariencia al pecado por nuestra debilidad humana, después de esa debilidad vendrá el reposo del alma en la paz de Dios si sabemos pedir perdón por nuestra desesperación. Fragilidad, falta de fe y confianza son tres aristas de una misma moneda, esa moneda es el alma. Nadie tiene la receta para vivir una vida verdaderamente feliz en esta vida, ni menos nadie tiene el suficiente amor para llenar los vacíos del alma. Si esos vacíos permanecen se debe a que Dios lo permite para que el alma entienda que su felicidad no es de este mundo corruptible.
   Desde el momento que te sientas acompañado y grato en la vida, en esa instante ya no estará Dios. El vació o la sensación de estarlo es una señal muy fuerte que Dios es el único que debe llenar los vacíos del alma.
   El fango del pecado nos hace sentir vacíos, y que bueno que es así, porque esa sensación sólo podrá ser saciada por El creador. La aventura de la vida, los senderos del alma, nos hacen mirar a la historia  humana como un pequeñísimo punto en medio de un espacio infinito. Al final, todo habrá sido como si hubiéramos estado durmiendo en medio de un mal sueño. Eso es la vida frente a la eternidad, un mal sueño. Para algunos en esta vida es el comienzo del cielo y para otro es el comienzo del infierno.
    

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