jueves, 23 de mayo de 2013

El mal no puede ganar.

 
                 Por mucho mal que aparezca en el mundo, este jamás podrá ganar. Dios aún en los tiempos apóstatas sostiene a sus hijos y derrama su misericordia  con los mismos malos. Nunca podrá haber tanto mal en el mundo como el Demonio y sus secuaces quisiera que hubiera. A pesar de tantas traiciones y negligencias por parte de los pastores y de los propios fieles, Dios jamás abandonará a los hombres.
         Nunca ocurrió en el pasado y nunca va a ocurrir en el futuro. La verdad, la misericordia y la caridad podrán estar muy disminuidas y tal vez casi extinguidas, pero jamás arrancadas de raíz. Mientras existan almas que imploren su auxilio, Él no negará su raudal de amor que existe en su corazón. Siempre moverá a las pobres almas al arrepentimiento verdadero de sus malas obras y al firme propósito de enmienda.
      No nos olvidemos que el mundo y todo lo que hay en el es creación de Dios, por lo tanto, existe un lazo estrecho muy fuerte, muy potente entre el creador y su obra. Dios podría cuestionarse cómo pudo haber salido de Él tanto desorden y traición. Pero todos sabemos y Él mismo lo sabe que amó tanto al hombre que le dio su libertad al extremo de errar el camino si es que la propia libertad persiste hasta el final en ello.
    Dios no nos hizo libres para el error, sino para seguir la verdad y el bien. Pero en esa libertad de elección se deja la puerta abierta para no seguir el orden, para no seguir el amor que Dios tiene destinado para nosotros. Y allí está precisamente el meollo de todo el asunto escatológico de las almas, pasar la prueba, que es la condición sine qua non para poder llegar al cielo. La puerta abierta, es el medio por el cual Dios quiere que nosotros nos salvemos con un cierto carácter meritorio de parte nuestra. El no quiere esclavos, sino hijos, hijos que lo amen con completa libertad.
     ¿Fue necesaria la prueba, vale decir, dejar la puerta abierta?, no fue necesario dejar abierta la posibilidad de cerrar la puerta abierta y no llegar a Dios. Pero la voluntad Divina quiso otra cosa, y sólo ella conoce los verdaderos motivos para obrar así. En lo que a nosotros respecta, debemos aprender a aceptar las razones de Dios, que son las mejores para nuestras almas.
      De allí la lucha, de allí el buen combate de la fe, porque vale la pena el premio, y que mejor premio que cohabitar con el propio Dios por siempre. Muchas almas se resisten a abandonar al pecado, la tierra y el mundo los atraen de tal manera que sus voluntades se encuentran hipnotizadas por la sensibilidad y goce de los sentidos. Pero allí, en ese hipnotismo esclavizante de lo mundano está el medio que Dios quiere utilizar para salvar nuestras almas. Para pasar la prueba el alma tiene que negarse así misma y abandonarse plenamente a Dios. Su reflexión debe ser la siguiente: " Esto que el mundo me ofrece, esto que el mundo me seduce a utilizar y gozar al máximo de mis capacidades, es lo que Dios quiere que renuncie por amor a Él. Pero¿cómo puedo renunciar a esto tan cercano y real? siendo que a Dios no veo ni lo palpo. ¿Cómo puedo abandonar esta atracción desbordante?, Yo no puedo, pero Él si, entonces, mi vida tendrá que estar orientada a pedirle a Dios lo que el puede dar y no centrarme en pensar en lo que yo no puedo rechazar por las debilidades de mis miserias humanas. El cielo está hecho para las almas humildes, para las almas que aprenden a abandonarse como niños en los brazos de su creador. El que no es como niño no podrá entrar en el Reino de los Cielos, dice Nuestro Señor.
        Confianza en el mando, hay que tener confianza en quien guía nuestros destinos hacia la eternidad. Y mis miserias ¿ qué pasa con ellas? olvídalas,  deposítalas en el sacramento de la confesión y punto. Si tan solo lográramos poner en un porcentaje mayor nuestra confianza sólo en Dios y no en nuestras debilidades y en nuestra persona, la virtud afloraría por doquier. La gracia cohabitaría en nosotros y el cielo bajaría a la tierra haciendo de nuestra existencia terrena una pequeña anticipación de la vida en el cielo. 
        Finalmente, el alma queda en la encrucijada entre abandonarse totalmente a Dios o dejarse llevar por la desidia de su voluntad centrando su atención en sí misma. Ensimismamiento o abandono, he ahí el dilema para salvar al alma. Uno elije el camino, uno toma las decisiones de su propia fortuna, la respuesta es individual y no colectiva. Lo acepto todo o lo rechazo todo, no existen vías intermedias frente a un Dios que nos exige que demos una respuesta. Nos exige la respuesta por el solo hecho de vivir, ya que la propia vida nos pide dar una respuesta. Somos seres que nacemos con una carga moral, sí o no, acepto a mi creador con sus condiciones o lo rechazo.
     Pero ¿qué pasa con los talones de Aquiles de cada alma? ¿qué pasa con el depresivo que no ve otra salida que el suicidio? ¿ qué pasa con el concupiscente que no puede refrenar sus pasiones? ¿ qué pasa con el cleptómano que no puede dejar de robar? ¿ qué pasa con el mitómano? y ¿qué pasa con  cada una de nuestras tendencias desordenadas?. Lo que pasa con cada una de ellas, es que todas ellas, fueron permitidas por Dios como un medio necesario para pasar la prueba. Dios pide como prueba a su amor infinito orientar el desorden pasional al orden establecido por Él. Y para hacer eso, hay que confiar solo en las fuerzas del creador y no remitirse a un monólogo interno vacuo e improductivo para el alma al recriminarse por qué se tiene tal o cual inclinación.
     Lo peor que podemos hacer es recriminarnos a nosotros mismos, nada bueno puede salir se ese monólogo y lo mejor que debemos hacer es pedirle a Dios que nos dé su auxilio necesario para orientar nuestras debilidades y nuestra vida hacia lo que el cielo quiere y exige de nosotros.
           

   


          

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