martes, 14 de mayo de 2013

Nuestro Señor fundó una sola Iglesia.



              Cristo Nuestro Señor fundó una sola Iglesia. Esa Iglesia que fundó es la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana. Fuera de la cual no hay salvación. De hecho, todos los que están en el cielo pertenecen a la Iglesia Católica, ella es la esposa mística de Nuestro Señor.
            Entonces, ¿Por qué existen tantos grupos y movimientos eclesiales? Pareciera según esto que la Iglesia se divide y se convierte en pequeñas sectas según la cual se logra la unión por la persona del Papa. La verdad de tantos movimientos, ordenes religiosas y carismas se debe a que cada uno de los involucrados quiere vivir según un determinado consejo evangélico. Pero ese modo de vida que nace en el pasado con la formación de las Órdenes Religiosas según la vida de cada fundador, no puede llevar al extremo de deformar la doctrina. Cada uno de estos hombres de Dios tuvo una inspiración divina para hacer hincapié en una determinada misión que Dios quiso que se cumpliera aquí en la tierra en el tiempo y en el espacio donde les tocó vivir. Como cada ser humano tiene determinadas cualidades, Dios quiso sacar provecho espiritual de eso maximizando lo mejor de cada uno de los hombres que El escogió para transmitir su misericordia en provecho de las almas más pecadoras.
         Un ejemplo de lo anterior es San Benito, hombre de ascendencia noble que abandona la vida del mundo para vivir la vida de Dios en la pasividad de una caverna. Ese abandono del mundo por amor a Dios y por amor a las almas, es lo que motivó a otros a tratar de imitar ese modo de vida, y allí precisamente surge una Orden Religiosa  llamada Benedictinos. El fin es alcanzar la perfección de la vida espiritual tratando de vivir según un modelo de vida que involucra el abandono del mundo y las tentaciones de éste. Esa vida contemplativa traerá muchos frutos para la Iglesia. En esta orden como las posteriores que se fundaron a ella, y algunas anteriores como es el caso de la espiritualidad de los Padres del Desierto y la Regla de San Agustín, prevalece el deseo y el fin de vivir según el espíritu sometiendo al cuerpo al orden establecido por Dios.
        En la vida monástica, no había intención alguna en sectarizar la doctrina ni menos la Iglesia, todo se hacía por amor a Dios y su Iglesia. La Liturgia de las horas es un buen ejemplo de esto.
        Por el contrario, actualmente, los movimientos de Iglesia constituyen verdaderas sectas en lo doctrinario y en lo humano, dividiendo a la Iglesia según caprichos de hombres, pero sin asidero en Dios. Lo que se busca no es ya encontrar la perfección del espíritu, sino someter la doctrina bajo el escrutinio de la razón bajo pensamientos subjetivos de sus fundadores que por lo demás no vivieron en abandono al mundo, por el contrario, amaron al mundo no renunciando a éste. Estos movimientos laicales no buscan hacer apostolado para la Iglesia Católica, sino que buscan hacer apostolado para sus propios movimientos guiados por sus líderes espirituales que ejercen muchos de ellos algún tipo de coacción sobre las almas impidiéndoles encontrar en la riqueza de la Iglesia Tradicional el alimento necesario para alcanzar el bien espiritual de sus almas.
      Apostolado para el movimiento, pero en contra de la Roma Eterna. Ellos dicen que su riqueza está en la diversidad de carismas, pero esa diversidad de carisma lleva en la práctica una diversidad en la fe, y prueba de ello es que unos se precian de más ortodoxos y otros de mayor amplitud de criterio en la fe, es decir, se creen más avanzados por romper los cánones tradicionales que tan celosamente guardó la Santa Iglesia por miles de años.
       La novedad de los nuevos movimientos radica en esa simbiosis que se produce entre la Verdad Divina y el pensamiento moderno que proviene del hombre sustentado en filosofías que no nacen precisamente de Dios. Lo humano manipula lo divino y no viceversa, lo divino somete a lo humano.
     Hablar de las verdaderas intenciones que puedan motivar a actuar de esta manera es muy difícil de juzgar. Puede que exista mucha gente de buena voluntad que pertenezca de corazón a estos movimientos, pero esa buena voluntad se encuentra enceguecida por el error humano.
     Honestamente hablando se produce la Torre de Babel de los grupos eclesiales, esa confusión los lleva finalmente a apartarse de la Iglesia cerrando su doctrina hacia el interior del grupo y no externalizándose hacia la Iglesia de dos mil años, hacia la tradición que proviene de Dios.
     Cada uno de los involucrados se cree más santo que el otro, de hecho, algunos se dedican a producir santos en serie, llevando a todos sus superiores hacia los altares de Roma. Se masifican los procesos de beatificación por todo el mundo, tratando de legitimar de ese modo la impronta que su fundador hizo en su determinado grupo.
    Unos son de Pedro y otros de Pablo, pero ninguno verdaderamente de Cristo. Porque si fueran de Cristo, amarían a la Iglesia en el espacio y en el tiempo, respetando a Pedro desde el principio de la Iglesia. Porque ¿Qué es amar a la Iglesia?, amar a la Iglesia es amar primeramente a su  Divino Fundador, guardando lo que su Fundador quiso que se guardara como tesoro hasta el final de los tiempos. Eso que su Fundador ordena que se guarde como tesoro es la fe, esa fe es la verdad transmitida de generación por generación de manera inmutable e inalterable como medio necesario para poder alcanzar la salvación del alma. La fe nos da la vida eterna, ella es el vehículo que nos transporta  a Cristo. Sin fe, no pueden haber obras, sin obras no hay amor, sin amor no existe Dios. Sin Dios, no hay cielo, sin cielo, se vive en un infierno eterno, donde abunda el odio y el remordimiento.
     Nuestro tesoro es la fe, por que esa fe nos lleva al cielo. Desde el cielo se revela la verdad, esa verdad revelada debe retornar al cielo a través de las obras de misericordia materiales y espirituales.  Si no sabemos a ciencia cierta en qué creemos, no sabremos hacia donde vamos y si no vamos a ningún lado, entonces en nada esperaremos, sino esperamos en nada, vivimos sin esperanza, Si se vive sin esperanza, entonces, existimos estuviéramos muertos. Porque ¿Qué es la vida? La vida no es otra cosa que la participación en el ser divino, Él es la fuente del ser, de todo lo creado, del manantial de agua que no se extingue.
    En resumidas cuentas, no se puede jugar con el cielo, y no se puede castrar la inteligencia a la verdad, porque eso traerá trágicas consecuencias para el alma. La verdad, jamás podrá ser sectarizada ni mutilada por el arbitrio humano. Aunque los hombres callen, las piedras hablaran. Y al final, se descubrirán los impostores de la verdad, los mutiladores y los ciegos que guían a otros ciegos.

2 comentarios:

  1. Excelente, muy buen post. Coincido.


    Los movimientos post-conciliares son un verdadero desastre.

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  2. Querido amigo, coincido plenamente contigo. Tanto poder han acumulado en estas últimas décadas que NADIE en la jerarquía osa ponerles límites? A su paso dejan un tendal de heridos, tanto espiritual como psicologicamente. Dos hermosas jovencitas de mi barrio, hace 15 años, hoy se han convertido en sombras de seres humanos despojos desechables después de haber sido utilizadas por las huestes del marques... tendrán que dar cuenta del daño irreparable que hacen.
    Saludos transcordilleranos

    Carlos

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