DE RATZINGER A
BENEDICTO XVI
Después de cuarenta años de continuas decepciones, tal
parece que comienza a amanecer en Roma. Los cables nos han hablado de la
sorprendente popularidad del actual Pontífice, del Papa “conservador”, tan
opuesto a su progresista predecesor, y, de la no menos increíble recuperación
económica de la Santa Sede. Pero lo que realmente nos ha ilusionado ha sido el
reconocimiento de la legitimidad de la liturgia tradicional. Si bien el Motu
Proprio se ha referido tan sólo a la liturgia romana, purificada por san Pío V
- ¿por qué se han silenciado las venerables liturgias que convivían
pacíficamente con ella? -, y se mantiene como liturgia ordinaria la actual sin
alusión alguna a su necesaria reforma, a pesar de todo ello – en una palabra: a
la timidez del paso dado -, nos hemos sentido llenos de alegría.
Recuerdo que la elección de los últimos pontífices llenó de
angustia a algunos observadores bien informados. Dados los antecedentes de los
elegidos ¿qué podíamos esperar de ellos? Desde Juan XXIII que se esperaba un
cambio en su postura debido a su nueva misión, mas en vano. En busca de
consuelo y esperanza, se recordaba a Eneas Silvio Piccolomini, el poeta humanista
elevado a la Cátedra de Pedro en 1458. El Cardenal Piccolomini adoptó el nombre
de Pío II.
Este literato se destacó como conciliarista en el concilio
de Basilea, por lo que apoyó al seudo papa Félix V, y como secretario de
Federico II, quien lo coronó como poeta. Sus antiguos amigos humanistas
creyeron que sería tan mecenas como su antecesor Nicolás V mientras los
alemanes se congratulaban de ver a un conciliarista en Roma. A todos decepcionó
el nuevo Pontífice. A los primeros, al preferir la cruzada contra el turco al
dispendio de los tesoros de la Iglesia en obras de arte; a los segundos, al
confesar su “conversión” intelectual. De él es la célebre frase “Aeneam
reiicite, Pium suscipite” ; es decir: “Rechazad a Eneas, recibid a Pío”[1].
Sin embargo, suelen recalcar algunos eruditos, Silvio se
“convirtió” de una vida licenciosa - tuvo un hijo natural - y de sus ideas
erróneas mucho antes de ingresar a la carrera eclesiástica. Sirviendo al Emperador
advirtió la necesidad de la unidad que Roma aseguraba y, con el paso del
tiempo, pudo dominar su conducta. Por ello hay quienes nada esperan del actual
Pontífice ya que, hasta ayer, sostuvo ideas muy lejanas a las doctrinas que
siempre han sido consideradas fundamentales en nuestra tradición ortodoxa.
Permítasenos ejemplificar la situación con un ejemplo.
El 19 de enero de 2004, el aún cardenal Ratzinger,
participaba en un encuentro con Jürgen Habermas, sociólogo marxista, realizado
en la Academia Católica de Baviera. El tema era “Los fundamentos morales
pre-políticos de un Estado liberal”[2].
La ponencia del Cardenal se intitulaba: “Democracia, derecho y religión”.
Resulta significativo que los únicos autores citados por el Cardenal en esta
ocasión fueran Carl Schmitt, Martin Heidegger y Leo Strauss; todos alemanes[3]
y contemporáneos.
La democracia debe someterse al derecho, nos enseña el
Cardenal. ¿A cuál? Al que elija el pueblo, confiesa democráticamente. Sin
embargo, como las mayorías pueden ser ciegas, no basta. ¿No habrá algo bueno o
malo, lo acepten o no las mayorías?, se pregunta. Dada la experiencia alemana
cuando fue gobernada por el socialista Hitler, es lo menos que se podía esperar
de su ponencia. Dicho con otras palabras: ¿Qué puede fundamentar el derecho ya
que las mayorías no bastan?
Nuestro Teólogo nos recuerda a Grotius y von Pufendorf y su
jusnaturalismo, válido más allá de las fronteras de las religiones. Esta idea
tuvo gran éxito en la Iglesia, nos asegura, como si los teólogos medievales no
hubiesen hablado de él con tanta anterioridad y mayor éxito. Por desgracia,
continúa, esta idea se ha embotado, por lo que no la va a usar en este debate.
Quedamos sorprendidos. Por mucho que una idea no goce de la penetración
antigua, si es acertada, no debe abandonarse sin razones graves. Pero nuestro
Cardenal satisface nuestra inquietud con reflexiones que hay que observar con
calma.
“La idea de derecho natural presuponía un concepto de
naturaleza donde la naturaleza y la razón se compenetraban, donde la naturaleza
misma era racional. Esta visión ha sucumbido desde que triunfó la teoría de la
evolución. La naturaleza, en cuanto tal, no sería racional, si bien se dan en
ella comportamientos racionales. He aquí el diagnóstico que nos presentan a
partir de ese momento y que parece ser imposible de contradecir en la
actualidad”.
Nos sentidos asombrados. Más aún cuando el Cardenal cita
como autoridad el libro de J. Monod: “Le hassard et la necessité” (Azar y
necesidad), refutado hace ya bastante tiempo. A decir verdad, la teoría de la
evolución es mantenida por dogmatismo fundamentalista y nada más. A su falta de
pruebas científicas hay que sumar los hechos que la contradicen con evidencia;
hechos a los que simplemente no aluden siquiera sus fanáticos. Mas no
insistamos en este punto al que nos hemos referido en muchos artículos. ¿En qué
va a apoyar nuestro Teólogo al derecho que dirige a la democracia? En los
derechos humanos, por supuesto. Tampoco nos referiremos a este aspecto de la
cuestión porque le hemos dedicado muchas páginas para mostrar la inmoralidad en
que se basa toda la teoría de tales derechos inalienables y absolutos. No es que
los derechos no sean tales, en determinadas circunstancias, eso sí; sino que la
teoría supone la superioridad del bien privado sobre el común, lo que
constituye al cima de la inmoralidad.
Limitémonos, pues, a observar la gran diferencia que separa
al humanista del siglo XVI del teólogo del XX. El primero se “convirtió” mucho
antes de asumir el sumo pontificado, el segundo acepta ideas muy lejanas a
nuestra tradición tan solo ayer. ¿Ha habido un cambio en el pensamiento del
actual Pontífice en torno a tan delicada doctrina? Me parece que sí.
El 12 de febrero de 2007, apenas cuatro años después del discurso
reseñado, el Sumo Pontífice se dirigió a los asistentes a un congreso
organizado por la Pontificia Universidad Lateranense[4].
En él desarrolla esos conceptos que, por obsoletos, había abandonado.
Comparemos las nuevas aserciones del Pontífice con las antiguas del Cardenal.
En parte de su discurso se refiere al conocimiento cada vez
mayor alcanzado por la ciencia en su esfuerzo por penetrar en “las estructuras
racionales de la materia”. Comparemos: En el anterior había negado que la
naturaleza fuera racional, ahora sus estructuras lo son, ergo…; vemos, pues,
una profunda transformación en su noción de naturaleza.
Continúa el Pontífice: Nuestros padres sí que comprendían
el mensaje moral que la naturaleza nos da y hablaban de una “lex naturalis, ley
moral natural”. Comparemos: Justamente ésta es la base del jusnaturalismo que
citaba el discurso anterior y que rechazaba por ser incompatible con la ciencia
actual. Lo que nos ocurre, aclara el Papa, es que hoy se suele usar un concepto
de naturaleza meramente empírico, en vez del metafísico usado otrora. Buena
distinción de la que podría haber hecho uso en el discurso anterior en vez de
acudir a los Derechos Humanos.
Sigamos leyendo el nuevo discurso. Esta ley está escrita en
el corazón del hombre y su verdad es común a todos los hombres. Ella contiene
la verdad del ser humano, esa “lex naturalis” que nos rige a todos por igual.
Ya no es, pues, en los derechos humanos donde hay que ir a buscar esas normas
superiores a las mayorías circunstanciales, agrego yo, sino a las “normas
inderogables y obligatorias, que no dependen de la voluntad del legislador…
pues son normas anteriores a cualquier ley humana y, como tales, no admiten
intervenciones de nadie para derogarlas”. Volvamos a comparar: Ahora sí que
estamos en la visión tradicional que ve en la ley natural el fundamento de
todos los deberes y derechos, por muy “humanos” que se declaren. Por lo mismo,
insiste el Pontífice, “todo ordenamiento jurídico… encuentra su legitimidad, en
último término, en su arraigo en la ley natural, en el mensaje ético inscrito
en el mismo ser humano”. Y no en los famosos derechos humanos, comentamos por nuestra
cuenta.
No podemos resistir la tentación de citar un párrafo, un
tanto largo, que muestra el vuelco producido en las ideas del Pontífice, en
comparación con el discurso anterior:
“La ley natural es, en definitiva, el único baluarte válido
contra la arbitrariedad del poder o los engaños de la manipulación ideológica.
El conocimiento de esta ley inscrita en el corazón del hombre aumenta con el
crecimiento de la conciencia moral. Por tanto, la primera preocupación para
todos, y en especial para los que tienen responsabilidades públicas, debería
consistir en promover la maduración de la conciencia moral… La ley inscrita en
nuestra naturaleza es la verdadera garantía ofrecida la cada uno para poder
vivir libre y respetado en su dignidad”.
¿Está claro? Solo faltó añadir que los “Derechos Humanos”,
absolutos e inalienables, no son más que el fruto de esa manipulación
ideológica que él denuncia. Ahora, sin ninguna timidez, le aclara a los
gobernantes de todas las naciones que deben someterse a la lex naturalis
grabada en nuestra naturaleza por la “Razón creadora”, fuente de todos nuestros
deberes y derechos.
Si en este tema crucial, tanto en la ética monástica como
en la política, ha habido un cambio tan radical y favorable, este regreso
insospechado a la doctrina ancestral, hay esperanzas de que tal fenómeno se
repita en otros ámbitos intelectuales y vuelva a resurgir la inteligencia en la
Iglesia.
JUAN CARLOS OSSANDÓN VALDÉS
[1] Cfr. LLorca… “Historia de la Iglesia Católica” vol. III. BAC. Madrid.
1967. Págs. 378-382.
[2] Cfr. Editorial de la revista
“Le Sel de la Terre” Nº 54. 2005 págs. 1-10.
[3] Si bien Strauss es
norteamericano, su origen alemán es indesmentible.
[4] Cfr. “Discurso del Santo Padre Benedicto XVI en torno a la ley moral
natural”. Revista Politeia. Nº 2. Santiago. Chile. 2007. págs. 23-25.
Ratzinger el sofista parece que hasta ha logrado engañar a Ossandon Valdes..... increíble, Ratzinger no cambió nada, solo una vuelta de tuerca en su mencheviquismo. ¿y lo sobrenatural que??? Dios no nos hizo para que nos quedemos en lo natural señores....
ResponderEliminarConforme ya hemos mostrado, otro propósito del Cardenal Raztinger fue la demolición de la doctrina anterior de la Iglesia, al decirnos que la doctrina del Vaticano II era un “Anti-Syllabus”, es decir, «una tentativa de reconciliación oficial con la nueva era inaugurada en 1789», y un esfuerzo para corregir aquello que se atrevió a calificar de «unilateral la posición defendida por la Iglesia, bajo los Pontificados del Beato Pío IX y de San Pío X, en respuesta a la situación creada por la nueva fase de la Historia, que se inició con la Revolución Francesa …»11 Para dejar todavía más explicito su rechazo de la solemne e infalible doctrina del Beato Pío IX, Cardenal Ratzinger declara que, en el Concilio Vaticano II, «la actitud de desconfianza crítica, con relación a las fuerzas que han dejado su impronta en el Mundo Moderno, debe ser sustituida por un entendimiento con el movimiento de dichas fuerzas.»12 Esta opinión de Ratzinger colide frontalmente con la doctrina del Beato Pío IX, de que la Iglesia no debe «reconciliarse y transigir con el progreso, con el liberalismo y con la civilización moderna.»
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