sábado, 17 de agosto de 2013

La fragilidad de la vida.

      Vivimos prestados en este mundo. En cualquier momento Dios nos llama a rendirle cuenta. Pareciera ser que ese momento parece lejano para nosotros. Pero no lo es.
      Nuestra vida tambalea día a día sin que nosotros tengamos conciencia de ello. Y es mejor por un lado que no centremos nuestra existencia en la muerte. O si no viviríamos con paranoia. Otra cosa es vivir el día pensando siempre que tendremos que dar cuentas por nuestros actos.
      Sin duda, lo ocurrido con Beatrice fue una sorpresa. Nunca pensé que su vida podía tambalear tan rápidamente. Las lecciones que nos deja esta repentina gravedad de su estado de salud son siempre las mismas. Debemos meditar sobre nuestra propia muerte. Debemos pensar que somos apenas un suspiro en medio de una gran ventolera. Nuestra vida es efímera e insignicante.
      Los más de siete mil millones de personas que somos parte de la humanidad tendremos que partir obligatoriamente de esta vida. Ahí habrán quedado recuerdos, pensamientos, muchos pecados, alegrías y penas. Y al poco tiempo ya nadie nos recordará. Esa es la historia de la pobre humanidad, esa es la historia de un hombre como tu y como yo. Con un pasado, con seres queridos, con triunfos, con grandes derrotas, con esperanzas y desesperanzas. ¿Y después qué?, me refiero a que después de esta vida qué. ¿El cielo? ¿El infierno?, que se yo, espero que sea el cielo para que esta vida haya tenido sentido.
     Los seres humanos somos animales parlantes, los únicos animales con aquella peculiar manera de comunicarse. Somos capaces de trasmitir a otros nuestras reflexiones acerca de la vida, de nuestras vivencias, de nuestra manera de ver el mundo. En resumidas cuentas, los territorios geográficos que nos separan son sólo barreras física de una sola humanidad. El tiempo a su vez también es otra barrera que separa a la humanidad en las distintas épocas en las cuales le ha tocado vivir.
     Pero el hombre siempre es el mismo, los mismos pecados, las mismas envidias, los mismos motivos para la guerra, las mismas ambiciones. Pareciera ser que llevamos codificadas nuestras conductas que se transmiten de generación en generación.
    El miedo a la muerte, todos le tememos de una u otra manera a la muerte. Le tememos a lo desconocido, sabiendo que llegamos a este mundo en esas mismas condiciones, como intrusos en algo grotesco que con el tiempo se transformó en nuestro hogar. Así será con la muerte, llegaremos como intrusos a un mundo nuevo para nosotros que habrá sido sellado en el momento que nos tocó vivir.
     Somos ciudadanos de paso, somos viajeros por el mundo. Transeúntes en medio de una vorágine de situaciones, de historias, las de ustedes, la mía, la de Beatrice y la de siete mil millones de personas. Cada una distinta, cada una con sus alegrías y sus penas, cada una con sus conflictos internos, cada una pensando qué va a ser mañana, cuando quizás el mañana nunca llegue.
    El derrotero de la vida nos lleva a vivir múltiples situaciones que jamás pensamos que nos tocarían. Muchos de los actuales millonarios, de los actuales políticos, de los actuales intelectuales, escritores, artistas, pintores, jamás nunca en su cabeza se les ocurrió que lograrían llegar tan alto dentro de la sociedad humana.
      Otros jamás pensaron la mísera vida que llevarían a lo largo de los años. La pobreza, la enfermedad, la soledad, el hambre, el abandono, la melancolía, la desesperación y en fin cuanta penuria nos podamos imaginar. ¿ Por qué algunos sí?¡¿Por qué algunos no? me refiero a la clase de vida, a la vida benevolente y otros a la vida miserable. No existe una respuesta humana para el fenómeno, Dios conoce los motivos, sólo Él sabe desde la eternidad por qué permite ciertas cosas y por qué no.
         Comprender los misterios insondables de Dios es imposible. Pretender comprenderlos es una necedad, depositar nuestra confianza en el creador es una virtud. Por más que especule frente a estos temas, me estaré dando golpes contra la pared una y otra vez. Por husmear lo que no debo ni puedo comprender.
          Bueno amigos, los dejo con esas breves reflexiones. Cada día tiene su afán, y cada persona tiene en resumidas cuentas su propia historia. Y esa historia de los recovecos de su ser tiene un sello, ese sello es de a dos, está entre el alma y Dios. Los demás somos todos expectantes en medio de una gran película, la película de la vida.

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