martes, 24 de septiembre de 2013

Extracto de Inespectatus Occursus.


Capítulo 1 

 

                                 Quería tan sólo intentar vivir lo que tendía a brotar espontáneamente de mí, ¿por qué había de serme tan difícil?”                H.Hesse

 

            Después de una agotadora jornada de clases Matthew pudo por fin volver a su casa. El día había sido realmente pesado y desagradable ya que había tenido que enfrascarse en una serie de discusiones intelectuales para muchos inútiles. Especialmente difícil resultaba para él tener que batirse en debates, sobre todo por su carácter tan poco dado a este tipo de cosas que al final sólo lograban apesadumbrarlo más. Pero él sabía y siempre había pensado que no podía callar cuando tenía que defender su postura. Le era imposible permanecer en silencio cuando escuchaba que se atacaba, que se vilipendiaba lo que él amaba y sobre lo cual tenía puesta su vida.

              Se sentía fatigado, caminaba lentamente llevando un pesado maletín de cuero lleno de trabajos para corregir, libros para estudiar y su acostumbrado cuaderno de pensamientos y poemas que lo acompañaba a todos lados. Su alta y esbelta figura caminaba pausadamente absorto en pensamientos que le desgarraban el alma. A sus veintidós años vivía abrumado por persistentes contradicciones, por recuerdos que se agolpaban a cada instante en su mente. Caminaba por esa añosa calle que conducía a su casa y que era parte inseparable de su vida diaria. Para él no era una simple calle por donde transitaba, sino que  era fuente de fuertes recuerdos.  Esta calle en  penumbras  le traía a la mente tantas añoranzas  que le comprimían el alma y no podía dejar de sentir ese cosquilleo en el estómago cada día cuando circulaba por allí.   A esa hora estaba vacía y parecía eterna: “Todo está tan vacío y sólo me acompaña el recuerdo…..el  recuerdo. Se pueden decir muchas cosas, pero todo se reduce a dos puntos: el recuerdo te duele o te alegra. Duele cuando comienzas a rememorar aquellos acontecimientos o a aquellas personas que un día estuvieron contigo  y que ya no lo están; duele porque se siente la impotencia de no poder volver a revivir tu experiencia en la realidad, sólo puedes hacerlo en la  mente y eso es insuficiente. Recordar un abrazo, una caricia no es lo mismo que sentirla en ti y por más que trates de escarbar en tu mente, no puedes volver percibir en tu piel aquello que ya pasó. Es así como me doy vueltas y vueltas en mi cabeza tratando de revivir lo vivido, y al pasar por aquellos lugares que han significado algo importante para mí  por dentro mi alma comienza temblar por la angustia de no poder hacer nada, absolutamente nada, más que soñar.  Y claro está que junto al dolor, como si fuera una inexplicable contradicción viene el recuerdo que también alegra. Cuando se piensa: aquí estuve con ella, con mis amigos,  y…. la calle o lo que sea toma un nuevo significado que eso sí, jamás podrá ser borrado. El lugar que antes para mí no constituía más que un punto rutinario, se vuelve ahora un lugar con significado especial, un espacio importante. Y a pesar del  dolor de la pérdida, mi rostro esboza una tímida sonrisa y un escalofrío corre por mi cuerpo haciendo vibrar con estrépito mi corazón, sintiendo en mi estómago un cosquilleo que me hace soñar.  Vienen a mi mente esas palabras de Kierkegaard, cuando decía en La Repetición que: “La gran ventaja del recuerdo es que comienza con una pérdida, por eso está tan seguro, pues ya desde el principio no tiene nada que perder”  Me siento tan abandonado, tan solitario, me tortura pasar cada día por esta calle tan llena de vivencias. Sin embargo en mi casa me esperan. No debiera sentirme así, pero ¿qué le voy a hacer?, ¿será mi anhelo de amar el que me tiene vuelto loco?”

           Suspirando Matthew atravesó la calle y abrió la vieja puerta de fierro que conducía a un pasillo lleno de rosas y flores hasta un porche donde estaba la entrada de su casa donde vivía desde que nació. Era una añosa casa de madera con muchas habitaciones. Su familia es relativamente numerosa: él es el mayor de cinco hermanos y una hermana, y cada uno gracias a Dios, tiene su propia pieza. Su habitación está en el segundo piso y da hacia la calle desde donde también pueden verse los techos y los jardines de los vecinos. Allí tiene su mundo, su violín, su música, sus libros, sus hobbis y sus escritos. Pasa gran parte del tiempo  escribiendo o tocando hermosas y melancólicas piezas con su violín cuando no está en la universidad o entrenando en la pista atlética. Junto a la ventana se pasa largas horas tan sólo mirando el horizonte, en especial a la hora del ocaso cuando el sol  comienza a ponerse y se  puede sentir esa penosa y al mismo tiempo placentera añoranza. Es una pieza acogedora y tiene todo lo indispensable para estar cómodo tanto a la hora del estudio como en la del descanso. No puede pedir más ni tampoco le interesa, a pesar de sus angustias  y de sentirse incompleto está tranquilo en su mundo y nada ni nadie podrá, según él cree, arrebatarle la paz, la paz que tanto le ha costado conquistar.

          Sacó las llaves de su abrigo y silenciosamente entró en su casa y al entrar se topó con la nana que cabeceaba intentando tejer en el living. Ella le estimaba muchísimo, pues lo conocía desde que nació y siempre había sido su regalón. Matthew  a pesar de su timidez y de ser de pocas palabras siempre ha sido muy cariñoso y respetuoso con las personas que le rodean buscando siempre molestar lo mínimo.

 _ Hola Nanita,  llegué.

 _ Me tenía preocupada mijito, ya está oscuro y la calle se pone                                                                              peligrosa a esta hora.

_ Sí, es verdad, se ven sombras extrañas en la calle al atardecer, pero siempre voy atento por si sale alguien detrás de un árbol a acuchillarme…claro que lo único que podrían robarme es un maletín viejo con libros que no le interesan a nadie. Gracias por esperarme nanita - decía mientras se sacaba el abrigo y un gorro de lana del cual  nunca se despegaba en invierno-. Tuve un día fatal, ¿dónde están todos?

_ Su papá tiene turno en el hospital y su mamá tuvo que salir con  su hermano chico a comprarle un material para el colegio.  Sus otros hermanos también salieron y arriba sólo está Christiancito en su pieza estudiando.  Su mamá estaba bien enojada con el Sean,  porque siempre espera hasta última hora para hacer sus tareas.

_ Típico en él. Bueno, no se preocupe por mí que no voy a comer,  no tengo nada de hambre. Voy a subir  a acostarme al tiro, estoy muy cansado. Lo único que quiere es tirarme en mi cama. Hoy día llegué a las 7 de la mañana a la universidad y…ya son las 7 y media…llevo doce horas fuera de la casa. Estoy muy cansado, no sé por qué hoy lo estoy tanto.

_ Oiga Mateito, ¿a qué no sabe mi niño quién lo vino a ver hoy día?

_ ¿A mí?

_ Sí pues, su amigo, Manuel Etcharren…¡ah! Pero como usted no estaba le dejó una notita.

_ ¿Etcharren  vino a la casa?

                      El rostro de Mansfield se puso blanco y tomando el sobre lo miró perplejo. Su nana al ponerse de pie para arreglar el fuego de la chimenea, lo miró de reojo, pues había notado que la inesperada aparición de Manuel  había hecho cambiar la actitud de Matthew.

_ ¿Qué le pasa mi niño? Tiene una carita. Pareciera como si se le hubiera aparecido un fantasma. Yo pensé que se iba a alegrar de que Manolito lo viniera a ver después de tanto tiempo.

          Pero el muchacho - que se había acercado al fuego y había apoyado su frente en la chimenea-  apenas había puesto atención a lo que ella le decía. Su mente se hallaba lejos de allí y sentía como si el pasado le hubiese hecho una visita para la cual él no estaba preparado. Había tardado mucho tiempo en recuperarse de las heridas que le causó la pelea con su mejor amigo, había tenido que luchar contra un montón de pensamientos de soledad, de sentirse abandonado, de haber perdido la fe en la amistad y de haber tenido que encerrarse más en su mundo. Y ahora sin más aviso  Manuel se aparecía de la nada dejándole más encima una carta.

_ ¡Matthew le estoy hablando!

_ Disculpe nanita, sólo estoy sorprendido. No esperaba esta visita. Hace tres años que no veo a Manuel, no he sabido nada de él, pensé que le había pasado algo incluso….Me voy arriba, gracias por esperarme y buenas noches.

           Tomando su maletín subió las escaleras pausadamente mirando el sobre, sacó las llaves de su pieza, abrió la puerta. Sacó del maletín los anteojos para leer y tirando el maletín a la cama se acercó al escritorio y abrió el sobre. La hoja tenía el membrete de la universidad de Manuel y en ella con una letra y un contenido algo confuso podía leerse:

“Perdido en el vacío de la existencia, sin saber  dónde estirar la mano, cayendo a lo ilimitado bajo el peso de sentirse traicionado por mi propia vida, intento soportar como un desesperado los embates de lo cotidiano y  los sueños de la noche. Y no teniendo el valor de acabarlo todo de una vez, sigo con la cobardía de vivir engañándome a mí mismo y a los que me rodean. ¿Quién tiene la culpa de todo  esto? No lo sé, sólo sé que no pedí la existencia y aún así aquí me tienes, amigo, exponiéndome a un continuo sufrimiento que ya no soy capaz de tolerar. ¿Crees que habrá alguien afuera que quiera salvarme de mi desesperación? ¿Crees, hermano que haya alguien a quien yo quiera que me quiera como yo le quiero?

            Viejo, pareciera que la realidad con todo su contenido se burlara de mi miseria, de mi forma de ser, de la porquería que he sido… ¡y con razón! Pues por más que algunos intenten engañarme con sus palabras de compasión, no les creo, porque ¿hasta dónde llega la sinceridad de su testimonio?….Ya que todo parece ser una asquerosa carrera sangrienta  donde no es posible escapar.

           Necesito poder hablar contigo, a pesar de lo que pasó y de que sé que estás dolido conmigo. Por favor, sólo necesito que un viejo amigo como tú me escuche y si puedes decirme algo te lo agradecería eternamente. Eres la única persona en este mundo que puede escucharle y darme un buen consejo. Perdóname flaco, sé que te hice sufrir con mis tonteras. Pero no me he olvidado de lo que me dijiste la última vez que nos vimos, cuando nos peleamos, eso de que podía acudir a ti, y espero que tú tampoco hayas olvidado tus promesas.  Te espero mañana a las 6 p.m en el Muelle Vergara”

                        Mansfield tenía el rostro encendido de rabia, de pena, de sentimientos encontrados y  contradictorios. Ahora que estaba en paz consigo mismo de un momento a otro se aparecía Manuel con una carta tan extraña y tan lejos de ser el Manuel que conocía, que simplemente no lo podía creer y no sabía qué pensar.  ¿Acaso creía que era llegar y aparecer y dejarle una carta que parecía un grito desesperado?….y todo esto se lo decía a él, sí a él que también tenía sus problemas y confusiones. ¿Qué podía decirle?

                         Leyó la carta nuevamente y algo más calmado pensó que tal vez la Providencia lo estaba llamando a realizar una obra de caridad, y que mejor que hacerlo con quien había compartido su infancia y adolescencia. Era la oportunidad de hacer algo por quien él tuviera un gran aprecio  y por aquel amigo que le había también aconsejado cuando lo había necesitado. A fin de cuentas Etcharren había sido su único confidente, pues sabía de sus miedos, de su angustia. Pareciera que ahora los papeles se hubieran invertido y si le pedía ayuda en una forma tan desesperada, tenía que socorrerlo a pesar suyo. Muy a pesar suyo porque por sobre todo tenía miedo de verlo y de enfrentarse con él. ¿Qué iba a hacer cuando lo viera? ¿Le temblaría la mano al estirársela para saludarlo? Pensaba que hasta podría llegar a emocionarse y a él no le gustaba que lo vieran en esas circunstancias.

                            Dejó la carta dentro del sobre encima del escritorio y sacando el violín de su estuche se puso a tocar esa canción que amaba tanto. Cerró los ojos y comenzaron los recuerdos.  Volvieron a pasar por su mente las imágenes de su adolescencia no tan lejana que estaban acalladas en el silencio de un pasado que se negaba a aflorar. Surgieron así las remembranzas  de los días en que junto a Etcharren pasaban las vacaciones en el campo de éste. Y en especial le vino el recuerdo de aquella vez en que ambos subidos en el techo de la casa para comerse a escondidas unas uvas que habían sacado sin permiso del huerto,  Manuel tras haberlo repensado por un largo tiempo, le confesó que estaba enamorado de su hermana Isabel.

_ ¿Por qué no te le juegas y le pides pololeo? A mí no me importa, de hecho prefiero tener un cuñado conocido que un diablo desconocido.

_ Tenía pensado pedirle pololeo cuando volvamos a Viña, pero tengo miedo. A lo mejor debiera poner los pros y los contras en una balanza. Una decisión así para mi es súper importante, no es un juego y no quiero herirla. Yo amo a tu hermana y no quiero hacerle daño. Debo examinar bien las consecuencia de lo que me dispongo a hacer. Para mí esto es como  lanzarme al río sin saber su profundidad ni su torrente. De solo pensarlo me duele el estómago, nunca me había sentido así. Oye Mansfield no te rías. ¿Tú crees que no me ha costado contarte esto a ti payaso?

_No me rio de que tú quieras pololear con la Isa, lo que me da risa es que eres más siútico para decir las cosas. Podrías dedicarte a hacer guiones para teleseries cebollas. Te lo pasas todo el día leyendo leseras y cada día estás más grave para hablar. Mucho Lord Byron, mucho Woodsworth y la cabeza trastornada con romanticismo no hila bien.

                       A Matthew le molestaba muchas veces la manera en que Manuel se expresaba. No le molestaba porque fuese rebuscaba, sino porque siempre se había sentido en una posición tan menoscabada con respecto a Manuel en el plano de la expresión oral. A Matthew le gustaba más escuchar y solía guardar silencio en muchas ocasiones. No sabía expresarse bien, no sabía cómo lanzar lo que llevaba dentro sin sentirse avergonzado.

_ En fin viejo, ¿qué tanto te puede pasar? A lo más que te diga que no. Lo cual va a significar que no podrás volver a poner un pie en mi casa sin que se te caiga la cara de vergüenza. Pero si no  haces algo nunca sabrás si te equivocaste o no.

_ O sea que haga lo que haga estoy fregado. Lo dices de una manera tan alentadora que mejor no te lo hubiera contado. Te insisto que para mí es algo súper serio, no voy a jugar con tu hermana. Pero para qué te cuento esto...más encima eres su hermano…y su hermano mayor para colmo.

_ ¡No le pongas tanto! Yo no lo pensaría más. Además tú siempre le has gustado a la Isabel. Yo que tú me la juego y punto, y si no te resulta, te olvidas de ella.

            Nunca olvidaría la cara con la cual Manuel lo miró cuando le dijo eso. Parecía como si un hombre mayor lo estuviese reprendiendo por su superficial manera de hablar y por su atolondrado pensamiento.

_ Matthew Mansfield Bradley, eres  un niño. Todavía te falta mucho que aprender de la vida, te falta madurar hermano, te falta vivir la vida fuera de tu burbujita.

          Este tipo de observaciones eran las que enfurecían a Matthew, pero guardaba silencio porque reconocía que su amigo en el fondo tenía razón.

            Sin embargo, no pasaría mucho tiempo para que esta amistad comenzara a enfriarse. Manuel no se atrevió a pedirle pololeo a Isabel Mansfield y junto con entrar a la universidad a estudiar ingeniería fue cayendo en un peligroso juego de funestas amistades e ideologías  que le llevaron a  perder la cordura, las convicciones,  la fe  e incluso a sus viejos amigos.

                Nada pudo hacer Matthew en ese tiempo para volverlo a la senda correcta. Las palabras no lograban expresar lo que quería darle a entender a su amigo. Las ideas se le agolpaban en su mente como una maraña enredosa que hacía que lograra el efecto contrario.

                Las discusiones se habían hecho tan insoportables que hasta los ensayos del conjunto musical en que ambos tocaban - Manuel el piano y él el violín- se tornaron  inaguantables por la prepotencia  de Manuel. Un tiempo antes de pelearse para siempre, la discusión sobre la “pobre interpretación” de un tema favorito de ambos por parte de Matthew, había sacado a Manuel de sus casillas terminando de una vez por todas con el trío de músicos.  

_ Escúchame bien Mansfield para que te quede bien clara la cosa: yo soy el director y si tú no eres capaz de tocar tu violín como yo quiero hasta aquí ni más llegamos con el ensayo y  con el grupo. Lo siento por ti Carlitos (que  era el cellista), pero este pelmazo no hace las cosas como debe.

_ ¿Qué te pasa Manuel? Estoy tocando igual que siempre, pero si a ti no te gusta, problema tuyo. Si no quieres que siga, no tengo ningún problema en retirarme y dejarlos tranquilos. Búscate otro violinista, a ver si va a querer tocar la cebolla que elegiste de repertorio.

_ Oigan amigos, no se peleen. Partamos de nuevo, total aún  tenemos tiempo para ensayar hasta antes del recital. Tendríamos que ser muy tontos  como para   deshacer el grupo ahora que nos están llamando por todos lados.

_ No sé pos  Carlos, Manuel sabrá, él es el “director” de la media sinfónica. Yo por mi parte me voy. Estás mal Manuel, lo siento por ti, pero estás inaguantable.

           Ese fue el fin del conjunto y el principio del quiebre. Progresivamente sus intereses  se fueron poniendo absolutamente opuestos.   En efecto, llegó la ocasión que cortó  como una afilada navaja el vínculo fraternal que habían compartido durante tantos años. Era doloroso para Mansfield observar como su mejor amigo se perdía poco a poco. Este pensamiento no podía sacárselo de la cabeza, pues sabía que su actitud no era más  que  una falsa alucinación por cosas que Manuel no había conocido y que estaba comenzado a experimentar.

                          Finalmente lo que hizo reventar la situación, ocurrió al poco tiempo de haber terminado con el conjunto de música. Se había organizado una fiesta universitaria entre las dos universidades más grandes de la zona, donde cada cual estudiaba ya el segundo año. Pero no era una fiestecita muy proba, sino que más bien parecía una bacanal dionisíaca donde se podía esperar cualquier cosa. Matthew bastante reacio a asistir a este tipo de eventos había llegado casi al final en gran parte preocupado por Manuel, con el ánimo de llevarlo en el auto de su papá a su casa sano y salvo. Tras echar un vistazo al lugar divisó en un rincón apoyado contra el muro a su amigote, medio borracho y semidormido con un cigarro encendido que estaba a punto de caérsele de los labios. Avanzó a través de una nube de humo, haciéndole el quite a las parejas que bailaban en medio del salón. Se paró frente a Manuel y sin saber qué decirle, sólo atinó a tomarlo del brazo para levantarlo e intentar sacarlo de ahí. Pero Etcharren totalmente descontrolado lo empujó con tal fuerza que por poco lo bota al suelo.

_ ¿Te conozco para que te atrevas a tomarme del brazo? ¿Qué te crees que eres, mi papá acaso? Ándate por donde mismo te viniste Mansfield, cobarde, maldito atormentado. Ya poh, se consecuente alguna vez en tu perra vida. Te llenas la boca con Dios y todo eso y te la pasas tremendamente angustiado. Déjame tranquilito a mí con mis amigos, porque éstos sí son amigos de verdad.

               Matthew estaba desconcertado, perplejo, no podría creer lo que oía y la humillación a la que estaba siendo sometido. Mirándolo a los ojos, enfurecido por lo injusto de esas palabras  le dirigió, casi llorando, un discurso que pondría término a casi quince años de fecunda amistad.

_ Pensé que me estimabas en algo Manuel. Me has herido profundamente, pero yo ya hice todo lo que pude contigo, eres libre y has elegido esto. Sólo te digo una cosa: en honor a nuestra amistad de toda la vida y porque te aprecio como a un hermano si me buscas nuevamente no tengas dudas que voy a estar ahí, esperándote. Tengo la nobleza suficiente como para saber perdonarte, pero yo no me voy a molestar como ahora en sacarte del hoyo donde te encuentras. Tú mismo me dijiste que no soy tu papá, tú sabrás. En todo caso, lo siento, lo lamento mucho por ti, me da pena que esto te esté pasando, no te imaginas lo que me duele verte así.

          Desde esta lamentable fecha hasta que llega  la carta, Matthew no había sabido  nada de Manuel y  tampoco había querido saber porque le hacía mal pensar en eso. Le afectaba el ánimo y no quería seguir viviendo acongojado.

         Había dejado el violín en su estuche y acostándose no podía conciliar el sueño pensando cómo sería su encuentro con su viejo amigo. Sin poder dormir se levantó a media noche, se sentó en su escritorio y trató de comenzar a corregir los trabajos de sus alumnos. En esto estaba cuando Isabel, su hermana que le seguía en edad tocó a su puerta extrañada de que a esa hora su hermano mayor hubiese encendido la luz.

_ ¿Matthew estás bien?

_ Pasa  Isabel, estoy bien.

_ Hola hermanito, mira la hora qué es.  ¿Por qué te levantaste?

_ No podía dormir…., estoy desvelado. No te vi en la facultad hoy, estuve esperándote para venirnos juntos a la casa. Tu sabes que no me gusta nada que te vengas sola tan tarde. 

_ No te pude avisar, porque me vine antes con unas amigas. Oye Matthew, la nana me contó que vino Manuel a buscarte. - Matthew dio un suspiro y echando su cabeza para atrás pensaba en que a esa hora ya toda su familia se había enterado de la aparición de Etcharren.

_ Sí, al parecer vino un poco antes que yo llegara. Para mí era tema cerrado y enterrado. Había comenzado a superar mi duelo y no te imaginas lo que me  ha costado hacerlo. Yo converso mucho contigo y te cuento muchas de mis cosas, pero hay otras  que no te digo, son cosas de…. No quiero decir de hombres, pero no es lo mismo conversar con tu hermana, o con tus hermanos más chicos que con tu mejor amigo. Y de un día para otro Manuel me manda a freír monos mientras lo veo hundirse y yo me quedo solo, aunque no lo creas, me quedé completamente solo a pesar de  tener muchos compañeros y amigos, porque él era mi confidente. Tú me conoces bien, no soy una persona que sobresalga, soy de bajo perfil y hasta era la sombra de Etcharren en todo lo que hacíamos. De pronto no tuve a quien acudir para confesar mis penas y me quedé a la deriva. Fue como si se hubiera muerto un hermano del alma y recién ahora  que lo estaba superando, este verdadero luto, me sale con esta visita y una carta que me deja consternado. No te voy a decir que soy un hombre  feliz, eso no lo creo posible en mí, pero al menos estaba tranquilo y mis pensamientos, mis dudas y todo lo que pude haberle dicho a mi amigo lo escribo y  aunque no es lo mismo, al menos me sirve de consuelo, porque me desahoga. No sé qué hacer, me pidió que nos juntáramos mañana y claro, una vez yo le di mi palabra, que si él me necesitaba iba a estar ahí…, pero tengo miedo, tengo miedo de volver a verlo. Es chistoso, ¿no te parece?, le tengo miedo a Manuel o más bien a lo que me pueda decir. Por eso no puedo dormir, tu sabes hermanita lo que me afectan estas cosas.            

                                           Isabel que tenía un amor enorme por su hermano sólo atinó a abrazarlo y a decirle.                   

_ Pucha peladito, ¡qué te puedo decir! Si Manuel te está pidiendo que lo ayudes creo que tiene que ser algo muy serio. Es un tipo súper orgulloso y no iba a recurrir a ti por sólo querer verte. Y a propósito, no te lo había contado -como tú no querías que te habláramos de Manuel - , hace poco tiempo, cuando yo volvía de vuelta de la casa central para la casa,  la micro en la que yo venía paró en la universidad de Manuel. Y allí estaba él, subiéndose a esta misma micro, y yo con el corazón latiéndome a mil por hora  me hice la tonta dejándole un hueco al lado de mi asiento con la idea de que se sentara conmigo. Pero cuando se dio vuelta hacia el pasillo después de haberle pagado al chofer, y como hacía tanto tiempo que no lo veía,  me chocó su aspecto. No era el Manuel alegre,  el  caballero impecable, parecía un botado, un bohemio, para que te voy a decir una cosa por la otra: reventado, así tal cual.  Creo que se avergonzó de sí mismo cuando me vio sentada allí. Apenas me saludó y se fue a sentar atrás acurrucado contra la ventada. Estuve a punto de pararme para ir a preguntarle qué le pasaba, quería abrazarlo, consolarlo, pero no me atreví. Además yo no soy tú, es tu amigo, el amigo de mi hermano y a lo mejor lo iba a incomodar más. Pero…tú sabes que a mí siempre me gustó Manuel, te lo he dicho muchas veces y lo he echado de menos. Cuando lo vi así, tan menesteroso, tan distinto a como él era, me dio una pena tremenda y me gustaría volver a verlo como antes, cuando venía a la casa y yo me sentaba a su lado en el piano a escucharlos tocar y a darle vueltas las partituras, cuando jugábamos cartas, al monopolio, ¿te recuerdas Matthew lo encantador que era Manuel?

_ ¡Ay Isa! si yo te contara… (Se refería a que Manuel siempre había estado enamorado de su hermana y no iba a ser él quien le contara). Yo no lo he visto desde que me echó de la fiesta, ni siquiera me lo he topado en la calle, ni en la micro. Quizás el subconsciente me ha obligado a tomar caminos  por donde sé que no lo voy a encontrar. En todo caso, te creo lo que me dices porque la última vez que lo vi ya andaba medio botadito, pasado a copete y leyendo pura basura, estaba rayado con Nietszche, con Schopenhauer y leía a todos esos poetas románticos ingleses. ¿Qué hago Isa? ¿Qué será mejor?

_ Anda Matthew, no pierdes nada. Total ya estás peleado con él y a lo mejor puede ser la oportunidad para traerlo de vuelta. ¿Puedo ver la carta?

_ No creo que sea prudente que la leas, es muy personal. Anda a acostarte no más que yo voy a apagar luego la luz. Gracias por la compañía, me has ayudado mucho. Buenas noches.

_ Chao, y confía en Dios que te ilumine a dar un buen consejo.

           Después de un rato Matthew se acostó y muy cansado por todas las emociones del día, rápidamente se quedó dormido. Al día siguiente se había levantado antes que todos y sentado en su cama leía una y otra vez la carta sin dejar de pensar en qué le diría cuando lo viera. En estos pensamientos estaba cuando su mamá tocó a la puerta.

_ Matthew, hola hijo, ayer no te vi en todo el día. Tienes una carita hijito lindo, estas pálido y ojeroso ¿no dormiste bien?

_ Hola mamita. La verdad es que dormí pésimo, me daba vueltas y vueltas para todos lados. Como ya en la madrugada no pude dormir más, preferí levantarme más temprano y aprovechar de ir a la biblioteca de la facultad a revisar estos trabajos que me penan.

_ Bueno hijo, cualquier cosa que necesites me llamas. Voy a ir a dejar a tus hermanos al colegio. ¿Puedes irte con Thomas a la universidad? Parece que hoy tiene una clase optativa en tu facultad. Matthew…no te veo bien, ¿estás enfermo? - Su mamá se le acercó, le acarició la cabeza y lo besó en la frente.

_ No te preocupes, estoy un poco cansado nada más. He tenido mucho trabajo y ayer prácticamente no comí en todo el día, pero estoy bien mamá, gracias. Yo le digo al Tommy que nos vayamos juntos. Chao mami.

            Matthew tomó su maletín, el estuche con el violín y partió a buscar a su hermano para ir a clases.  Siempre que estaba nervioso o muy preocupado agarraba el violín y se lo llevaba prácticamente por inercia porque ni siquiera lo sacaba del estuche. No tenía ganas de conversar y por más que Thomas tratara de levantarle el ánimo su mente estaba en otra. En la entrada de la facultad se despidió de Thomas y se encaminó a la biblioteca. Pareciera como si  todo el mundo  hubiese querido  interrumpirle sus pensamientos ese día. Las horas pasaban lentamente, las clases se hacían eternas, sus alumnos le buscaban pidiéndole la corrección de los famosos trabajos, sus compañeros le recriminaban por los libros que debía, en fin, todo era parte de su ajetreo normal, pero ese día le pareció insoportable. Por fin dieron las cinco y media y con una ansiedad que se le notaba en el rostro se dirigió raudamente  hacia la orilla del mar donde estaba la grúa.

             El día no podía ser más melancólico, las nubes cruzaban amenazantes y la playa estaba vacía, ya casi había oscurecido y solo algunas parejas caminaban mirando el mar. Con la mirada recorrió el lugar y no había sombra de Etcharren. Faltaban unos minutos para las seis y en vista de que no veía  a su amigo por ninguna parte, bajó a caminar un rato por la orilla de la playa. Hacía tiempo que no se daba el tiempo de caminar por la arena y había olvidado lo relajante que es sentir el sonido del mar. Absorto mirando el mar, se dio cuenta de que había pasado  bastante tiempo y mirando hacia arriba vio sentado en la escalinata de la playa a la inconfundible figura de Manuel, quien vestido con un enorme abrigo negro y su acostumbrada boina lo miraba lacónico. Se veía triste, apagado, aunque limpio, con el pelo corto y sin esa barba que se había dejado desde la última vez que lo había visto.

            Ambos estaban plantados en sus lugares mirándose a la distancia. El momento era tenso y ninguno de los dos atinaba qué hacer, hasta que Mansfield con paso firme se dirigió hacia aquel que poniéndose de pie lo abrazó fuertemente.

_ Matthew, Matthew, amigo, gracias por venir.

_ Ya, ya hombre, nos van a confundir con otra cosa,  la gente está mirando- le decía mientras le golpeaba la espalda tratando de contener la emoción-. Ahora que estoy aquí me da gusto verte Manuel, ¡qué  bueno que te acordaste de mí!  Las promesas son promesas  y a pesar de todo vine. El pasado, pasado está y estoy dispuesto a escucharte. Te he extrañado mucho viejo amigo.

               Matthew había preparado el discurso para la ocasión, porque sabía que si llegaba sin pensar nada que decir se hubiera quedado mudo. Cargando el maletín y el violín se dejó caer en la escalinata y no dejaba de mirar a Manuel de reojo.

_ Bueno – continuó- ¿qué te pasa? ¿Por qué quieres hablar conmigo?. La carta que me dejaste es espeluznante, incoherente;  parece la carta de un suicida atormentado por el peso de la existencia.

_   Yo también te he extrañado Matthew, gracias por haber venido y antes que cualquier cosa te pido perdón. Yo…la verdad es que me siento asqueado, asqueado por todo lo que he pasado. Déjame invitarte a comer algo al pub y te cuento todo. Pásame el violín, yo te lo llevo.

          Ambos se encaminaron lentamente. Era raro para Matthew volver a caminar junto a su amigo después de tanto tiempo. No sabía cómo comenzar a hablarle, aunque tenía mucho que preguntarle, sin embargo Manuel comenzó a interrogarlo primero.

_ Andas con el violín, ¿estás tocando en algún conjunto  o lo sacaste a pasear como tu osito regalón?

_ No, no estoy tocando con nadie, salvo  de repente con el Carlos. Nos juntamos de vez en cuando a tocar algo de Bach o de Vivaldi, para no perder la práctica, ah claro y esas canciones que tocábamos juntos. Parece que me sigues conociendo bien, en realidad no sé por qué tengo la maña de agarrar el violín y llevármelo cuando estoy nervioso o preocupado.

_ ¿Preocupado por este encuentro?

_ Exacto. Tenía miedo de hablar contigo, te tenía sepultado a decir verdad.  No me lo tomes a mal, sólo que me afecta mucho tener que discutir y pelear  sobretodo contigo.

_ Tú estás igual de flaco y fibroso, me imagino que sigues en la selección de atletismo de la U.

_ Sí, pero no tengo mucho tiempo para entrenar ahora. Soy ayudante de unas cátedras y mi profesor guía me saca el jugo, me está preparando para irme a Inglaterra, con una beca de unos profesionales católicos ingleses. Aunque no estoy titulado mi profesor ha conversado mucho con la gente de Oxford y esperan a que termine para confirmarme, como tengo buenos antecedentes quizás me resulte. Por teléfono tuve una entrevista y presenté un trabajo, una especie de tesis en inglés. Pero tú no luces como antes, y te cuento que mi hermana me dijo que te había encontrado en la micro y que  tuvo la percepción  de que te avergonzaste de ti mismo.

_ Vaya parece que me he perdido de hartas cosas. Sí, me acuerdo y precisamente ese encuentro me abrió los ojos, me acordé  de cuánto la había querido y de que nunca se lo había dicho; me acordé de ti, de lo leal que fuiste al irme a buscar a esa estúpida fiesta; me acordé de todo lo que perdí por querer experimentar y conocer cosas nuevas. Estaba fascinado con todo el ambiente de la U y me hice de amistades que me hicieron probar de todo, te digo “de todo”.

Habían llegado ya al pub irlandés que a esa hora estaba lleno de universitarios y juntos pidieron algo de comer y comenzó el diálogo.

_ Una pregunta más Mansfield, ¿está pololeando? Supongo que a la niña de la facultad le pediste que pololeara contigo. Bien recuerdo que estabas absolutamente decidido a eso.

_ Golpe bajo amigo, muy bajo. Creí que íbamos a hablar de tus dramas y me sales con esta preguntita.

        El pobre Matthew quedó paralizado. Esa era la otra pena que lo tenía tan ensimismado y volcado sobre pensamientos apesadumbrados. Pero sacudiendo la cabeza se dijo así mismo: “mantén la vista despejada de la nubosidad de pensamientos absurdos y sin contenido en los cuales te hayas sumergido, y no te lamentes más de tu condición”. Pero poco le duró esta intención.
_ Para que sepas la C. nunca me pescó, la invité a salir, a mi casa, fuimos a conciertos juntos, pero yo notaba que simplemente me quería como un  buen amigo. En el fondo somos distintos yo lo sé y no iba a resultar bien.

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