domingo, 15 de septiembre de 2013

Respuesta al tomista II.

     ¿ Por qué sigue el mal en el mundo si Dios lo reparó con su resurrección?. Una vez me hicieron esta pregunta, ¿por qué con la venida no se desterró el mal del mundo? Siendo Cristo el Mesías esperado, el unigénito del Padre, era el único capaz de reparar la ofensa infinita del hombre respecto a Dios.
     Al venir Cristo se repara la ofensa, sin embargo, siguen en el mundo las consecuencias del pecado perpetuándose estas hasta la consumación de los tiempos. ¿Cristo pudo haber reparado la inclinación hacia el mal de nuestra naturaleza?, sin duda pudo haberlo hecho, cuántos de nosotros quisiéramos que así hubiese sucedido. Nos ahorraríamos muchos malos ratos y muchísimas confesiones. Pero Dios no lo quiso así, no nos dio el regalo del cielo en bandeja.
     La salvación eterna tiene que tener un carácter meritorio de parte nuestra. El cielo no es gratis de este punto de vista. Se requiere nuestra colaboración para alcanzarlo. La cizaña junto con el trigo tendrán que crecer y convivir hasta el final de los tiempos. Gran misterio este, nuestra certeza o mejor dicho nuestra esperanza deberá basarse en la confianza absoluta en el creador, en su promesa mesiánica, en su verdad y en toda su doctrina. Como dice el salmo, nadie que se fio en el Señor quedó defraudado.
    El problema de Judas, citado en el post anterior, fue que no confió en la promesa divina, en su divino perdón y su divino cuidado. Pedro lo entendió y por eso llorando le pidió perdón a Cristo. Judas no y, por eso, se desesperó. ¿Cuántos de nosotros tendemos a seguir a Judas al desconfiar del perdón divino?, pero ÉL como buen Padre nos espera sentado tras las cortinas  del velo confesionario.
   Hace algunos días tuve un sueño, ese sueño me hizo meditar precisamente esto que les estoy contando. Soñé que iba a un confesionario, me arrodillaba, le pedía al sacerdote que me bendijera para confesarme y éste me respondía fríamente con voz firme que no me iba a perdonar ningún pecado. Al escuchar esto tendí a desesperarme al no poder lavar mis pecados con el sacerdote, pero a su vez, inmediatamente comprendí que esa respuesta no venía de Dios, no podía venir de un verdadero servidor de Cristo. Pasaron fracciones de segundo y miré fijamente al confesor. No vi en el imagen de hombre, sino de demonio, una mirada demoniaca con rostro pálido y ojos de color rojo reluciente intentaron engañarme y llevarme a la desesperación.
    Obviamente, después del sueño me confesé. Pero cavilé sobre lo soñado, pensando que una de las tentaciones finales antes de dejar esta vida va a ser esa, la de dudar de la misericordia divina. De allí la oración a María nunc et in hora mortis nostrae. Amén. Esa tentación va a ser mayor mientras más dificultosa sea nuestra vida, en especial , la que involucre nuestra parte final en este mundo.
       Nadie que se fió en el Señor quedó defraudado. Hay que confiar por encima de nuestro ser de aquél que nos dotó de tal. Todo lo que tenemos lo hemos recibido gratuitamente. Y todo lo que tenemos debemos perderlo gratuitamente para poder ir al cielo. Desnudos llegamos, desnudos nos iremos.
      

2 comentarios:

  1. Agrícola (y bastante agustino) Fraile:
    En alguna parte recomienda Castellani, para el caso de una muerte tan repentina que no dé tiempo ya no a confesarse sino siquiera a rezar el Pésame, expresar simplemente "Perdóname Señor por ser Vos quien sois". Vale la pena recordarlo.
    Pedro de Santo Tomás.

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    1. Estimado Tomista:
      Gracias por recordarme esas recomendaciones del querido padre Castellani. Nuestra debilidad y fragilidad humana siempre tienden a errar o dejarse influenciar por la tentación.
      Una de nuestras grandes tentaciones es pensar que Dios no nos puede perdonar. Es el llamado pecado contra el Espíritu Santo que muy bien lo trata San Agustín y otros padres de la Iglesia.
      Que tonto somos algunos de los de nuestra especie.
      Un abrazo.

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