miércoles, 13 de mayo de 2015

Sobre la obligatoriedad de obedecer al Concilio Vaticano II.

Capítulo 6

El motivo se mantiene firme



El Cardenal Alfredo Ottaviani que dirigió el Santo Oficio del Vaticano durante los pontificados de Pío XII, de Juan XXIII y de Pablo VI, leyó el Tercer Secreto y confirmó que está escrito en una única hoja de papel. También él entrevistó a la Hermana Lucía como representante del Papa Pio XII y confirmó que el Tercer Secreto es una verdadera profecía. Confirmó, además, que el reportaje de Neues Europa incluía una parte del Tercer Secreto. En dicho reportaje se puede leer: «Un Cardenal se opondrá a otro Cardenal, y un Obispo se opondrá a otro Obispo», aludiendo naturalmente a una crisis doctrinal en el seno de la Iglesia.


       Hacia 1948 el Papa Pío XII, por sugerencia del Cardenal Ruffini, plenamente fiel a la Tradición, pensó en convocar un Concilio General, y hasta llegó a dedicar algunos años a los preparativos necesarios. Hay pruebas de que, posteriormente, los progresistas en Roma disuadieron a Pío XII de llevar a cabo su proyecto, puesto que dicho Concilio mostraría una tendencia muy nítida de que seguiría la orientación de la Humani Generis en su condenación de los errores modernistas.Tal como esta gran encíclica de 1950, el futuro Concilio combatiría «las falsas opiniones que insidiosamente amenazan socavar los fundamentos de la Doctrina católica.»1
       Simultáneamente, los “errores de Rusia”, a los que la Santísima Virgen se había referido, estaban invadiendo la propia Iglesia, y se habían infiltrado en varias órdenes religiosas católicas. Por ejemplo, el llamado movimiento de los “Curas Obreros” se hallaba tan claramente infiltrado por los comunistas, que Pío XII decidió extinguirlo en la década de los años cincuenta.
       El Papa se convenció de que, lamentablemente, tenía una edad muy avanzada para asumir la responsabilidad de la grandiosa realización de un Concilio destinado a combatir las filas cada vez más compactas de los enemigos de la Iglesia, y tuvo que resignarse a aceptar que «esto quedará para mi Sucesor.»2 Pío XII murió el 9 de octubre de 1958.
       Nos encontramos aquí muy cerca del año crítico para nuestro caso. Hemos llegado al 1958, dos años antes del 1960 – el año en que, según el deseo de Nuestra Señora de Fátima, se habría de revelar el Tercer Secreto, como atestiguó la Hermana Lucía. Durante el pontificado de Pío XII, el Santo Oficio, bajo la firme dirección del Cardenal Ottaviani, preservó el Catolicismo en terreno seguro, manteniendo firmemente acorralados los caballos salvajes del Modernismo. Muchos de los teólogos modernistas en la actualidad cuentan, con desdén, cómo ellos y sus amigos estuvieron “amordazados” durante ese período.
       Sin embargo, ni siquiera el Cardenal Ottaviani podía impedir lo que iba a ocurrir en 1958. Un nuevo Papa, con otra mentalidad, ascendería al Solio Pontificio y, «según se imaginaban los progresistas, sería favorable a su causa»3, y le obligaría a un renitente Ottaviani a retirar la tranca, abrir el corral y protegerse de la embestida. Esta situación, sin embargo, no era imprevista. Al recibir la noticia de la muerte de Pío XII, el anciano Don Lambert Beauduin, amigo de Roncalli (el futuro Papa Juan XXIII) le confesó al P. Bouyer: «Si eligiesen a Roncalli, sería la salvación; sería capaz de convocar un Concilio, y de consagrar el Ecumenismo.»4
       En este punto de nuestra exposición es preciso resaltar, especialmente para el lector no católico, que los cambios, que vamos a examinar, en la orientación básica de la Iglesia no tienen, en absoluto, ningún precedente, y quizás constituyan la peor crisis de la Iglesia Católica. Un cuidadoso estudio de lo que viene a continuación pondrá en evidencia el motivo por el cual los eclesiásticos liberales y “políticamente correctos” del período posconciliar no pueden aceptar el Mensaje de Fátima, con su llamada a la consagración y conversión de Rusia como requisitos para la Paz en el Mundo. Esas transformaciones sin precedentes en la Iglesia Católica no constituyeron un favor, sino un grave perjuicio para los no católicos, puesto que el resultado de la “modernización” de la Iglesia incorporaba no solamente los escándalos clericales que hoy estamos viendo, sino también el fracaso de las personas en el seno de la Iglesia para realizar un acto — la solemne Consagración de Rusia — que habría beneficiado a toda la Humanidad.
Fue el Cardenal Ottaviani quien, antes del Vaticano II, tuvo la sensatez de mantener a distancia a los teólogos modernistas, como el P. Karl Rahner. Sin embargo, ese mismo P. Rahner — a quien vemos en la foto con el joven P. Joseph Ratzinger, durante el Concilio — se hallaba entre los teólogos progresistas que dieron la orientación decisiva al Concilio Vaticano II, sin que hubiesen modificado sus puntos de vista progresistas.



Se convoca un Concilio y
el Mensaje de Fátima pasa a ser atacado
       Y sucedió exactamente lo que había previsto el Don Lambert. Roncalli fue elegido y como Papa Juan XXIII convocó un Concilio y consagró el Ecumenismo. Estaba en marcha la “revolución en la tiara y en la capa pluvial”, prevista por la Alta Vendita.
       Uno de los primeros actos de la revolución fue dejar de lado el Tercer Secreto de Fátima. Contrariando las expectativas del Mundo entero, el 8 de febrero de 1960 (transcurrido poco más de un a o desde la convocación del Concilio), el Vaticano divulgó a través de la agencia noticiosa A.N.I. la siguiente noticia anónima:
       Ciudad del Vaticano, 8 de febrero de 1960 — «En círculos altamente fidedignos del Vaticano se acaba de declarar al representante de la United Press International que es muy posible que nunca venga a ser abierta la carta en que la Hermana Lucía escribió las palabras que Nuestra Señora confirió a los tres pastorcitos, como secreto en la Cova da Iría.»
       En el mismo comunicado vemos el primer ataque frontal de las fuentes de información del Vaticano a la credibilidad del Mensaje de Fátima en su totalidad:
       Aunque la Iglesia reconozca las apariciones de Fátima, no desea tomar el compromiso de garantizar la veracidad de las palabras que los tres pastorcitos dijeron que Nuestra Señora les había dirigido.
       ¿Dijeron que Nuestra Señora les había dirigido? Después del Milagro del Sol, ¿podría subsistir alguna duda sobre la veracidad de su testimonio? ¿Podría alguien cuestionar que hubiesen recibido del Cielo una auténtica profecía, considerando el cabal cumplimiento hasta ahora de todas y cada una de las previsiones del Mensaje — desde el inminente fin de la Primera Guerra Mundial hasta la diseminación de los errores de Rusia, pasando por la Segunda Guerra Mundial y la elección del Papa Pío XI?
       Este primer ataque público contra el Mensaje de Fátima, proveniente de un organismo del Vaticano, surge en 1960, cuando se comienza a buscar una nueva orientación para la Iglesia, que (como veremos dentro de poco) nacerá con el Concilio Vaticano II. Consideremos estos acontecimientos, relacionados con el comunicado de 8 de febrero de 1960:
  • El comunicado pone en duda públicamente, de modo patente, la credibilidad de Lucía, Jacinta y Francisco.


  • Por orden de las altas Autoridades estatales del Vaticano5, a partir de 1960 Lucía se vio obligada a mantenerse en silencio, y por eso no pudo defenderse de la acusación implícita de que su testimonio no merecía confianza.
  • Los documentos del archivo oficial de Fátima, compilados por el P. Alonso entre 1965 y 1976 (más de 5.000 documentos en 24 volúmenes) se impedirán publicar — a pesar de que tales documentos confirmaron que las profecías de Fátima en las dos primeras partes del Secreto (la elección del Papa Pío XI, la inminencia de la Segunda Guerra Mundial, la expansión del Comunismo en todo el Mundo, etc.), habían sido reveladas en privado por la Hermana Lucía mucho antes de haberse cumplido, y a pesar de que su testimonio fue totalmente preciso y fidedigno.
        Había comenzado el crimen. Y ahora el motivo para el crimen — el deseo de cambiar la orientación de la Iglesia, muy distante de las certezas católicas del Mensaje de Fátima, promoviendo una conciliación “ilustrada” de la Iglesia con el Mundo — tendría inicio decididamente con la apertura del Concilio Vaticano II el 11 de octubre de 1962. Una vez más, recordemos las palabras de la Hermana Lucía: que Nuestra Señora deseaba que se divulgase el Tercer Secreto en 1960, porque en ese año se haría “más claro”. Efectivamente, ahora se iba a hacer más claro.
Los “errores de Rusia” se infiltran en la Iglesia
       En primer lugar, poco antes de la apertura del Concilio ocurriría otra traición al Mensaje de Fátima – una señal de muchas otras cosas sin precedentes que estaban por venir. En la primavera de 1962, en Metz (Francia), el Cardenal Eugène Tisserant se reunió ni más ni menos que con el Metropolitano Nikodim, de la Iglesia Ortodoxa Rusa — un agente de la KGB, tal como lo eran los demás Prelados ortodoxos. En ese encuentro, Tisserant y Nikodim negociaron lo que vendría a ser conocido como el “Pacto de Metz”, o más popularmente, el “Acuerdo Vaticano-Moscú”6. La existencia de dicho Acuerdo es un hecho histórico irrefutable, testificado en todos sus pormenores por Mons. Roche, secretario particular del Cardenal Tisserant.
       En síntesis, el acuerdo trataba de lo siguiente: Según su ardiente deseo, el Papa Juan XXIII sería “favorecido” por la presencia de dos observadores ortodoxos rusos en el Concilio; en compensación, la Iglesia Católica concordaba en que el Concilio Vaticano II se abstendría de condenar el Comunismo soviético ni la Rusia soviética. Esto significaba esencialmente que el Concilio iría a comprometer la libertad moral de la Iglesia Católica, al fingir que, el Comunismo,  la forma más sistemática de la maldad humana en la Historia de la Humanidad, no existía — aun cuando los soviéticos estuvieran persiguiendo, encarcelando y asesinando a millones de católicos, precisamente en el momento en que se realizaba la apertura del Concilio.
       Restringida de esa forma la libertad de la Iglesia por medio de un acuerdo con los comunistas, el Concilio dejó de hacer, en absoluto, cualquier alusión al Comunismo. Con tal procedimiento, se alejó de las enseñanzas de los Papas León XIII, el Beato Pío IX, San Pío X y también Pío XI, los cuales advirtieron a la Iglesia que no debía abstenerse de condenar ese Mal incomparable. Como dijo el último de estos Papas en la Divini Redemptoris:
        Este peligro tan amenazador, ya lo habéis comprendido, Venerables Hermanos, es el comunismo bolchevique y ateo, que tiende a derrumbar el orden social y a socavar los fundamentos mismos de la civilización cristiana. Frente a esta amenaza, la Iglesia católica no podía callar y no calló. No calló, sobre todo, esta Sede Apostólica, que sabe cómo su misión especialísima es la defensa de la verdad y de la justicia y de todos aquellos bienes eternos que el comunismo ateo desconoce y combate.7
       Y a pesar de todo, el Concilio no dijo ni una sola palabra sobre el Comunismo soviético; al contrario, daría inicio a un “diálogo” precisamente con aquellas mismas fuerzas a las que la Iglesia anteriormente se había opuesto.
       ¿Por qué ocurrió eso? No se trató, evidentemente, de una “mera coincidencia” que el silencio del Concilio sobre el Comunismo estuviera perfectamente sincronizado con la infiltración comunista en la Iglesia Católica: infiltración que (como hemos visto en un capítulo anterior) había sido denunciada poco antes de la apertura del Concilio Vaticano II por testigos clave que no tenían ningún motivo para mentir (Dodd, Hyde, Golitsyn, Mitrokhin y otros). Aun sin contar con la colaboración de esos testigos, nuestro sentido común nos convencería de que era inevitable la tentativa de las fuerzas comunistas (actuando conjuntamente con la Masonería) para destruir la Iglesia Católica desde Su interior. Satanás es suficientemente inteligente para saber que la Iglesia Católica es, por excelencia, la Ciudadela que él debe tomar al asalto, en su esfuerzo para someter el Mundo al reino de las tinieblas.
       Era ésta, por tanto, la situación de la Iglesia, en el preciso momento en que, erróneamente, se le obligó al Concilio Vaticano II a que observara un vergonzoso silencio acerca del Mal del Comunismo. De más está a advertir que, con el “Acuerdo Vaticano-Moscú” era totalmente imposible la Consagración, por los Padres conciliares, de la Rusia soviética al Inmaculado Corazón de María, para conseguir la conversión de aquel País. Ese giro inicial hacia una nueva orientación de la Iglesia — que el Concilio iría a acelerar de forma muy dramática — ya estaba en oposición al Mensaje de Fátima.
       Y desde entonces, éste ha sido el resultado de la reunión de Metz, que intensificó la asimilación a la Östpolitik — la política puesta en práctica por el Secretario de Estado del Vaticano — bajo la cual la Iglesia dejó de condenar y de oponerse frontalmente a los regímenes comunistas, sustituyéndola por el “diálogo” y por la “diplomacia silenciosa” — una política que hasta hoy ha mantenido al Vaticano sin voz ante la violenta persecución de la Iglesia en la China comunista.
       Así, el 12 de octubre de 1962, dos sacerdotes que eran representantes de la Iglesia Ortodoxa llegaron en avión al Aeropuerto de Fiumicino para participar del Concilio Vaticano II. Y éste dio comienzo, al tiempo que los observadores ortodoxos ponían su atención en los procedimientos, con el fin de convencerse de la estricta observancia del “Acuerdo Vaticano-Moscú”. La declaración por escrito de 450 Padres conciliares contra el Comunismo “se perdió” misteriosamente, después de haber sido entregada al Secretariado del Concilio; y a los Padres conciliares que se atrevieron a denunciar el Comunismo se les aconsejó delicadamente que permanecieran sentados y en silencio8.
       Las propias autoridades eclesiásticas habían “bajado el puente levadizo” para que entrasen los comunistas, al mismo tiempo que comunistas y masones se esforzaban en destruir la Iglesia desde Su interior (confirmando así las predicciones de Bella Dodd):
  • estimulando «la promoción de una seudo-religión : cualquier cosa con apariencia de Catolicismo, pero sin serlo»;


  • acusando a «“la Iglesia del pasado” de ser opresiva, autoritaria, impregnada de prejuicios, arrogante al atribuirse la condición de única poseedora de la verdad, y responsable de las divisiones entre las comunidades religiosas a través de los siglos»;


  • avergonzando a los dirigentes de la Iglesia, y forzándolos a adoptar «una “apertura al Mundo”, y a mostrar una actitud más flexible para con todas las religiones y filosofías.


       Finalmente — como predijo Dodd —, «los comunistas se valdrían de esa apertura para destruir la Iglesia.»
       Este inmenso esfuerzo de subversión implicaría, en primerísimo lugar, que la “teología” modernista abriese una brecha en el Concilio Ecuménico — tal como el Canónigo Roca y los demás visionarios de la Masonería se jactaban de que sucedería.

Los neo-modernistas triunfan en el Vaticano II
       El 13 de octubre de 1962, día siguiente al de la llegada de los dos observadores comunistas al Concilio — y también aniversario del Milagro del Sol, en Fátima — la Historia de la Iglesia y del Mundo fueron profundamente alteradas por un acontecimiento sin la menor importancia. En un incidente que se hizo famoso, el Cardenal Liénart, de Francia, asió del micrófono para exigir que se recusasen los candidatos propuestos por la Curia Romana para el cargo de Secretarios de las Comisiones preparatorias del Concilio, y que se hiciera una nueva lista de candidatos. Se aceptó tal exigencia y la elección fue postergada. Cuando,  por fin, ésta se realizó, los elegidos por mayoría o cuasi mayoría para las Comisiones conciliares fueron los liberales — muchos de los cuales formaban parte de aquellos “innovadores” desacreditados por el Papa Pío XII. Se rechazaron los esquemas preparatorios formulados según la Tradición para el Concilio y éste comenzó, rigurosamente hablando, sin ninguna agenda escrita, dejando así el camino despejado para que los liberales redactasen documentos totalmente originales.
       Es bien conocido e impecablemente documentado9 el hecho de que un grupo formado por periti (expertos) y por Obispos liberales pasó a controlar el Vaticano II, con una agenda de trabajo que, mediante la implantación de una “nueva teología”, remodelaba la Iglesia a imagen y semejanza de dicho grupo. Tanto los críticos como los defensores del Vaticano II están de acuerdo en este punto. En su libro Vatican II Revisited [El Vaticano II, reexaminado], el Obispo Aloysius J. Wycislo (un ditirámbico defensor de la revolución conciliar) declara con un desbordado entusiasmo que «teólogos y eruditos bíblicos, desacreditados durante varios años, resurgieron entonces como periti (expertos en Teología, asesorando a los Obispos en el Concilio); y sus libros y comentarios pos Vaticano II se hicieron populares.»10
       Aloysius Wycislo observó, además, que «la encíclica Humani Generis del Papa Pío XII había tenido (...) un efecto devastador en los trabajos de considerable número de teólogos preconciliares»11; y explica que, «durante los trabajos preliminares del Concilio, continuaban desacreditados aquellos teólogos (franceses en su mayoría, pero también algunos alemanes) cuyas actividades habían sido cohibidas por Pío XII. El Papa Juan discretamente retiró la interdicción que afectaba a algunos de los más influyentes. Sin embargo, muchos de ellos continuaron siendo vistos con desconfianza por los responsables del Santo Oficio.»12
       En este punto, es de fundamental para nuestro caso la declaración del testigo ocular Mons. Rudolf Bandas, un peritus conciliar:
       No hay duda que el buen Papa Juan se imaginaba que estos teólogos sospechosos rectificarían sus ideas y que prestarían un servicio sincero a la Iglesia. Pero sucedió exactamente lo contrario. Apoyados por ciertos Padres conciliares “del Rin”, y actuando con frecuencia de modo francamente grosero, se volvían a los participantes y exclamaban: «Fijaos, nos han nombrado expertos: nuestras ideas fueron aprobadas.» (...) En el primer día de la cuarta Sesión, cuando nada más llegó a mi tribuna en el Concilio, fue ésta la primera declaración emitida por la Secretaría de Estado: «No se nombrarán más periti.» Pero ya era demasiado tarde. La gran confusión estaba en marcha. Ya se veía claramente que  ni a Trento, ni al Vaticano I, ni a ninguna Encíclica se les permitiría que la impidiese avanzar.»13
       Efectivamente, el propio Papa Juan XXIII tuvo la satisfacción de anunciar que, a partir de este Concilio, la Iglesia, de forma totalmente inexplicable, dejaría de condenar el error, y acabarían así Sus preocupaciones por la calamitosa situación del mundo:
        Hoy en día (...) la Esposa de Cristo prefiere usar el remedio de la misericordia en vez de las armas de la intolerancia. Ella considera que va al encuentro de las hodiernas necesidades, demostrando la validez de Su doctrina, en vez de emitir condenaciones. (...) Sentimos que debemos discordar de aquellos profetas de la desgracia, que viven prediciendo desastres, como si estuviera próximo el fin del Mundo.14
       Pero el optimismo del Papa Juan XXIII contrastaba nítidamente con la angustiosa preocupación acerca de la situación del mundo, que se podía percibir en muchas declaraciones de sus más recientes Predecesores (para no hablar del Mensaje de Fátima). Veamos algunos ejemplos:
          El Papa San Pio X:
      Sentimos una especie de terror al observar las desastrosas condiciones en que se encuentra la Humanidad en la hora presente. ¿Podemos ignorar ese mal tan profundo y grave que, hoy más que ayer, continúa actuando en su propio ser y llevando a la Humanidad a la ruina? (...) En realidad, quien reflexione sobre estas cosas debe necesaria y firmemente temer que tal perversión de las mentalidades sea una señal de alerta, y el principio del fin de los tiempos (...) [E Supremi]. (Cursiva, nuestra)
El Papa Pío XI:
        Desterrados Dios y Jesucristo–lamentábamos–de las leyes y de la gobernación de los pueblos, y derivada la autoridad, no de Dios, sino de los hombres, ha sucedido que ... hasta los mismos fundamentos de autoridad han quedado arrancados, una vez suprimida la causa principal de que unos tengan el derecho de mandar y otros la obligación de obedecer. De lo cual no ha podido menos de seguirse una violenta conmoción de toda la humana sociedad, privada de todo apoyo y fundamento sólido. [Quas Primas]
El Papa Pío XII (después de la Segunda Guerra Mundial):
        Nos sentimos invadidos por la tristeza y por la angustia cuando percibimos que la iniquidad de los malos ha llegado a un grado de impiedad increíble y enteramente desconocido en otros tiempos. [Carta de 11 de febrero de 1949]. (Cursiva, nuestra)15
        Venerables hermanos: Sabéis perfectamente que la casi totalidad de la raza humana se deja arrastrar hacia dos campos antagónicos: o a favor de Cristo, o contra Cristo. La raza humana está inmersa en una crisis suprema, que provocará o su salvación por intermedio de Cristo, o su destrucción [Evangelii Præcones, 1951]. (Cursiva, nuestra) 
       Obviamente, en el Concilio Vaticano II se librarían batallas sin cuenta entre el grupo internacional de Padres que combatieron a favor de la preservación de los dogmas de la Fe y de la Tradición Católica, y el grupo progresista renano. Fue, sin embargo, el elemento liberal y modernista el que, por desgracia, acabó prevaleciendo, en un proceso desencadenado por el optimismo del Papa Juan XXIII, al pensar que la verdad habría de triunfar por su propio vigor, sin necesidad de cualquier condenación terapéutica por parte del Magisterio. Wycislo entona loas a los progresistas victoriosos, tales como Hans Küng, Karl Rahner, John Courtney Murray, Yves Congar, Henri de Lubac, Edward Schillebeeckx y Gregory Baum, que anteriormente habían sido considerados (y con buenos motivos) sospechosos, y eran ahora los faros de luz que guiarían la Teología pos Vaticano II.16
       En efecto, aquellos mismos que el Papa Pío XII consideraba inadecuados para transitar por las avenidas del Catolicismo, detentaban ahora el control de la ciudad. Y como si fuera el coronamiento de sus realizaciones, tanto el Juramento Antimodernista como el Índice de los Libros Prohibidos fueron discretamente suprimidos poco después de la clausura del Concilio: una decisión que el Obispo Graber consideró “incomprensible”.17 El Papa San Pío X lo predijo con toda exactitud: la desidia de las autoridades había provocado el retorno del Modernismo con extrema virulencia.
Dos famosos ejemplos de
neomodernistas “rehabilitados”
       Veamos dos ejemplos de los “nuevo” teólogos, a quienes se les permitió realizar dentro de la Iglesia y sin restricciones su obra destructiva: Dominique Chenu y Hans Küng.
       Chenu era un defensor de la Nueva Teología que Henri de Lubac había popularizado. Por sus ideas progresistas, Chenu fue condenado en 1942 bajo el pontificado de Pío XII.18 Su libro Une école de théologie fue puesto en el Índice de Libros Prohibidos y él mismo fue destituido del cargo de rector del Colegio Dominico de Le Saulchoir.19 El P. David Greenstock, en un artículo publicado en la revista Thomist de 1950, contra la Nueva Teología de Chenu y de De Lubac, explicitó los peligros de ese sistema y el motivo de su condenación. Greenstock resaltó que los partidarios de la Nueva Teología rechazan la filosofía aristotélico-tomista, prefiriendo las filosofías modernas. Débese hacer esto, decían, a fin de captar el interés del “hombre moderno”, que considera “irrelevante” la filosofía tomista. El resultado es que la Teología católica se ve bruscamente privada de su sólido fundamento filosófico, y es “injertada” en los mutables sistemas filosóficos del siglo XX, la mayor parte de los cuales tiene por fundamento el ateísmo y el agnosticismo.
       Chenu rechazaba también la inmutabilidad de la Doctrina Católica, afirmando que la fuente de toda la Teología no es un dogma inmutable, sino más bien la vida vital20 de la Iglesia en sus miembros, inseparable de la Historia. Así, pues, estrictamente hablando — dice Greenstock —, Chenu mantenía la idea de que «la Teología es la vida de los miembros de la Iglesia, y no una serie de conclusiones extraídas de datos revelados, con la ayuda de la razón»: una premisa flexible, imprecisa y errónea. Conclusión: Chenu sostenía que la religión puede y debe mudar con el tiempo, según lo exijan las circunstancias.
       Greenstock explicó, además, que los partidarios de esa Nueva Teología son al mismo tiempo heterodoxos y fraudulentos: «La principal tesis del partidario de este nuevo movimiento — escribió — es que, para sobrevivir, la Teología tiene que cambiar con el paso del tiempo. Simultáneamente, se muestran muy precavidos en repetir todas las proposiciones fundamentales de la Teología tradicional, casi como si no tuviesen ninguna intención de atacarla. Esto es absolutamente cierto en el caso de escritores como los PP. de Lubac, Daniélou, Rahner, (...) Es indudable que todos ellos se hallan en el centro de este movimiento.»21
       En su famoso ensayo de 1946, “¿Adónde nos lleva la Nueva Teología?”22, el insigne teólogo dominico P. Reginald Garrigou-Lagrange demostró que los divulgadores de la Nueva Teología (Blondel, de Lubac, Chenu) desvirtúan completamente el concepto de la inmutabilidad de la Verdad. De esa forma — alertaba —, la Nueva Teología sólo nos puede conducir hacia una única dirección — en línea recta hacia el Modernismo.
       Mientras tanto, los PP. Chenu y de Lubac venían recibiendo a escondidas la protección y el estímulo del Cardenal Suhard, Arzobispo de París. Fue él quien le dijo a Chenu que no se preocupara, porque «dentro de veinte años todos en la Iglesia estarán hablando como tú.» Como se ve, el Cardenal predijo con exactitud la invasión de la Iglesia por el pensamiento neomodernista. Muchos clérigos en la actualidad hablan, de hecho, como Chenu. A principios de la década de los sesenta, el P. Chenu fue uno de los muchos teólogos radicales invitados por Juan XXIII para el Concilio Vaticano II. Cuando éste terminó, debido a la tendencia progresista del Concilio, el P. Chenu vio muchas de sus teorías, antes condenadas formalmente, incorporadas a la nueva doctrina del Vaticano II, en especial a la Gaudium et Spes. Chenu relata con satisfacción que precisamente aquellos puntos que dieron motivo a la condenación de su obra en 1942, fueron, en nombre del Concilio, rehabilitados por los miembros de la Jerarquía.23
       Por lo que respecta a Hans Küng,  este “faro de luz” del período posconciliar actuó en el Concilio en estrecha colaboración con otros radicales, como Congar, Ratzinger, Rahner y Schillebeeckx. En los años 70, sin embargo, como Küng hubiera ido “demasiado lejos”, fue censurado por el Vaticano, a causa de ciertas opiniones heréticas, entre las cuales: su rechazo de la infalibilidad de la Iglesia; su afirmación de que los Obispos no reciben de Cristo la autoridad para enseñar; su insinuación de que cualquier laico bautizado tiene la capacidad de realizar la Transustanciación; su negación de que Cristo sea consustancial con el Padre; su insidioso combate a ciertas doctrinas (no especificadas) que se refieren a la Virgen María.24
       Es preciso resaltar que éstas son tan sólo algunas de las ideas heréticas de Küng, pero fueron las únicas mencionadas en las sanciones del Vaticano. Así, pues, el Vaticano dejó intocadas otras tesis heterodoxas de Küng. Por ejemplo: En uno de sus más famosos libros, On Being a Christian, Hans Küng
  1. niega la Divinidad de Cristo (p. 130);


  2. rechaza los milagros del Evangelio (p. 233);


  3. niega la resurrección corporal de Cristo (p. 350);


  4. niega que Cristo haya fundado una Iglesia institucional  (p. 109);


  5. niega que la Misa sea la renovación del Sacrifício de Calvario (p. 323).25
       Küng nunca se ha retractado de estas declaraciones heterodoxas y heréticas. Además, solicitó públicamente que se hiciese una revisión de las enseñanzas de la Iglesia acerca de diversos temas, como la infalibilidad del Papa, el control de la natalidad, el celibato obligatorio de los sacerdotes, y el sacerdocio de las mujeres. A pesar de este rechazo sensacionalista de la Doctrina, la única sanción que la Iglesia le impuso a Küng fue la de “no permitirle” ser reconocido como teólogo católico y, por consiguiente, no poder enseñar Teología en ninguna Universidad católica. De esta “sanción” se hizo caso omiso, cuando la Universidad de Tübingen (su alma mater) mantuvo a Küng como catedrático, y simplemente reestructuró una sección de la Universidad con el fin de que Küng — persona de gran notoriedad — pudiera continuar enseñando en la sección hoy denominada escuela “secular”.
       Mientras tanto, el Vaticano nunca condenó a Küng como hereje, nunca lo excomulgó (conforme dispone el Derecho Canónico), nunca decretó que se retirasen sus libros de las bibliotecas de los Seminarios ni de las Universidades católicas (donde aún hoy se encuentran en profusión), nunca le impidió que fuese conferencista-invitado en instituciones católicas, nunca puso reparo alguno a la publicación de sus artículos en la revista Concilium,ni en otras publicaciones “católicas” progresistas. El P. Küng ni siquiera fue suspenso a divinis: al contrario, hoy continúa ejerciendo el sacerdocio en la diócesis de Basilea, sin que se le hayan aplicado otras sanciones.
       Esto significa que a un sacerdote que continúa vomitando su veneno herético sobre quien esté a su alcance, todavía se le permite celebrar públicamente la Eucaristía, predicar y confesar. En el Vaticano, la Congregación para el Clero, dirigida por el Cardenal Castrillón Hoyos, lo respeta “intacto”. Por lo tanto, a despecho de la leve “condenación” del Vaticano, Küng continúa teniendo acceso a una gran variedad de eficaces e influyentes “canales” para esparcir por toda la Iglesia su ponzoñosa doctrina. De hecho, se dice que las “brechas teológicas” de Hans Küng sobre la naturaleza de la Iglesia fueron lo que proporcionó el “fundamento teológico” que hizo posible el “Acuerdo Luterano-Católico” de 1999.
       Posteriormente, en 1998 el Cardenal Sodano, Secretario de Estado del Vaticano y el más poderoso purpurado de la Iglesia, enalteció a Küng en un discurso público en la Universidad Lateranense, elogiando «sus hermosas páginas dedicadas al Misterio cristiano.»26 El Cardenal Sodano se refirió también a Küng como “el teólogo alemán”, a pesar de que Küng ya había sido privado de tal título. (Como veremos, es este mismo Cardenal Angelo Sodano el responsable, en definitiva, de la actual persecución al P. Nicholas Gruner y a su Apostolado de Fátima.)
       Ahora bien, la condenación en 1942 que el Vaticano fulminó sobre Chenu era mucho más rigurosa que la de Küng. Sin embargo, Chenu no sólo sobrevivió sino también se tornó una luz de primera magnitud en la Iglesia conciliar, sin que jamás hubiera renunciado a sus erróneas ideas. Lo mismo se puede decir de Rahner, Congar, de Lubac y von Balthasar, todos ellos teológicamente considerados sospechosos antes del Concilio, pero que llegaron a disfrutar de gran prestigio, a pesar de no haber abandonado ni una sola de sus opiniones heterodoxas. Hasta alguien como Küng tiene sobradas razones para creer que cualquier suave condenación que sufra es sólo un tropiezo provisional, un contratiempo desagradable, un destino impuesto a los verdaderos “profetas”. Así como Chenu vio que sus ideas finalmente prevalecieron, gracias a un Concilio revolucionario, así también puede Küng ufanarse con la esperanza de que sus errores surgirán en un futuro no muy remoto como la principal tendencia del Catolicismo de facto — aun cuando no lo sean por ninguna doctrina expresa del auténtico Magisterio, el cual nunca podría someter a la Iglesia a tales errores.

Los neomodernistas proclaman
la “Nueva” Iglesia del Vaticano II
       Por eso, progresistas como el Cardenal Suenens, Küng, Louis Bouyer e Yves Congar, proclamaron, con toda razón, el Vaticano II como una Revolución, el fin de una era y el inicio de otra:
  • El Cardenal Suenens, que ejerció gran influencia sobre el Papa Pablo VI y es el predilecto en la Iglesia de los que se dicen “carismáticos”, celebró el hecho de que el Vaticano II hubiera señalado el final tanto de la era de Trento como la del Vaticano I.27


  • Hans Küng exultaba porque «comparado con la era postridentina de la Contrarreforma, el Concilio Vaticano II representa un giro de 180 grados en sus características esenciales (...) Es una nueva Iglesia que surgió a partir del Concilio Vaticano II.»28


  • El P. Bouyer, peritus francés en el Concilio, exclamó con júbilo que «también deberían morir» las manifestaciones antiprotestantes y antimodernistas de la Iglesia.29


  • De forma similar, La Civiltà Cattolica — revista jesuita, con sede en Roma — también exclamó con satisfacción: «Con el Concilio Vaticano II, la Era Tridentina llegó a su fin para la Iglesia.»30
       Estas declaraciones son extremamente arrogantes si tenemos en consideración que los Concilios de Trento y del Vaticano I son Concilios dogmáticos, cuya doctrina nunca se puede alterar, ignorar ni reinterpretar, en nombre de una “más alta inteligencia”. El Concilio Vaticano I declaró infaliblemente:
De ahí que también hay que mantener perpetuamente aquel sentido de los sagrados dogmas que una vez declaró la santa madre Iglesia y jamás hay que apartarse de ese sentido so pretexto y nombre de una más alta inteligencia.31
       Sin embargo, los modernistas — tal como lo advirtiera el Papa San Pío X — no aceptan nada como fijo o inmutable. Su más importante principio es “la evolución del dogma”. Defienden la idea de que la religión debe cambiar según cambian los tiempos. A este respecto, así como a respecto de muchos otros temas, los impulsores del Vaticano II se muestran impregnados de los errores del Modernismo.

Los masones y los comunistas exultan
       Juntamente con los neomodernistas, los masones y los comunistas exultaron con el resultado del Concilio. Tal como lo esperaban los autores de la Instrucción Permanente de Alta Vendita, tal como lo deseaban los comunistas encargados de la infiltración mencionados por Bella Dodd, los principios de la cultura liberal habían conseguido por fin la adhesión de las más importantes autoridades de la Jerarquía católica. Masones y comunistas han celebrado el asombroso viraje producido por el Concilio. Se regocijaron al ver que, por fin, los católicos “habían visto la luz” y porque muchos de los principios masónicos han sido confirmados por la Iglesia.
       Por ejemplo, Yves Marsaudon, del Rito Escocés de la Masonería, en su libro Ecumenism Viewed by a Traditional Freemason [El Ecumenismo visto por un Masón Tradicionalista] aplaudió el Ecumenismo sustentado por el Vaticano II. Escribió él:
        Los católicos (...) no deben olvidar que todos los caminos llevan a Dios. Y tendrán que admitir que esta audaz idea del librepensamiento, a la que sin duda podemos llamar una revolución, que emana de nuestras logias masónicas, se ha diseminado magníficamente sobre la cúpula de San Pedro.32
       Yves Marsaudon se alegraba, añadiendo que «se puede afirmar que el Ecumenismo es hijo legítimo de la Masonería.»33
       El espíritu de duda y de revolución, característicos del pos-Vaticano II, evidentemente alegraron el corazón del masón francés Jacques Mitterrand, que escribió en tono de aprobación:
        Algo ha mudando dentro de la Iglesia, y las respuestas del Papa a las cuestiones más candentes, como el celibato de los Sacerdotes y el control de la natalidad, provocan acalorados debates en el seno de la propia Iglesia. Obispos, curas y fieles discuten la palabra del Sumo Pontífice. Para el masón, un hombre que duda de un dogma ya es un masón sin mandil.34
       El francés Marcel Prelot, senador por la Región de Doubs, es probablemente el más preciso  al describir lo que realmente sucedió. Escribió:
        Durante un siglo y medio habíamos luchado para introducir nuestras ideas en la Iglesia, y no lo habíamos conseguido. Llegó finalmente el Vaticano II, y hemos vencido. A partir de entonces las proposiciones y los principios del Catolicismo liberal han sido, por fin, definitiva y oficialmente aprobados por la Santa Iglesia.35
       Los comunistas también se quedaron muy satisfechos con los resultados del Concilio. Como declaró el Partido Comunista Italiano en su XI Congreso, en 1964: «El extraordinario “despertar” del Concilio, que se puede justificadamente comparar con los Estados Generales de 1789, mostró a todo el mundo que la vieja Bastilla político-religiosa fue sacudida en sus fundamentos.»36 Refiriéndose al Arzobispo Marcel Lefebvre — que lideraba la oposición tradicionalista contra los liberales conciliares y que había propuesto la condenación del Comunismo por el Concilio —, el periódico oficial de Partido Comunista Italiano, L’Unità, tuvo la insolencia de aconsejar al Papa Pablo VI: «Tened conciencia del peligro que representa Lefebvre. Y proseguid el magnífico movimiento de acercamiento, iniciado con el ecumenismo del Vaticano II.»37

Una “orientación” enteramente nueva para la Iglesia
       No hay por qué sorprenderse de las manifestaciones públicas de entusiasmo acerca del Vaticano II, hechas por las lumbreras neomodernistas, por los comunistas y por los masones. Para quien tuviese ojos para ver, era obvio que el Concilio Vaticano II parecía adoptar las mismas ideas condenadas por el Beato Papa Pío IX en el Syllabus de los Errores; ideas empero, que estaban en consonancia con el Pensamiento modernista. (Conforme comentaremos más adelante, el propio Cardenal Ratzinger describió ciertos aspectos de la doctrina del Concilio como un “Anti-Syllabus”.) Esto, evidentemente, no sucedió por acaso, sino de modo deliberado. Los progresistas que comparecieron al Vaticano II procuraron evitar declaraciones directas que se pudieran interpretar como errores modernistas ya condenados; del mismo modo, incluyeron hábilmente en los textos conciliares, ambigüedades que pretendían explotar después del Concilio.38
       Utilizando ambigüedades intencionales, los documentos conciliares impulsaron un ecumenismo que ya fuera condenado por Pío XI, una libertad religiosa para sectas falsas, condenadas por los Papas del siglo XIX (especialmente por el Beato Pío IX); una nueva liturgia, según las normas del Protestantismo y del ecumenismo, a la que el Arzobispo Bugnini39 denominó «una conquista de gran importancia de la Iglesia Católica»; una colegialidad que ataca la raíz de la Primacía papal, y una “nueva actitud hacia el Mundo”, particularmente en la Gaudium et Spes, uno de los más radicales documentos conciliares. Hasta el Cardenal Ratzinger llegó a admitir que la Gaudium et Spes está impregnada del espíritu de Teilhard de Chardin.40
       Todo esto ha tenido como resultado, ni más ni menos, una orientación completamente nueva para la Iglesia: aquello que el Papa Pablo VI llamó “una apertura al Mundo”. Sin embargo, como el propio Pablo VI tuvo que admitir, la apertura al Mundo demostró ser un error de cálculo, absolutamente desastroso.
El Papa Pablo VI admite que la Iglesia
fue invadida por el pensamiento mundano
       Como el propio Pablo VI admitió ocho años después del Concilio, «la abertura al Mundo se convirtió en una verdadera invasión del pensamiento mundano en la Iglesia. Tal vez hayamos sido excesivamente débiles e imprudentes.» Solo tres años después del Concilio, Pablo VI reconoció que «la Iglesia se halla en un turbulento período de autocrítica, que más bien podría llamarse autodemolición.»41 Y en 1972, en el probablemente más sorprendente comentario que jamás haya hecho un Pontífice Romano, Pablo VI deploró que «por alguna rendija el humo de Satanás ha entrado en el Templo de Dios.»42
       Veamos algunas de las razones que explican la asombrosa confesión del Papa Pablo VI.

La Iglesia “se abre” al “diálogo”
con sus enemigos masones y comunistas
       Con el Vaticano II tuvo inicio un extenso programa para la colaboración con las fuerzas del Mundo, la gran apertura al Mundo. En ninguna parte esto es más visible que en la propia Gaudium et Spes, la cual declara que «por medio de un estudio incesante, ellos» — o sea, todos los Sacerdotes de la Iglesia Católica, todos los Obispos, todos los miembros de la Jerarquía — «deberán estar preparados para poner su parte en la consecución de un diálogo  con el Mundo y con los hombres de todo tipo de opiniones.»
       Después de eso, surgirá la siguiente objeción: ¿Qué hay de equivocado en la colaboración pacífica y en el diálogo con hombres de toda suerte de opiniones, en asuntos en que la Iglesia pueda alcanzar una especie de acuerdo básico? También aquí los Papas anteriores al Concilio nos advirtieron sobre uno de los artificios y embustes que, bajo la apariencia del bien, utiliza el Demonio. Hablando precisamente sobre este llamamiento a la colaboración y al diálogo con los comunistas en asuntos aparentemente comunes a toda la Humanidad — lo cual es en verdad un llamamiento del Demonio para que la Iglesia rinda Sus armas y se una al enemigo —, el Papa Pío XI, en la Divini Redemptoris nos alertó con estas palabras:
        Al principio, el comunismo se mostró cual era en toda su perversidad; pero pronto cayó en la cuenta de que con tal proceder alejaba de sí a los pueblos, y por esto ha cambiado de táctica y procura atraerse las muchedumbres con diversos engaños, ocultando sus designios bajo ideas que en sí mismas son buenas y atrayentes. ... Así, bajo diversos nombres ... pérfidamente procuran infiltrarse hasta en asociaciones abiertamente católicas y religiosas. ... invitan a los católicos a colaborar con ellos en el campo llamado humanitario y caritativo, a veces proponiendo cosas completamente conformes al espíritu cristiano y a la doctrina de la Iglesia. ... Procurad, Venerables Hermanos, que los fieles no se dejen engañar. El comunismo es intrínsecamente perverso; y no se puede admitir que colaboren con él, en ningún terreno, quienes deseen salvar la civilización cristiana..43
       Pío XI no podía ser más claro sobre el deber de rehusar el “diálogo” y la colaboración con los comunistas. ¿Y por qué? «Dime con quién andas y te diré quién eres», o, como dicen los italianos, dimmi con chi vai, e ti dirò chi sei. Como el mismo Pío XI reconoció, quien se asocia a cierto tipo de personas acabará siendo dominado por la influencia de tales personas y terminará comportándose como ellas, aun contra su propia voluntad. Quien colabora con las fuerzas del Mundo acabará siendo seducido por ellas, y se convertirá en una de ellas. Si la Iglesia se abre al Mundo, en el sentido de abandonar su oposición a aquellas influencias que anteriormente había rechazado, y, si en vez de eso, afirma que ahora pasará a colaborar y a dialogar con Sus enemigos, Sus miembros llegarán a ser, a su tiempo, como aquellos a los que anteriormente combatieron. Así, pues, la apertura al Mundo tendrá como resultado una Iglesia identificada con el Mundo —  tal como el propio Papa Pablo VI se vio obligado a reconocer en la mencionada declaración.

La Iglesia “se reconcilia” con el Liberalismo
       Aquellos “conservadores”, que no aceptan que el Vaticano II represente una ruptura en la Tradición, o que contradiga doctrinas anteriores, no han prestado atención a los verdaderos promotores y agitadores del Concilio, que cínicamente reconocen esa realidad. Yves Congar, uno de los “peritos” del Concilio y el principal artífice de las reformas, observó con discreta satisfacción  que “la Iglesia ha pasado pacíficamente por su Revolución de Octubre.”44 Admitió también Congar, como si fuera cosa digna de orgullo, que la Declaración sobre la Libertad Religiosa del Vaticano II es contraria al Syllabus del Papa Pío IX45. Afirmó:
       Es innegable que la declaración del Vaticano II sobre la libertad religiosa expresa algo netamente distinto de aquello que afirmó el Syllabus de 1864, y logra ser justamente lo contrario de las proposiciones 16, 17 y 19 de ese documento.46
       Congar insinúa gozosamente que el Vaticano II anuló una infalible condenación papal del error.
       Aún más notables son las declaraciones del Cardenal progresista y Padre conciliar Suenens, uno de los prelados más liberales del siglo XX, el cual habló, en tono triunfalista, de los antiguos regímenes que se vinieron abajo. Las expresiones que empleó para elogiar el Concilio son excepcionalmente reveladoras, quizás las más escalofriantes y perjudiciales de todas. Suenens afirmó: “El Vaticano II es la Revolución Francesa de la Iglesia.”47
       Y, no hace mucho aún, el propio Cardenal Ratzinger, que aparentemente no se inmutó con tales confesiones, añadió su propia declaración. Según él, el texto Gaudium et Spes del Vaticano II, no es otra cosa sino un “Anti-Syllabus”. Así lo expresó:
        Si se desea presentar un diagnóstico del texto (Gaudium et Spes) en su totalidad, podríamos decir que (en unión con los textos sobre la libertad religiosa y las religiones del mundo) se trata de una revisión del Syllabus de Pío IX, una especie de Anti-Syllabus... Limitémonos a decir aquí que el texto se presenta como Anti-Syllabus y, como tal, representa una tentativa de reconciliación oficial con la nueva era inaugurada en 1789... La postura unilateral adoptada por la Iglesia bajo Pío IX y Pío X, en respuesta a la situación creada por la nueva fase histórica que inauguró la Revolución Francesa, fue en gran parte  corregida via facti, especialmente en Europa Central; pero aún no había una declaración de principios sobre la relación que debería existir entre la Iglesia y el mundo que surgió en 1789. En efecto, los países con acentuada mayoría católica mantuvieron una actitud abiertamente prerrevolucionaria. Difícilmente podrá alguien negar hoy que los Concordatos español e italiano procuraron conservar una parte de la visión del Mundo, que ni de lejos correspondía a la realidad. En lo que atañe a la educación y al método histórico-crítico de la ciencia moderna, pocos podrán objetar hoy que existían anacronismos, una clara consecuencia de la adhesión a una obsoleta relación entre la Iglesia y el Estado.48
       Obsérvese la extrema osadía de un Cardenal que califica de “unilaterales” ¡a dos de los más grandes Papas de la Historia de la Iglesia en su esfuerzo por protegerla de los errores del Liberalismo y del Modernismo! Según el propio Cardenal Ratzinger, en el Vaticano II la Iglesia “intentó” “corregir” y “impugnar” las enseñanzas del Beato Pío IX y de San Pío X, y, en oposición a éstas, “intentó” reconciliarse con la Revolución Francesa y  con la Ilustración.
       ¡Éste era exactamente el propósito de la Instrucción Permanente, el plan masónico de subversión de la Iglesia! Precisamente por eso, en el Syllabus de Errores el Beato Pío IX condenó la proposición que afirma que «El Romano Pontífice puede y debe reconciliarse y transigir con el progreso, con el liberalismo y con la civilización moderna.» (Proposición Condenada Nº 80). Y San Pío X, en su encíclica Notre Charge Apostolique, condenó el movimiento “Le Sillon” en Francia, censurando a sus miembros porque «no temen promover reconciliaciones blasfemas entre el Evangelio y la Revolución.»
       Sin embargo, según el Cardenal Ratzinger “no cabe un retorno al Syllabus, que pudo haber señalado la primera fase — pero no la última —del enfrentamiento con el liberalismo.”49 ¿Y cuál es esa “última fase” del enfrentamiento con el Liberalismo? Aparentemente, según la opinión del Cardenal Ratzinger, ¡es la aceptación, por parte de la Iglesia,de las mismas ideas que anteriormente condenó! Enfrentarse al Liberalismo por medio de la reconciliación con él, es una fórmula capciosa. El “enfrentamiento” de Ratzinger con el liberalismo no es otra cosa que una abyecta rendición.
       Además, según la opinión de Ratzinger, al presente no sólo se deben considerar obsoletas las condenaciones al Liberalismo contenidas en el Syllabus del Beato Papa Pío IX, sino también la doctrina antimodernista del Papa San Pío X en la Pascendi. En 1990 la Congregación para la Doctrina de la Fe divulgó una “Instrucción sobre la vocación eclesial del Teólogo”. Al explicarle la Instrucción a la Prensa, el Cardenal Ratzinger declaró que ciertas enseñanzas del Magisterio «no debían considerarse como la última palabra en un asunto como éste, sino más bien servían como una tentativa de captar el problema, y, sobre todo, como una expresión de prudencia pastoral, una especie de disposición transitoria»50 Como ejemplos de estas “disposiciones transitorias”, el Cardenal Ratzinger mencionó «las declaraciones de los Papas durante el último siglo acerca de la libertad religiosa, así como las decisiones antimodernistas de principios de este siglo...»51 — es decir, las enseñanzas antimodernistas de San Pío X en los primeros años del siglo XX.
       Estos comentarios deberían desasosegar a cualquier católico, no solamente porque reconocen que el Concilio abrazó un objetivo acariciado por los enemigos de la Iglesia, sino también porque proceden de aquella misma persona a la que, como máximo responsable de la Sagrada Congregación de la Doctrina de la Fe (CDF), se le supone el deber de custodiar la pureza de la Doctrina católica. Y, como veremos más adelante, este hombre es el mismo que lideró el ataque para echar por tierra el entendimiento católica tradicional del Mensaje de Fátima.

Se abandona la doctrina de que la Iglesia Católica Romana
es, en exclusiva, la única y verdadera Iglesia de Cristo
       Así como la tentativa de reconciliar la Iglesia con los principios de la Revolución Francesa neutralizaría lo que en el pasado había sido una vehemente oposición a los errores de la Edad Moderna, así también la “aventura ecuménica” proclamada en el Concilio tuvo por consecuencia el abandono, de facto, de todos los esfuerzos para convertir a la Fe católica a los protestantes y a los cismáticos — como en el caso de la conversión de Rusia.
       Al mismo tiempo que el Concilio adoptaba el “movimiento ecuménico” — tan sólo treinta y cinco años después de que el Papa Pío XI lo hubiera condenado en su encíclica Mortalium Animos —, el documento conciliar Lumen Gentium se confundió toda la Doctrina de la Iglesia Católica como única y verdadera Iglesia. Según la Lumen Gentium, «la Iglesia de Cristo... subsiste en la Iglesia Católica.» (Cursiva, nuestra)
       Es algo sorprendente. ¿Por qué motivo no proclama el documento de forma cristalina lo que la Iglesia Católica siempre ha enseñado, según se desprende de las encíclicas de Pío XII — es decir, que la única y verdadera Iglesia de Cristo es la Iglesia Católica52? ¿Por qué utilizar un término que refuerza el error progresista, de que la Iglesia de Cristo viene a ser en realidad, más amplia que la Iglesia Católica, de tal forma que las sectas cismáticas y protestantes vienen a ser, “de algún modo misterioso”, parte integrante (o vinculada) de la Iglesia de Cristo? Este error, basado en el empleo, por el Vaticano II, de la palabra “subsiste”, es proclamado a los cuatro vientos por el P. Avery Dulles, recientemente nombrado Cardenal por el Papa Juan Pablo II:
        La Iglesia de Jesucristo no es idéntica, de forma exclusiva, a la Iglesia Católica Romana.  Subsiste sin duda en el Catolicismo romano, pero también está presente de varios modos y con diversa intensidad en otras Comunidades cristianas, hasta tal punto que éstas son también aquello que Dios inició por medio de Jesús,y obedecen a las inspiraciones del Espíritu de Cristo. Como consecuencia de esta coparticipación en la realidad de la única Iglesia, las diversas Comunidades cristianas mantienen ya una mutua comunión real, aunque imperfecta.53 (Cursiva, nuestra)
       Por su parte, el Cardenal Ratzinger adopta, igualmente, una vez más, las tesis de la “nueva teología”. En una entrevista concedida al periódico alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung, declaró lo siguiente:
        Cuando los Padres Conciliares sustituyeron la palabra “est” (es) por la palabra “subsistit” (subsiste), lo hicieron por una razón muy específica. El concepto expresado por “est” (ser) es mucho más amplio que el de “subsistir”. “Subsistir” es una manera muy específica de ser, es decir, ser como sujeto que existe por sí propio. Por consiguiente, los Padres Conciliares querían decir que el ser de la Iglesia como tal es una entidad más amplia que la Iglesia Católica Romana, pero dentro de aquélla, ésta adquiere, de un modo singular, la característica de un verdadero y propio sujeto.54 (Cursiva, nuestra)
       Afirma el Cardenal que los Padres Conciliares pretendían decir que el “ser” de la Iglesia es más amplio que la Iglesia Católica. Tal afirmación es falsa. La gran mayoría de los Padres conciliares no pretendía contradecir la doctrina del Papa Pío XII, que la Iglesia de Cristo es la Iglesia Católica, y no una identidad imprecisa, “más amplia” que la Iglesia Católica.
       En realidad, fue Ratzinger quien intentó valerse de la ambigüedad con el propósito de debilitar insidiosamente la Doctrina de la Iglesia, según la cual la única y exclusiva Iglesia de Cristo es la Iglesia Católica: intención que compartió con sus colegas partidarios de la “nueva teología” en el Vaticano II. Y si sabemos esto, es porque fue el propio P. Ratzinger, actuando como peritus teológico en el Concilio, quien introdujo la palabra “subsistit” (subsiste) en el borrador del documento conciliar Lumen Gentium. Introdujo esa palabra por sugerencia de un ministro protestante alemán, el Rev. Schmidt.
       Si el lector juzga que la explicación dada por el Cardenal Ratzinger para utilizar la palabra “subsistit” es confusa, sepa que eso lo hizo deliberadamente. Contrariamente a lo que sugiere el Cardenal Ratzinger, “subsiste” y “es” pueden significar la misma cosa. Por la necesidad de aquella exactitud que debería brillar en los documentos conciliares, el Concilio debió haber afirmado claramente que «la Iglesia de Cristo subsiste únicamente en la Iglesia Católica.» Pero, como lo reconoció el P. Edward Schillebeeckx, otro peritus conciliar, sus cofrades liberales habían introducido deliberadamente ambigüedades en los textos conciliares55,  sabiendo  que después del Concilio podrían interpretarlas bajo una perspectiva heterodoxa.
       Es precisamente esto lo que hace ahora el Cardenal Ratzinger con el término “subsistit” (subsiste). En efecto, el texto original en alemán de la mencionada entrevista al Frankfurter Allgemeine Zeitung demuestra que llega a ser todavía más radical en su distanciamiento de la doctrina del Papa Pío XII: «... die Konzilsväter das von Pius XII gebrauchte Wort “ist”durch“subsistit” ersetzten» — cuya traducción es: «...los Padres conciliares sustituyeron la palabra “es”, empleada por Pío XII, por “subsiste”.» Es decir, el Cardenal Ratzinger admite que el Vaticano II sustituyó la terminología del Papa Pío XII — ¡gracias al propio Cardenal Ratzinger y a su amigo el ministro protestante! Lo que es peor: en el texto original de la entrevista se lee además: «So wollten die Väter sagen: Das Sein der Kirche als solches reicht viel weiter als die römisch-katholische-Kirche,» — que se traduce así: «Por tanto, los Padres conciliares querían decir: La Iglesia como entidad es mucho más amplia que la Iglesia Católica Romana.»56 Por consiguiente, Dulles y Ratzinger contradicen completamente la perenne Doctrina católica que afirma que la Iglesia de Cristo existe exclusivamente en la Iglesia Católica. A pesar de todo, su opinión es actualmente la interpretación usual del Vaticano II.
       Vemos aquí un primer ejemplo de cómo “los nuevos teólogos” en el Vaticano II se pasaron a sí mismos el balón teológico, fingiendo que había sido el “Concilio” quien pasó el balón.


Durante el pontificado de Pío XII, se les había prohibido la publicación de sus escritos a los teólogos liberales, como Karl Rahner, Yves Congar (izq.) y Henri de Lubac (der.). Sin embargo, en los años de 1960 se consintió que las opiniones de estos mismos “teólogos” progresistas tuviesen una influencia muy amplia durante el Concilio Vaticano II.




La Iglesia ya no pretende la conversión de Rusia
ni el regreso de los herejes y cismáticos
       Con esta nueva visión de la “Iglesia de Cristo”, como algo mucho más amplio que la Iglesia Católica Romana, no es de admirar que, después de cuarenta años de “actividad ecuménica”, hasta los prelados del Vaticano rechazan ahora sin ambages el retorno de los protestantes y de los cismáticos a Roma.
       Un ejemplo importante de este distanciamiento de la Doctrina tradicional es la reciente declaración del Cardenal Walter Kasper, ex secretario del más famoso hereje posconciliar en la Iglesia, Hans Küng. Kasper, cuyas ideas modernistas son bien conocidas por toda la Iglesia, fue nombrado Cardenal por el Papa Juan Pablo II en febrero de 2001 y actualmente disfruta en el Vaticano del cargo de Prefecto del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos. Kasper declaró:
        ... hoy ya no entendemos el ecumenismo como un retorno por medio del cual los otros “se convertirían” y volverían a ser “católicos”. En el Vaticano II esto se abandonó por completo.57
       De hecho, la declaración de Kasper desdeña el dogma infalible, tres veces definido, de que «fuera de la Iglesia no hay salvación» (extra Ecclesia nulla salus). Damos a continuación el los términos exactos de estas tres solemnes e infalibles definiciones (y por eso mismo inmutables)58, impuestas a todos los católicos59 (sin ninguna excepción, incluso a los Cardenales y a los Papas) bajo pena de la inevitable excomunión:
        Una sola es la Iglesia universal de los fieles, fuera de la cual nadie absolutamente se salva. (Papa Inocencio III, IV Concilio de Letrán, 1215: D.S. 802; Dz.-Hünermann 802).
        Ahora bien, someterse al Romano Pontífice, lo declaramos, lo decimos, definimos y pronunciamos como de toda necesidad de salvación para toda humana criatura. (Papa Bonifacio VIII, Bula Unam Sanctam, 1302: D.S. 875; Dz.-Hünermann 875).
        Firmemente cree, profesa y predica que «nadie que no esté dentro de la Iglesia católica, no sólo paganos», sino también judíos y herejes y cismáticos, puede hacerse partícipe de la vida eterna, sino que irá al fuego eterno «que está aparejado para el diablo y sus ángeles» [Mt 25, 41], a no ser que antes de su muerte se uniere con ella; y que es de tanto precio la unidad en el cuerpo de la Iglesia, que sólo a quienes en él permanecen les aprovechan para su salvación los sacramentos y producen premios eternos los ayunos, limosnas y demás oficios de piedad y ejercicios de la milicia cristiana. «Y que nadie, por más limosnas que hiciere, aun cuando derramare su sangre por el nombre de Cristo, puede salvarse, si no permaneciere en el seno y unidad de la Iglesia católica». (Papa Eugenio IV, Bula Cantate Domino, 1442; D.S. 1351; Dz.-Hünermann 1351).58a
       No se deben interpretar estas enseñanzas como si excluyeran de la salvación a aquellos que no sean miembros formales de la Iglesia Católica, si (sin culpa propia) desconocen su obligación objetiva de hacerlo. Aun así, tal como el Beato Pío IX enseñó en su Singulari Quadem, los católicos no deben preocuparse con especulaciones infundadas sobre la salvación de aquellos que no sean formalmente miembros de la Iglesia, toda vez que sólo Dios sabe a quién salvará (por modos extraordinarios) de entre el gran número de seres humanos que no han profesado externamente la Religión católica. Por eso el Beato Pío IX — beatificado por el Papa actual, Juan Pablo II, — exhortó a los fieles a que defendiesen firmemente el dogma de que «Fuera de la Iglesia no hay salvación», y a que continuasen, con creciente fervor, la tarea encomendada por Dios a la Iglesia: hacer discípulos de todos los pueblos. Sobre el destino de aquellos que permanezcan fuera de la Iglesia visible, Su Santidad advirtió que «cualquier otra indagación más allá de esto es ilegítima.»
       ¿Quién podría dudar de la sabia advertencia del Beato Papa Pío IX? Efectivamente, la Iglesia también ha enseñado constante e infaliblemente que nadie en este Mundo (salvo mediante una revelación privada) puede saber con certeza absoluta la situación subjetiva de ningún alma, y mucho menos, si un alma — aun la suya propia — se cuenta entre el número de los elegidos. Como no le es posible a la Iglesia conjeturar si una persona concreta se salvará o se condenará, los ministros de la Iglesia se obligan por deber a lograr obtener la conversión de todos los hombres, mujeres y niños sobre la faz de la Tierra, según el mandato de Nuestro Señor: «Id, pues, y haced discípulos míos todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo cuanto yo os he mandado.» (Mt. 28:19) «El que crea y sea bautizado se salvará; pero el que no crea se condenará» (Mc. 16:16)
       Al afirmar que los protestantes ya no necesitan convertirse al Catolicismo, el Cardenal Kasper se opone de modo insolente, tanto a la doctrina infalible del Magisterio, como al propio mandato de Nuestro Señor Jesucristo. El punto de vista de Kasper también contradice abiertamente la inmutable Doctrina de la Iglesia, de que la única vía para la unidad de los cristianos es el retorno de los disidentes a la Iglesia Católica, mediante su conversión. En la amonestación al Santo Oficio que hizo Pío XII en 1949 sobre el “movimiento ecuménico”, se advertía a los Obispos que, en cualquier discusión “ecuménica” que autorizasen, se debería brindar a los interlocutores protestantes con “la verdad católica” y “la doctrina de las encíclicas de los Romanos Pontífices acerca del retorno de los disidentes a la Iglesia.”60 La Doctrina católica sobre el retorno de los disidentes fue resaltada por Pío XII en 20 de diciembre de 1949: «La Doctrina católica habrá de ser propuesta, y completa e integralmente expuesta: no se debe pasar en silencio ni esconder con palabras ambiguas aquello que la Iglesia Católica enseña sobre la verdadera naturaleza y los medios de justificación, sobre la constitución de la Iglesia, sobre el primado de jurisdicción del Romano Pontífice, sobre la única unión legítima que se consuma con el retorno de los disidentes a la única y verdadera Iglesia de Cristo.»61
       Kasper al menos expresa sin rodeos aquello que imaginamos que, de una u otra forma, es en la actualidad la creencia de la mayoría de los prelados en la actualidad, aunque ni lo confirman ni lo desmienten. Sin embargo, el plan de acción de Kasper representa, de hecho, el predominante “espíritu del Vaticano II”. Quien lo ha confirmado ha sido ni más ni menos que el Cardenal Ratzinger, cuando aún era tan sólo el P. Ratzinger. En su libro de 1966 Theological Highlights of Vatican II [Principales puntos teológicos del Vaticano II], Ratzinger afirma que el Concilio proporcionó a la Iglesia una nueva orientación acerca de los no católicos, que prescinde de toda llamada a su conversión:
        La Iglesia Católica no tiene derecho de incorporar las otras Iglesias… [Una] unidad básica — de Iglesias que permanecen siendo Iglesias, pero que constituyen la Iglesia única — debe reconsiderar la idea de la conversión, aun cuando ésta conserve su validez para aquellos a los que su conciencia les impulse realizarla.62
       Ahora bien, el Cardenal Ratzinger escribió ese libro durante el Concilio. Como colaboraba con Karl Rahner, se dedicó a fondo en la redacción de los documentos conciliares. Por lo tanto, está en condiciones de informarnos cuáles eran las verdaderas intenciones de los “arquitectos” del Vaticano II, que no se deben confundir con las de los propios Padres conciliares. Dice él que la doctrina del Vaticano II, según los que redactaron los documentos, era que la conversión es una opción.63 Lo cual significa, según Ratzinger, que un no católico no necesita convertirse a la verdadera Iglesia, ni para su propia salvación, ni por causa de la unidad.
Otros dos “teólogos” liberales y modernistas: Los Padres Dominique Chenu (a la izquierda) y Hans Küng (a la derecha), en la época del Concilio.
       Esta opinión no es menos radical que la del P. Edward Schillebeeckx, otro peritus conciliar progresista, investigado (pero nunca sancionado) por el Vaticano después del Concilio, por su manifiesto rechazo de varios dogmas católicos. Schillebeeckx se regocijó porque «en el Vaticano II, la Iglesia Católica abandonó oficialmente su monopolio sobre la religión cristiana.»64
       De igual manera, un periódico “católico” del Servicio Internacional de Documentación Judaico-Cristiana (SIDIC)65, con sede en Roma, comentó la nueva orientación del Vaticano II sobre los no católicos. En 1999 se refirió a lo que consideraba el “principal problema” en  relación con los llamados “católicos tradicionales”, incluido el Arzobispo Lefebvre:
       La recusa de Lefebvre en aceptar el ecumenismo, tiene su origen en las inconfundibles enseñanzas del Magisterio: La encíclica Satis Cognitum, de Leon XIII (1896); la encíclica Mortalium Animos, de Pío XI (1928); la Instrucción del Santo Oficio, de 20 de diciembre de 1949, acerca del ecumenismo. El único ecumenismo que aceptan Lefebvre y sus seguidores es aquel que tiene por objetivo el retorno incondicional de los miembros de otras confesiones a la única Iglesia de Cristo, la Iglesia Católica Romana. Este sectarismo fanático es precisamente el tipo de lógica que el Vaticano II, con base en una profunda reflexión sobre la naturaleza de la Iglesia, rehusó aceptar. A pesar de establecer su origen en la Tradición [sic], el objetivo de la reflexión conciliar no tuvo precedentes en la Historia del Cristianismo. Para los integristas, el ecumenismo es una de las principales traiciones cometidas por el Vaticano II66 (Cursiva, nuestra)
       La moderna afirmación de que los no católicos no necesitan convertirse, porque (de algún modo misterioso) ya son parte integrante de la Iglesia de Cristo,67 menosprecia la Doctrina perenne de la Iglesia sobre la necesidad que tienen los no católicos de abandonar sus errores y regresar a la única y verdadera Iglesia de Jesucristo, conforme lo han enseñado unánimemente los Papas anteriores al Concilio.
       Se han dado casos en que los Cardenales del Vaticano disuadieron de forma  explícita a no católicos que deseaban convertirse al Catolicismo: evidentemente, en observancia de esta misma interpretación falsa del Concilio. El Catholic Family News publicó la historia del P. Linus Dragu Popian, que había crecido en la religión ortodoxa rumana. En 1975 arriesgó su vida para huir de la Rumanía comunista, y se presentó al Vaticano como seminarista, expresando su deseo de convertirse al Catolicismo. El entonces Secretario de Estado, Cardenal Villot, y otros Cardenales del Vaticano se quedaron aterrados. Le dijeron al joven Popian que no debería huir del Comunismo, ni se debería convertir al Catolicismo, puesto que con eso perjudicaba las relaciones del Vaticano con la Rumanía comunista y con la Iglesia Ortodoxa Rumana.68
       Desde entonces poco ha mudado en Roma. El Obispo Fellay, de la Sociedad San Pío X, contó en una entrevista reciente que se había encontrado con un Obispo cismático (ortodoxo) que deseaba convertirse a la Iglesia Católica. Fellay le aconsejó a tratar de ese asunto directamente con Roma. Cuando el Obispo ortodoxo le comunicó al Vaticano que deseaba hacerse católico, «cundió el pánico. Al día siguiente, el Cardenal Lucas Moreira Neves, Prefecto de la Congregación de los Obispos, le dijo al Obispo cismático: “Excelencia, no es necesario que se convierta. ¡Desde el Concilio las cosas han cambiado! Ya no hay necesidad de convertirse.”»69
       Este deliberado rechazo a que un Obispo ortodoxo, cismático, regresase a Roma está totalmente conforme con la Declaración de Balamand en 1993, acordada entre ciertas autoridades del Vaticano y varias Iglesias ortodoxas. En ese documento, el representante del Vaticano (el Cardenal Cassidy, del Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos) concordó en que, efectivamente, debido a las “perspectivas radicalmente alteradas y, por tanto, debido también a las actitudes” generadas por el Vaticano II, la Iglesia Católica instruirá a los nuevos sacerdotes a «pavimentar el camino para las futuras relaciones entre las dos Iglesias, superando la obsoleta eclesiología del retorno a la Iglesia Católica70
       Es una herejía la pretensión de considerar “eclesiología obsoleta” la Doctrina perenne del Magisterio sobre el retorno de los disidentes (herejes y cismáticos) a la única Iglesia verdadera, como el único medio de alcanzar la unidad cristiana; y eso se debe a que esta pretensión contradice no sólo la Doctrina de la Iglesia sobre el retorno de los disidentes, sino también el dogma infalible de que fuera de la Iglesia Católica no hay salvación.
       El abandono de la doctrina tradicional de la Iglesia en este campo no significa “un acto de caridad” para con los hermanos separados, sino la renuncia de la Iglesia al deber de transmitirles la pura verdad. Conviene reiterar que el resultado no es una ventaja para los no católicos, sino más precisamente una Iglesia debilitada, oprimida por escándalos, que a duras penas consigue servir de fermento de la Sociedad, que es su misión. Hasta aquel momento en que la Iglesia, por ser una institución al mismo tiempo divina y humana, verá ineludiblemente restituida Su anterior vitalidad: como ya sucedió en tiempos pasados después de otras crisis, la Iglesia y el Mundo pasarán por grandes sufrimientos hasta que acabe esta crisis de Fe.

Se ha abandonado el Reinado Social de Cristo
       En consecuencia de la nueva orientación de la Iglesia desde el Vaticano II, se ha abandonado de facto la constante enseñanza de la Iglesia sobre el Reinado Social de Cristo, según la cual tanto los individuos como las naciones son obligados a someterse a Cristo y a adaptarse a Su doctrina. Lo que le proporcionará la paz al Mundo será la enseñanza de Cristo, y no el “diálogo” con los incrédulos; es Su Iglesia quien debe servir de instrumento principal de la paz mundial. El Papa Pío XI, con una concisión admirable, resumió en la encíclica Ubi Arcano Dei la doctrina permanente de la Iglesia sobre este tema:
       Sólo a la Iglesia corresponde, en virtud del poder que de Cristo tiene, la misión de modelar rectamente los corazones de los hombres, ella puede no sólo restablecer hoy la verdadera paz de Cristo sino también consolidarla para el porvenir apartando todos las amenazas de nuevas guerras que Nos hemos señalado. Pues sólo ella—la Iglesia—es la que, en virtud de un mandato y de una ordenación divina, enseña la obligación que los hombres tienen de ajustar a la ley eterna de Dios todo lo que hicieren, en público o en privado, como individuos y como miembros de la sociedad. Y claro es que tiene una importancia mucho mayor cuanto se refiere al bienestar de la colectividad, dada la grave y tremenda responsabilidad que le incumbe. Así, pues, cuando los Estados y los Gobiernos consideren deber sagrado y solemne suyo el someterse en su vida política, interior o exterior, a las enseñanzas y mandatos de Jesucristo, entonces, y solamente entonces gozarán, en lo interior, de una paz provechosa, mantendrán relaciones de mutua confianza, y resolverán pacíficamente los conflictos que pudieran originarse.71
       Hablando de los esfuerzos para promover la paz mundial a través de una Sociedad de Naciones, declaró el Papa Pío XI:
        Todo cuanto a este respecto se ha intentado hasta ahora, no tuvo ningún éxito o lo tuvo muy pequeño, sobre todo, en todas aquellas cuestiones en las cuales las divergencias internacionales son mucho más graves. La razón es que no hay institución alguna que pueda imponer a las naciones una especie de código internacional de leyes, adaptado a nuestros tiempos, como fué el que tuvo en la Edad Media aquella verdadera sociedad de Naciones, que era la cristiandad. Pues aunque en ella, con mucha frecuencia, se cometían injusticias, al menos permanecía siempre en vigor la santidad del derecho, como regla segura según la cual fueran juzgadas aun las mismas naciones.72
       Para reforzar esta doctrina, con la encíclica Quas Primas el Papa Pío XI instituyó la Fiesta de Cristo Rey:
       De esta doctrina común a los Sagrados Libros, se siguió necesariamente que la Iglesia, reino de Cristo sobre la tierra, destinada a extenderse a todos los hombres y a todas las naciones, celebrase y glorificase con multiplicadas muestras de veneración, durante el ciclo anual de la Liturgia, a su Autor y Fundador como a Soberano Señor y Rey de los Reyes. ... Por tanto, a todos los hombres se extiende el dominio de nuestro Redentor, como lo afirman estas palabras de Nuestro Predecesor, de i. m., León XIII, las cuales hacemos con gusto Nuestras: El imperio de Cristo se extiende no sólo sobre los pueblos católicos y sobre aquellos que habiendo recibido el Bautismo pertenecen de derecho a la Iglesia, aunque el error los tenga extraviados o el cisma los separe de la caridad, sino que comprende también a cuantos no participan de la Fe cristiana, de suerte que bajo la potestad de Jesús se halla todo el género humano. Y en este punto no hay diferencia alguna entre los individuos y las sociedades domésticas y civiles, pues los hombres reunidos en sociedad no están menos en poder de Cristo que individualmente.73

“La Civilización del Amor”
desplaza a la conversión de los paganos
       Sin embargo, después del Vaticano II el Reinado Social de Cristo fue sustituido por algo llamado “la civilización del amor” — una expresión forjada por el Papa Pablo VI para describir la utópica idea de que el “diálogo con el Mundo” llevaría a una fraternidad universal de religiones, que de ningún modo sería explícitamente cristiana. El eslogan de “la civilización del amor” viene siendo repetido incesantemente. En su discurso para el Día Mundial de la Paz, Juan Pablo II describió así esa reciente novedad:
       El diálogo lleva al conocimiento de la diversidad y abre el espíritu a la mutua aceptación y a la auténtica colaboración, impuesta por la vocación básica de la familia humana. Como tal, el diálogo es un medio privilegiado para edificar “la civilización del amor y de la paz”, que mi venerado antecesor Pablo VI indicó  como el ideal para servir de inspiración de la vida cultural, social, política y económica en nuestro tiempo. (...) Las diversas religiones también pueden y deben contribuir decisivamente a este proceso. Mis numerosos encuentros con representantes de otras religiones — recuerdo especialmente el de Asís en 1986 y el de la Plaza de San Pedro en 1999 —  me han confirmado la esperanza de que la mutua apertura entre los seguidores de las diversas religiones puede contribuir muchísimo para la causa de la paz y para el bien común de la familia humana.74 (Cursiva, nuestra)
       El mismo Papa actual, Juan Pablo II, fue inducido a pensar que los encuentros interreligiosos de oración, como los de Asís en 1986 y en 2002, se hallan entre los instrumentos presuntamente válidos para realizar aquella idea. No obstante, la mera contemplación de tales espectáculos sería suficiente para horrorizar al Papa Pío XI y a cualquiera de sus Predecesores. Mientras tanto, el Reinado Social de Cristo dentro de un orden social católico ha sido excluido, de facto, de la nueva orientación.
       Por supuesto, la nueva orientación “ecuménica” e “interreligiosa” de la Iglesia es totalmente incompatible con el Mensaje de Fátima; y eso explica por qué, a partir del Vaticano II, se han hecho esfuerzos para “modificar” el Mensaje, en consonancia con la nueva orientación, y hasta para enterrarlo de modo definitivo.

¿Están obligados los católicos a aceptar
la nueva orientación de la Iglesia?
       Los católicos están obligados a someterse a las enseñanzas de la Iglesia sobre la Fe y la Moral; pero no a someterse a las nuevas actitudes y orientaciones de eclesiásticos liberales, que actualmente hacen y dicen cosas jamás vistas ni oídas en toda la Historia de la Iglesia. Por consiguiente, tienen los católicos el derecho, y aun el deber, de oponerse a esa nueva orientación, que surgió de las ambigüedades del Concilio y de las opiniones de la “nueva teología”, que están en desacuerdo con el perenne e infalible Magisterio. Hace años que los católicos mantienen la falsa idea de que deben aceptar el Concilio pastoral Vaticano II con el mismo acatamiento de Fe que se le debe a los Concilios dogmáticos. Pero no es así. Los Padres conciliares se refirieron varias veces al Vaticano II como un Concilio pastoral. Querían decir con eso que el Concilio no se destinaba a definir la Fe, sino a deliberar sobre procedimientos de actuación, bajo un criterio prudente y práctico — como el lanzamiento de la “aventura ecuménica”. Un documento del propio Concilio, la “Nota Preliminar (Nota Praevia, en latín) a la Lumen Gentium”, lo afirma de modo indudable: Considerando la praxis conciliar. y la finalidad pastoral de este Concilio, el Sagrado Sínodo establece los asuntos que atañen a la Fe y a la Moral que solamente son obligatorios para la Iglesia (aquellas cuestiones de Fe y de Moral que el propio Concilio así las declare).75

      Pues bien. De acuerdo con la redacción de los documentos conciliares, nada se estableció como verdad de Fe y Moral “de aceptación obligatoria por la Iglesia”, en relación con la nueva “orientación ecuménica”, ni con ninguna otra de las nuevas formulaciones “pastorales”.

      El hecho de que el Vaticano II tenga menos autoridad que un concilio dogmático lo confirma la declaración de uno de los Padres conciliares, el Obispo Thomas Morris, quien pidió que sólo la abriesen después de su muerte:
      Me quedé aliviado cuando nos dijeron que este Concilio no pretendía formular ni emitir declaraciones definitivas sobre la Doctrina, puesto que una tal declaración tendría que ser formulada con mucha atención; y yo entendía que los documentos del Concilio eran proposiciones susceptibles de ser revistas.76
      Tenemos además la importante declaración del Secretario del Concilio, el Arzobispo (después Cardenal) Pericle Felici. Llegado el momento de la clausura del Vaticano II, los Obispos le pidieron a Felici aquello que los teólogos llaman “nota teológica” del Concilio, es decir, el exacto valor doctrinal de sus enseñanzas. Felici respondió:

      Llevando en cuenta la praxis conciliar y la finalidad pastoral de este Concilio, el Santo Sínodo sólo establece verdades de Fe y Moral, de aceptación obligatoria por la Iglesia, cuando el propio Sínodo claramente así lo determine.77
      Y añadió:

      Tenemos que distinguir, en los esquemas y capítulos, aquellas verdades que en el pasado hayan sido formalmente objeto de definiciones dogmáticas. Con relación a las declaraciones con apariencia de novedad, debemos mantener cierta reserva.78

      El Papa Pablo VI observó que dado el carácter pastoral del Concilio, éste ha evitado proclamar de modo solemne verdades dogmáticas, que son infalibles.79

      Así, pues, contrariamente a los Concilios dogmáticos, el Vaticano II no exige su aceptación incondicional como un artículo de Fe. Los prolijos y ambiguos documentos no son comparables con las declaraciones doctrinales de Concilios anteriores. Las novedades del Vaticano II no obligan, de modo absoluto, a que las tomemos por artículos de Fe; ni el propio Concilio afirmó que lo fuesen.

      Sin embargo, las ambiguas enseñanzas del Concilio, y la nueva orientación posconciliar de la Iglesia, tuvieron como resultado, ni más ni menos, aquello que el propio Cardenal Ratzinger denominó “la demolición de los baluartes” de la Iglesia; incluso, como veremos, la demolición del Mensaje de Fátima. Vamos, pues, a demostrar que ese destructivo intento hizo reales los sueños de los enemigos de la Iglesia, y las proféticas advertencias del Mensaje de Fátima, tal como habían sido transmitidas por el Papa Pío XII.

4 comentarios:

  1. la tiranía vaticanosegundista y su correlativa la obediencia ciega....
    obedezcan ustedes como borregos al error si quieren,
    yo paso...

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  2. http://www.devilsfinalbattle.com/span/ch6.htm
    me parece que han bloqueado el link o bien haqueado..... no me extraña nada pues además sospecho que al padre Gruner lo asesinaron.

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  3. PERO QUE TÍTULO IDIOTA...por supuesto que no hay que obdecer al error
    ¿o acaso usted no sabe como trabajaron los hijos de la viuda en el conciliábulo??!!!!!!
    por favor hasta cuando con las ojeras de burro ustedes y todos los estúpidos neocones asi solo le hacen el juego al enemigo que demuele todo lo católico.
    y si alguien como bergoglio está en Roma es por culpa de los traidores fornicarios roncalli montini woytila que le prepararon el terreno con una nueva misa, culto que vehiculiza otra doctrina, nuevo cdc nuevo catecismo etc......

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  4. http://www.devilsfinalbattle.com/span/contents_spnew.htm

    Pag. Principa lLa última batalla del diablo - Prefacio e Introducción

    Preámbulo.............................................................................
    Colaboradores.......................................................................
    Prefacio del Editor..................................................................
    Introducción..........................................................................
    Capítulo 1 El Mensaje y el Milagro...........................................
    Capítulo 2 Comienza una larga oposición................................
    Capítulo 3 El plan celestial de paz, en microcosmo...................
    Capítulo 4 El Tercer Secreto..................................................
    Capítulo 5 Aparece un motivo.........................................
    Capítulo 6 El motivo se mantiene firme...................................
    Capítulo 7 La demolición de los baluartes...............................
    Capítulo 8 El Mensaje de Fátima contra “La Línea del Partido”....
    Capítulo 9 La imposición de la nueva orientación en una Iglesia “Post-Fátima”
    Capítulo 10 Revelando los nombres.......................................
    Capítulo 11 “El Mensaje de Fátima” del Cardenal Ratzinger.......
    Capítulo 12 ¿Se encuentra el Tercer Secreto en dos textos distintos?
    Capítulo 13 El Tercer Secreto, enteramente revelado............
    Capítulo 14 ¡Oigamos a la testigo, por amor de Dios!..............
    Capítulo 15 El cálculo de los costos....................................
    Capítulo 16 Preparando una acusación formal..........................
    Capítulo 17 Mientras tanto, ¿qué podemos hacer?...................
    Capítulo 18 Petición al Sumo Pontífice.....................................
    Apéndice: Una cronología del encubrimiento de Fátima...............
    Bibliografía Seleccionada
    Glosario................................................................................
    Índice onomástico y temático..................................................
    Índice de fotografías..............................................................
    Índice genera........................................................................
    Para más información sobre Fátima, visite el sitio Web: www.fatima.org

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