jueves, 4 de julio de 2013

VLADIMIR SOLOVIEV: UN PROFETA NO ESCUCHADO, por Cardenal Biffi



 
 Vladimir Sergeevich Soloviev murió hace cien años, el 31 de julio (13 de agosto según nuestro calendario gregoriano) del año 1900. Murió en el límite del siglo XX, un siglo del cual, con singular esmero, anunció las vicisitudes y dificultades, un siglo que sin embargo, con los hechos y las ideologías prevalecientes, sería trágicamente contradictorio con sus enseñanzas más importantes y originales. Su magisterio fue, por consiguiente, profético y al mismo tiempo ampliamente desatendido.
UN MAGISTERIO PROFÉTICO
En la época de este gran filósofo ruso, la mentalidad más divulgada, propia del optimismo irreflexivo de la belle époque, preveía un porvenir sereno para la humanidad del siglo a punto de comenzar. Guiados e inspirados por la nueva religión del progreso y la solidaridad sin motivaciones trascendentes, los pueblos conocerían una época de prosperidad, paz, justicia y seguridad. En la danza Excelsior –una coreografía que en los últimos años del siglo XIX tuvo un éxito extraordinario (y luego daría el nombre a una serie innumerable de teatros, hoteles y cines)- esta nueva religión había encontrado prácticamente una liturgia propia. Profetizó Victor Hugo: “Este siglo ha sido grande, el próximo siglo será feliz”. Soloviev, en cambio, no se deja encantar por ese candor laicista y anticipa, por el contrario, con precavida lucidez, todas las calamidades que luego tuvieron lugar.
Ya en 1882, en el Segundo discurso sobre Dostoievski, parecía pronosticar y condenar anticipadamente la locura y atrocidad del colectivismo tiránico que al cabo de algunas décadas afligiría a Rusia y a la humanidad. “El mundo –afirma- no debe salvarse recurriendo a la fuerza... Es posible imaginar a los hombres colaborando juntos en una gran tarea, a la cual se refieran y sometan todas sus actividades particulares; pero si esta tarea se les impone y representa para ellos algo fatal e inminente... en ese caso, aun cuando semejante unidad abarcase a toda la humanidad, no se habrá alcanzado la humanidad universal, sino únicamente un enorme “hormiguero” , ese hormiguero que luego efectivamente sería puesto en ejecución por la ideología obtusa y despiadada de Lenin y Stalin.
En la última publicación –Los tres diálogos y el relato del Anticristo, obra terminada el domingo de Pascua de 1900- es impresionante advertir la claridad con que Soloviev prevé cómo el siglo XX será “la época de las últimas grandes guerras, las discordias intestinas y las revoluciones” , después de lo cual –dice- todo estará preparado para que pierda significado “la vieja estructura de naciones separadas y prácticamente desaparezcan en todas partes los últimos restos de las antiguas instituciones monárquicas” . Se llegará así a la “Unión de los Estados Unidos de Europa”. Es sobre todo asombrosa la perspicacia con que describe la gran crisis que afectará al cristianismo en las últimas décadas del siglo XX.
Soloviev representa esta crisis en el icono del Anticristo, personaje fascinante que logrará en cierta medida influir en todos y condicionarlos. En la forma en que aquí se presenta, no es difícil reconocer en el mismo el emblema, que es casi una hipostatización, de la religiosidad confusa y ambigua de estos años nuestros. Él será –dice Soloviev- un “convencido espiritualista”, un admirable filántropo, un pacifista comprometido y diligente, un vegetariano observante, un animalista determinado y activo.
Será, entre otras cosas, también un experto exégeta: su cultura bíblica le propiciará ciertamente un doctorado “honoris causa” de la facultad de Tubinga. Demostrará sobre todo ser un excelente ecumenista, capaz de dialogar “con palabras llenas de dulzura, sabiduría y elocuencia” .
En su enfrentamiento con Cristo, no tendrá “una hostilidad de principios” ; por el contrario, apreciará la muy elevada enseñanza. Sin embargo, no podrá soportar su absoluta “unicidad” , y por lo mismo la censurará, y por consiguiente no se resignará a admitir y proclamar que ha resucitado y hoy está vivo.
Como vemos, aquí se traza y se critica un cristianismo de los “valores”, de las “aperturas” y del “diálogo”, donde al parecer queda poco espacio para la persona del Hijo de Dios crucificado por nosotros y resucitado y para el hecho de la salvación. Tenemos material para reflexionar. La militancia en la fe reducida a acción humanitaria y genéricamente cultural; el mensaje evangélico identificado en el enfrentamiento irénico con todas las filosofías y todas las religiones; la Iglesia de Dios trocada por una organización de promoción social: ¿estamos seguros de que Soloviev no previó realmente lo que efectivamente sucedió y que ésta no es precisamente hoy día la insidia más peligrosa para la “nación santa” redimida por la sangre de Cristo? Es una pregunta inquietante y no debería eludirse.

UN MAGISTERIO DESATENDIDO
Soloviev comprendió más que nadie el siglo XX, pero el siglo XX no lo comprendió a él.
No se trata de que haya carecido de reconocimiento. No se le niega comúnmente la calificación de filósofo ruso máximo. Para Von Balthasar, su pensamiento es “la creación especulativa más universal de la época moderna” , y llega incluso a ubicarlo en un mismo plano con Tomás de Aquino. En todo caso, es innegable que el siglo XX en general no le ha prestado atención alguna y por el contrario se ha movido tercamente en un sentido opuesto al indicado por él. Las actitudes mentales predominantes en la actualidad están sumamente alejadas de la visión solovieviana de la realidad, incluso en muchos cristianos comprometidos con la Iglesia y culturalmente ligados con la misma. Entre otras cosas, podemos citar a modo de ejemplos:
- el individualismo egoísta, que señala cada vez más por sí mismo la evolución de nuestras costumbres y nuestras leyes;
- el subjetivismo moral, que induce a considerar lícito y hasta loable asumir en el ámbito legislativo y político posiciones diferenciadas de la norma de comportamiento a la cual personalmente uno se atiene;
- el pacifismo y la no violencia, de matriz tolstoyana, confundidos con los ideales evangélicos de paz y fraternidad, de tal manera que luego se termina cediendo ante la prepotencia y se deja sin defensa a los débiles y a los honestos;
- el extrinsecismo teológico, que por temor de ser tachado de integrismo, olvida la unidad del plano divino, renuncia a irradiar la verdad divina en todos los campos y abandona toda tentativa de coherencia cristiana.
De manera especial, el siglo XX, en sus trayectos y en sus resultados sociales, políticos y culturales, ha estado en ruidosa contradicción con la gran construcción moral de Soloviev. Él había identificado los postulados éticos fundamentales en una triple experiencia primordial, presente de modo innato en todo ser humano, vale decir, en el pudor, en la compasión por los demás y en el sentimiento religioso.
Ahora bien, el siglo XX, tras una revolución sexual egoísta y carente de sabiduría, ha llegado a tales niveles de permisivismo, ostentación en la vulgaridad y público impudor que al parecer no tiene parangón adecuado en la experiencia humana anterior. Por otra parte, ha sido el siglo más opresivo y sangriento de la historia, carente de respeto por la vida humana y desprovisto de misericordia. Ciertamente, no podemos olvidar el exterminio de los hebreos, que jamás será suficientemente execrado; pero conviene recordar que no fue el único: nadie recuerda el genocidio de los armenios durante la Primera Guerra Mundial; nadie se arriesga a contar las víctimas sacrificadas inútilmente en diversos lugares del mundo en aras de la utopía comunista. En cuanto al sentimiento religioso, durante el siglo XX se propuso e impuso por primera vez en el Oriente el ateísmo de Estado a una gran parte de la humanidad, mientras en el Occidente secularizado se propagó un ateísmo hedonista y libertario hasta llegar a la idea grotesca de la “muerte de Dios”.
En suma, Soloviev fue indudablemente un profeta y un maestro, pero un maestro, por así decir, carente de actualidad. Y ahí reside, paradójicamente, su grandeza y su precioso valor para nuestra época. Apasionado defensor del hombre y reacio a toda filantropía; apóstol infatigable de la paz y adversario del pacifismo; promotor de la unidad entre los cristianos y crítico de todo irenismo; enamorado de la naturaleza y sumamente alejado de las modernas infatuaciones ecológicas; en una palabra, amigo de la verdad y enemigo de la ideología. Precisamente de guías como él tenemos hoy una necesidad extrema. 
 
V. Soloviev, Dostoievski, Milán, 1981, pp. 65-66.
V. Soloviev, I tre dialoghi e il racconto dell’ Anticristo, Turín, 1975, p. 184.
Ibid., p. 188.
Ibid., p. 211.
Ibid., p. 190.
Ibidem.
H. U. von Balthasar, Gloria, Milán, 1971, III, p. 263.

FUENTE: HUMANITAS N° 21 



       

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Solo se publicarán comentarios constructivos y que no contengan groserías y sean mal intencionados.