viernes, 6 de octubre de 2017

La infiltración del modernismo en la Iglesia

Traducido de RadTradThomist

Como si el modernismo importara: Monseñor Lefebvre sobre la infiltración del modernismo en la organización institucional de la Iglesia Católica

La infiltración del modernismo en la Iglesia

Por el Dr. Peter Chojnoski
24 de agosto del 2017

Los comentarios entre paréntesis son míos {de Chojnoski}; también he puesto en negrita las partes de la conferencia que quiero destacar. Es importante que todos reconozcan lo que Monseñor Lefebvre realmente pensaba y decía. Esta es una conferencia dictada en 1982, cuando la batalla por la existencia de la Tradición estaba en pleno desarrollo.

La infiltración del modernismo en la iglesia

La siguiente conferencia fue dictada por el Arzobispo Mons. Marcel Lefebvre en Montreal, Canadá, en 1982. Demuestra, mediante la experiencia personal, la trágica corrupción del modernismo, ya desde los tiempos del Papa Pío XI. El arzobispo describe la extraordinaria influencia de Mons. Annibale Bugnini en la elaboración de la Nueva Misa y cómo esta audacia sin precedentes condujo a la “aprobación” de su liturgia protestantizada. La presentamos a nuestros lectores, para permitirles compartir una visión más personal de la batalla del arzobispo, por la Iglesia y por la fe.

Breve historia

Me hace feliz comentar que en todas partes por el mundo, en todas partes del mundo católico, los valientes se congregan en torno a sacerdotes fieles a la fe y la Iglesia Católica, para conservar la Tradición, baluarte de nuestra fe. Si hay un movimiento tan general como este, es a causa de que la situación en la Iglesia es verdaderamente seria.

Si los buenos sacerdotes católicos, algunos de los cuales han servido en las parroquias por treinta años, a entera satisfacción de sus feligreses, han sido capaces de derrotar al insulto de ser tratados como rebeldes desobedientes y disidentes, solo ha sido para preservar la fe católica. Lo hacen conscientemente, siguiendo el ejemplo de los mártires.

Si uno es perseguido por sus propios hermanos o por los enemigos de la Iglesia, también es sufrir el martirio, dado que es por conservar la fe. Estos sacerdotes y fieles dan testimonio de la fe católica. Prefieren ser considerados rebeldes y disidentes, antes que perder la fe.

En todo el mundo, estamos en presencia de una situación trágica e inédita, que parece no haber sucedido jamás en la historia de la Iglesia. Debemos, por lo menos, intentar explicar este fenómeno extraordinario. ¿Cómo ha llegado a suceder que los buenos fieles y sacerdotes estén obligados a luchar por mantener la fe católica, en un mundo católico, que está en vías de colapsar?

Fue el mismo Papa Paulo VI quien habló de la auto destrucción dentro de la Iglesia. ¿Qué significa este término auto destrucción, si no otra cosa que la Iglesia se está destruyendo a sí misma, por sí misma, es decir, por sus propios miembros? Es lo que ya San Pío X decía en su primera encíclica, cuando escribió: “Desde ahora, el enemigo de la Iglesia ya no está fuera de la iglesia, ahora está dentro”. Y el Papa no vacilaba en señalar aquellos sitios en que se encontraba: “El enemigo se encuentra en los seminarios”. En consecuencia, el santo Papa San Pío X ya denunciaba la presencia de los enemigos de la Iglesia en los seminarios, a comienzos del siglo {XX}. Obviamente, los seminaristas de la época, que fueron imbuidos de modernismo [una herejía], de sillonismo [Democracia Cristiana] y progresismo [izquierdismo], después de convirtieron en sacerdotes. Algunos de ellos llegaron a obispos y de entre estos, salieron algunos cardenales. Podría citar los nombres de los que eran seminaristas a comienzos de siglo y que ya están muertos, pero cuyo espíritu era claramente modernista y progresista.

Así, ya el Papa San Pío X denunciaba esta división en la Iglesia, que iba a ser el comienzo de una verdadera ruptura, dentro de la Iglesia y dentro del clero.

Ya no soy joven. Durante toda mi vida de seminarista, de sacerdote y obispo he visto esta división. La vi ya en el Seminario Francés, en Roma, donde pude estudiar, por gracia de Dios. Debo admitir que no era muy dedicado a mis estudios en Roma. Personalmente hubiese preferido estudiar con los seminaristas de mi diócesis, en el Seminario de Lille y convertirme en vicario auxiliar y, finalmente, un cura párroco, en una pequeña parroquia de campo.

Soñaba con mantener la fe en una parroquia. Me veía algo así como el padre espiritual de una población a la que era enviado a enseñar la fe católica y la moral. Pero no sucedió de esta manera. Después de la Primera Guerra Mundial, mi hermano ya estaba en Roma, porque había sido separado de la familia, a causa de la circunstancias de la guerra, en el norte de Francia. Por consiguiente, mis padres insistieron en que me fuera con él. “Como tu hermano ya está en Roma, en el seminario francés, ve y únete a él, de manera que, con él, sigas tus estudios”. Así, me marché a Roma. Estudié en la Universidad Gregoriana, entre 1923 y 1930. Fui ordenado en 1929 y permanecí como sacerdote en el seminario, por un año.

Las primeras víctimas del modernismo

En mis años de seminario tuvieron lugar trágicos acontecimientos, que ahora me recuerdan lo que viví en el concilio. Y ahora estoy prácticamente en la misma situación que nuestro rector del seminario de entonces, el Padre Le Floch. Cuando estuve allí, ya llevaba treinta años de rector. Oriundo de la Bretaña, era un hombre excepcional y tan fuerte y firme en la fe como el granito de Bretaña. Nos enseñaba las encíclicas papales y la naturaleza exacta del modernismo, condenada por San Pío X, los errores modernos condenados por León XIII y el liberalismo condenado por Pío XI, nos gustaba mucho el P. Le Floch; estábamos muy unidos a él.

Pero su firmeza en lo doctrinal y en la Tradición obviamente incomodaba al ala progresista. Ya existían en esa época, los católicos progresistas . Los Papas tenía que condenarles.

El P. Le Floch no solo desagradaba a los progresistas, sino que también disgustaba al gobierno francés.

Este temía que, a través del P. Le Floch y de la formación que se daba a los seminaristas en el Seminario Francés de Roma, pudiesen llegar a Francia obispos tradicionales, que podrían imprimir a la Iglesia en Francia, una dirección tradicional y claramente anti liberal.

Porque el gobierno francés era masón y, por lo tanto, profundamente liberal y le horrorizaba pensar que los obispos no liberales asumieran los cargos de mayor importancia. Por consiguiente, se ejerció presión sobre el Papa Pío XI, para eliminar al P. Le Floch. A cargo de la operación estaba François Gay, futuro líder del M.R.P. {obviamente de izquierda}. Llegó a Roma, a presionar al Papa Pío XI, denunciando al P. Le Floch como miembro, sí decía él, de la Acción Francesa [Una organización política, liderada por Charles Maurras, que pretendía restaurar una monarquía católica francesa- ¡terrible, terrible!] y un político, que enseñaba a sus seminaristas para que también fuesen miembros de la Acción Francesa [Nótese cómo ya en la década de 1920, la asociación de un católico con un movimiento o ideas de corte político, del “ala derecha”, te pone fuera de los límites de lo aceptable- ¿por qué?] No eran más que mentiras. Durante tres años, escuché las conferencias espirituales del P. Le Floch. Jamás nos habló de la Acción Francesa. De igual manera, la gente me dice hoy: “Usted fue antes miembro de la Acción Francesa”. Nunca lo he sido. [Podemos preguntarnos qué importa que lo haya sido. Cuántos grandes franceses y grandes clérigos franceses lo eran, en ese tiempo. ¿Por qué es “escandaloso” o simplemente “mal hecho” ser parte de un movimiento- nótese, esto se hizo antes de que fuera condenada por Pío XI- que apoyaba la restauración de la Francia tradicional?]

Claramente se nos acusaba de ser miembros de la “Acción Francesa”, de nazis y fascistas y de todas las demás etiquetas peyorativas, por ser antirrevolucionarios y anti liberales.

Así, se inició una investigación. El Cardenal Arzobispo de Milán (el Cardenal Schuster) fue enviado al seminario. No era el menor de los cardenales. De hecho, era un benedictino de gran santidad e inteligencia. Había sido designado por el Papa Pío XI, para investigar, en el Seminario Francés, de modo de determinar si las acusaciones de François Gay eran ciertas o no. Se realizó la investigación. El resultado fue: El Seminario Francés funciona perfectamente bien, bajo la dirección del P. Le Floch. No tenemos absolutamente nada que reprochar al Rector del Seminario. Pero esto no era suficiente.

Tres meses después, se inició una nueva inquisitoria, esta vez con la orden de deshacerse del P. Le Floch. Fue emprendida por un miembro de una Congregación Romana. Concluyó, en efecto, declarando que el P. Le Floch era amigo de la Acción Francesa, que era peligroso para el seminario [Como si ambas cosas fuesen sinónimos] y que se le debía pedir la renuncia. Eso fue lo que sucedió.

En 1926, la Santa Sede le pidió cortésmente al P. Le Floch que renunciara a su cargo. El dolor le abrumó. El P. Le Floch nunca fue un político. Era tradicional, ligado a las doctrinas de la iglesia y a los Papas. Además, había sido gran amigo del Papa San Pío X, que tenía gran confianza en él. Fue precisamente por ser amigo de San Pío X que era enemigo del ala progresista. [Así que si los liberales y los modernistas iban tras los “partidarios de la Acción Francesa”, talvez se dieran cuenta de que era una excelente idea que entusiasmaba y activaba a gran parte de la población francesa- una ideología que proclamaba la restauración del Antiguo Régimen católico y que era apoyado incluso por no católicos. Talvez estos perversos izquierdistas se dieron cuenta que las ideas del “ala derechista” tradicional podían sostener doctrinas religiosas ortodoxas y vice versa- vean a Jacques Maritain. Su movimiento del catolicismo ortodoxo al Humanismo Integral, que rechazaba el Reinado Social de Nuestro Señor Jesucristo y su declaración final en la que negaba la existencia del infierno, comenzó en 1926, cuando se “convirtió” a la causa izquierdista, mediante la condenación de la Acción Francesa, por el Papa Pío XI. Por cierto, el núcleo profundo del neo modernismo es la afirmación de Maritain de DOS actos de la existencia en Jesucristo.]

Estaba yo también en el seminario, cuando el Cardenal Billot fue atacado. Era un teólogo de primera clase y sigue siendo muy conocido y estudiado en nuestros seminarios. Mons. Billot, Cardenal de la Santa Iglesia, fue depuesto. Se le despojó del púrpura y enviado en penitencia a Castelgandolfo, muy cerca de Albano, donde hay una casa de los jesuitas. Se le prohibió dejar el lugar, so pretexto de tener conexiones con la Acción Francesa.

De hecho, el Cardenal Billot nunca perteneció a la Acción Francesa. Sin embargo, tenía en gran estima a Maurras [lo que significa que debía ser muy estimado] y le había citado en sus libros de teología. En el segundo volumen, respecto de la Iglesia (De Ecclesia), por ejemplo, el Cardenal Billot realizó un magnífico estudio del liberalismo, en que introdujo varias citas de Maurras, en la forma de notas a pie de página. ¡Era un pecado mortal! Es todo lo que pudieron descubrir, para destituir al Cardenal Billot. No es una tragedia menor, porque era uno de los grandes teólogos de su época y, no obstante, fue despojado de su cardenalato y reducido al estado de simple sacerdote, porque no era obispo. (En la época, aún quedaban algunos cardenales diáconos). Ya estaba en marcha la persecución.

El Papa Pío XI influido por el ala progresista

El mismo Papa Pío XI cayó bajo la influencia de los progresistas, que ya estaban presentes en Roma. Porque vemos claramente una diferencia entre los Papas anteriores y los posteriores. No obstante, escribía, al mismo tiempo, algunas encíclicas magníficas. No era liberal. Su encíclica en contra del comunismo, “Divini Redemptoris”,  era magnífica. Lo mismo su encíclica dedicada a Cristo Rey, que estableció esta fiesta y proclamó el Reinado Social de Nuestro Señor Jesucristo. Su encíclica sobre la educación cristiana es sencillamente admirable y sigue siendo un documento fundamental para los defensores de la escuela católica.

Si en el plano doctrinal, el Papa Pío XI era un hombre admirable, en el orden práctico era débil [Esto es quedarse corto]. Era fácilmente influenciable. Así resultó ser fuertemente influido, durante la época de la guerra civil mexicana y dio a los Cristeros, que defendían la fe católica y luchaban por Cristo Rey, la orden de tener confianza en el gobierno y deponer las armas. Tan pronto como entregaron las armas, fueron todos masacrados. Esta espantosa carnicería aún es recordada en México. El Papa había depositado su confianza en el gobierno y fue traicionado. Después estuvo visiblemente decepcionado. No podía imaginar cómo un gobierno que había prometido tratar con honor a los que defendían su fe, pudo disponer su exterminio. De esta manera, miles de mexicanos fueron asesinados, a causa de su fe.

Pero después apareció Juan XXIII. Tenía un temperamento completamente diferente al de Pío XII. Juan XXIII era un hombre simple y abierto. No veía problemas en ninguna parte.

Cuando decidió convocar un sínodo en Roma, le dijeron: “Pero, Santo Padre, un sínodo debe ser preparado. Se necesita al menos un año, talvez dos, para preparar semejante encuentro, para alcanzar numerosos frutos y que las reformas sean debidamente estudiadas y luego aplicadas, de manera que su diócesis de Roma logre frutos. Esto no puede hacerse en dos o tres meses, más dos semanas de reuniones y entonces todo resultará. No es posible.”

Oh, sí, lo sé, pero será un sínodo breve. Podemos prepararlos en unos cuantos meses y todo saldrá bien”.

De esta manera, el sínodo fue apresuradamente preparado: unas pocas comisiones en Roma, todos muy ocupados, luego dos semanas de reuniones y todo se terminó. El papa Juan XXIII estaba feliz cuando su pequeño sínodo se terminó, pero los resultados fueron nulos. Nada había cambiado en la diócesis de Roma. La situación estaba igual que siempre.

Las derivas comenzaron con el concilio

Lo mismo ocurrió con el concilio. “Tengo la intención de convocar un concilio”. Ya al Papa Pío XII ciertos cardenales le pidieron llamar a un concilio. Pero se había rehusado, creyéndolo imposible. En nuestros tiempos, no podemos tener un concilio con 2.500 obispos. Las presiones que pueden ejercer los medios de comunicación hacen demasiado peligroso que convoquemos un concilio. Nos exponemos a perder la profundidad. Y, de hecho, no hubo concilio.

Pero el Papa Juan XXII dijo: “Pero está bien: no necesitamos ser pesimistas. Tienen que mirar las cosas con confianza. Nos juntaremos por tres meses, con todos los obispos del mundo. Comenzaremos el 13 de octubre. Entonces todo estará terminado entre el 8 de diciembre y el 25 de enero. Todos se irán a casa y el concilio estará terminado y cumplido.

¡Y así, el Papa tuvo su concilio! Sin embargo, debía ser preparado. Un concilio no puede ser algo así no más, como un sínodo. Sin duda fue preparado con dos años de anticipación. Fui nombrado personalmente como miembro de la Comisión Preparatoria Central, como Arzobispo de Dakar y presidente de la Conferencia Episcopal de África. Por lo tanto, fui a Roma al menos en diez ocasiones, en esos dos años, para participar en las reuniones de la Comisión Preparatoria central.

Era muy importante, porque todos los documentos de las comisiones secundarias debían ser entregados, para ser estudiados y someterlos al concilio. En la comisión había 70 cardenales y alrededor de 20 obispos, así como los expertos. Estos expertos no eran miembros de la comisión, sino que solo estaban presentes, de modo que eventualmente pudieran ser consultados por los miembros.

La aparición de la división

En esos dos años, en que las reuniones se sucedían, una tras otra, se hizo evidente, para todos los integrantes, que había una profunda división dentro de la Iglesia. No era accidental o superficial, sino hasta más profunda entre los cardenales que entre los arzobispos y obispos. Con ocasión del recuento de votos, se podía ver que los cardenales conservadores votaban de una manera y los progresistas de otra. Pasaba más o menos lo mismo con todas las votaciones. Era obvio que había una división real entre los cardenales.
Describo uno de estos incidentes en uno de mis libros, Habla un Obispo. A menudo lo menciono, porque caracteriza verdaderamente el fin de la Comisión Central y el comienzo del concilio. Fue en la última reunión y habíamos recibido antes, diez documentos sobre el mismo tema. El Cardenal Bea había preparado un texto “De Libertate Religiosa”. El Cardenal Ottaviani había preparado otra, “De Tolerantia Religiosa”.

El simple hecho de tener dos títulos diferentes sobre el mismo tema era representativo de dos concepciones diferentes. El Cardenal Bea hablaba de libertad para todas las religiones y el Cardenal Ottaviani de libertad para la religión católica, junto con la tolerancia al error y las falsas religiones. ¿Cómo podía la comisión haber resuelto tamaño desacuerdo?

Desde un principio, el Cardenal Ottaviani apuntó con el dedo al Cardenal Bea, diciendo: “Su Eminencia, no tiene derecho a presentar este documento”.

El Cardenal Bea replicó: “Perdóneme, pero tengo el perfecto derecho a presentar este documento, como Presidente de la Comisión para la Unidad. En consecuencia, conscientemente he presentado este documento. Además, estoy totalmente en contra de su opinión”.

Así, dos de los más eminentes cardenales, el Cardenal Ottaviani, Prefecto del Santo Oficio y el Cardenal Bea, que había sido confesor del Papa Pío XII, un jesuita, con gran influencia entre todos los cardenales, bien conocido en el Instituto Bíblico y responsable de estudios bíblicos avanzados, se enfrentaban en tesis fundamentales dentro de la Iglesia. La unidad de todas las religiones es una cosa, que es como decir que la libertad y el error son puestos en un mismo pie; pero la libertad de la religión católica junto con la tolerancia al error es algo completamente diferente. Tradicionalmente, la Iglesia ha sido siempre de la opinión del Cardenal Ottaviani y no la del Cardenal Bea, que es completamente liberal.

Entonces, el Cardenal [Ernesto] Ruffini, de Palermo, se puso de pie y señaló: “Ahora estamos en presencia de dos cófrades que se oponen entre sí, en una materia que es sumamente importante en la iglesia. Por lo tanto, estamos obligados a referir el asunto a una autoridad superior”.

Muy frecuentemente el Papa venía a presidir nuestras reuniones. Pero no estaba en la última reunión. Por consiguiente, los cardenales pidieron votar: “No podemos esperar a ir a ver al Santo Padre. Vamos a votar”. Votamos. Alrededor de la mitad de los cardenales votaron a favor de la opinión del Cardenal Bea y la otra mitad por la del Cardenal Ottaviani. Todos los que votaron por la opinión del Cardenal Bea eran holandeses , alemanes, franceses y austríacos y, en general, de Europa y Norteamérica. Los cardenales tradicionales eran los de la Curia Romana, de Sudamérica y, en general, los de habla hispana.

Fue un verdadero quiebre en la Iglesia. Desde ese momento, me pregunté cómo podría proceder el concilio con tal oposición y en puntos de tanta importancia. ¿Quién ganaría? ¿Serían el Cardenal Ottaviani, con los cardenales de idioma castellano o de otras lenguas romance o serían los cardenales europeos y los de Norteamérica? En efecto, de inmediato se desató la guerra, desde los primeros días del concilio. El Cardenal Ottaviani había presentado las listas de los miembros que habían integrado las comisiones preparatorias, dando plena libertad a cada uno, para elegir a los que quisieran. Era obvio que no nos podíamos conocer todos, entre sí, ya que cada cual venía de su propia diócesis. ¿Quién podría conocer a los 2.500 obispos del mundo? Se nos pidió votar por los miembros de las comisiones del concilio. Pero, ¿a quién podíamos elegir? No conocíamos a los obispos de Sudamérica o del sur de África o de la India.

El Cardenal Ottaviani pensaba que las designaciones de Roma para las comisiones preparatorias servirían de indicación para los Padres conciliares. De hecho, era muy normal que se les propusiera.

El Cardenal Lienart se puso de pie y dijo: “No aceptamos esta forma de proceder. Pedimos 48 horas para reflexionar, que deberíamos conocer mejor a los que podrían integrar las diferentes comisiones. Esto es ejercer presión sobre el juicio de los padres. No lo aceptamos”.

El concilio había comenzado solo dos días antes y ya había una violenta oposición entre los cardenales. ¿Qué había sucedido?

En esas 48 horas, los cardenales liberales ya habían preparado listas, formadas de gente procedente de todas partes del mundo.  Las distribuyeron en las casillas de todos los padres conciliares. Luego, todos habíamos recibido una lista que proponía los miembros de tal o de cual comisión, o sea, tal o cual obispo, etc., de diferentes países. Muchos dijeron: “Después de todo, ¿por qué no? No los conozco. Pero, ya que la lista está hecha, solo tenemos que usarla”. Cuarenta y ocho horas después, fue la lista de los liberales la que estaba al frente. Pero no recibió los dos tercios de los votos, necesarios según las reglas del concilio.

¿Qué haría el Papa? ¿Haría el Papa Juan XXIII una excepción a la regla del concilio o la aplicaría? Claramente  los cardenales liberales temían que las aplicara y por tanto se apresuraron donde el Papa y le dijeron: “Escuche, tenemos más de la mitad de los votos, casi el 60 %. No puede negar esto. No podemos seguir así y tener una nueva votación, no terminaríamos nunca. Esta es claramente la voluntad mayoritaria del concilio y sencillamente tenemos que aceptarla.” Y el Papa Juan XXIII aceptó. Desde el principio, todos los miembros de las comisiones del concilio fueron elegidos por el ala liberal. Es fácil de imaginar la enorme influencia que esto tuvo en el concilio.

Estoy convencido que el Papa Juan XXIII murió prematuramente, a causa de lo que vio en el concilio, aunque había pensado que al término de unos cuantos meses, todo estaría resuelto. Iba a ser un concilio de tres meses. Entonces, todos se despedirían y se irían felices a casa, por habernos encontrado en Roma y por haber tenido una grata y breve reunión.

Descubrió que el concilio era un mundo en sí, un mundo de constantes enfrentamientos. Ningún texto surgió de la primera sesión del concilio. El Papa Juan XXIII estaba abrumado por esto y estoy convencido de que esto adelantó su muerte. Hasta se ha dicho que en su lecho de muerte dijo: “Detengan el concilio, detengan el concilio”.

El Papa Paulo VI apoya a los liberales

Asumió Paulo VI. Es obvio el apoyo que dio al ala liberal. ¿Por qué?

Desde el comienzo mismo de su pontificado, en la segunda sesión del concilio, de inmediato designó cuatro moderadores. Estos debían dirigir el concilio, en lugar de los diez presidentes que habían conducido la primera sesión. Los presidentes, uno de los cuales ya había presidido una reunión y luego la segunda y, después, la tercera, se sentaba en una mesa más alta que las demás. Pero ellos se iban a convertir en presidentes honorarios. Los cuatro moderadores pasaron a ser los verdaderos presidentes del concilio. ¿Quiénes eran tales moderadores? El Cardenal Dopfner era uno. Era indudablemente muy progresista y ecumenista. El Cardenal Suenens, a quien todo el mundo conoce junto con sus carismáticos y que había dictado conferencias en favor del matrimonio de los sacerdotes, era otro. El Cardenal Lercaro, conocido por su filocomunismo y cuyo vicario general se había incorporado a las filas del Partido Comunista, era el tercero. Finalmente estaba el Cardenal Agagianian, que representaba en algo al ala tradicional, si se puede decir así.

El Cardenal Agagianian era un hombre muy discreto y quitado de bulla. Por lo mismo, no tuvo influencia real en el concilio. Pero los otros tres cumplieron su tarea a tambor batiente. Constantemente congregaban a los cardenales liberales, que dieron una autoridad considerable al ala liberal del concilio.

Claramente, los cardenales y obispos tradicionales fueron dejados de lado y despreciados, desde este mismo momento.

Cuando el pobre Cardenal Ottaviani, que estaba ciego, comenzó a hablar, se podían escuchar los abucheos de los obispos jóvenes, pues no terminó después de cumplidos los diez minutos asignados. De esta manera le dieron a entender que estaban aburridos de escucharle. Debía ser detenido, era temible. Este venerable cardenal, al que toda Roma honraba y con enorme influencia en la Santa Iglesia, que era el Prefecto del Santo Oficio, que no es una función menor, fue obligado a detenerse. Fue escandaloso ver como se trató a los tradicionalistas. Mons. Straffa (que después fue creado cardenal), que era muy enérgico, fue silenciado por los moderadores conciliares. Eran cosas increíbles.

Las revoluciones de la iglesia

Esto es lo que sucedió en el concilio. Es obvio que todos los documentos y textos conciliares, fueron resultado de la influencia de los cardenales liberales y de las comisiones. Es difícilmente sorprendente que tengamos semejantes textos ambiguos, que favorecieron tantos cambios y hasta una verdadera revolución en la Iglesia.

¿Pudimos hacer algo, los que representábamos el ala tradicional de obispos y cardenales? Hablando francamente, poco es lo que pudimos hacer. Éramos 250 a favor de conservar la Tradición y que nos opusimos a tales grandes cambios en la Iglesia, como una falsa renovación, el falso ecumenismo, la falsa colegialidad. Nos oponíamos a todo eso. Estos 250 obispos claramente  tenían algún peso y en ciertas ocasiones, forzamos la modificación de algunos textos. De esta manera, en algo se limitó los males. Pero no pudimos imponernos intentando evitar la adopción de ciertas falsas opiniones, especialmente en el esquema sobre la libertad religiosa, cuyo texto fue reformulado cinco veces. Cinco veces se presentó la misma opinión. En todas las oportunidades nos opusimos. Siempre hubo 250 votos en contra.

Por lo tanto, Paulo VI pidió que se incorporaran dos breves sentencias al texto, diciendo que no había nada en el texto contrario a la enseñanza tradicional de la Iglesia y que esta sigue siendo, siempre, la verdadera y única Iglesia de Cristo.

Entonces los obispos españoles, en particular, dijeron: “Dado que el Papa ha hecho esta declaración, ya no hay ningún problema. No hay nada en contra de la Tradición.” Si estas cosas son contradictorias, entonces esta breve frase contradice todo lo que está en los textos. Es un esquema contradictorio. No podíamos aceptarlo. Finalmente, quedaron, si recuerdo bien, solo 74 obispos en contra. Fue el único esquema que encontró semejante oposición, ¡pero sin duda 74 frente a 2.500 es poco!

Así concluyó el concilio. No debieran asombrarnos las reformas que, desde entonces, se han introducido. Desde entonces, todo es la historia del liberalismo [Aquí vemos un problema con este análisis. ¿Está hablando el arzobispo de la historia del modernismo – una herejía epistemológica, que socava completamente todo el edificio del dogma católico O habla del liberalismo católico, como en el siglo XIX? El problema aquí es que emergió un  concepto de la Iglesia como implicando un tipo de espectro político de ultra conservador a ultra liberal, en lugar de HERÉTICO Y ORTODOXO. ¿Son herejes o no, los liberales?] Los liberales eran los triunfantes dentro del concilio, porque exigieron que Paulo VI les concediera lugares dentro de las congregaciones romanas. Y, en efecto, los puestos importantes se pusieron en manos del clero progresista. Tan pronto como moría un cardenal o se presentaba la ocasión, el Papa Paulo VI apartaba a los cardenales tradicionales, reemplazándoles de inmediato por liberales.

Así fue como Roma fue ocupada por los liberales. Es un hecho indesmentible. Tampoco se puede negar que las reformas del concilio, fueron reformas que respiraban el espíritu del ecumenismo y que son simplemente protestantes, ni más, ni menos.

La reforma litúrgica

La más seria de las consecuencias fue la reforma litúrgica. Fue ejecutada, como todos sabemos, por un sacerdote bien conocido, Bugnini, que la había preparado con mucha anticipación. Ya en 1955, el P. Bugnini había pedido a Mons. Pintonello, capellán de Ejército de Italia, que había pasado mucho tiempo en Alemania, durante la ocupación, que tradujese textos litúrgicos protestantes, porque el P. Bugnini no sabía alemán.

Fue Mons. Pintonello quien me contó que había traducido los libros litúrgicos protestantes, para el P. Bugnini, que en la época era un miembros insignificante de una comisión litúrgica. Era un don nadie. Después se convirtió en profesor de liturgia, en la Laterana. El Papa Juan XXIII le hizo relevar, a causa de su modernismo y progresismo. Pero, sorpresa, sorpresa, se le encuentra nuevamente como presidente de la Comisión para la Reforma Litúrgica. Todo esto es más de lo mismo, algo increíble. Tuve la ocasión de ver, por mí mismo, la influencia que el P. Bugnini tenía. Uno se pregunta cómo una cosa así podía haber ocurrido en Roma. En el tiempo inmediatamente posterior al concilio, yo era Superior General de la Congregación de los Padres del Espíritu Santo y habíamos tenido una reunión de los superiores generales, en Roma. Habíamos pedido al P. Bugnini que nos explicara qué era su Nueva Misa, porque no era un acontecimiento menor. Inmediatamente después del concilio, se oía de la Misa Normativa, la Nueva Misa, el Novus Ordo. ¿Qué significaba todo esto?

No se había hablado de esto en el concilio. ¿Qué había pasado? Y de esta manera, pedimos al P. Bugnini, que viniese y explicase a los 84 superiores generales reunidos, entre los cuales, naturalmente, me encontraba.

El P. Bugnini, muy confiado, explicó lo que sería la Misa Normativa; esto se cambiará, aquello se modificará y en su lugar, se pondrá un nuevo Ofertorio. Podremos reducir las oraciones de la comunión. Podremos tener diversos formatos para el inicio de la Misa. Podremos decir la Misa en la lengua vernácula. Nos miramos unos a otros, diciéndonos: “¡Pero esto no es posible!”

Habló en términos absolutos, como si nunca hubiese habido una Misa en la Iglesia, antes de él. Habló de su Misa Normativa como de una nueva invención.

Personalmente, estaba tan aturdido, que me quedé callado , aunque por lo general, hablo libremente cuando se trata de oponerme a alguien con el cual no estoy de acuerdo. No pude musitar una sola palabra. ¿Cómo era posible que este hombre, al que tenía delante mío, estuviese encargado de toda la reforma de la liturgia católica, toda la reforma del Santo Sacrificio de la Misa, de los sacramentos, del breviario y de todas nuestras oraciones? ¿A dónde vamos? ¿A dónde marcha la Iglesia?

Dos superiores generales tuvieron el valor de preguntar. Uno de ellos preguntó al P. Bugnini: “¿Esta es una participación activa, corporal, o sea con oraciones vocales o es una participación espiritual? En cualquier caso, usted ha hablado tanto de la participación de los fieles, que parece que usted ya no justifica la Misa sin la participación de los fieles. Nosotros, los benedictinos celebramos nuestras Misas sin fieles. ¿Significa esto que debemos discontinuar con nuestras Misas Privadas, dado que no tenemos fieles que participen en ellas?

Les repito exactamente lo que dijo el P. Bugnini. Todavía resuena en mis oídos, por lo mucho que me impactó: “Para hablar con la verdad, no pensamos en eso”. ¡Eso dijo!

Después, salió otro que dijo: “Reverendo Padre, usted ha dicho que suprimiremos esto y aquello, que reemplazaremos esto por aquello y siempre, con oraciones más cortas. Tengo la impresión, en diez o doce minutos o por lo menos, en un cuarto de hora. Esto no es razonable. Esto no es respetar tal acto de la Iglesia”. Bien, esta fue la respuesta: “Siempre podemos agregar algo”. ¿Es esto real? Yo mismo lo escuché. Si alguien me hubiese contado la historia, talvez la hubiese puesto en duda, pero yo mismo la viví.

Posteriormente, en el momento en que esta Misa Normativa comenzó a llevarse a la práctica, yo estaba tan disgustado, que nos reunimos con algunos sacerdotes y teólogos, en una breve reunión. De allí salió el “Breve Examen Crítico”, que fue llevado al Cardenal Ottaviani. Presidí la reunión. Nos decíamos: “Debemos ir y reunirnos con los cardenales. No podemos permitir que esto suceda, sin reaccionar.

De esta manera, fui a encontrarme con el Secretario de estado, el Cardenal Cicognani, y le dije: “Su Eminencia, ¿va a permitir que esto suceda, lo permitirá? ¿Qué es esta Misa Nueva? Es una revolución en la Iglesia, una revolución en la liturgia”.

El Cardenal Cicognani, el Secretario de Estado del Papa Paulo VI, se tomó la cabeza con las manos y me dijo: “Oh, Monseñor, lo sé muy bien. Estoy completamente de acuerdo con usted, pero ¿qué puedo hacer? El P. Bugnini va a la oficina del Santo Padre y le hace firmar lo que quiera”. ¡Esto me lo dijo el Cardenal Secretario de Estado! Por lo tanto, el Secretario de Estado, el número dos en la Iglesia, inmediatamente después del Papa, fue puesto en una posición de inferioridad respecto del P. Bugnini. Podía entrar a voluntad a la oficina del Papa y hacerle firmar lo que quisiese.

Esto puede explicar por qué el Papa Paulo VI firmaba textos sin leerlos. El Cardenal Journet dijo que era así. El Cardenal Journet era un pensador profundo, Profesor de la Universidad de Friburgo, en Suiza y un gran teólogo. Cuando el cardenal vio la definición de la Misa, en la instrucción, que precede al Novus ordo, dijo: “Esta definición de Misa es inaceptable; debo ir a Roma, a ver al Papa”. Fue y le dijo: “Santo Padre, usted no puede permitir esta definición. Es herética. No puede firmar un documento así.” El Santo Padre le respondió (El Cardenal Journet no me lo dijo, pero se lo refirió a alguien, quien me lo contó): “Bien, hablando con la verdad, no lo leí. Lo firmé sin leerlo”. Evidentemente, si el P. Bugnini tenía tanta influencia sobre él, es muy posible. Debe haberle dicho al Santo Padre: “Puede firmarlo”. “Pero, ¿lo revisó cuidadosamente?”. “Sí, siga y fírmelo”. Y firmó.

Pero este documento no fue al Santo Oficio. Lo sé, porque me dijo el Cardenal Seper que estaba ausente cuando se editó el Novus Ordo y que no pasó por el Santo oficio. En consecuencia, es indudable que fue el P. Bugnini quien sacó la firma del Papa y quien talvez lo forzó. No lo sabemos, pero sin dudas tenía una influencia extraordinaria influencia sobre el Santo Padre.

Un tercer hecho, del cual fui testigo, respecto del P. Bugnini, es también sorprendente. Cuando el permiso para dar la comunión en la mano era inminente, (¡qué cosa más horrorosa!), me dije que no me quedaría sentado, sin decir nada. Debo visitar al Cardenal Gut (un suizo), que era el Prefecto de la Congregación para el Culto. Por consiguiente, me fui a Roma, donde me recibió el cardenal, muy amistosamente y de inmediato me dijo: “Voy a traer a mi segundo a cargo, el Arzobispo Antonini, para que pueda escuchar lo que tengo que decir”.

Mientras hablábamos, le dije: “Escuche, usted es el responsable de la Congregación para el Culto, ¿va a aprobar este decreto, que autoriza la Comunión en la mano? Solo piense en todos los sacrilegios que esto provocará. Solo piense en la falta de respeto por la Sagrada Eucaristía, que se va a propagar por toda la Iglesia. Usted no puede permitir que tal cosa suceda. Ya los sacerdotes están comenzando a dar la Comunión de esta manera. Esto debe ser detenido de inmediato. Y en esta Nueva Misa, siempre emplean el canon más corto, que es el segundo, que es demasiado breve”.

Ante esto, el Cardenal Gut dijo al Arzobispo Antonini: “Mire, le dije que esto sucedería y que los sacerdotes ocuparían el canon más corto, de manera de ir más rápido, para terminar la Misa cuanto antes”.

Después, el cardenal me dijo: “Monseñor, si uno me fuese a preguntar mi opinión (cuando dijo “uno”, estaba hablando del Papa, ya que nadie, salvo el Papa estaba por sobre él), pero no tengo la certeza de que me fuera a preguntar (¡no se olvide de que era el Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Liturgia!), pero si el Papa lo pidiera, me pondría de rodillas, Monseñor, ante el Papa y le diría: ‘Santo Padre, no haga esto, no firme este decreto’. Me arrodillaría, Monseñor. Pero no sé si se me preguntará. Por esto es que no sé quién manda aquí”.

Esto lo escuché con mis propios oídos. Él hacía alusión al P. Bugnini, que era el tercero en la Congregación para el Culto. Primero estaba el Cardenal Gut, luego el Arzobispo Antonini y después el P. Bugnini, Presidente de la Comisión Litúrgica. ¡Debieron escuchar esto! Lamentablemente, ahora se puede entender mi actitud cuando me dijeron que era un disidente y un rebelde desobediente.

Infiltrados en la Iglesia, para destruirla

Sí, soy un rebelde, soy un disidente. Sí, soy desobediente de la gente como los Bugninis. Porque se han infiltrado en la iglesia, para destruirla. No hay otra explicación.

¿Vamos a contribuir a la destrucción de la Iglesia? ¿Diremos : “Sí, sí, amén”;  incluso si es el enemigo, que se ha infiltrado hasta el Santo Padre y que es capaz de hacer que este firme lo que quiera? No sabemos bajo qué presiones lo hizo. Hay cosas ocultas, que se nos escapan. Algunos dicen que es la masonería. Es posible. No lo sé. En cualquier caso, hay un misterio.

¿Cómo puede un sacerdote, que no es cardenal, ni siquiera obispo, que todavía era muy joven, en el momento en que fue elevado, contra la voluntad del Papa Juan XXIII (que después le expulsó de la Universidad Laterana), cómo puede semejante sacerdote llegar hasta la autoridad suprema, sin tomar en cuenta al Secretario de Estado, ni al Cardenal Prefecto de la Congregación para el Culto? ¿Cómo puede ir directamente al Santo Padre y hacerle firmar lo que quisiera? Tales cosas nunca habían sido vistas en la Santa Iglesia. Todo debiera pasar por las autoridades. Para eso están las comisiones. Se estudian los antecedentes. ¡Pero este hombre era todopoderoso!

Fue él quien introdujo a los pastores protestantes para cambiar nuestra Misa. No fue el Cardenal Gut. No fue el Secretario de Estado. Talvez ni siquiera fue el Papa. ¿Quién era este hombre, Bugnini? Un día, el ex abad de San Pablo de Extramuros, un benedictino que había precedido al P. Bugnini, como presidente de la Comisión Litúrgica, me dijo: “Monseñor, no me hable del P. Bugnini. Sé demasiado de él”. Le repliqué: “Pero, dígame. Debo saberlo. La verdad debe ser revelada”. Probablemente fue él quien pidió a Juan XXII que le alejara de la Universidad Laterana.

Todas estas cosas nos demuestran que el enemigo ha penetrado dentro de la Iglesia, como ya lo decía San Pío X. Está en los puestos más altos, como lo anunció Nuestra Señora de La Salette, como sin dudas nos lo dice el Tercer Secreto de Fátima.

Bien, si el enemigo verdaderamente está dentro de la Iglesia, ¿debemos obedecerle? “Sí, porque representa al Papa”, es una respuesta frecuente. En primer lugar, no lo sabemos en absoluto, porque ignoramos lo que el Papa piensa, exactamente.

Tengo, al mismo tiempo, algunas pruebas personales de que el Papa Paulo VI estaba muy influido por el Cardenal Villot. Se ha dicho que el Cardenal Villot era masón, no lo sé. Hay cosas extrañas. Se han fotocopiado cartas de los masones dirigidas al Cardenal Villot. No tengo prueba de ello. Como sea, el Cardenal Villot poseía una considerable influencia sobre el papa. Concentraba todo el poder de Roma en sus manos. Se convirtió en el amo, mucho más que el Papa. Sé que todo debía pasar por sus manos.

Un día fui a visitar al Cardenal Wright, respecto del catecismo canadiense. Le dije: “Mire este catecismo. ¿Está consciente de estos libritos, titulados ‘Purture’ {al parecer, un anagrama de rupture]. Es abominable que a los niños se les enseñe a separarse. Deben romper con la familia, con la sociedad, con la tradición... este es el catecismo que se enseña a los niños de Canadá, con el imprimátur  de Mons. Couderc. Usted es el responsable del catecismo en todo el mundo. ¿Está de acuerdo con este catecismo?” “No, no”, me dijo: “Este catecismo no es católico”- “¡No es católico! Entonces, dígaselo de inmediato a la Conferencia Episcopal. Dígales que se detengan y que lo arrojen al fuego y que adopten un catecismo verdadero”. Su respuesta fue: “¿Cómo puedo oponerme a una conferencia episcopal?

Entonces le dije: “Eso sería todo. Ya no hay autoridad en la Iglesia. Se acabó. Si Roma ya no puede decir nada a una conferencia episcopal, incluso si está en vías de destruir la fe en los niños, eso sería el fin de la Iglesia”.

Así es como estamos. Roma teme a las conferencias episcopales. Estas conferencias son abominables. En Francia, la conferencia episcopal se ha involucrado en una campaña a favor de la anticoncepción. Pienso que la involucró el gobierno socialista francés, que está permanentemente promoviendo en la TV, el slogan “Toma la píldora, para evitar los abortos”. No tienen nada que hacer mejor que lanzar una torpe propaganda en favor de la píldora, ¡cuyo costo es reembolsado para la niñas menores de 12 años, de modo de evitar el aborto! ¡Y los obispos lo aprueban! Se pueden encontrar documentos a favor de la anticoncepción en el boletín de la Diócesis de Lille, mi antigua diócesis y que sigo recibiendo. Esto surgió de Mons. Bruneau, un ex Superior General de los Sulpicianos. Se supone que es uno de los mejores obispos de Francia. ¡Así es!

¿Por qué no obedezco al error?

¿Qué puedo hacer? Me dicen: “Debe obedecer. Es un desobediente. No tiene derecho a seguir con lo está haciendo, porque usted divide a la Iglesia”.

¿Qué es la ley? ¿Qué es un decreto? ¿Qué me obliga a la obediencia? Una ley, dice León XIII, es el ordenamiento de la razón, para el bien común, no para el mal común. Esto es tan obvio que si una norma se ordena al mal, ya no es ley. León XIII decía esto, de manera explícita en su encíclica “Libertas”. Una ley que no se ordena al bien común no es ley. Por lo tanto, nadie está obligado a seguirla.

Muchos abogados canonistas en Roma, dicen que la Misa de Bugnini no es una ley. No hay una ley para la Nueva Misa. Es simplemente una autorización o permiso. Aceptemos, en nombre del argumento, que hay una ley, que surgió de Roma, un ordenamiento de la razón para el bien común y no para el mal común. Pero la Nueva Misa está en vías de destruir la fe. Es obvio. El Arzobispo de Montreal, Mons. Gregoire, en una carta, que fue publicada, fue muy valiente. Es uno de los raros obispos que se atrevió a escribir una carta en la que denuncia los males de los que sufre la Iglesia en Montreal. “Estamos muy tristes al ver las parroquias abandonadas por un gran número de fieles. Atribuimos esto, en gran medida, a la reforma litúrgica”. Tuvo el coraje de decirlo.

Estamos en presencia de una gran conjura dentro de la Iglesia, por parte de los mismos cardenales [Nótese aquí que hay una intención deliberada de exculpar a JP II, tal como a Paulo VI le eximió de las culpas, citando la influencia del Cardenal Villot o de Bugnini sobre él], tal como el Cardenal Knox, quien desarrolló esa famosa investigación acerca de la Misa Latina Tridentina, en todo el mundo. Fue una mentira clara y obvia, de manera de influir al Papa Juan Pablo II, para que declarara: “Si es tan escaso el número de los que quieren la Tradición, esta caerá por su propio peso. Su investigación no tiene ningún valor.” Pero el Papa, al tiempo que me recibía en audiencia en noviembre de 1978, estaba listo para firmar un acuerdo según el cual los sacerdotes podían celebrar la Misa que escogieran. Estaba listo para firmar. [Quiérase o no, nótese la voluntad del Arzobispo de firmar un arreglo y su voluntad de ser parte de una iglesia en la que tanto la Misa Tradicional como la del Novus Ordo son usados como liturgias oficiales].

Pero hay en Roma un grupo de cardenales amargamente opuestos a la Tradición [Nótese que no es JP II quien se opone amargamente a la Tradición]. El Cardenal Casaroli, el Cardenal Prefecto de la Congregación de los Religiosos y el Cardenal Baggio, Prefecto de la Congregación de los Obispos, que tenía la importantísima responsabilidad de nominar a obispos, están entre ellos. Luego estaba el infame Virgilio Noe, que es el segundo al mando de la Congregación para el Culto y que quizás es peor que Bugnini. Y después, el Cardenal Hamer, el Arzobispo belga, el segundo del Santo Oficio, procedente de la región de Loops, imbuido de las ideas de Lovaina. Ellos se oponían agriamente a la Tradición. No querían  oír hablar de nosotros. Creo que, de haber podido, me hubiesen estrangulado.

Al menos déjennos la libertad

Se coludieron en mi contra, en cuanto supieron de mis esfuerzos por obtener de la Santa Sede, la libertad para la Tradición. Solo déjennos en paz, solo déjennos rezar como los católicos lo han hecho por siglos; déjennos continuar lo que ustedes mismos aprendieron en el seminario, cuando eran jóvenes, es decir, lo mejor para santificarnos. [Aquí vemos el hecho de que el Arzobispo Lefebvre claramente no imaginó, al menos como su idea típica, una Iglesia Clandestina, sobreviviendo sin la jerarquía y la estructura oficiales, por el contrario, imaginaba una organización tradicional, sancionada oficialmente, que opera como un grupo, como tantos otros, siendo la diferencia que su organización mantendría la Tradición, mientras que los demás han aceptado la Nueva Forma, basada en el Nuevo Pensamiento y “orientación”,].

Esto es lo que hemos enseñado en el seminario. Lo enseñé siendo sacerdote. Cuando me convertí en obispo, se lo dije a mis sacerdotes, a todos ellos y a todos mis seminaristas. Esto es lo que se necesita para ser santo. Amar el Santo Sacrificio de la Misa, que la Iglesia nos ha dado. Ser devoto a sus sacramentos y su catecismo y, especialmente, no cambiar nada. Mantener la Tradición, mantener la Tradición, que ha perdurado a lo largo de veinte siglos. Esto es lo que nos santifica. Pero todo ha sido cambiado. Esto no puede ser. ¡Déjennos, al menos, la libertad!

Obviamente, en cuanto oyen esto, corren donde el Santo Padre y le dicen: “No conceda nada al Arzobispo Lefebvre, no conceda nada a la Tradición. Especialmente, no dé pie atrás.”

Dado que estos son los cardenales más importantes, como el Cardenal Casaroli, el Secretario de Estado, el Papa no se atreve. Hay algunos cardenales que están más bien a favor de un arreglo, tal como el Cardenal Ratzinger. Fue él quien reemplazó al Cardenal Seper, que murió en la Navidad de 1981. Sin embargo, el Cardenal Ratzinger era muy liberal en tiempos del concilio. Era amigo de Rahner, de Hans Küng y de Schillebeeckx. Pero su denominación a la arquidiócesis de Múnich pareció abrirle los ojos, de alguna manera. Ahora está mucho más consciente del peligro de las reformas y más deseoso de regresar a las reglas tradicionales, junto con el Cardenal Palazzini, a cargo de la Congregación para las beatificaciones y el Cardenal Oddi, a cargo de la Congregación para el Clero. Estos tres cardenales estarían a favor de permitirnos la libertad [Nótese que aquí, que la libertad pedida para la Misa tradicional sería la libertad para la Misa dentro de la FSSPX; el Arzobispo no parece prever a la Tradición operando fuera de ella, al menos dentro de los límites de la Iglesia conciliar]. Pero los demás aún tienen una tremenda influencia sobre el Santo Padre...

Estuve en Roma hace cinco semanas, para ver al Cardenal Ratzinger, que fue llamado por el Papa, para reemplazar al Cardenal Seper, como intermediario personal para las relaciones con la Fraternidad y conmigo. El Cardenal Seper había sido nombrado en la ocasión en que el Papa Juan Pablo II me concedió la audiencia. El Papa había hecho venir al Cardenal Seper y le había dicho: “Su Eminencia, tendrá la tarea de mantener las relaciones entre el Arzobispo Lefebvre y yo. Usted será mi intermediario.” Ahora ha nombrado al Cardenal Ratzinger.

Fui a visitarle y hablé con él durante una hora y tres cuartos. Por cierto el cardenal Ratzinger parece mucho más dispuesto y deseoso de arribar a una buena solución. La única dificultad , que permanece como inabordable, es la Misa. En definitiva, el asunto siempre ha sido el de la Misa, desde el principio. Porque ellos saben muy bien que no estoy en contra del concilio. Hay algunas cosas del concilio que no puedo aceptar. No firmé el esquema sobre la libertad religiosa, ni el de la Iglesia en el mundo moderno. [En este sentido, Mons. Tissier de Mallerais escribe, en la biografía oficial del Arzobispo, que este sí firmó todos los documentos del Vaticano II- él menciona solo dos cosas sobre las que está en contra en el concilio]. Pero no se puede decir que esté en contra del concilio. Estas [dos cosas] son cosas que no pueden ser aceptadas, por ser contrarias a la Tradición. Esto no debiera molestarles mucho, porque el mismo Papa dijo: “El concilio debe ser visto a la luz de la Tradición”. Si el concilio debe ser aceptado a la luz de la Tradición, no estoy molesto en absoluto.

Rápidamente firmaré esto, porque todo lo que es contrario a la Tradición, claramente debe ser rechazado. En la audiencia que el Papa me concedió (el 18 de noviembre de 1978), me preguntó: “¿Está usted listo para firmar esta fórmula?” Le respondí: “Usted mismo la usó y estoy listo para firmarla”. Entonces dijo: “¿Entonces no hay diferencias doctrinales, entre usted y yo? Respondí: “Espero que no”.- “Y ahora, ¿qué problemas quedan? ¿Aceptan al Papa?”- “Por supuesto que reconocemos al Papa y que rezamos por el Papa en nuestros seminarios. Los nuestros son talvez los únicos seminarios en el mundo en que se reza por el Papa. Sentimos gran respeto por él. Cada vez que el Papa me pedido que venga, siempre he venido. Pero hay un problema respecto de la liturgia”, le dije, “que es verdaderamente muy importante. La nueva liturgia está en vías de destruir la Iglesia y los seminarios. Esta es una cuestión muy importante”. – “Pero no, en absoluto. No es más que una cuestión disciplinaria. No es, en absoluto, muy serio. Si este es el único problema, creo que puede ser arreglado.”

 Y el Papa llamó al Cardenal Seper, que vino de inmediato. Si no hubiese venido, creo que el Papa hubiera estado listo para firmar un acuerdo. El Cardenal Seper llegó y el Papa le dijo: “Creo que no debería ser difícil alcanzar un acuerdo con el Arzobispo Lefebvre. Creo que podemos llegar a un acuerdo. Solo queda la cuestión de la liturgia, que es un poco espinosa”. [Nótese, en 1982, solo era el tema de la Misa que tanto JP II como Mons. Lefebvre indican como manteniendo los dos lados, la FSSPX y la Roma conciliar, separados]. El Cardenal exclamó: “¡Pero no conceda nada al Arzobispo Lefebvre! Hacen de la Misa Tridentina una bandera.”- “¿Una bandera?”, dije. “Pero por supuesto que la Santa Misa es la bandera de nuestra fe, el ‘mysterium fidei’. Es el gran misterio de nuestra fe. Es obvio que sea nuestra bandera, por ser la expresión de nuestra fe”.

Esto dejó una profunda impresión en el Santo Padre, que pareció cambiar casi de inmediato. En mi opinión, esto demostró que el Papa no es un hombre fuerte [En este punto- 1982- hubo un esfuerzo claro por excusar a JP II, por su rechazo a la Tradición; caso similar al de excusar a JP II y “asumir lo mejor” se puede encontrar en las entrevistas del P. Malachi, en la década de 1990]. Si fuese un hombre fuerte, habría dicho: “Soy yo quien va a decidir este asunto. Vamos a arreglar las cosas.” Pero no. Inmediatamente se puso como temeroso. Se tornó temeroso y cuando dejó su oficina, le dijo al Cardenal Seper: “Pueden hablar ahora. Puede llegar a un arreglo con el Arzobispo Lefebvre. Usted se puede quedar. Pero ahora debo ver al Cardenal Baggio. Tiene muchas carpetas que mostrarme respecto de los obispos. Debo irme”. Cuando salía me dijo: “Alto, Monseñor, alto”. Estaba transformado. En unos cuantos minutos, estaba completamente cambiado.

Fue en esta audiencia que le había mostrado una carta que había recibido de un obispo polaco. Me había escrito un año antes, para felicitarme por el seminario que había fundado en Econe y por los sacerdotes que estaba formando. Él quería conservar la vieja Misa con toda su Tradición. Agregó que no era el único. Somos varios obispos los que le admiramos, que admiramos su seminario, la formación que da a sus sacerdotes y la Tradición que conserva, dentro de la Iglesia. Porque estamos obligados a usar la nueva liturgia, que hace que nuestros fieles pierdan la fe.

Eso es lo que dijo el obispo polaco. Llevé esta carta conmigo, cuando fui a ver al Santo Padre, diciéndome: “Seguramente me hablará de Polonia”. Me equivoqué. Me dijo: “Pero usted sabe, en Polonia todo marcha muy bien. ¿Por qué no acepta las reformas? En Polonia no hay problemas. La gente solo lamenta haber perdido el latín. Estábamos muy ligados al latín, porque nos une a Roma y somos muy romanos. Es una lástima, pero, ¿qué puedo hacer? Ya no hay latín en los seminarios, tampoco en el breviario, ni en la Misa. Ya no hay más latín. Es muy desafortunado, pero así es. Vea usted, en Polonia estas reformas fueron hechas y no crearon ninguna dificultad. Nuestros seminarios están llenos y nuestras iglesias también”. [¿Así que, para JPII la lucha por la Tradición era solo una nostálgica devoción por la lengua latina en la liturgia? Obviamente no veía problemas dentro de la Iglesia, como resultado del Vaticano II y sus cambios].

Le dije al Santo padre: “Permítame mostrarle una carta que recibí, desde Polonia”. Y se la mostré. Cuando vio el nombre del obispo, dijo: “Oh, este es el peor enemigo de los comunistas”.- “Es una buena referencia”, añadí. El Papa leyó con detención. Observé su rostro, para ver cómo reaccionaría a esas palabras que estaban repetidas en la carta: “Estamos obligados a usar la nueva liturgia, que hace que nuestros fieles pierdan la fe”. Obviamente el Papa no podía aceptar esto. Al final, me dijo: “¿Recibió usted esta carta, tal cual?”- “Sí, esta es un fotocopia, que le traje”. – “Debe ser una falsificación”, respondió.

¿Qué podía decir? Ya no podía decir nada más. El Papa me dijo: “Usted sabe, los comunistas son muy hábiles en sus esfuerzos por provocar divisiones entre los obispos”. Así que. Según él, esta era una carta falsificada por los comunistas y enviada luego a mí. Tengo muchas dudas de esto. La carta estaba fue despachada desde Austria, pues me imagino que el autor temía que los comunistas pudieran interceptarla y entonces no me llegaría. Le respondí al obispo, pero nunca supe nada más de él.

Todo esto es para decir que pienso que hasta en Polonia hay profundas divisiones. Además, siempre ha habido divisiones entre los sacerdotes pacifistas y los que se aferran a la Tradición. Ha sido algo trágico, detrás de la cortina de hierro.

La influencia comunista en Roma

Deberían leer el libro “Moscú y el Vaticano”, del jesuita Padre Lepidi. Es extraordinario. Muestra la influencia que los comunistas tienen en Roma y cómo fueron responsables por la nominación de obispos y de hasta dos cardenales: el Cardenal Lekai y el Cardenal Tomaseck. El primero fue el sucesor del Cardenal Mindzenty y el segundo, del Cardenal Beran. Tanto el Cardenal Mindszenty como el Cardenal Beran fueron héroes y mártires de la fe. Fueron reemplazados por sacerdotes pacifistas, que estaban decididos, por sobre todo, a llegar a un entendimiento con el gobierno comunista, que perseguía a los sacerdotes tradicionales. Estos últimos iban en secreto a los campos, a bautizar o a catequizar, de manera de continuar su obra como pastores de la Iglesia Católica y, sin embargo, eran perseguidos por sus propios obispos, que les decían: “No tienen derecho a no respetar las reglas del gobierno comunista. Nos hacen un flaco favor yendo en contra de sus leyes”.

Pero estos sacerdotes estaban dispuestos a ofrecer su sangre por mantener la fe de los niños, para preservar la fe, dentro de las familias y dar los sacramentos a quienes lo necesitaran. Obviamente en esos países siempre se tenía que pedir autorización, si se quería llevar el Santísimo Sacramento  a un hospital o hacer cualquier cosa. Tan pronto abandonaban la sacristía, estos sacerdotes estaban obligados a preguntar al Partido Comunista si les autorizaba a esto o aquello. Los niños ya no eran educados de un modo cristiano. Así que los sacerdotes debían proceder en secreto. Si eran atrapados, a menudo era a causa de que sus mismos obispos les perseguían. Es aterrador.

Jamás el Cardenal Wyszynski, ni el Cardenal Slipyi, tampoco los Cardenales Mindszenty y Beran hubieran hecho cosas así. Ellos, por el contrario, alentaban a los buenos sacerdotes, diciéndoles: “Sigan, sigan. Si les meten a la cárcel, habrán cumplido con su deber de sacerdotes. Si deben morir, entonces serán mártires”.

Esto muestra la influencia que tenían en Roma. Tuvimos grandes dificultades para imaginar esto. Ni siquiera podemos creerlo.

Nunca he estado en contra del Papa. Nunca he dicho que el Papa no es el Papa. Estoy absolutamente por el Papa, por el sucesor de Pedro. No quiero separarme de Roma. Pero estoy en contra del modernismo, del progresismo y de todas las malas y destructivas influencias, que el protestantismo tiene, por medio de las reformas. Estoy en contra de todas esas reformas, que nos envenenan y que envenenan la vida de los fieles.

Así, me han dicho: “Usted está en contra del Papa”. No, no estoy en contra del Papa, al contrario, vengo a ayudar al Papa. Porque el Papa no puede ser modernista; no puede ser progresista. Incluso si se deja empujar , es por debilidad. Esto puede suceder. San Pedro también fue débil respecto de los judíos. Y San Pablo le amonestó severamente, porque: “No caminas según el Evangelio”, le dijo a San Pedro. Este era el Papa y San Pablo le amonestó. Y le dijo con energía: “Reproché a la cabeza de la iglesia, porque no caminaba según la ley del Evangelio”. Era algo grave decir esto al Papa.

Santa Catalina de Siena reprochó también con vehemencia a varios papas. Debemos adoptar la misma actitud. Decimos: “Santo Padre, no está cumpliendo con su deber. Debe regresar a la Tradición, para ser perseguido por todos esos cardenales y obispos que son modernistas y que están causando la ruina de la iglesia”.

Estoy convencido de que en su corazón, el papa está muy preocupado  y que busca la forma de renovar la iglesia. Espero que con nuestras oraciones y sacrificios y las oraciones de los que aman a la Santa Iglesia y que aman al Papa, triunfaremos.

Esto será especialmente a causa de la devoción a la Santísima Virgen María. Si rezamos a Nuestra Señora, Ella no puede abandonar a Su Hijo, Ella no puede abandonar a la Iglesia que Su Hijo fundó, la Esposa Mística de Su Hijo, no dejará de responder. Será difícil y un milagro, pero triunfaremos.

En lo que a mí respecta, no quiero que la gente me haga decir que la Nueva Misa es buena, sino que solo es simplemente menos buena que la Misa Tradicional. No puedo decir eso. No puedo decir que los nuevos sacramentos son buenos. Fueron hechos por protestantes. Fueron hechos por Bugnini. Y Bugnini mismo dijo el 19 de marzo de 1965, como aún se puede leer en L’Osservatore Romano y en Documentation Catholique, que publicaron una traducción del discurso de Bugnini:

“Debemos despojar a nuestras oraciones católicas y de toda la liturgia católica, de todo lo que pueda ser la sombra de un obstáculo para nuestros hermanos separados, es decir, para los protestantes”.

Eso fue el 19 de marzo de 1965, justo antes de las reformas. ¿Podemos ir donde los protestantes y preguntarles acerca del Santo Sacrificio de la Misa, respecto de nuestro catecismo? ¿En qué no están de acuerdo? ¿No les gusta esto o aquello?... Bien, lo suprimiremos. Eso no es posible. Podrá, talvez, no ser herético, pero la fe católica se vería disminuida. Así es como la gente ya no cree en el Limbo, en el Purgatorio, ni en el infierno. Ya no se cree en el pecado original, ni en los ángeles. Ya no se cree en la gracia. La gente ya no habla de lo sobrenatural. Nuestra fe está siendo destruida.

Debemos mantener absolutamente nuestra fe y rezar a la Santísima Virgen María. Deseamos emprender una inmensa tarea y sin el auxilio del buen Dios, seremos incapaces de cumplirla. Ciertamente estoy muy consciente de mi debilidad y de mi aislamiento. ¿Qué puedo hacer solo, comparado con el Papa o los cardenales? No lo sé. Voy como un peregrino, con mi bandera de peregrino. Voy a decir “guarden la fe”. Guarden la fe. Es mejor mártir que abandonar la fe. Deben conservar los sacramentos y el Santo Sacrificio de la Misa.

No pueden decir: “Pero ahora todo es diferente. Después de todo, no es tan malo. En cuanto a mí, tengo una fe sólida y no es probable que la pierda.” Porque está claro que los que habitualmente asisten a la Misa Nueva y a los nuevos sacramentos, experimentan gradualmente un cambio de mentalidad. Después de algunos años, será evidente al preguntar a alguien que va regularmente a esta nueva misa ecuménica, que ha adoptado su espíritu ecuménico. Esto significa que termina por poner a todas las religiones en el mismo pie. Si se le pregunta si uno se puede salvar por medio del protestantismo del budismo o del islam, responderá: “Pero por supuesto. Todas las religiones son buenas.” Allí lo tienen. Se ha hecho liberal y ya no es católico.

Hay una sola religión. No hay dos. Si Nuestro Señor es Dios y fundó una religión, la católica, no puede haber otra religión. No es posible. Las demás religiones son falsas. Es por ello que el Cardenal Ottaviani usó el título “Acerca de la Tolerancia Religiosa”.

Los errores pueden ser tolerados, cuando no pueden ser evitados. Pero no pueden ser puestos al mismo nivel de la verdad. Entonces no podría haber un espíritu misionero. No podría ser posible. Si todas las falsas religiones salvan almas, entonces, ¿para qué ir a misionar? ¿Qué vamos a hacer allí? Nos bastaría con dejarles en su religión y todos se van a salvar. Esto no es posible. ¿Qué ha hecho, entonces, la iglesia a lo largo de veinte siglos? ¿Por qué todos esos mártires? ¿Por qué fueron masacrados estando en la misión? ¿Perdieron su tiempo los misioneros? ¿Desperdiciaron sus vidas y su sangre los misioneros? No podemos aceptar eso.

Debemos permanecer católicos. El deslizarse en el ecumenismo es muy peligroso. Fácilmente se cae en una religión que ya no es la católica.

Sinceramente, quisiera que todos fuesen testigos de Nuestro Señor, de la Iglesia Católica, de la fe y del catolicismo, incluso si tenemos que ser despreciados e insultados en los diarios, en las parroquias y en las iglesias. Somos los verdaderos hijos de la Iglesia Católica y verdaderos hijos de la Santísima Virgen María.

+ Arzobispo Marcel Lefebvre

(Traducido de Fideliter, enero- febrero de 1992)


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Solo se publicarán comentarios constructivos y que no contengan groserías y sean mal intencionados.