miércoles, 4 de octubre de 2017

Tierra.

           ¿Qué título más raro?, quiero partir éste post hablando acerca de una reflexión acerca de lo que es la tierra. Para comenzar debo decir que la tierra no es un ser vivo al modo de un vegetal, animal u hombre. Sin embargo, la tierra contiene la vida. La tierra no es un dios o un semidios, no tiene inteligencia pero sí alberga a los únicos seres inteligentes que existen en el universo, hospeda a nosotros los hombres.
            Fuimos sacados del polvo de la tierra por Dios, y de la costilla del hombre Dios sacó a la mujer. De la tierra nos alimentamos, de la tierra sacamos nuestras materias primas, de la tierra sacamos nuestros minerales, de la tierra extraemos el agua y a la tierra volveremos cuando Dios nos llame.
           La tierra contiene a las rocas, a las aves, a los océanos y preserva la atmósfera que es un verdadero milagro de la vida. No obstante lo anterior, muy poco sabemos de la tierra. Nos enseñan desde muy pequeños a vivir en la ciudad, a habitar en medio del cemento y el ruido. Nos enseñan a manejarnos para vivir en la ciudad, más aún, vemos con desprecio la vida del campo.
             El hombre moderno desprecia la tierra y desprecia a quienes viven de ella, su orgullo le impide ver la magnanimidad de Dios al crear algo tan maravilloso. El hombre moderno adula la ciudad, se aglutina en la ciudad, nace, se desarrolla, envejece y muere en la ciudad. ¿Pero nunca conoció la tierra?, nunca, lamentablemente, nunca se detuvo en conocer sus secretos, en descubrir en ella la maravillosa belleza que en ella existe. Nunca se detuvo el hombre de cemento en gozar en sentir el barro en los pies, el olor a tierra mojada, nunca contempló el vuelo de las mariposas y las abejas deambulando en medio de la flor para extraer el néctar.
               La piel curtida por el sol y las manos ásperas del contacto permanente con la tierra son el desprecio de la mujer moderna. La mujer que nació de la costilla del hombre que a su vez fue sacado del polvo de la tierra desprecia a la tierra. Para niños y jóvenes la vida en el campo es símbolo de pobreza y sacrificio, de fracaso y sufrimiento.
              Nuestros cuerpos más temprano que tarde volverán a ser parte de la tierra, ahí quedará enterrada toda la soberbia humana, ahí quedarán putrefactas las bellezas humanas, todo volverá hacia dónde fue sacado. Ahí quedarán las ciudades destruídas por guerras y desastres naturales, quedarán enterradas como vestigios de civilizaciones que ya no volverán. Nada permanecerá igual, ninguna vanidad del hombre será capaz de cambiar el rumbo de la metahistoria, de la historia contada desde lo alto.
              Lamentablemente, nos iremos sin haber conocido de la tierra sus secretos. Sus riquezas, sus recovecos más profundos, sin haber podido alcanzar el conocimiento que fue reservado para nosotros, los reyes de la creación, los cuales por soberbia nos hemos constituídos en sus destructores. Grandes contradicciones atraviesan el corazón de nuestra especie.


           

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