miércoles, 30 de octubre de 2013

El último sacerdote.



                            Sin duda, algún día llegará el momento en que quede el último sacerdote sobre la faz de la tierra. Este último o tal vez- los últimos hombres de Dios- serán los testigos finales de la era adámica. Tiempo que comenzó con Adán y Eva en el paraíso y que terminará con el Juicio Final. Una historia que ha transcurrido en una serie de promesas entre Dios y los hombres.
                       Esta alianza ha sido rota reiteradas veces por la flaqueza y debilidad humana. El hombre no ha estado a la altura que el creador hubiera esperado de él. Las razones de tantas felonías humanas son múltiples. Sin embargo, Dios a pesar de tanto y tanto mal que el hijo de Adán ha hecho ha tenido misericordia de él.
                       Pareciera ser que llevamos insertos en nuestros genes una singularidad muy especial, siendo esa particularidad, una especie de mochila que debemos cargar de generación en generación. El hombre es traidor por naturaleza , esa traición se la hemos hecho tanto al Creador como entre nuestros pares. Esta sombra de orgullo, egoísmo y desprecio se ha depositado sobre nuestros hombros como una gran sombra que nunca deja de estar allí.
                    Por mucha luz que nos llegue desde lo alto, la sombra traidora deambula pestilentemente. ¿La culpa sólo la tuvieron nuestros primeros padres? ¿ por qué heredamos la sombra del pecado?. Al respecto hay toda una teología especulativa que hace una serie de análisis dando cuenta del fenómeno espiritual que se produce en cada uno de nosotros. Pero esa explicación por muy sólida y consistente que aparezca, no da razón suficiente o , mejor dicho, no justifica nuestra traición heredada en el tiempo de generación y generación.
      Si somos capaces de traicionar a Dios, nuestro Creador y nuestro Juez, con mayor razón seremos capaces de traicionar a nuestros pares. La traición desciende de lo superior a lo inferior, haciéndose un hábito que llega hasta la anulación de nuestras propias conciencias.
     Ayer, justo ayer, me encontré con un amigo que no veía hace bastante tiempo. Después de la reunión en donde nos encontramos fuimos a charlar a un café. Lo que me contó fue horrible, tremendo para mi, me causó tal impresión que no pude dejar de reflexionar al respecto. Su pequeña historia comienza así: " En su juventud tuvo una novia, pero esa novia lo dejó por un amigo de él. Luego de tan desagradable episodio se casó con otra persona estando con ella diecisiete años de matrimonio. Nuevamente, ahora, su mujer lo abandona.
      Con su señora tuvo dos hijos, ya que ella no quiso tener más para no arruinar su figura y poder llevar una vida de deportes sin que ningún mocoso la moleste. Luego del abandono, unos años más tarde, esta persona conoce a otro hombre mucho más joven que ella. Producto de esta relación ilícita quedó embarazada a los cuarenta y siete años".
         Mi amigo, con mucha rabia me contaba que él quería llegar a viejo con su señora, él se enorgullecía de no haberle sido infiel, pero lo que más le dolía era que esa persona con la cual él compartió gran parte de su vida, lo privó de poder expandir la prole, para luego quedar embarazada de otro hombre que no era su marido.
           Las traiciones se sucedieron en la vida de este hombre, una tras otra, sin parar. Tuvo otras traiciones, ya no amorosas, pero sí de tipo económico. Todo se dio a lo largo de muy pocos años, siempre el mismo patrón de conducta. Y lo más curioso de todo, es que eso que le ocurrió como desgracia hoy en día en nuestra sociedad se ha instaurado como una norma de conducta cada vez más reiterativa.
             Hubo un hombre, una excepción entre los de nuestra especie, que fue capaz de sacrificarlo todo por la fidelidad. Ese hombre, que nunca dejó de usar su sotana se llamó Marcel Lefebvre. Su fidelidad fue directamente a Dios e indirectamente hacia todos nosotros, sus pares. Nunca claudicó don Marcel en defender la verdad de su creador a pesar que sus superiores le ordenaran lo contrario.
         Su fidelidad fue siempre al superior de los superiores, me refiero a Dios, amó tanto a su Señor que no le tuvo miedo a la descalificación y al ridículo. Fiel fue además a cada una de las almas, fidelidad que no emularon gran parte de sus discípulos. El rompió el esquema, como un pequeño lucero que Dios nos regaló en medio de la oscuridad de este mundo. Amó su sacerdocio amando la misa, la renovación del sacrificio de Nuestro Señor.
          A pesar de la cadena de infidelidades de los hombres, habrá hasta el final una pequeña parte fiel. Los sacerdotes que aún permanezcan fiel a la verdad serán reconfortados desde lo alto. Así como lo fue Monseñor Lefebvre en su oportunidad, así habrá, un pequeño grupo de sacerdotes que guarden íntegra la fe. Fidelidad a Dios y fidelidad a las almas de buena voluntad, ese será el distintivo que marcará a los últimos sacerdotes que habiten sobre la tierra.
         Los que  son infieles a lo superior son infieles en lo inferior. La cadena descendente va ´cayendo en un proceso cada vez más degradante, hasta llegar, a lo más bajo que puede experimentar el hombre. De allí del peligro para las almas que sean atraídas por principios naturalistas que anulen directa o indirectamente el nexo que el alma debe guarda con Dios.
         De allí también el ataque a la parte superior del hombre, me refiero a la inteligencia, en vista de la exacerbación de su animalidad centrada en la genitalidad. Mientras más estén sobrevaloradas las pasiones, más disminuida se verá la inteligencia y la libertad.
          Esclavizar el alma hacia sus propios demonios es una de las metas que se proponen los enemigos de la fe. Ellos saben, que mientras más animal es el hombre, más esclavo es.
       
       

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