jueves, 31 de octubre de 2013

Extractos del libro" La última batalla del Diablo".

Capítulo 15

El cálculo de los costos

     «Por fin, Mi Corazón Inmaculado triunfará. El Santo Padre me consagrará a Rusia, que se convertirá, y será concedido al Mundo algún tiempo de paz.» Fue esto lo que la Madre de Dios prometió en Fátima.
     Sin embargo, algo falló. Las profecías de Fátima, que, en todos los demás aspectos, se cumplieron conforme anunciado, no se han llegado a cumplir en este punto. ¿Nos habrá engañado la Madre de Dios? ¿O nos habrán engañado ciertos hombres?
     El 3 de marzo de 2002, la revista Time informó que «un mes después de los ataques del 11 de Septiembre, altos funcionarios federales temían que se hubiese introducido clandestinamente en Nueva York un arma nuclear, proveniente del arsenal ruso.» Según la revista, «el Grupo de Seguridad Antiterrorismo de la Casa Blanca, que forma parte del Consejo Nacional de Seguridad, fue alertado del peligro por el relato de un agente cuyo nombre cifrado era DRAGONFIRE. Con el intento de evitar que cundiese el pánico, nada de esto fue notificado ni a las autoridades de Nueva York, ni a altos dirigentes del FBI.»
     Aunque posteriormente se comprobó que dicho relato era inexacto, se instaló un “gobierno-sombra” en refugios subterráneos, ubicados en Washington, D. C., y por todo el territorio norteamericano se instalaron detectores nucleares en posiciones clave — anticipándose a aquello que el Presidente y sus consejeros suponían tratarse de un inevitable y mucho más mortífero ataque de terroristas islámicos. En ese mismo día, 3 de marzo de 2002, el Washington Post informó lo siguiente: «Alarmada por las crecientes indicaciones de que Al-Qaeda estaría en vías de conseguir un arma nuclear o radiológica, la Administración Bush dio inicio en noviembre [de 2001] a la instalación de cientos de sofisticados sensores en las fronteras, en sus instalaciones en el Exterior y en puntos de embotellamiento alrededor de Washington. Además, la Fuerza Delta, el comando de elite del País, fue puesto en alerta máximo, con la misión de hacerse con el control de los materiales nucleares que los sensores pudiesen detectar.»
     Con base en informes de los servicios de inteligencia, humanos, falibles, los líderes políticos mostraron suficiente prudencia y se prepararon para lo peor, que sabían ser inminente. Sin embargo, los revisionistas de Fátima que formaban parte del aparato estatal del Vaticano, bajo la orientación de la Línea del Partido, de Sodano, nos dicen que podemos desdeñar tranquilamente el infalible informe del “servicio de inteligencia” celestial, el cual nos alerta sobre la aniquilación de varias naciones. Es peor: no le revelan a la Iglesia una parte vital de ese informe del “servicio de inteligencia” celestial — el texto del Tercer Secreto todavía no divulgado — al mismo tiempo que nos aseguran que se ha dado a conocer el texto integral. Parece que, mientras el Mundo se precipita en dirección a una catástrofe, no faltan en la Iglesia numerosos idiotas útiles, que alegremente repitan como un loro la Línea del Partido, al mismo tiempo que, de modo oportunista, denuncian a quienes la cuestionan.
     Hay que considerar que, en el momento en que escribimos, ya han transcurrido dieciocho años desde la alegada consagración de Rusia, en 25 de marzo de 1984, en una ceremonia realizada en el Vaticano, en la que se omitió deliberadamente cualquier mención de Rusia. Durante esos mismos dieciocho años, no se alcanzó la Conversión de Rusia, ni el Triunfo del Corazón Inmaculado. Al contrario: Durante todo ese tiempo, el aparato estatal del Vaticano rechazó abiertamente, como “eclesiología anticuada”, cualquier intento de conversión de Rusia al Catolicismo.
     En Rusia y en todo el Mundo las llamas del holocausto del aborto se elevan cada vez más alto a los ojos de Dios. Desde la “consagración” en 1984, hubo por lo menos 600 millones de víctimas de esta guerra declarada contra “aquellos que no han podido nacer”; y la sangre de cada una de las víctimas clama al Cielo, implorando venganza.
     Por lo que parece, ni la catástrofe del 11 de Septiembre de 2001, ni las amenazas de sucesos más trágicos, conseguirán disuadir al aparato estatal del Vaticano de continuar buscando una nueva orientación “Pos-Fátima” para la Iglesia. En vez de la Consagración de Rusia, el Vaticano puso en escena otro encuentro de oración pan-religioso: el Día Mundial de Oración por la Paz, en Asís, el 24 de enero de 2002. Católicos, ortodoxos, protestantes, hinduistas, musulmanes, judíos, afroanimistas, budistas, sintoístas, confucianos, tenriquioístas y zoroastrianos fueron en tren desde el Vaticano hasta Asís, en aquello que L’Osservatore Romano denominó “un tren de paz”. Y todos los así llamados “representantes de las religiones del Mundo”, incluso un curandero-hechicero, predicaron sobre la paz mundial, desde un gran púlpito de madera, instalado en la parte inferior de la Plaza de la Basílica de San Francisco. Como parte del evento, cada una de las religiones no cristianas tuvo a su disposición una sala en el Sacro Convento de San Francisco, para realizar allí sus ritos paganos y orar por la paz a los más variados dioses y espíritus. Al final del encuentro, los “representantes de las religiones del Mundo” depositaron unas lamparillas encendidas sobre una mesa, como símbolo de su supuesto compromiso con la fraternidad interreligiosa y con la paz mundial, regresando a sus lugares de origen.
      Después de esa ceremonia, es evidente que no surgió la paz. Ya al día siguiente, los israelíes comenzaron a bombardear objetivos palestinos, y así el conflicto árabe-israelí seguía avanzando rápidamente en dirección a una guerra abierta, al mismo tiempo que India sometía a prueba un misil nuclear. Pocas semanas después, los hinduistas y los musulmanes, cuyos “representantes” habían ido a Asís para depositar sus lamparillas sobre la mesa, comenzaron a matarse los unos a los otros en la India Occidental; con sólo tres días de disturbios, el total de muertos se elevó a unos 300.1
     No surgió la paz en el Mundo; no surgió la paz en Rusia. Al contrario, según afirmó el Papa Juan Pablo II en Fátima en 1982, estamos afrontando «amenazas cada vez más asustadoras, casi apocalípticas, a los países y a la Humanidad entera.» Este es el resultado de ignorar las advertencias que el relato del “servicio de inteligencia” celestial transmitió al Mundo en Fátima.
     ¿Y qué decir de la paz en el seno de la Iglesia? La Virgen de Fátima también nos hizo una advertencia sobre esto. Pero, también en este caso, fue ignorada por los mismos hombres que nos dicen que el Tercer Secreto “pertenece al pasado”.  Hoy en día, la perversión y el colapso del elemento humano de la Iglesia, que se vienen observando en los últimos cuarenta años, irrumpen con toda su crudeza, dando ocasión a que el Mundo entero los divulgue diariamente, provocando escarnio y desprecio. Y si esto sucede, es porque los propios clérigos han rechazado el Mensaje de Fátima, el cual nos indicaba los medios que nos permitirían prever y adoptar las medidas necesarias para impedir la infiltración homosexual en el Clero, que hoy se propaga de forma incontrolable.
     Hace mucho tiempo que se sabe que la mayoría de los católicos, víctimas de décadas de  absurdas “reformas” litúrgicas y ecuménicas, ya no conservan la Fe en la Sagrada Eucaristía, ni consideran que su Iglesia se distinga esencialmente de cualquier confesión protestante; como tampoco se sienten obligados a seguir la doctrina referente al matrimonio y a la procreación. Pero en el año de 2002 la Iglesia iría a sufrir un durísimo golpe en Su credibilidad.
     Cuando la redacción de este libro estaba llegando a su fin, la prensa comenzó a sacar a la luz el escándalo de la pedofilia en masa, en la Arquidiócesis de Boston — donde el Cardenal Law ocultó durante décadas las actividades de sacerdotes depredadores. Y con el natural temor por la posibilidad de venir a ser responsabilizadas, una tras otra diócesis en Norteamérica comenzaron inmediatamente a ofrecer a las autoridades competentes las listas de Sacerdotes sospechosos de haber practicado abuso sexual; eso, después de haber impedido durante muchos años que esta información llegase al conocimiento de las víctimas y de sus familiares, y después de haber transferido de un lugar para otro a los presuntos autores de tales crímenes. La lista de cada diócesis, enumerando los abusos sexuales practicados por Sacerdotes con niños y adolescentes, fue noticia de portada de las revistas Newsweek y National Review, además de los incontables relatos que aparecieron en periódicos de ámbito nacional y local. Uno puede imaginarse lo que se esconde bajo la punta de este iceberg.
     Tanto en Norteamérica como en Europa, los seminarios y los conventos están prácticamente vacíos o cerrados, excepto los dirigidos por pequeñas órdenes “tradicionalistas” (como la Sociedad de San Pío X y la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro), que siguen “las viejas tradiciones”. En la Iglesia posconciliar, no hay, ni de lejos, vocaciones suficientes para sustituir a los Sacerdotes más viejos que se jubilan o vienen a fallecer. Y es muy notorio que, entre los pocos hombres que acceden a los seminarios “modernos” (los que siguen las “reformas” posconciliares), hay una gran proporción de homosexuales. El P. Donald Cozzens, rector del Seminario de Santa María, en Cleveland, Ohio, estaba simplemente confirmando aquello que cualquiera puede observar, en su libro The Changing Face of the Catholic Priesthood, a saber:
     En el comienzo del siglo XXI, hay una percepción cada vez más grande de que el Sacerdocio es, o se está transformando en una profesión de homosexuales (…) Los seminaristas heterosexuales no se sienten bien, por causa del gran número de homosexuales a su alrededor (…) El seminarista heterosexual se siente fuera de lugar, y puede interpretar su inquietud interior como una señal de que, realmente, no tiene vocación para el Sacerdocio. (…) Los contactos sexuales y las uniones románticas entre seminaristas homosexuales crean una fuerte y complicada red de intrigas y de envidia.2
     La plaga de abusos y perversiones sexuales entre los Sacerdotes no es exclusividad de Norteamérica. En Inglaterra, en Francia y en España también surgieron escándalos, provocados por Sacerdotes homosexuales o pedófilos; y hasta en Polonia un renombrado Arzobispo fue denunciado al Vaticano, a pedido de sus compañeros Sacerdotes, víctimas de sus amenazas y abusos sexuales. Y también en África: La prensa mundial transmitió la noticia, confirmada por el Vaticano, de un escándalo de enormes proporciones, relatando violaciones de Religiosas cometidas por Sacerdotes africanos. El P. Bernardo Cervellera, portavoz del Vaticano y director del servicio noticioso del Vaticano Fides, que trata de las misiones, presentó una ultrajante defensa (de la actitud de los Sacerdotes), alegando que «el problema se restringía al África Subsahariana y se relacionaba con la valoración cultural negativa que allí atribuyen a las mujeres y al celibato. No se trata de casos de violencia “psicopática” contra las mujeres, sino más bien “un estilo de vida”, culturalmente hablando, común en toda la región. (…)» Eso quiere decir que, en África, los abusos practicados por Sacerdotes africanos contra Religiosas constituyen, culturalmente hablando, ¡“un estilo de vida”! ¡Los Sacerdotes africanos, sencillamente, no reconocen el “valor” del celibato! Según la agencia Reuters, el Vaticano “está observando la evolución de esta situación pero no ha adoptado ninguna medida concreta.”3
     O sea: El Vaticano no ha adoptado ninguna medida concreta contra los Sacerdotes que violaron a las Religiosas; y sin embargo el P. Nicholas Gruner fue declarado “suspenso” en la única declaración pública de la Congregación para el Clero referente a la “disciplina” — el único entre los 260.000 Sacerdotes diocesanos que tenía la Iglesia en 2001 — por el crimen de divulgar el auténtico Mensaje de Fátima. Eso demuestra bien cuáles son las prioridades del Vaticano, dentro de la nueva orientación de la Iglesia Católica.
     Aunque la nueva orientación de la Iglesia sea, en todos los aspectos, un rotundo fracaso, que nada produce sino frutos muy amargos, los miembros del aparato estatal del Vaticano que persiguen al P. Gruner insisten en buscar otras novedades igualmente ruinosas. Si tiene que depender de ellos, no habrá un retorno al “modelo” de Iglesia representado por el Mensaje de Fátima. No se realizará la “embarazosa” consagración pública de Rusia. No se efectuará la “anticuada” conversión de Rusia a la Fe católica. Tampoco se alcanzará el Triunfo del Corazón Inmaculado de María, porque sería un retroceso con relación al “diálogo ecuménico” con protestantes y ortodoxos. Y así, Rusia no se ha convertido, no hay paz en el Mundo, y la Iglesia Católica permanece en un estado muy cercano al caos — sin duda como está previsto en el Tercer Secreto.
     En Rusia, transcurridos unos 40 años de un inútil “diálogo ecuménico”, los ortodoxos rusos rechazan, aún más furiosamente que antes, el primado del Papa, e insisten en su oposición a la Iglesia Católica. En febrero de 2002, cuando el Vaticano anunció que sus “administraciones apostólicas” en Rusia pasarían a llamarse “diócesis” — aunque no lo serían en el concepto tradicional católico —, la Alta Jerarquía ortodoxa rusa lanzó una serie de improperios ultrajantes. Así, por ejemplo, habría una “Arquidiócesis de la Madre de Dios en Moscú”; y el Arzobispo en ejercicio no se llamaría “Arzobispo de Moscú”, temiendo que el Vaticano pudiese ofender a Alexis II, antiguo agente de la KGB y actual Patriarca ortodoxo ruso de Moscú.
     Después de haber creado esas “diócesis” católicas, se tornó irrefrenable la furia anticatólica de la Jerarquía ortodoxa rusa — ilegítima heredera de las parroquias católicas y de los fieles de la verdadera Iglesia, usurpados por Josef Stalin mediante el uso de las armas. La visita del Cardenal Kasper a Moscú fue cancelada en señal de protesto contra la creación de las diócesis. En su comunicado por escrito anunciando la cancelación, el Metropolita Ortodoxo Kyrill, de Smolensk — que era el Jefe de la delegación ortodoxa rusa en un nuevo ciclo de inútiles negociaciones “ecuménicas” —, declaró coléricamente que «no tenemos nada que hablar.» Era la conclusión más apropiada para una iniciativa sin ningún valor desde el primer momento. El sábado, 2 de marzo de 2002, el Papa celebró en el Vaticano una ceremonia de oración, transmitida a Rusia vía satélite. La transmisión fue totalmente neutralizada por interferencia de las redes rusas de televisión, ahora bajo las órdenes de Vladímir Putin. Sólo después de haber enviado a Rusia instrumentos especiales (retenidos en la aduana hasta el último momento), algunos miles de católicos pudieron ver al Papa en las pantallas de TV, instaladas en la Catedral de la Asunción en Moscú. La BBC informó que «el Patriarca ortodoxo ruso Alexis dijo que la transmisión vía satélite constituía una “invasión de Rusia”, trayendo a colación la antigua ocupación de Moscú por Polonia, a principios del siglo XVII. Juan Pablo II es polaco.»4 Después de tantos años de Östpolitik y de “diálogo ecuménico”, la Jerarquía ortodoxa ni siquiera permitió que se viese en Rusia una imagen del Papa en video. ¿Es ésta la conversión de Rusia, prometida por Nuestra Señora de Fátima?
     Intentando mostrar el lado positivo del fiasco en Rusia, el Arzobispo Tadeusz Kondrusiewicz, el actual responsable de la “Archidiócesis de la Madre de Dios en Moscú”, afirmó: «Se trata sólo de un malentendido.» La Iglesia Católica no tiene intención de realizar conversiones entre los ortodoxos; y aún menos de procurar la conversión de Rusia. Al fin y al cabo, este Arzobispo Kondrusiewicz es el mismo que, en 1998, había afirmado en público (conforme ya hemos relatado) que «el Concilio Vaticano II declaró que la Iglesia Ortodoxa es nuestra Iglesia Hermana, y posee los mismos medios de salvación. Así, pues, no hay ningún motivo para que haya una política de proselitismo.» Un relato de la Associated Press sobre la reacción de Kondrusiewicz a la hostilidad de los ortodoxos informaba que «algunos feligreses se han reunido recientemente con Kondrusiewicz, para quejarse, con lágrimas en los ojos, de que la furiosa retórica de los líderes ortodoxos en los programas noticiosos después del 11 de febrero les hacía tener miedo de practicar su Fe.»5  Mientras los Prelados ortodoxos difamaban a la Iglesia Católica en los noticiarios de ámbito nacional, «los ultranacionalistas aunaron sus fuerzas con la Iglesia Ortodoxa, con el objetivo de criticar a la Iglesia Católica por su “proselitismo” [y] un grupo parlamentario planea hacer una investigación.»6
     Esto no se puede interpretar como si los Prelados ortodoxos de Rusia estuviesen defendiendo su Iglesia como si fuese vibrante: de los que se dicen “ortodoxos rusos” son muy pocos los que practican su religión. The Economist observa que «Rusia está pasando por una crisis de fe.» Según esa revista, «el 94% de los rusos entre 18 y 29 años no van a la iglesia.»7 La degeneración moral de la sociedad rusa — que ya hemos comentado — continúa firme: dos abortos por cada uno que nace vivo (un promedio de 5 a 6 abortos por cada mujer rusa); aumento del alcoholismo y de muertes prematuras por enfermedad o por crimen violento; proliferación epidémica del SIDA; después de la legalización de la homosexualidad, decretada por Boris Yeltsin, florecimiento de la industria de la pornografía infantil, y así sucesivamente.
     Pero la Iglesia Católica no será autorizada a ocupar el vacío espiritual que la Iglesia Ortodoxa rusa no consigue ocupar. La ley rusa de 1997, relativa a la “libertad de conciencia”, sigue concediendo un status especial legal a la Iglesia Ortodoxa rusa, al Judaísmo, al Islam y al Budismo, al mismo tiempo que prohíbe el proselitismo católico y exige el registro de los templos católicos en la administración local. La Iglesia Católica tiene un perfil tan discreto en Rusia que la oficina en Moscú, desde donde el Arzobispo Kondrusiewicz dirige los asuntos de la Iglesia, está «escondida detrás de la oficina de un comandante militar, y no exhibe ninguna señal indicativa de que allí se ubica la sede de los dirigentes de la Iglesia Católica en Rusia.»8
     En el año 2002, los católicos en Rusia continuaban siendo una minoría reducida y poco visible. Tal vez haya 500.000 católicos (nominales) en un país de 144 millones de habitantes. Los poquísimos que aún van a Misa a los domingos (principalmente en Siberia) dependen casi por entero de Sacerdotes no rusos, autorizados a permanecer en el territorio ruso solamente con un visado de visitante, cuya renovación exige la salida del país de tres en tres meses, renovación que puede ser denegada a cualquier tiempo, por cualquier motivo o aun sin ningún motivo. El propio Secretario de la Conferencia Episcopal Católica de Rusia, el P. Stanislaw Opiela, tuvo denegado tres veces su visado de visitante, sin cualquier explicación: «No pretendo intentar otra vez. No vale la pena», dijo. «Tal vez llegue a haber algún tipo de protesto.»9 Posteriormente, en abril de 2002, el Obispo Jerzy Masur, designado por el Vaticano para administrar la vasta, pero poco poblada, región de Siberia, fue expulsado de Rusia, y, sin cualquier explicación, le confiscaron el visado de entrada. El Obispo Masur se enteró de que su nombre fue incluido en una “lista” secreta, con el nombre de aquellos que son considerados “indeseables”, y nunca más será autorizado a entrar en Rusia.
     Todos estos sucesos indujeron al Arzobispo Kondrusiewicz a formular un protesto oficial en nombre de la Conferencia Episcopal Católica de Rusia, con el título “La libertad religiosa en Rusia se encuentra en gran peligro”. El protesto declara lo siguiente:
     Los católicos en Rusia se preguntan: ¿Qué va a suceder después? ¿Valen también para ellos las garantías constitucionales, incluso la libertad de conciencia y el derecho de tener sus propios pastores de almas? (Eso significaría invitar a los extranjeros, puesto que, durante 81 años, la Iglesia Católica se vio impedida del derecho de formar y ordenar sus propios Sacerdotes.) ¿O considerará el Estado que los católicos son ciudadanos de segunda clase? ¿Estará el Estado volviendo a los tiempos de las persecuciones de los fieles? (…) La expulsión de un Obispo católico que no ha transgredido ninguna ley sobrepasa todos los límites imaginables de las relaciones civilizadas entre el Estado y la Iglesia. (…) Con gran preocupación manifestamos nuestro vehemente protesto acerca de la violación de los derechos constitucionales de los católicos.10
     En efecto, a finales del año 2002, el portavoz personal del Santo Padre, Joaquín Navarro-Valls, declaró que las acciones practicadas por las autoridades rusas contra la Iglesia Católica habían llegado a tal punto que se podían considerar como “una auténtica persecución”. Por tanto, mientras el Cardenal Sodano y los seguidores de la Línea del Partido insisten en que Rusia ya fue consagrada al Corazón Inmaculado de María hace unos 18 años, y que el estado actual de las negociaciones en Rusia constituye el “milagro” de la “conversión” resultante de aquella “consagración”, no solamente el principal Prelado católico en Rusia, sino también el portavoz personal del Papa denuncian públicamente la persecución de la Iglesia en Rusia, y alertan sobre el grave peligro que amenaza la libertad religiosa de los católicos rusos. La única palabra para definir esta situación es “locura”.
     Pero la situación de la Iglesia Católica en las vecinas “antiguas repúblicas soviéticas” aún es peor. En Rumania, después de la “caída del Comunismo” en 1990, para evitar su restitución a los legítimos propietarios, fueron derribadas al menos doce iglesias parroquiales católicas, usurpadas por Stalin.11 El 10 de enero de 2002, el Servicio Noticioso Católico Mundial [CWN, sigla del nombre en inglés] informaba que en Belarús [ex Bielorrusia] había «indicios preocupantes de hostilidad contra la Iglesia Católica», y que «había sido cancelada sin previo aviso la transmisión de la Misa Dominical a través de los servicios radiofónicos del Estado.» Según comentó el CWN, «Belarús es oficialmente un estado secular (…) A pesar de que su autoritario presidente Aleksandr Lukashenko se declara ateo, cuenta con el apoyo de la Iglesia Ortodoxa en su política de “integración” de Belarús con Rusia.» Podrían multiplicarse ad infinitum los ejemplos de persecución de la Iglesia Católica en Belarús, en Cazaquistán, en Moldova [ex Moldavia], en Rumania, en Transilvania y en cualquier territorio de la “antigua Unión Soviética”.
     ¿Qué papel desempeña el Presidente ruso Vladímir Putin en todo esto? Sí, está muy atareado en reorganizar los elementos, nunca desmantelados por completo, de una dictadura al estilo soviético. Como informó The London Times, en su edición online del 12 de enero de 2002, «el último canal independiente de televisión de Rusia ha sido cerrado ayer, con lo cual todos los medios de transmisión del País se hallan bajo el control del Kremlin» — los mismos canales de TV que denunciaron a la Iglesia Católica por la cuestión de las diócesis en Rusia. Y, como si fuese un programa previamente combinado, está sucediendo lo mismo en Ucrania. El 21 de diciembre de 2001, el WorldNetDaily informó que «la llama de la libertad se está casi apagando en la antigua República [Socialista] Soviética de Ucrania — lo mismo que en la mayor parte de los territorios de la antigua URSS — con el silencio impuesto por el gobierno al último órgano de comunicación y difusión independiente, y con la constante controversia en torno al asesinato de un periodista muy popular, y que decía las cosas con toda franqueza.» Desde la “caída del Comunismo”, han ocurrido muchos asesinatos y “accidentes” fatales envolviendo periodistas.
     En conjunto con su sistemática ocupación de los medios de comunicación social, bajo el pretexto de “cobrar deudas” o de “evasión de impuestos”, Putin restauró el himno nacional soviético, consolidó el control del Kremlin sobre las provincias rusas y firmó un tratado de “amistad” diplomático-militar con China Roja. Determinó, además, que se editase un calendario conmemorativo en que se glorificaba la época soviética, la prisión de Lubianka (piedra fundamental del gulag soviético) y el “carnicero” de la era soviética Felix Dzerzhinsky, fundador de la KGB, que autorizó la tortura y ejecución de Sacerdotes católicos, y se incumbió de liquidar la clase media rusa, a instancia de Lenin. El calendario mencionado se destina a las oficinas de la KGB, que, estratégicamente, mudó el nombre para FSB [sigla en inglés de la “Oficina Federal de Seguridad”].
     Y, como que por mágica casualidad, está surgiendo “espontáneamente” un culto nacional a Vladímir Putin. Según se informa en Electronic Telegraph, de 8 de mayo de 2001:
     [El] culto al Presidente Putin recibió ayer un nuevo impulso, cuando miles de estudiantes conmemoraron el primer aniversario de su ascensión a la Presidencia, dentro de las murallas del Kremlin. La manifestación, en que muchos usaban camisetas T-shirt con el rostro del Sr. Putin, hundió aún más la bajeza del antiguo coronel de la KGB, que es inmortalizado en los libros infantiles, en esculturas y en la elogiosa cobertura de los medios. Los oradores intentaron superarse unos a otros en sus elogios al gran líder, y su retórica introdujo una nueva comprensión en el pensamiento de los partidarios de Putin, que ahora dominan la burocracia, el Parlamento e las emisoras estatales.
     Yelena Bonner, viuda del físico soviético disidente Andrei Sakharov, resumió todos estos acontecimientos con las siguientes palabras: «Bajo Putin, se ha iniciado una nueva etapa de la introducción de un estalinismo modernizado. El autoritarismo se está imponiendo con mayor rigor, la sociedad está siendo militarizada, está aumentando el presupuesto militar.» Yelena Bonner advirtió que «bajo el actual Gobierno, nuestro País puede esperar, en un futuro previsible, convulsiones sociales altamente destructivas, que igualmente podrán afectar a los países vecinos. Trazó, además, un evidente paralelo entre la Rusia “convertida” y la Rusia estalinista: «Durante la era Stalin, cerca de un tercio de la población trabajaba sin ganar nada o ganando un sueldo simbólico. En la Rusia moderna, dos tercios de la población se hallan al borde de la pobreza. El Sistema de Sanidad es peor hoy que el de los años cincuenta. Stalin asesinó a cerca de 20 millones de personas [en realidad, cerca de 50 millones]; al mismo tiempo, la población rusa está disminuyendo actualmente, en la proporción de un millón de personas a cada año.»12
     Así, mientras Rusia adopta un estalinismo modernizado, que desmiente la afirmación de que Rusia ya estaba “convertida” desde la consagración del Mundo en 1984, el Cardenal Sodano mantiene su programa de vincular la Iglesia Católica con las fuerzas del emergente Nuevo Orden Mundial. Los medios de comunicación católicos informaron, con consternación, que el Secretario de Estado del Vaticano defiende enfáticamente el recién creado Tribunal Criminal Internacional (TCI), llegando al extremo de ofrecerle una contribución financiera.13 Comentaristas católicos, juntamente con comentaristas políticos laicos, vienen advirtiendo hace tiempo que el TCI constituye una clara amenaza a los derechos de las naciones soberanas y de sus pueblos, al hacer valer su jurisdicción para realizar juicios, con motivación política e inapelables, de ciudadanos de cualquier país, con base en una lista (cada vez más extensa) de “delitos” que se pueden someter a proceso judicial.14 Esos procesos se llevarían a cabo sin ninguna de las salvaguardas procesales (relativas a la admisión de pruebas y al derecho de carear a los testigos), esenciales en un correcto proceso legal.15
     Por toda parte — en la Iglesia, en Rusia, en el Mundo — los que practican la Línea del Partido sobre Fátima, del Cardenal Sodano, ven la comprobación de su fracaso. Aun así, no sólo los colaboradores de Sodano en el aparato estatal del Vaticano, sino también sus ingenuos revisionistas de Fátima en toda la Iglesia, siguen insistiendo que Rusia fue consagrada al Corazón Inmaculado de María hace 18 años, que los recientes acontecimientos en Rusia constituyen un “milagro”, que el Tercer Secreto y el Mensaje de Fátima en su totalidad son cosas que “pertenecen al pasado”, y que ya no tenemos por qué preocuparnos de eso. Los católicos que, como el P. Gruner, continúan llamando la atención para aquello que es evidente, están sujetos a sufrir una “purga estalinista”, por su infidelidad a la Línea del Partido. Son denunciados como “desobedientes”, “cismáticos” y se pone en duda su “fidelidad al Papa” — aun sabiendo que el Santo Padre nunca confirmó ni impuso la Línea del Partido, de Sodano, sino que, por el contrario, dio indicaciones inequívocas de su absoluta falsedad.
     ¿Cómo podremos calcular los costos de esta insensata conspiración para no hacerle caso a las profecías de la Madre de Dios en Fátima? El costo del sufrimiento físico y de los daños causados a las almas supera la capacidad de todo cálculo humano: en Rusia, la miseria del pueblo y la continua persecución a los católicos por parte del Estado; en todos los países, el holocausto de los abortos; en todo el Mundo, una creciente oleada de violencia; la pérdida de innumerables almas por la destrucción de su Fe católica, y la perversión del Clero católico, actualmente exhibida ante todo el mundo. Y, sin embargo, todo esto estaba previsto, sin duda, en la parte del Tercer Secreto que se nos ha ocultado. Todas estas cosas podrían haber sido evitadas si los hombres que dirigen la Iglesia hoy hubiesen seguido (y no desdeñado) las sencillas peticiones de la Virgen de Fátima.
     ¿Y cuáles serán los costos en el futuro, si no se corrige a tiempo la trayectoria de la Iglesia, determinada por los acusados? Nuestra Señora de Fátima ya ha dado la respuesta: las guerras, la persecución a la Iglesia, el martirio de los católicos, el sufrimiento del Santo Padre, la aniquilación de naciones, y la pérdida de muchos millones de almas.
     Aquellos que proyectaron la nueva orientación de la Iglesia e impusieron la Línea del Partido sobre Fátima insisten en que debemos ignorar estos avisos de Dios, a pesar de haber sido la misma Madre de Dios quien nos los ha transmitido, y a pesar de haber sido acreditados por un milagro público, sin precedentes en la Historia humana. No, no podemos ignorar los avisos. Es llegado el momento de declarar que no es el Mensaje de Fátima lo que debemos ignorar, sino los consejos humanos, y por tanto, completamente falibles, de aquellos hombres. Por los frutos los conoceréis — y los frutos de su política y de sus decisiones están a la vista de todos: la Iglesia llegó a lo más hondo de Su peor crisis en 2.000 años, y el Mundo se precipita a un apocalipsis.
     Hemos expuesto este caso de la mejor manera posible; nos hemos aliviado de nuestro deber de conciencia ante la Iglesia y el tribunal de la Historia. Ahora, sugerimos que el lector cumpla su deber. Le pedimos que lleve en cuenta las pruebas que hemos presentado y que emita su veredicto — el veredicto de que existe un sólido motivo para solicitarle a la más alta Autoridad de la Iglesia que someta a juicio las acciones de estos hombres, que corrija el daño que han ocasionado y, en consecuencia, que se le haga justicia a la Iglesia y al Mundo.
     Pero mientras no llega el momento de hacerse justicia, debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para protegernos de más daño, a nosotros, a nuestros seres queridos, a nuestros correligionarios católicos y al mundo entero.
     Esto significa, ante todo, que debemos rechazar el falso consejo de aquellas Autoridades que han intentado sustituir las palabras de la Madre de Dios por las suyas propias, y el plan celestial de paz, por su propio plan. Ya hemos visto los desastrosos resultados de su falible sabiduría humana que insisten en imponerle a la Iglesia, contra la evidencia de nuestros sentidos, contra las percepciones de nuestra inteligencia y contra las claras palabras de la misma Madre de Dios. Con el respeto que merecen por los cargos que ejercen en la Iglesia, debemos afirmar que estas personas, por lo que se refiere al Mensaje de Fátima y sus consecuencias para la Iglesia y para el Mundo, destruyeron su propia credibilidad. Ya no debemos seguirlos.
     Tal como hemos visto en la atinada descripción del Cardenal Newman sobre la crisis arriana, la actual no sería la primera en la Historia de la Iglesia, en que se dejó a cargo de los fieles la guarda de la Fe, sin ayuda de la Alta Jerarquía, ni tampoco de la mayoría de los Obispos, sino confiando tan sólo en su propio sensus catholicus y en algunos abnegados Sacerdotes y Obispos que no sucumbieron a la confusión reinante. Durante la crisis arriana, casi toda la Jerarquía eclesiástica perdió de vista algo tan fundamental como es la divinidad de Cristo, y los fieles, para salvar sus almas, tuvieron que no seguir, por lo menos durante 40 años, quienes detentaban la autoridad. Es muy claro que ha surgido en nuestros días una situación semejante a aquélla. Analizando de modo objetivo la situación actual de la Iglesia, ¿podrá alguien negar seriamente que está pasando por una crisis de Fe y de disciplina no menos dramática que la de la época de Arrío?
     En The Reform of the Roman Liturgy, el ilustre liturgista Mons. Klaus Gamber, deplorando la destrucción eclesial causada por las “reformas” litúrgicas del Papa Pablo VI, observa lo siguiente:
     ¡Qué confusión enorme! ¿Quién aún es capaz de ver con nitidez en esta oscuridad? ¿Dónde se hallan en la Iglesia los dirigentes que nos enseñen el camino recto? ¿Dónde se hallan los Obispos suficientemente valientes para extirpar — antes que el cáncer se propague y ocasione daños todavía más grandes — el canceroso crecimiento de la Teología modernista que se ha instalado y está contaminando la celebración de los más sacrosantos misterios? Hoy necesitamos un nuevo Atanasio, un nuevo Basilio, Obispos como los que en el siglo IV combatieron valerosamente la herejía arriana, cuando casi toda la Cristiandad había sucumbido a la herejía.16
     Mientras no aparezca tal liderazgo en la Iglesia, mientras no haya terminado la crisis y no se recompongan las cosas, debemos instruirnos sobre la Fe e instruir a los demás, defendiendo a la Iglesia lo mejor que podamos. En nuestro tiempo, esa tarea también nos exige que defendamos el Mensaje de Fátima; porque, según nos enseña Santo Tomás, en cada época Dios envía profetas, no para enseñar una nueva doctrina, sino para recordarle a los fieles lo que deben hacer para la salvación de sus almas. El gran Profeta de nuestra época es Nuestra Señora de Fátima. Como dijo la propia Hermana Lucía, en la famosa entrevista que tuvo en 1957 con el P. Fuentes:
     “Padre, la Santísima Virgen está muy triste, porque nadie hace caso a su Mensaje, ni los buenos ni los malos. Los buenos, porque prosiguen su camino de bondad; pero sin hacer caso a este mensaje (…)
     Dígales, Padre, que la Santísima Virgen, repetidas veces, tanto a mis primos Francisco y Jacinta, como a mí, nos dijo; Que muchas naciones de la tierra desaparecerán sobre la faz de la misma, que Rusia sería el instrumento del castigo del Cielo para todo el mundo, si antes no alcanzábamos la conversión de esa pobrecita Nación.
     La conversión de Rusia no se ha conseguido. Cualquier persona con un algún discernimiento puede reconocerlo. Siendo así, es inminente la aniquilación de varias naciones, a no ser que los hombres que dirigen la Iglesia muden la trayectoria, que abandonen sus destructivas innovaciones y, simplemente, que se limiten a cumplir aquello que la Madre de Dios pidió en Fátima. Lo que no podemos hacer es arriesgarnos a confiar en los consejos de aquellos que están resueltos a ignorar las verdaderas señales de los tiempos: las señales de un creciente apocalipsis, anunciado por la Santísima Virgen en Fátima. Implorando la gracia de Dios, tendremos que promover la causa de la verdadera Paz en el Mundo, sin la ayuda de nuestros superiores, muchos de los cuales se han quedado ciegos en busca de una nueva y alienada visión de la Iglesia.
     Para llevar a cabo esta tarea, debemos acogernos bajo el manto de Nuestra Señora de Fátima, rogar incesantemente por Su intercesión en estos tiempos de gran confusión, y no olvidarnos nunca de las inquebrantables promesas que hizo a la Iglesia y al Mundo.
     Nuestra Señora de Fátima: ¡rogad por nosotros!   
Notas
  1. New York Times, 2 de marzo de 2002.

  2. Donald Cozzens, The Changing Face of the Catholic Priesthood, (Liturgical Press, Collegeville, Minnesota, 2002), p. 135.

  3. CNN, 21 de marzo de 2001.

  4. BBC Online, 2 de marzo de 2002.

  5. AP News, 1 de marzo de 2002.

  6. Zenit News, 17 de febrero de 2002.

  7. Zenit News, 22 de diciembre de 2000.

  8. Reportaje y fotografía de AP, 28 de febrero de 2002.

  9. Catholic News Service Report, 8 de mayo de 2001.

  10. National Catholic Register Online Web Edition, 28 de abril a 5 de mayo de 2002.

  11. CWNews, 2 de marzo de 2002.

  12. Electronic Telegraph, 2 de marzo de 2000.

  13. Reportaje de Zenit News, 3 de julio de 2002, “Vatican Contributes to International Criminal Court” (ICC). 

  14. “World Court Now a Reality”, por Mary Jo Anderson, 11 de abril de 2002, WorldNetDaily, y “Stopping the International Criminal Court” por Mary Jo Anderson, en http://www.catholiceducation.org/articles/social_justice/sj0003.html

  15. “The International Criminal Court vs the American People”, por Lee A. Casey y David B. Rivkin, Jr., Reportaje de la Heritage Foundation, de 5 de febrero de 1999, que se puede encontrar en www.heritage.org/Research/InternationalOrganizations/BG1249.cfm.

  16. Mons. Klaus Gamber, The Reform of the Roman Liturgy, (Foundation for Christian Reform, Harrison, New York, 1993, p. 113.
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